2 de diciembre de 2011

II DOMINGO DE ADVIENTO, CICLO B

LA CONVERSIÓN – LA INMACULADA

Hoy les ofrezco dos reflexiones breves.
* La primera corresponde a la liturgia de este domingo:
El profeta Isaías anuncia la misión del pregonero que llama a preparar los caminos para la llegada del Salvador.
“Una voz grita: “En el desierto preparen un camino al Señor; allanen en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale...”.
San Pedro, por su parte, nos dice que “Dios nos tiene paciencia porque no quiere que nadie perezca sino que todos se conviertan”.
Estamos en Adviento y es el tiempo más oportuno para la conversión preparándonos para recibir a Jesús con un corazón limpio.
El Evangelio nos presenta al Precursor con el que nos encontraremos muchos días durante el Adviento. Juan prepara el camino del Señor. ¡Bonito trabajo!
“Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se conviertan y se bautizaran, para que se les perdonasen sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán…”
Ya sabemos que el bautismo de Juan no era sacramento porque los sacramentos los instituyó más tarde Jesucristo.
Sí era una invitación a la penitencia y cambio de vida.
Esta es la mejor conclusión para este domingo, como nos dice el versículo aleluyático a todos nosotros:
“Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Todos verán la salvación de Dios”.
Preparemos nuestro corazón para celebrar con sencillez las fiestas navideñas.

* En esta semana nos sale al encuentro la Virgen María con el dogma de su Inmaculada Concepción. En torno a esta fiesta gira nuestra segunda reflexión.
Por estar ubicada al principio del Adviento, algunos  llaman a esta querida fiesta “María puerta del Adviento” destacando así el papel importante que María ocupa en el misterio grande de la Encarnación y el Nacimiento del Hijo de Dios.  
La Inmaculada Concepción es un dogma de fe en el que creía todo el pueblo cristiano desde hacía muchos siglos.
Lo definió el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854.
...Para honra de la Santísima Trinidad, para la alegría de la Iglesia católica, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, con la de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra: Definimos, afirmamos y pronunciamos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo-Jesús, Salvador del género humano, ha sido revelada por Dios y por tanto debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles. Por lo cual, si alguno tuviere la temeridad, lo cual Dios no permita, de dudar en su corazón lo que por Nos ha sido definido, sepa y entienda que su propio juicio lo condena, que su fe ha naufragado y que ha caído de la unidad de la Iglesia y que si además osaren manifestar de palabra o por escrito o de otra cualquiera manera externa lo que sintieren en su corazón, por lo mismo quedan sujetos a las penas establecidas por el derecho” (Bula Ineffabilis Deus).
Pasados unos pocos años de proclamarse este dogma, en 1854, en una gruta de Lourdes, a orillas del río Gave, se apareció la Santísima Virgen a una adolescente pobre y analfabeta.
En su decimosexta aparición, ante la reiterada pregunta de Bernardita para que revelara su nombre, la Señora le contestó: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.
La joven memorizó bien estas palabras y las repitió al párroco del lugar…
La liturgia en los días grandes, tiene prefacios especiales donde explica lo que se celebra en esa fiesta.
En la liturgia del día 8 de diciembre nos dice bellamente:
“Porque preservaste a la Virgen María de toda mancha de pecado original, para que en la plenitud de la gracia fuese digna Madre de tu Hijo… Purísima había de ser, Señor, la Virgen que nos diera el Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima la que, entre todos los hombres, es abogada de gracia, y ejemplo de santidad”.
Precisamente desde hace mucho tiempo se viene rezando esa pequeña oración que tanto repite el pueblo de Dios, especialmente al ir a confesarse:
“Ave María Purísima, sin pecado concebida”.
Y ahora, les invito a hacer en este día una parte de la hermosa oración de San Alfonso al terminar el capítulo de la Inmaculada Concepción en su libro “Las Glorias de María”:
“Señora mía Inmaculada, yo me alegro contigo de verte enriquecida con tanta pureza.
Doy gracias a Dios y siempre las daré a nuestro Creador por haberte preservado de toda mancha de culpa, como lo tengo por cierto…. Quisiera que todo el mundo te reconociese y te aclamase como aquella hermosa aurora siempre iluminada por la divina luz; como el arca elegida de salvación, libre del universal naufragio del pecado; por aquella perfecta e inmaculada paloma, como te llamó tu Divino Esposo, como aquel jardín cerrado que hizo las delicias de Dios…
Déjame que te alabe como lo hizo Dios: “Toda tú eres hermosa y no hay mancha alguna en ti”. Purísima paloma, toda blanca, toda bella y siempre amiga de Dios: “¡Qué hermosa eres, amiga mía, qué hermosa eres!”.
Mil años me parece que faltan para que pueda llegar a contemplar esa tu belleza en el paraíso, para sin fin amarte y alabarte, madre mía, reina mía, amada mía, María”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo