JOB, PABLO Y JESÚS
La liturgia de hoy nos presenta tres personajes.
No es tan fácil entrelazarlos pero lo vamos a intentar para que la luz de este domingo nos acompañe toda la semana.
Es Job quien comienza enseñándonos.
Habla de las limitaciones y pobrezas de la vida humana, advirtiendo que la vida del hombre en la tierra es un continuo luchar por algo muy pasajero, por cierto.
Compara la vida con la de un jornalero que aguarda inquieto el salario y con el esclavo que suspira por un poco de descanso a la sombra.
Es una vida dura durante el día y una noche que se alarga dando vueltas en la cama esperando que amanezca.
Para terminar diciendo que la vida es como un soplo.
En medio de la desesperación en que está sumido él, que había tenido tantas riquezas, nos invita a pensar cómo tenemos que aprovechar el tiempo que Dios nos da.
Es una impresionante evangelización la que el Espíritu Santo nos quiere enseñar en esta especie de parábola que es el libro de Job.
San Pablo nos habla directamente de lo que tiene que ser un evangelizador o, mejor todavía, de cómo piensa y actúa él que se entregó de por vida a evangelizar.
Comienza enseñando que el predicar no es motivo de orgullo para nadie. Él personalmente no tiene más remedio que hacerlo, porque es una fuerza interior que lo presiona.
Incluso siente una obligación tan fuerte que no tiene más remedio que predicar, hasta exclamar: “ay de mí si no anuncio el evangelio”.
Admiramos la fuerza que metió Jesucristo es el corazón de Pablo que la recompensa que espera, por el hecho de evangelizar, es seguir evangelizando gratuitamente y sin esperar ninguna recompensa.
Según Pablo el evangelizador debe imitarlo a él que se ha hecho esclavo de todos, para acercar todos a Jesucristo y llega a decir “me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos para ganar sea como sea a algunos”.
Después de haber actuado así por el evangelio no es extraño que en la Iglesia de Jesús se llame a Pablo “el apóstol”, aunque no está en el número de los doce.
Jesús lo había escogido personalmente y Pablo supo responder.
El Evangelio, a su vez, nos presenta un día del gran evangelizador que evidentemente es Jesucristo. Un día lleno en el que hizo multitud de curaciones y liberó a muchos endemoniados del poder del maligno.
Temprano Jesús va con los suyos a la sinagoga de Cafarnaún. Vuelve a casa y le dicen que la suegra de Simón está muy enferma. Jesús la tomó de la mano y la levantó. La mujer, totalmente restablecida, comenzó a servirles a todos.
Por la tarde le llevan toda clase de enfermos y endemoniados y Jesús los cura.
Al día siguiente muy temprano, Jesús se va al descampado para hacer oración Él solo:
No podía vivir sin compartir con su Padre.
Pronto vienen a interrumpirle los apóstoles advirtiéndole que “todos le esperan” y Jesús en lugar de volver al pueblo se va con ellos a otras aldeas cercanas para evangelizar y para sanar.
Podríamos pensar que este domingo nos invita a ser evangelizadores donde quiera que estemos.
Job desde su enfermedad nos hace ver las limitaciones de la vida.
Pablo nos invita a imitar el desprendimiento total por el Evangelio y la necesidad que siente de evangelizar por todo el mundo.
Y Jesucristo, curando y “sanando nuestras dolencias y cargando nuestras enfermedades” nos da la confianza plena para fiarnos de Dios y alabarle siempre por muy grandes que sean nuestros sufrimientos y debilidades.
Como repetiremos en el salmo “alabad al Señor que sana los corazones destrozados”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo