QUE DIOS TE BENDIGA
Si hablamos de liturgia en este primer día del año, el tema tiene que ser la bendición.
Nuestros pueblos siempre piden la bendición y se alegran al recibirla.
Hoy la liturgia nos recuerda la fórmula que dio el Señor a Moisés para que bendijera a los israelitas.
Recordémosla, ¿y por qué no?, repitámosla para bendecir a otras personas:
“El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz”.
Quiero pedirte que medites estos dos puntos en concreto:
- “Que Dios ilumine su rostro sobre ti”… ¿Has pensado alguna vez en el rostro de la mamá, asomándose a la cunita del niño que le abre los brazos y le sonríe?
- “El Señor se fije en ti”… ¿Has pensado que para Dios no eres un número sino una persona concreta que se fija en ti con cariño de Padre?
El salmo responsorial, que recoge la idea central de este día, nos invita a pedir la bendición de Dios: “El Señor tenga piedad y nos bendiga”.
¿Y quién es esa bendición que pedimos de manera especial en este día?
Nos lo dice San Pablo en su carta a los Gálatas: “Dios envió a su Hijo nacido de una mujer”.
Este Hijo es la bendición que, rescatándonos de la vieja ley, nos hace hijos adoptivos de Dios. Su Espíritu Santo es el que nos enseña a repetir, dentro de nuestros corazones: “¡Abbá, Padre!”. Es la palabra más tierna del hijo adoptivo a su Padre Dios:
“El Hijo de Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera ser hijo adoptivo de Dios”.
De todo esto podemos concluir que la bendición que nos da el Señor y que nos deseamos los hombres al bendecirnos es siempre Jesucristo.
Si hablamos en la fiesta de hoy, el título que le da la liturgia es este: “Solemnidad de Santa María Madre de Dios”.
Hoy es el octavo día después del nacimiento de Jesús. Es bueno que recordemos estas palabras de la oración colecta que presenta el misterio del día: “Por la maternidad virginal de María entregaste a los hombres los bienes de la salvación… por María hemos recibido a Jesucristo Hijo de Dios y autor de la vida”.
La oración de las ofrendas nos dice también que hoy celebramos la fiesta de la Madre de Dios.
Esta es la grandeza de María: su Maternidad Divina y por lo mismo su fiesta más importante.
Esta maternidad significa y celebra que Jesucristo es Hijo de María lo mismo que cualquier otro hombre o mujer es hijo de su madre. Ella, en efecto, le da al Verbo que se encarna, el cuerpo con el que nos va a redimir.
El alma bendita de Jesús la colocó Dios en el momento de la concepción como sucede en los demás seres humanos.
Como a este cuerpo y alma humanos se une la Segunda Persona Divina, Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre.
Pues bien, esta es la verdad de fe que celebramos hoy, la Divina Maternidad.
Por eso leemos hoy la carta de San Pablo: “Dios nos envió a su Hijo nacido de una mujer”.
El Evangelio, por su parte, nos muestra a los pastorcitos que van corriendo a Belén para ver lo que les anunciaron los ángeles.
Llegaron a la cueva y no podían callar, explicando los cantos de los ángeles, su anuncio, su invitación, etc. Por eso, el evangelista nos dice que María guardaba con avidez todas estas cosas “meditándolas en su corazón”.
Sabemos que María engendró a Jesucristo de dos maneras: primero por la fe, como dice San Agustín y después físicamente en su cuerpo virginal, por obra del Espíritu Santo.
El Papa Benedicto XVI nos hace una hermosa aplicación: lo mismo que hizo la Palabra de Dios en María puede suceder en nosotros, si colaboramos con el Verbo de Dios.
Pensando en esto, no nos extrañarán las palabras de Jesús: “Todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. ¡Tú puedes ser madre de Jesús!
Y si hablamos ahora del año nuevo sabemos que el día 1 de enero es el Día de la Paz que este año, en concreto, tiene como lema, dado por Benedicto XVI: “Educar a los jóvenes en la justicia y la paz”.
Ojalá que esa paz la tengamos cada uno de nosotros para poder comunicarla: paz con Dios, paz con nosotros mismos y paz con los demás.
Esta será la mejor forma de conseguir un feliz año nuevo, como les deseo a todos ustedes.
Termino con estas palabras del Santo Padre en el mensaje para este día:
“La paz no es un bien ya logrado, sino una meta a la que todos debemos aspirar. Miremos con mayor esperanza al futuro; animémonos mutuamente en nuestro camino; trabajemos para dar a nuestro mundo un rostro más humano y fraterno y sintámonos unidos en la responsabilidad respecto a las jóvenes generaciones de hoy y de mañana particularmente en educarlas a ser pacíficas y artífices de paz”.
José Ignacio Alemany Grau, Obispo