24 de febrero de 2012

I DOMINGO DE CUARESMA, CICLO B


CRECER CON LAS TENTACIONES

Llegó la cuaresma.
Para la liturgia es, precisamente hoy, el día primero de la cuaresma. Los días anteriores, desde el miércoles de ceniza, fueron como una introducción.
La liturgia de este domingo nos mete de lleno en este misterio y lo hace con estas palabras de la oración del día:
“Al celebrar un año más la santa cuaresma concédenos, Dios todopoderoso, avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud”.
Está claro que la cuaresma nos mete de lleno en el misterio central del cristianismo que es la Pascua de Jesús.
Cuarenta días para prepararnos a celebrar, agradecer y vivir a fondo la entrega de Dios a los hombres en la muerte y resurrección de Cristo.
Esta debe ser nuestra preocupación hasta que el triunfo de Jesús, en la vigilia pascual, nos traiga la seguridad de nuestra salvación como regalo del Dios misericordioso que se nos entregó en Cristo.
El punto central que nos invita a reflexionar en este domingo es el de las tentaciones de Jesús.
Al ser nuestro compañero del ciclo B, el evangelista San Marcos, el relato bíblico es muy corto pero evidentemente que en él aparece lo fundamental: Jesús se somete a la tentación que todos nosotros tenemos que soportar de distintas maneras en nuestra vida, para enseñarnos a vencer.
Lo primero que dice San Marcos, y en esto coincide con los otros dos sinópticos (Mateo y Lucas), es que fue llevado por el Espíritu Santo al desierto.
Parece que Marcos, que transcribe un tanto la imaginación de San Pedro, lo dice de una manera más pintoresca: “el Espíritu empujó a Jesús al desierto”. El término empujar nos indica cómo Jesucristo, después del bautismo en que el Espíritu Santo lo había colmado, actuó siempre en su vida humana bajo la influencia del Espíritu que es el mismo que lo encarnó y que lo resucitará, según las Escrituras.
A continuación Marcos enseña que “se quedó en el desierto cuarenta días”.
El número cuarenta es bíblico e indica plenitud: Cuarenta días de diluvio, cuarenta años por el desierto, cuarenta días de Moisés en el Sinaí antes de recibir las tablas de la ley… y ahora los cuarenta días de Jesús en oración.
Marcos añade: “dejándose tentar por Satanás”.
La tentación de Jesús, como todo lo que Él hace, tiene un doble matiz:
Como Dios, ni tienta ni puede ser tentado, pero como hombre se somete a nuestras limitaciones. La gran lección de este relato es que aprendamos que, la tentación en sí, nunca es pecado.
El diablo tentó a Jesús de gula, orgullo y ansia de poder.
Las enseñanzas de estas tentaciones de Jesús son múltiples.
Por una parte, utilizar la Biblia para vencer las tentaciones es una gran ayuda espiritual, pero también es cierto que la mala interpretación de la Biblia ha llevado a la humanidad a muchas desuniones, sectas y pecados.
Esto es precisamente lo que hace el diablo y Jesús corrige la falsa interpretación de los textos bíblicos con otros textos distintos.
Las tentaciones, también dentro del plan de Dios, ayudan a crecer espiritualmente y al vencerlas crecemos en perfección y santidad ante Dios.
Será bueno que aprendamos esta lección muy práctica para nuestra vida: la tentación vencida es muy importante para el crecimiento espiritual de una persona. Por eso hemos de permanecer serenos y buscar en esos momentos la ayuda del Señor para evitar el pecado.
Añade San Marcos en su conciso relato, que Jesús “vivía entre alimañas durante ese tiempo” lo cual es en parte descripción del ambiente donde estaba y puede significar también el dominio de la naturaleza, cuando el hombre vive con el corazón pacificado.
Finalmente, como un triunfo sobre toda la situación de aquellos cuarenta días termina diciendo que “los ángeles le servían”.
El breve relato de Marcos añade una invitación a la conversión y a la penitencia:
“Está cerca el reino de Dios, conviértanse y crean en el Evangelio”.
Posiblemente al imponernos la ceniza, el miércoles pasado, el sacerdote dijo estas mismas palabras en el acto penitencial.
El camino hacia Jesús debe pasar por esa doble actitud tan importante. Abandonar el pecado y abrazarse a la novedad del Evangelio.
Que en el fondo de este primer domingo de cuaresma mantengamos la paz del arco iris que Dios prometió a Noé, según el Génesis, y San Pablo nos lo recuerda también en este día.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

16 de febrero de 2012

VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B


TODO PUEDE SER NUEVO

Si examinamos nuestra vida personal, fácilmente nos daremos cuenta de que sucede en cada uno de nosotros, algo similar a lo que sucedió en la historia de Israel.
El profeta Isaías recuerda a su pueblo que su pasado no fue tan maravilloso ni mucho menos.
Fue un pasado de pecado: “tú no me invocabas, Jacob, ni te esforzabas por mí, Israel. Me avasallabas con tus pecados y me cansabas con tus culpas”.
Por eso mismo, en su bondad infinita, el Señor pide a su pueblo que no piense tanto en el pasado porque no es tan maravilloso.
Más bien debe pensar en el amor infinito es Dios que fue purificando y limpiando.
“Yo por mi cuenta borraba tus crímenes y no me acordaba de tus pecados”.
¿No puede ser parecido lo que nos sucede a nosotros?
Yo pienso que será mejor que miremos lo que podemos ser y hacer, por la misericordia de Dios, que  perder el tiempo pensando inútilmente en lo que hemos sido.
El Señor nos dice a nosotros como a Israel: “Miren que realizo algo nuevo; ya está brotando. ¿No lo notan?”
Ciertamente que Dios quiere hacer algo totalmente nuevo  en cada uno de nosotros. Él quiere hacer maravillas.
Para que esto sea realidad, la liturgia nos ofrece, por una parte, los consejos de Pablo a los corintios y por otra el poder infinito de Jesús que nos perdona.
Pablo nos da su gran consejo, que es imitar a Jesucristo y que en adelante nuestra vida sea como la de Él: “no primero un sí y luego un no; en Él todo se ha convertido en un sí y todas las promesas han recibido un sí”.
Es Dios mismo quien nos ha sellado y purificado y ha puesto en nuestros corazones, como una prenda suya, el Espíritu Santo para que, a pesar de todo, nuestra vida pueda ser un sí a Dios.
El salmo responsorial nos pide hoy una actitud de súplica por motivo de nuestros pecados: “Señor, ten misericordia. Sáname, Señor, porque he pecado contra ti”.
Y ahora vienen las grandes preguntas:
¿Quién realizará algo nuevo en mí?
¿Quién me dará fuerza para vivir en un sí a Dios como Jesús?
Y ¿quién responderá a mi grito que pide misericordia?
La respuesta la da el Evangelio.
Jesús va a Cafarnaún, su ciudad.
La multitud es grande y no pueden llevar al paralítico hasta el Señor.
Abren un boquete en el techo y descuelgan la camilla delante de Jesús.
Aunque parece que no venía al caso, las palabras de Cristo no son de curación física, sino de curación espiritual:
“Hijo, tus pecados quedan perdonados”.
Los escribas siempre cerca de Jesús aunque no con las mejores intenciones, comentan que es una blasfemia lo que ha dicho el Señor y piensan para sus adentros:
“¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?”
Jesús comprende sus pensamientos y pregunta:
“¿Por qué piensan esto? ¿qué es más fácil, decirle al paralítico tus pecados quedan perdonados o levántate, toma la camilla y echa a andar?”
Nos podemos imaginar cómo cayeron al público, y sobre todo a los mismos fariseos, semejantes palabras. Esperarían cualquier cosa menos lo que sucedió, que fue esto.
Jesús “le dijo al paralítico: contigo hablo, levántate, coge tu camilla y vete a tu casa”. Y así sucedió.
Aquel fue el sermón del día.
La gente ya no necesitaba más, sino que glorificaban a Dios diciendo: “¡nunca hemos visto una cosa igual!”
Si no fuera por la fe y por los sacramentos, en los cuales creemos, nosotros diríamos algo semejante.
Sin embargo, ahí aparece claro por qué confiamos en que nuestra vida puede y debe ser totalmente nueva en el Señor y confiar también en que podemos ser fieles ¡y además lo vamos a ser!, y vivir un sí a Dios, a pesar de todas las circunstancias que se nos puedan presentar.
Cristo es Dios.
Cristo con este milagro demostró que tenía poder y Cristo comunicará este poder a los apóstoles cuando les diga el día de su resurrección:
“Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen sus pecados les quedarán perdonados”…
Hermoso domingo para todos porque vemos claramente la respuesta de Dios a nuestra buena voluntad.
Con el Espíritu de Jesús y el perdón de Cristo, estamos seguros de que podremos responder “amén, a Dios para gloria suya”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

9 de febrero de 2012

VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B


SI QUIERES… PUEDES

Maravillosa oración la del leproso de hoy.
Cae de rodillas y suplica:
- “Si quieres pueden limpiarme”.
No hay discursos ni grandes aspavientos, sin embargo se ganó la misericordia de Jesús.
Este párrafo del Evangelio fácilmente lo leemos con rapidez como si fuera un milagro más, pero hay mucho que aprender en él.
Sabemos que acercarse a un leproso y atreverse a tocarlo era una falta grave contra la ley.
Jesús no actúa así. Pasando por alto la prescripción legal, sintió lástima y ¡¡lo tocó!!
¡Así era el corazón de Cristo!
A su gesto siguen las palabras con la misma brevedad y sencillez de la súplica:
- “Quiero”.    - “Queda limpio”.
El leproso sanó al instante.
Si queremos saber lo que era un leproso en aquel tiempo, nos lo ha dicho el Levítico en la lectura de hoy:
“Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel, y se le produzca la lepra, será llevado ante Aarón, el sacerdote, o cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un hombre con lepra. Es impuro”.
Este hombre así declarado leproso no podrá estar en la ciudad. Andará lejos de todos, despeinado y harapiento y con la barba tapada.
Por otra parte, él mismo deberá ir gritando para que no se le acerque la gente: “¡impuro, impuro!”. Mientras permanezca enfermo vivirá solo y fuera del campamento de Israel.
Ciertamente es una situación muy dura. Parece un terrible castigo que imponía la ley para defender a la comunidad.
Lo importante, según el Levítico, era el pueblo y había que protegerlo del contagio.
Por otra parte, sabemos que hay que leer la Biblia en su contexto y no en párrafos sueltos. En ella encontramos la constancia de que Dios no abandona a esta clase de personas. En Dios siempre hay clemencia y misericordia.
Después de la curación Jesús le dice al que había sido leproso:
“No se lo digas a nadie. Pero, para que conste, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés”.
Jesús no quería ni ser ni dar la impresión de alguien que busca el autobombo y la alabanza. Por eso hizo bien en pedirle que no lo dijera a nadie.
Pero, por otra parte, era imposible que el leproso se callara y fue por todo el pueblo proclamando cómo Jesús lo había curado.
Por cierto que también el leproso actuó muy bien, porque después de semejante regalo tenía que demostrar su gratitud.
A lo largo de la historia de la Iglesia, los Santos Padres nos han hecho ver que la lepra es como un signo o comparación que nos ayuda a entender que así como la lepra es un mal grande para el cuerpo, el pecado también es el peor mal para nuestra alma.
Ellos mismos nos invitan, aprovechando el texto bíblico, a presentarnos al sacerdote en el sacramento de la penitencia para pedir humildemente el perdón de los pecados.
Jesucristo, por medio de el sacerdote, nos repite lo mismo que sucedió en la escena evangélica de hoy:  -  “¡sí quiero!...  - ¡queda limpio!... Yo te absuelvo de todos tus pecados.
Normalmente todos nos asustamos cuando vemos la enfermedad en nuestro cuerpo pero son pocos son los que se asustan cuando ven la suciedad en su alma.
Evidente que en lo externo podemos tener razón.
Pero en la fe y en la verdad de nuestra vida espiritual está claro que lo más importante es la gracia de Dios y la salvación en Cristo Jesús.
Aprovechando las enseñanzas que sacan nuestros padres en la fe, será bueno que también nosotros pensemos hoy en la limpieza de nuestra alma y, si lo necesitamos, vayamos con humildad al confesor para decirle con sencillez: padre, he pecado. Y él, en nombre de Cristo, nos perdonará.
Para esto nos ayuda también el salmo responsorial:
“Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: “confesará al Señor mi culpa” y tú perdonaste mi culpa y mi pecado”.
Después de esta actitud de humildad seguiremos rezando con el salmista:
“Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado”.
Entonces gozaremos de la alegría del Señor que es el fruto de la paz del alma:
“Alegraos, justos, y gozaos con el Señor. Aclamadlo los de corazón sincero”.
Y para terminar tomaremos sólo una frase de San Pablo que nos muestra hoy su esfuerzo por hacer todo para glorificar a Dios, y termina diciéndonos:
“Sigan mi ejemplo como yo sigo el de Cristo”.


José Ignacio Alemany Grau, Obispo

2 de febrero de 2012

V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B


JOB, PABLO Y JESÚS

La liturgia de hoy nos presenta tres personajes.
No es tan fácil entrelazarlos pero lo vamos a intentar para que la luz de este domingo nos acompañe toda la semana.
Es Job quien comienza enseñándonos.
Habla de las limitaciones y pobrezas de la vida humana, advirtiendo que la vida del hombre en la tierra es un continuo luchar por algo muy pasajero, por cierto.
Compara la vida con la de un jornalero que aguarda inquieto el salario y con el esclavo que suspira por un poco de descanso a la sombra.
Es una vida dura durante el día y una noche que se alarga dando vueltas en la cama esperando que amanezca.
Para terminar diciendo que la vida es como un soplo.
En medio de la desesperación en que está sumido él, que había tenido tantas riquezas, nos invita a pensar cómo tenemos que aprovechar el tiempo que Dios nos da.
Es una impresionante evangelización la que el Espíritu Santo nos quiere enseñar en esta especie de parábola que es el libro de Job.
San Pablo nos habla directamente de lo que tiene que ser un evangelizador o, mejor todavía, de cómo piensa y actúa él que se entregó de por vida a evangelizar.
Comienza enseñando que el predicar no es motivo de orgullo para nadie. Él personalmente no tiene más remedio que hacerlo, porque es una fuerza interior que lo presiona.
Incluso siente una obligación tan fuerte que no tiene más remedio que predicar, hasta exclamar: “ay de mí si no anuncio el evangelio”.
Admiramos la fuerza que metió Jesucristo es el corazón de Pablo que la recompensa que espera, por el hecho de evangelizar, es seguir evangelizando gratuitamente y sin esperar ninguna recompensa.
Según Pablo el evangelizador debe imitarlo a él que se ha hecho esclavo de todos, para acercar todos a Jesucristo y llega a decir “me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos para ganar sea como sea a algunos”.
Después de haber actuado así por el evangelio no es extraño que en la Iglesia de Jesús se llame a Pablo “el apóstol”, aunque no está en el número de los doce.
Jesús lo había escogido personalmente y Pablo supo responder.
El Evangelio, a su vez, nos presenta un día del gran evangelizador que evidentemente es Jesucristo. Un día lleno en el que hizo multitud de curaciones y liberó a muchos endemoniados del poder del maligno.
Temprano Jesús va con los suyos a la sinagoga de Cafarnaún. Vuelve a casa y le dicen que la suegra de Simón está muy enferma. Jesús la tomó de la mano y la levantó. La mujer, totalmente restablecida, comenzó a servirles a todos.
Por la tarde le llevan toda clase de enfermos y endemoniados y Jesús los cura.
Al día siguiente muy temprano, Jesús se va al descampado para hacer oración Él solo:
No podía vivir sin compartir con su Padre.
Pronto vienen a interrumpirle los apóstoles advirtiéndole que “todos le esperan” y Jesús en lugar de volver al pueblo se va con ellos a otras aldeas cercanas para evangelizar y para sanar.
Podríamos pensar que este domingo nos invita a ser evangelizadores donde quiera que estemos.
Job desde su enfermedad nos hace ver las limitaciones de la vida.
Pablo nos invita a imitar el desprendimiento total por el Evangelio y la necesidad que siente de evangelizar por todo el mundo.
Y Jesucristo, curando y “sanando nuestras dolencias y cargando nuestras enfermedades” nos da la confianza plena para fiarnos de Dios y alabarle siempre por muy grandes que sean nuestros sufrimientos y debilidades.
Como repetiremos en el salmo “alabad al Señor que sana los corazones destrozados”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo