SI QUIERES… PUEDES
Maravillosa oración la del leproso de hoy.
Cae de rodillas y suplica:
- “Si quieres pueden limpiarme”.
No hay discursos ni grandes aspavientos, sin embargo se ganó la misericordia de Jesús.
Este párrafo del Evangelio fácilmente lo leemos con rapidez como si fuera un milagro más, pero hay mucho que aprender en él.
Sabemos que acercarse a un leproso y atreverse a tocarlo era una falta grave contra la ley.
Jesús no actúa así. Pasando por alto la prescripción legal, sintió lástima y ¡¡lo tocó!!
¡Así era el corazón de Cristo!
A su gesto siguen las palabras con la misma brevedad y sencillez de la súplica:
- “Quiero”. - “Queda limpio”.
El leproso sanó al instante.
Si queremos saber lo que era un leproso en aquel tiempo, nos lo ha dicho el Levítico en la lectura de hoy:
“Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel, y se le produzca la lepra, será llevado ante Aarón, el sacerdote, o cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un hombre con lepra. Es impuro”.
Este hombre así declarado leproso no podrá estar en la ciudad. Andará lejos de todos, despeinado y harapiento y con la barba tapada.
Por otra parte, él mismo deberá ir gritando para que no se le acerque la gente: “¡impuro, impuro!”. Mientras permanezca enfermo vivirá solo y fuera del campamento de Israel.
Ciertamente es una situación muy dura. Parece un terrible castigo que imponía la ley para defender a la comunidad.
Lo importante, según el Levítico, era el pueblo y había que protegerlo del contagio.
Por otra parte, sabemos que hay que leer la Biblia en su contexto y no en párrafos sueltos. En ella encontramos la constancia de que Dios no abandona a esta clase de personas. En Dios siempre hay clemencia y misericordia.
Después de la curación Jesús le dice al que había sido leproso:
“No se lo digas a nadie. Pero, para que conste, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés”.
Jesús no quería ni ser ni dar la impresión de alguien que busca el autobombo y la alabanza. Por eso hizo bien en pedirle que no lo dijera a nadie.
Pero, por otra parte, era imposible que el leproso se callara y fue por todo el pueblo proclamando cómo Jesús lo había curado.
Por cierto que también el leproso actuó muy bien, porque después de semejante regalo tenía que demostrar su gratitud.
A lo largo de la historia de la Iglesia, los Santos Padres nos han hecho ver que la lepra es como un signo o comparación que nos ayuda a entender que así como la lepra es un mal grande para el cuerpo, el pecado también es el peor mal para nuestra alma.
Ellos mismos nos invitan, aprovechando el texto bíblico, a presentarnos al sacerdote en el sacramento de la penitencia para pedir humildemente el perdón de los pecados.
Jesucristo, por medio de el sacerdote, nos repite lo mismo que sucedió en la escena evangélica de hoy: - “¡sí quiero!... - ¡queda limpio!... Yo te absuelvo de todos tus pecados.
Normalmente todos nos asustamos cuando vemos la enfermedad en nuestro cuerpo pero son pocos son los que se asustan cuando ven la suciedad en su alma.
Evidente que en lo externo podemos tener razón.
Pero en la fe y en la verdad de nuestra vida espiritual está claro que lo más importante es la gracia de Dios y la salvación en Cristo Jesús.
Aprovechando las enseñanzas que sacan nuestros padres en la fe, será bueno que también nosotros pensemos hoy en la limpieza de nuestra alma y, si lo necesitamos, vayamos con humildad al confesor para decirle con sencillez: padre, he pecado. Y él, en nombre de Cristo, nos perdonará.
Para esto nos ayuda también el salmo responsorial:
“Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: “confesará al Señor mi culpa” y tú perdonaste mi culpa y mi pecado”.
Después de esta actitud de humildad seguiremos rezando con el salmista:
“Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado”.
Entonces gozaremos de la alegría del Señor que es el fruto de la paz del alma:
“Alegraos, justos, y gozaos con el Señor. Aclamadlo los de corazón sincero”.
Y para terminar tomaremos sólo una frase de San Pablo que nos muestra hoy su esfuerzo por hacer todo para glorificar a Dios, y termina diciéndonos:
“Sigan mi ejemplo como yo sigo el de Cristo”.
José Ignacio Alemany Grau, Obispo