30 de enero de 2016

Reflexión homilética para el IV domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C

                          APROBADO, ADMIRADO, ¿Y APEDREADO?          

*       Hoy la liturgia nos acerca al gran profeta Jeremías.
En realidad se trata de un profeta que, junto con Isaías, se ganaron el cariño y atención del pueblo de Dios.
Jeremías es un hombre culto, de corazón tierno que sufrió mucho, precisamente por amar a Dios y estar abierto a Él y al mismo tiempo por tener que comunicar momentos muy difíciles a Israel.
Las duras profecías fueron sobre todo con los dirigentes del pueblo de Dios y contra el pueblo mismo.
¿Cómo empezó el llamado de Dios a Jeremías? Lo leemos hoy:
“Antes de formarte en el vientre te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de las naciones”.
El párrafo siguiente, que no aparece hoy en nuestra lectura, es bello por la simplicidad del diálogo.
Jeremías dijo: “¡Ay, Señor, Dios mío! Mira que no sé hablar, que solo soy un niño”.
A estas palabras humildes, cuenta el mismo profeta:
“El Señor me contestó: No digas que eres un niño, pues irás a donde yo te envíe y dirás lo que yo te ordene. No les tengas miedo que yo estoy contigo para librarte”.
Después el Señor extendió la mano, tocó la boca del profeta y le dijo:
“Voy a poner mis palabras en tu boca”.
Jeremías vivió uno de los momentos políticos más difíciles de Israel.
Él profetizó el destierro, entre otras amenazas de Dios, por lo cual padeció mucho, fue perseguido prácticamente durante toda su vida, haciéndose imagen de Jesús doliente.
Cuando Israel se dio cuenta de que todas las profecías de Jeremías se habían cumplido, empezó a exaltarlo y lo colocó entre los profetas más grandes.
La segunda parte de nuestra lectura son duras palabras del Señor. Con ellas compromete y exige al profeta:
“Ponte en pie y diles lo que yo te mando. No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos”.
Las palabras finales de hoy son éstas:
“Lucharán contra ti pero no te podrán porque yo estoy contigo para librarte”.
Jeremías se ha convertido así en el gran evangelizador del Antiguo Testamento.
*       El salmo responsorial nos invita a confiar en el Señor y a glorificarle poniendo nuestra confianza en Él:
“A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre… Sé tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve, porque mi peña y mi alcázar eres tú”.
*       El apóstol San Pablo continúa la enseñanza del domingo anterior a los corintios.
Tomando el último versículo del capítulo doce:
“Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino más excelente”.
¿Y cuál es este camino?
Después de habernos hablado de tantos carismas y dones de Dios para la comunidad, San Pablo nos presenta lo que suele llamarse el himno de la caridad.
Te invito a escucharlo con profundidad y cariño cuando lo lean en la Santa Misa. Fíjate en la belleza de los detalles con los que concluye Pablo que, de todos los dones de Dios y esfuerzos que podamos hacer, lo más importante y que durará para siempre es el Amor.
*       El verso aleluyático es el preámbulo de lo que nos va a referir el Evangelio de San Lucas. Jesús en la sinagoga reconoce públicamente que es el enviado del Señor para dar la buena noticia:
“El Señor me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad”.
*       Si pasamos al Evangelio, nos vamos a encontrar con algo que es muy familiar seguramente a todos nosotros.
Hoy nos alaban y mañana las mismas personas nos maltratan y calumnian, algo así debió pasar en el pueblo de Nazaret, pequeño y seguramente lleno de chismes.
Jesús se aplica el texto de Isaías que acaba de leer:
“Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios”.
A continuación Lucas nos lleva a una situación muy difícil que, según algunos exegetas, puede ser tomada de otro momento histórico. La gente comienza a decir:
“¿No es este el hijo de José? Y Jesús les dijo:
Sin duda me recitaréis aquel refrán: “médico, cúrate a ti mismo”; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm”
Con un par de comparaciones (la viuda de Sarepta y la curación de Naamán el leproso) les hace ver cómo, en distintos momentos de la historia, Dios prefirió ayudar a los gentiles y no a los israelitas.
Todo esto exaspera a la multitud. “Se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba el pueblo, con intención de despeñarlo”.
Jesús, por su parte, con su figura imponente “se abrió paso entre ellos y se alejaba”.
Sí que da pena que tantas veces Dios quiera regalarnos con sus maravillas, pero nuestro orgullo, vanidad, envidias y chismes se lo impiden.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

23 de enero de 2016

Reflexión homilética para el III domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C


MIS RESPETOS: ¡TÚ ERES UN UNGIDO!

Un domingo en cuatro actos:

Primer acto
Cuenta la historia de Israel que al regreso de Babilonia, la mayor parte de los israelitas ya no se acordaba de la ley del Señor.
Esdras, sacerdote y Nehemías el gobernador, junto con los levitas, reunieron a todo el pueblo y leían solemnemente el libro de la Torá (ya sabes, se trata del “Pentateuco” o los “libros de la ley”).
El pueblo se puso respetuosamente de pie.
Escuchaba y escuchaba; y comenzó a llorar y llorar a gritos.
Esdras, Nehemías y los levitas hicieron todo lo posible por calmar al pueblo arrepentido:
“Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: no hagáis duelo ni lloréis”.
Y al final los despidieron con esta invitación:
“Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quienes no tienen, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza”.
Gran lección para nosotros que vemos cómo a veces los domingos se lee la Biblia de cualquier manera y se escucha sin atención, esperando el momento de decir “te alabamos Señor” sin saber en realidad porqué lo decimos.
Amigos, amemos, respetemos y pongamos en práctica la Palabra de Dios.

Segundo acto
Pablo nos pregunta “¿si tu cuerpo entero fuera ojo, cómo oiría? ¿Si el cuerpo entero fuera oído, cómo olería?
Con esta comparación nos hace ver que en la Iglesia de Jesús pasa algo así como en el cuerpo humano: todos nos necesitamos, todos somos importantes.
Cada uno en la función propia que se le ha asignado.
Además, en este cuerpo, Cristo es la cabeza, es decir, el más importante, el que da la vida a todos, como sucede con la cabeza de nuestro cuerpo.
Muchas veces llamamos Cuerpo místico a esta realidad para entenderlo mejor.
¿Te has dado cuenta que eres importante, quien quiera que seas y hagas lo que hagas?
Perteneces al cuerpo de Cristo, ¿desde cuándo?
Sigue leyendo. Te lo dirá Jesús más adelante.

Tercer acto
¡Excelentísimo lector!
Lee el Evangelio de hoy. Fíjate que comienza así:
“Excelentísimo Teófilo: muchos han emprendido la tarea…”
¿Quién es ese Teófilo tan importante a quien Lucas llama “excelentísimo”?
Los exegetas (los que estudian la Sagrada Escritura) a veces lo entienden como el nombre de un importante destinatario del tercer Evangelio que tenía el nombre de Teófilo.
Pero la mayor parte entiende por Teófilo lo que significa literalmente: “amigo de Dios”.
En ese caso todos los lectores (tú también) somos “excelentísimos” para Lucas, nuestro compañero del ciclo C (este año).
Te invito a leerlo así:
         “Excelentísimo Teófilo, amigo de Dios...” y añade tu nombre.
Mis respetos amigo lector.
Lee y medita con cariño este tercer Evangelio que Dios te ofrece por medio de Lucas.

Cuarto acto
El pasaje evangélico que hoy nos da San Lucas dice así:
Jesús llega a Nazaret. Va a la sinagoga. Toma el rollo de la Escritura y lee:
“El Espíritu del Señor está sobre mí porque Él me ha ungido…”
Enrolla el libro. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en Él, que dijo: “hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.
Muchas veces llamamos “Cristo” a Jesús. No olvides que Cristo significa ungido, Jesús es el ungido del Señor.
Te invito a profundizar: tú, amigo, eres un ungido.
¿Desde cuándo?
Desde el bautismo.
Considera tu grandeza. Agradece a Dios y actúa como un ungido por Dios al servicio de los hombres.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

14 de enero de 2016

II domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C

TERCERA EPIFANÍA: CANÁ

Este año en mis reflexiones he querido insistir en la profundidad de lo que la liturgia llama la “Epifanía del Señor”, amigos todos, para que descubramos la importancia de esta manifestación.
Sabemos que Dios envió a su Hijo y tenía que presentarlo de alguna manera a la humanidad para que lo aceptara como tal.
¿Cómo lo fue haciendo?

En primer lugar lo manifestó a unos pastores para que los sencillos del pueblo de Israel fueran testigos de esta presencia de Dios en el mundo.
Lo manifestó después a los magos, trayendo  de lejos a los gentiles para que pudieran entrar en el Reino, ya que el Salvador viene para toda la humanidad.
Cuando Jesús se presenta en el Jordán Dios hace también una grandiosa manifestación en la que habla el Padre y el Espíritu aparece en forma de paloma. Esta Trinidad la completa el Verbo que está en Jesús en el río.
Hoy es San Juan quien nos cuenta una manifestación pública del poder de Jesucristo, como Dios que es, haciendo un milagro grande muy significativo, tanto por el hecho mismo de convertir el agua en vino como por la cantidad desbordante del mismo: así es la generosidad de Dios en la redención.
Como un paréntesis, y riqueza al mismo tiempo, es oportuno que sepamos que el Evangelio de San Juan se llama el “libro de los signos” porque este es el nombre que da el evangelista a los milagros de Jesús.
Para tu conocimiento es bueno que sepas cuáles son éstos con los que Jesucristo manifiesta su divino poder:
-          El milagro de hoy en Caná.
-          La curación del ciego de nacimiento.
-          La resurrección de Lázaro.
-          La multiplicación de los panes.
-          La curación del tullido de la piscina de Betesda.
-          La curación del hijo del funcionario.
-          Caminar sobre el mar.

Vayamos a las lecturas del día.
En el trasfondo de este día debemos descubrir el amor divino presentado de una u otra forma bajo la imagen del desposorio.
*        Isaías en el Antiguo Testamento nos lo dice de esta manera, refiriéndose a Jerusalén:
“Ya no te llamarán abandonada ni a tu tierra devastada; a ti te llamarán mi favorita y a tu tierra desposada, porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá marido. Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa la encontrará tu Dios contigo”.
Es evidente que aquí el Señor se manifiesta muy amoroso con su pueblo Israel presentándose como un verdadero amante. En este amor se incluye su amor a la Iglesia y a cada uno de nosotros.
*       El salmo 95 es una invitación a cantar las maravillas que ha hecho el Señor a todas las naciones:
“Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra; cantad al Señor, bendecid su nombre, proclamad día tras día su victoria”.
*       Pablo, en la primera carta a los Corintios, nos habla de la diversidad de carismas que son los dones o regalos con que el Espíritu de Dios embellece          a la Iglesia.
Nos invita a pensar cómo a través de las diferencias y diversidad de dones, es el mismo Espíritu el que actúa no para orgullo personal de nadie sino para riqueza de toda la comunidad.
Será bueno que lo meditemos para evitar tantos problemas que surgen muchas veces en las comunidades cristianas y que terminan con chismes, divisiones, envidias, etc.:
“Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios pero un mismo Señor, y hay diversidad de actuaciones pero un mismo Dios que obra todo en todos”.
Y con toda claridad nos advierte San Pablo que todo esto no es para negocio o soberbia personal sino para el bien común:
“Así uno recibe el Espíritu de hablar con sabiduría; otro el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu. Hay quien por el mismo Espíritu recibe el don de la fe…”
Nos advierte el Apóstol que es el “mismo y único Espíritu quien obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como Él quiere”.
Qué distinta serían nuestras comunidades y parroquias si tuviéramos esto en cuenta.
*       Finalmente meditemos algunos detalles del Evangelio:
“La abundancia del vino, las alusiones a la nueva alianza, la mención de la hora y sobre todo el banquete de bodas del esposo (al que aludió Juan Bautista hace poco) hacen de este signo una manifestación mesiánica”. Todo ello se refiere al Mesías ungido.

Algún punto concreto:
* Llama la atención que Jesús se dirija a su Madre como “Mujer”.
Lo entenderemos mejor si recordamos que le dará este mismo nombre cuando ella esté al pie de la cruz (“Mujer he ahí a tu hijo”), aludiendo también al Génesis 3,15: “Pongo hostilidad entre ti y la Mujer…”.
Completando el sentido de la palabra mujer podremos añadir este texto de Pablo: “Dios envió a su Hijo nacido de Mujer” (Ga 4,4).
* Respecto de la palabra hora: “La hora de Jesús es la hora de su glorificación y de su vuelta al Padre tras su muerte y resurrección”.
Esa hora será también la hora de María que lo acompañó hasta el final.
La Tradición de la Iglesia ve en este hecho cómo la intercesión de María consiguió adelantar la glorificación de Jesús mediante este gran milagro.

Terminemos recordando cómo con este milagro y su presencia en Caná Jesús ha querido  exaltar el amor humano del matrimonio.
José Ignacio Alemany Grau, obispo
 ¿Y a ti, amigo, no te emociona pensar cuánto amor y misericordia te ha manifestado el Señor por medio de tantos detalles en la historia de la salvación?

7 de enero de 2016

Reflexión homilética para la Fiesta del Bautismo del Señor

¿JESÚS SE BAUTIZÓ DE VERDAD?

La gente suele contar muchas cosas con respecto al bautismo que recibió Jesús, de manos de Juan, en el río Jordán.
Incluso, sabemos que algunos hablan de no bautizarse ni bautizar a sus hijos hasta tener treinta años, que eran  los que tenía Jesús, según San Lucas, cuando lo bautizó Juan.
Aclaremos.
El bautismo que recibió Jesús no fue un sacramento. Fue un gran acto de humildad, haciéndose bautizar por el Bautista con un bautismo destinado a los pecadores, para cumplir toda justicia.
Sabemos que en  muchas religiones se daba el bautismo como un signo externo de arrepentimiento.
Jesús que era infinitamente santo se hace bautizar como una manifestación de su humillación y anonadamiento, según decía Pablo a los Filipenses.
Sin embargo Dios se quiso manifestar en ese momento:
“El Espíritu que se cernía sobre las aguas de la primera creación, descendió entonces sobre Cristo, como preludio de la nueva creación”. Y por su parte “el Padre manifiesta a Jesús como su Hijo amado” (Catecismo 1224).
Como ya hemos indicado líneas arriba, en el plan de Dios, el bautismo de Jesús constituye un momento especial de Epifanía, por eso hay una manifestación de la Santísima Trinidad: el Padre dejó oír su voz para que todos reconocieran a su Hijo, el Hijo está en el Jordán y el Espíritu se manifiesta en forma de paloma.
Jesús, como era Dios, no podía tener pecado alguno. Por eso su bautismo no fue como el nuestro. Por otra parte, Él mismo no había instituido aún el sacramento.
¿Y cómo fue nuestro bautismo?
Es bueno que hoy recuerdes el día que te bautizaron, quiénes fueron tus padrinos, cómo fue aquella fiesta, según te han contado o quizá lo recuerdes porque lo recibiste de más edad.
Ese recuerdo te ayudará a agradecer los grandes regalos que Dios te dio con el sacramento del bautismo.
Según el Catecismo (1213) el sacramento del bautismo es “el fundamento de la vida cristiana, el pórtico de la vida en el Espíritu que permite acceder a los otros sacramentos”.
Estos son los efectos que produce el sacramento del Bautismo:
“Somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión” (id).
Como ves todas estas cosas ya las tenía Jesús desde siempre, porque era Hijo natural de Dios, en cambio nosotros, las recibimos en el bautismo como fruto de la vida, muerte y resurrección de Jesús, nuestro Redentor.
*       Isaías invita a consolar al pueblo de Israel prometiéndole al enviado del Señor:
“Consolad, consolad a mi pueblo, hablad al corazón de Jerusalén, gritadle que se ha cumplido su servicio y está pagado su crimen…”
Él viene “como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres”.
*       También en este día Pablo nos presenta, en la carta a Tito, al Salvador, diciéndonos cómo “ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador y su amor al hombre.
No por las obras de justicia que hayamos hecho nosotros, sino que, según su propia misericordia, nos ha salvado, con el baño del segundo nacimiento (es decir el bautismo) y con la renovación del Espíritu Santo”.
Todo esto nos ha venido por medio de Jesucristo por eso en este día debemos manifestar nuestra gratitud.
*       El salmo nos invita a bendecir a Dios por su grandeza:
“Cuántas son tus obras, Señor, y todas las hiciste con sabiduría; la tierra está llena de tus criaturas… Bendice alma mía al Señor: Dios mío qué grande eres”.
*       Por su parte, el verso aleluyático nos va a recordar este domingo las palabras del Bautista presentando Jesús a la multitud:
“Viene el que puede más que yo. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”.
*       El prefacio de hoy nos resume lo fundamental de esta fiesta, con estas palabras:
“Porque en el bautismo de Cristo en el Jordán, has realizado signos prodigiosos, para manifestar el misterio del nuevo bautismo: hiciste descender tu voz desde el cielo, para que el mundo creyese que tu Palabra habitaba entre nosotros y por medio del Espíritu, manifestado en forma de paloma, ungiste a tu siervo Jesús, para que los hombres reconociesen en Él al Mesías, enviado a anunciar la salvación a los pobres”.
No hay duda que la liturgia, con esta fiesta solemne, nos manifiesta la grandeza de Jesús de quien vamos a hablar durante todo este año.
San Lucas, nuestro compañero en el ciclo C, nos irá contando tanto las enseñanzas como la vida de Jesús, para ayudarnos a caminar por el camino de la santidad y perfección a la que Dios nos llama a todos.

José Ignacio Alemany Grau, obispo