EL DOMINGO DE LA GENEROSIDAD
A todos nos gusta que los demás sean generosos con nosotros, pero cuando se trata de lo contrario, ya no es fácil repetir las palabras “a todos nos gusta”.
Sabemos que el compartir, el dar de lo nuestro, no es tan fácil porque pensamos que nos costó demasiado esfuerzo el conseguirlo y no nos alegra perderlo sin más.
Éste es el motivo por el que hay muchos que actúan de manera diferente:
Por un lado están los que dan mucho para que lo sepan los demás y los alaben. De esto nos habla el Evangelio de hoy cuando “estando Jesús sentado en frente del arca de las ofrendas observaba a la gente que iba echando dinero. Muchos ricos echaban en gran cantidad”.
Eran aquellos de los que hablaba Jesús “cuando hagas limosna no vayas tocando la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en la sinagoga y por las calles, para ser honrados por la gente”.
Otros dan de lo que les sobra, quizá pensando en que no se les malogre...
Hay también quienes no colaboran con nada porque son tacaños y sólo piensan en sí mismos.
La liturgia de hoy nos hace ver cómo la verdadera generosidad es un don del mismo Espíritu Santo.
El primer ejemplo es el de una viuda muy pobre.
Estaba recogiendo un poco de leña para cocer un pan y morir juntamente con su hijito. Así lo dice ella misma cuando el profeta, sin duda también hambriento, en aquellos años de sequía, le pide que le haga un pan:
“Te juro por el Señor, tu Dios, que no tengo ni pan; me queda sólo un puñado de harina en el cántaro y un poco de aceite en la alcuza. Ya ves que estaba recogiendo un poco de leña.
Voy hacer un pan para mí y para mi hijo, nos lo comeremos y luego moriremos.
El profeta Elías le promete de parte de Dios que no le va faltar ni la harina ni el aceite.
La mujer, es imposible imaginar otra más pobre, se echa en las manos providenciales de Dios, según le promete el profeta, y hace la entrega de su último aceite y de su última harina.
Dios es más generoso y cumplió la profecía:
“Ni la orza de harina se vació ni la alcuza de aceite se agotó, como lo había dicho el Señor por medio de Elías”
El Evangelio nos habla de otra viuda.
Es una viuda muy generosa que, mientras los ricos daban en abundancia haciendo sonar las monedas en la alcancía, ella echó dos reales que, por supuesto, no sonaron para ninguno.
Jesús, en cambio, resaltó la generosidad de aquella mujer diciendo:
“Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”.
Tenemos aquí el ejemplo y generosidad de dos viudas pobres de verdad. Junto a ellas la carta a los Hebreos resalta la gran generosidad de Dios que por medio de Cristo nos ha salvado:
“Cristo ha entrado no en un santuario construido por hombres, sino en el mismo cielo para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros”.
El sacrificio y entrega de Cristo, antes de la subida al cielo por la ascensión, han sido tan perfectos que Él solo ofreciéndose “una sola vez para quitar los pecados de todos” nos ha enriquecido para siempre.
Ésta es la gran generosidad de Dios.
La liturgia en este día resalta la generosidad de los “pobres de espíritu” precisamente por su actitud de entrega a Dios y al prójimo.
Aprender a dar, y dar en las condiciones que hemos visto, cada uno según lo que tiene y siempre por amor, es la lección de las viudas y de Dios.
Finalmente, quiero resaltar un detalle de la carta a los Hebreos sobre un detalle que para algunos pasa desapercibido, quizá porque no les interesa o no les conviene:
“El destino de los hombres es morir una sola vez. Y después de la muerte, el juicio”.
Queda claro que en la Palabra de Dios no caben las teorías de la reencarnación, como también está claro que el Señor nos juzgará a cada uno de nosotros después de la muerte.
Éste puede ser un gran motivo para que seamos de verdad generosos a semejanza de Dios y un día Dios será nuestra recompensa.
José Ignacio Alemany Grau, obispo