28 de diciembre de 2011

SANTA MARÍA MADRE DE DIOS


QUE DIOS TE BENDIGA

Si hablamos de liturgia en este primer día del año, el tema tiene que ser la bendición.
Nuestros pueblos siempre piden la bendición y se alegran al recibirla.
Hoy la liturgia nos recuerda la fórmula que dio el Señor a Moisés para que bendijera a los israelitas.
Recordémosla, ¿y por qué no?, repitámosla para bendecir a otras personas:
“El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz”.
Quiero pedirte que medites estos dos puntos en concreto:
- “Que Dios ilumine su rostro sobre ti”… ¿Has pensado alguna vez en el rostro de la mamá, asomándose a la cunita del niño que le abre los brazos y le sonríe?
- “El Señor se fije en ti”… ¿Has pensado que para Dios no eres un número sino una persona concreta que se fija en ti con cariño de Padre?
El salmo responsorial, que recoge la idea central de este día, nos invita a pedir la bendición de Dios: “El Señor tenga piedad y nos bendiga”.
¿Y quién es esa bendición que pedimos de manera especial en este día?
Nos lo dice San Pablo en su carta a los Gálatas: “Dios envió a su Hijo nacido de una mujer”.
Este Hijo es la bendición que, rescatándonos de la vieja ley, nos hace hijos adoptivos de Dios. Su Espíritu Santo es el que nos enseña a repetir, dentro de nuestros corazones: “¡Abbá, Padre!”. Es la palabra más tierna del hijo adoptivo a su Padre Dios:
“El Hijo de Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera ser hijo adoptivo de Dios”.
De todo esto podemos concluir que la bendición que nos da el Señor y que nos deseamos los hombres al bendecirnos es siempre Jesucristo.

Si hablamos en la fiesta de hoy, el título que le da la liturgia es este: “Solemnidad de Santa María Madre de Dios”.
Hoy es el octavo día después del nacimiento de Jesús. Es bueno que recordemos estas palabras de la oración colecta que presenta el misterio del día: “Por la maternidad virginal de María entregaste a los hombres los bienes de la salvación… por María hemos recibido a Jesucristo Hijo de Dios y autor de la vida”.
La oración de las ofrendas nos dice también que hoy celebramos la fiesta de la Madre de Dios.
Esta es la grandeza de María: su Maternidad Divina y por lo mismo su fiesta más importante.
Esta maternidad significa y celebra que Jesucristo es Hijo de María lo mismo que cualquier otro hombre o mujer es hijo de su madre. Ella, en efecto, le da al Verbo que se encarna, el cuerpo con el que nos va a redimir.
El alma bendita de Jesús la colocó Dios en el momento de la concepción como sucede en los demás seres humanos.
Como a este cuerpo y alma humanos se une la Segunda Persona Divina, Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre.
Pues bien, esta es la verdad de fe que celebramos hoy, la Divina Maternidad.
Por eso leemos hoy la carta de San Pablo: “Dios nos envió a su Hijo nacido de una mujer”.
El Evangelio, por su parte, nos muestra a los pastorcitos que van corriendo a Belén para ver lo que les anunciaron los ángeles.
Llegaron a la cueva y no podían callar, explicando los cantos de los ángeles, su anuncio, su invitación, etc. Por eso, el evangelista nos dice que María guardaba con avidez todas estas cosas “meditándolas en su corazón”.
Sabemos que María engendró a Jesucristo de dos maneras: primero por la fe, como dice San Agustín y después físicamente en su cuerpo virginal, por obra del Espíritu Santo.
El Papa Benedicto XVI nos hace una hermosa aplicación: lo mismo que hizo la Palabra de Dios en María puede suceder en nosotros, si colaboramos con el Verbo de Dios.
Pensando en esto, no nos extrañarán las palabras de Jesús: “Todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. ¡Tú puedes ser madre de Jesús!

Y si hablamos ahora del año nuevo sabemos que el día 1 de enero es el Día de la Paz que este año, en concreto, tiene como lema, dado por Benedicto XVI: “Educar a los jóvenes en la justicia y la paz”.
Ojalá que esa paz la tengamos cada uno de nosotros para poder comunicarla: paz con Dios, paz con nosotros mismos y paz con los demás.
Esta será la mejor forma de conseguir un feliz año nuevo, como les deseo a todos ustedes.
Termino con estas palabras del Santo Padre en el mensaje para este día:
“La paz no es un bien ya logrado, sino una meta a la que todos debemos aspirar. Miremos con mayor esperanza al futuro; animémonos mutuamente en nuestro camino; trabajemos para dar a nuestro mundo un rostro más humano y fraterno y sintámonos unidos en la responsabilidad respecto a las jóvenes generaciones de hoy y de mañana particularmente en educarlas a ser pacíficas y artífices de paz”.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo

22 de diciembre de 2011

NACIMIENTO DE JESUCRISTO

VER A DIOS CON LOS OJOS DE CRISTO

Hace unos días, viajando en el avión, me preguntaba por qué operarme de cataratas si veía muy bien.
Tapaba un ojo, veía; tapaba el otro, también. Con un ojo más que con el otro, pero veía bien.
Obedeciendo al oftalmólogo me sometí a la operación. Mediante el ultrasonido me cambiaron los dos cristalinos.
Y cuando regresaba al Perú no podía sino agradecer al Señor por el gran regalo que me había hecho.
Mucha más claridad, más detalles. Cosas que, quizá de pequeño vi más nítidamente pero que, poco a poco, se fueron difuminando.
Si el mundo me parecía bello, ahora lo veo mucho más hermoso.
Quizá alguno se pregunte a qué viene esto.
Pues la aplicación es muy simple.
La humanidad sentía muy lejano a Dios.
El pueblo de Israel en concreto, había recibido distintas bendiciones del Señor como pueblo privilegiado.
Pero no se atrevía ni a pronunciar su nombre.
Un buen día Dios se metió entre los hombres. Su encarnación fue como un nuevo cristalino para que quienes  quieran puedan descubrir un mundo inmensamente más bello que este mundo hermoso que ven nuestros ojos humanos.
Nos faltaba la visión de Dios.
Con Cristo todo se ha hecho nuevo y hasta podemos llamar papá a aquel Dios lejano, porque ahora sí lo conocemos como es, a través del rostro humano de Cristo.
Hoy es el día de Navidad.
La Iglesia quiere ayudarnos para que podamos ver al Padre a través de los ojos de Cristo.
En Él y por Él la humanidad descubre la Divinidad.
Este el motivo más grande para estar felices en la Navidad de este año y de siempre.
Este es el verdadero motivo que tenemos todos para abrazarnos y regalarnos, según nuestras costumbres cristianas.
Recordemos ahora las enseñanzas de la liturgia.
La fiesta de Navidad en el misal tiene tres esquemas distintos y cada sacerdote puede celebrar tres veces la Santa Misa.
En medio de la alegría de los textos bíblicos y oraciones se resalta lógicamente el nacimiento de Jesucristo.
El capítulo segundo de San Lucas y el primero de San Juan nos presentan el nacimiento de Jesucristo de dos formas totalmente distintas pero en el fondo aparece el único misterio:
“En la ciudad de David hoy les ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lucas).
“Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan).
De hecho hay mucho que meditar y en cierto sentido poca novedad.
Hay poca novedad porque los dos párrafos que nos cuentan el nacimiento son los más conocidos por los católicos de todo el mundo.
Y hay mucho que meditar porque ahí empieza para nosotros el misterio de salvación del que depende nuestra alegría temporal y nuestra felicidad eterna.
Lucas nos recuerda cómo en plena noche los pastores reciben el anuncio gozoso de los ángeles.
Ellos en su sencillez son los primeros que se enteran de que el Mesías es “un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.
El cielo entero de los ángeles canta gozoso en plena noche: “¡Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor!”
La reacción de los pastores es la reacción de los de corazón sencillo de siempre:
“Vamos a Belén y veamos este acontecimiento que el Señor nos ha anunciado”.
Fueron estos hombres rudos y sencillos los primeros en descubrir al Salvador del mundo.
Por su parte San Juan, de una manera más profunda y teológica, nos habla de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad  poderosa y maravillosa como el Padre y el Espíritu Santo.
Y al decirnos que el Verbo se hizo carne nos invita a agradecer y a meditar:
El Hijo de Dios asume un cuerpo y alma humanos y sin dejar de ser Dios comienza a ser un hombre verdadero que “acampa entre nosotros” como un hombre más, como el “hijo del carpintero”.
Ahora todo depende de cómo aprovechamos este tesoro que nos ha dado Dios.
Siguiendo la comparación, siempre hay personas que creen que ven bastante y no quieren aprovechar ese cristalino con el que Jesús quiere iluminarnos para que podamos ver más allá del techo de nuestras casas.
En cambio otros muchos, entre los cuales sin duda estamos nosotros, nos sentimos felices hoy aprovechando la gracia divina que ilumina nuestra vida y gozosos repetimos con la liturgia:
“Hoy ha brillado una luz sobre nosotros porque nos ha nacido el Señor”.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo

15 de diciembre de 2011

IV DOMINGO DE ADVIENTO, CICLO B


¿CÓMO FUE EL NACIMIENTO DE JESÚS?
En el cuarto domingo de Adviento, la Iglesia nos invita a meditar cómo fue la preparación del nacimiento de Jesucristo, para que nos dispongamos a celebrar la Navidad.
Nuestro guía es San Mateo.
Recordemos que al comienzo del capítulo primero nos cuenta la genealogía de Jesús. Según ella Jesucristo se hace hombre y sus ascendientes son los grandes personajes bíblicos del Antiguo Testamento, especialmente David.
Esta lectura, que a veces se nos hace pesada es, sin embargo, muy importante porque ante la ley Jesús es descendiente del gran rey David. Así se cumplían las Escrituras.
Después de la genealogía el mismo San Mateo nos presenta esta frase con la que titulo esta reflexión:
“El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera”.
María estaba desposada con José.
El desposorio venía a ser como la primera parte del compromiso matrimonial que precedía al matrimonio. Éste se celebraba un tiempo después y lo normal era que cada uno siguiera en su casa hasta la fiesta del matrimonio. Por eso nos dice el evangelista que María “estaba desposada con José y antes de vivir juntos”, es decir, antes de celebrar el matrimonio, resultó que ella estaba encinta.
Está claro que José no tenía nada que ver con esta situación. Esto produjo una verdadera tormenta en el corazón de José “que era un hombre justo”:
Por una parte veía la belleza y santidad de María y, por otra, estaban claros en ella los signos externos de la fecundidad.
Al fin, tomó la decisión de escaparse y así la gente creería que José se había ido, dejando encinta a su esposa. De esta manera se salvaba la fama de María, a la que José quería tanto.
Al tomar esta decisión el Señor se le manifiesta en sueños mediante un ángel.
Es interesante advertir que, según el Evangelio, la manera normal de comunicarse Dios con José es en sueños y mediante un ángel que le da la seguridad de cuál es la voluntad de Dios sobre él y sobre Jesús y María.
El ángel, pues, revela a José el misterio oculto en su esposa:
“José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo”.
“Llevarse a María” indica que él debe realizar el matrimonio para formar un hogar.
En ese hogar nacerá una criatura a la que “tú le pondrás por nombre Jesús”.
El que pone el nombre, según la ley judía, es el padre. Por tanto el ángel le está diciendo a José que él será el padre de Jesús ante la sociedad.
En cuanto al nombre que le pone, sabemos que era un nombre común en aquel tiempo. Pero en el caso, ya no se trataba del nombre, mismo sino del significado de la palabra.
En efecto, Jesús significa “salvador”.
Y es el ángel quien le explica al mismo José que le ponga el nombre de Jesús porque “él salvará a su pueblo de sus pecados”.
Después de esto, Mateo confirma el cumplimiento de la profecía de Isaías que tenemos en la primera lectura:
“Mirad, la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel que significa Dios-con-nosotros”.
Esta es precisamente la señal que dio el Señor al desconfiado rey Acaz, como signo de que vencería a sus enemigos.
El salmo responsorial nos invita a repetir estas palabras: “Va a entrar el Señor, Él es el rey de la gloria”.
El sentido litúrgico de este versículo nos lleva a meditar en el misterio de la entrada de Jesús en el mundo.
Si bien es pequeño y nace como cualquier otro niño, en realidad Él es el rey de la gloria.
Por su parte la Carta a los Romanos nos hace saber que San Pablo ha sido elegido por Dios para anunciar el Evangelio, “este Evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras santas, se refiere a su hijo, nacido según la carne, de la estirpe de David; constituido según el Espíritu Santo, hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte: Jesucristo nuestro Señor”.
Esta es la esencia de la evangelización que hará Pablo, predicar a Jesucristo, y nosotros debemos seguir sus pasos.
El verso aleluyático, finalmente, es una nueva invitación a meditar en el gran misterio de la encarnación.
“Mirad, la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, Dios–con–nosotros”.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo

9 de diciembre de 2011

III DOMINGO DE ADVIENTO, CICLO B


JUAN, EL MISIONERO DE JESÚS

Este domingo la liturgia nos lleva en primer lugar a Isaías quien nos presenta la misión del profeta: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia…” Y en la misma lectura el profeta nos habla del gozo de la salvación porque Dios ha ataviado a su enviado con ropas de fiesta, con manto de triunfo como se reviste el novio o la novia: “Desbordo de gozo… porque me ha vestido de traje de gala… ”.
El salmo responsorial, por su parte, nos presenta el cántico del Magnificat como un eco de la primera lectura: “Me alegro con mi Dios”.
San Pablo en su primera carta a los Tesalonicenses también nos invita a estar siempre alegres, a no apagar el Espíritu y a hacer el bien.
El versículo aleluyático recoge las palabras de Jesús en la sinagoga, que corresponden al inicio de la lectura de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí; me ha enviado para anunciar el Evangelio a  los pobres”.
Está claro que el mensaje principal de este domingo es una llamada a alegrarnos y prepararnos ante la inminente venida del Salvador.
Pero, sobre todo, hoy centramos nuestra atención en Juan el Bautista, como habíamos ofrecido el domingo pasado.
* Cómo Dios lo llamó desde el seno materno y lo santificó.
Él fue el primero que recibió la alegría del Salvador y se lo comunicó a su madre. Por eso Isabel exclamó: “En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de gozo en mi vientre”.
* Se preparó con una vida muy dura y exigente en el desierto:
“Juan iba vestido de piel de camello, con correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre”.
* Comenzó a predicar Juan y se mantuvo siempre en la humildad. Se considera únicamente la voz que grita en el desierto “allanad el camino del Señor”. Y esa voz tampoco es suya sino del profeta Isaías que pedía al pueblo de Dios esto mismo.
* Juan es el primero que descubre al pueblo quién es Jesús por inspiración de Dios porque aunque era su primo no lo conocía.
Su grito es el que cada día la Iglesia repite en la Santa Misa cuando nos enseña la hostia antes de la comunión: “Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
* Juan debió tener una gran intimidad con Dios porque el mismo Espíritu le había advertido “aquél sobre el que veas descender y posarse el Espíritu ése es el que bautiza en el Espíritu Santo”.
* Después de decir estas palabras al pueblo que venía a él arrepentido, termina dando este gran testimonio sobre Jesucristo:
“Yo lo he visto y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios”.
Juan es el gran evangelizador:
- Porque tenía intimidad con Dios.
- Por la humildad. Aunque hubiera podido pasar por un gran profeta, porque así lo creía la gente, les advierte que él no es ni el Mesías ni el profeta.
- Porque Juan no evangeliza para sí mismo. Por eso con toda humildad repetirá: “el que viene detrás de mí es más importante y yo no merezco ni desatarle su calzado”.
Finalmente Juan es el evangelizador noble y generoso que envía sus discípulos a Jesús y por eso la mayor parte de los primeros apóstoles de Jesucristo pertenecían al grupo de Juan.
No hemos de olvidar cómo su padre Zacarías, al recuperar el habla con el nacimiento de Juan le dijo “y tú niño irás delante del Señor a preparar sus caminos”.
Ésta debe ser la gran enseñanza de Juan para nosotros en este tiempo de adviento.
Nuestra obligación como cristianos es preparar los caminos para que el Señor Jesús llegue a todos los corazones y con Él llegue también la salvación.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

2 de diciembre de 2011

II DOMINGO DE ADVIENTO, CICLO B

LA CONVERSIÓN – LA INMACULADA

Hoy les ofrezco dos reflexiones breves.
* La primera corresponde a la liturgia de este domingo:
El profeta Isaías anuncia la misión del pregonero que llama a preparar los caminos para la llegada del Salvador.
“Una voz grita: “En el desierto preparen un camino al Señor; allanen en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale...”.
San Pedro, por su parte, nos dice que “Dios nos tiene paciencia porque no quiere que nadie perezca sino que todos se conviertan”.
Estamos en Adviento y es el tiempo más oportuno para la conversión preparándonos para recibir a Jesús con un corazón limpio.
El Evangelio nos presenta al Precursor con el que nos encontraremos muchos días durante el Adviento. Juan prepara el camino del Señor. ¡Bonito trabajo!
“Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se conviertan y se bautizaran, para que se les perdonasen sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán…”
Ya sabemos que el bautismo de Juan no era sacramento porque los sacramentos los instituyó más tarde Jesucristo.
Sí era una invitación a la penitencia y cambio de vida.
Esta es la mejor conclusión para este domingo, como nos dice el versículo aleluyático a todos nosotros:
“Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Todos verán la salvación de Dios”.
Preparemos nuestro corazón para celebrar con sencillez las fiestas navideñas.

* En esta semana nos sale al encuentro la Virgen María con el dogma de su Inmaculada Concepción. En torno a esta fiesta gira nuestra segunda reflexión.
Por estar ubicada al principio del Adviento, algunos  llaman a esta querida fiesta “María puerta del Adviento” destacando así el papel importante que María ocupa en el misterio grande de la Encarnación y el Nacimiento del Hijo de Dios.  
La Inmaculada Concepción es un dogma de fe en el que creía todo el pueblo cristiano desde hacía muchos siglos.
Lo definió el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854.
...Para honra de la Santísima Trinidad, para la alegría de la Iglesia católica, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, con la de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra: Definimos, afirmamos y pronunciamos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo-Jesús, Salvador del género humano, ha sido revelada por Dios y por tanto debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles. Por lo cual, si alguno tuviere la temeridad, lo cual Dios no permita, de dudar en su corazón lo que por Nos ha sido definido, sepa y entienda que su propio juicio lo condena, que su fe ha naufragado y que ha caído de la unidad de la Iglesia y que si además osaren manifestar de palabra o por escrito o de otra cualquiera manera externa lo que sintieren en su corazón, por lo mismo quedan sujetos a las penas establecidas por el derecho” (Bula Ineffabilis Deus).
Pasados unos pocos años de proclamarse este dogma, en 1854, en una gruta de Lourdes, a orillas del río Gave, se apareció la Santísima Virgen a una adolescente pobre y analfabeta.
En su decimosexta aparición, ante la reiterada pregunta de Bernardita para que revelara su nombre, la Señora le contestó: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.
La joven memorizó bien estas palabras y las repitió al párroco del lugar…
La liturgia en los días grandes, tiene prefacios especiales donde explica lo que se celebra en esa fiesta.
En la liturgia del día 8 de diciembre nos dice bellamente:
“Porque preservaste a la Virgen María de toda mancha de pecado original, para que en la plenitud de la gracia fuese digna Madre de tu Hijo… Purísima había de ser, Señor, la Virgen que nos diera el Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima la que, entre todos los hombres, es abogada de gracia, y ejemplo de santidad”.
Precisamente desde hace mucho tiempo se viene rezando esa pequeña oración que tanto repite el pueblo de Dios, especialmente al ir a confesarse:
“Ave María Purísima, sin pecado concebida”.
Y ahora, les invito a hacer en este día una parte de la hermosa oración de San Alfonso al terminar el capítulo de la Inmaculada Concepción en su libro “Las Glorias de María”:
“Señora mía Inmaculada, yo me alegro contigo de verte enriquecida con tanta pureza.
Doy gracias a Dios y siempre las daré a nuestro Creador por haberte preservado de toda mancha de culpa, como lo tengo por cierto…. Quisiera que todo el mundo te reconociese y te aclamase como aquella hermosa aurora siempre iluminada por la divina luz; como el arca elegida de salvación, libre del universal naufragio del pecado; por aquella perfecta e inmaculada paloma, como te llamó tu Divino Esposo, como aquel jardín cerrado que hizo las delicias de Dios…
Déjame que te alabe como lo hizo Dios: “Toda tú eres hermosa y no hay mancha alguna en ti”. Purísima paloma, toda blanca, toda bella y siempre amiga de Dios: “¡Qué hermosa eres, amiga mía, qué hermosa eres!”.
Mil años me parece que faltan para que pueda llegar a contemplar esa tu belleza en el paraíso, para sin fin amarte y alabarte, madre mía, reina mía, amada mía, María”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

26 de noviembre de 2011

I DOMINGO DE ADVIENTO, CICLO B

TODO UN ADVIENTO PARA VIGILAR

Un hombre se fue de viaje y dejó su casa encargando a cada uno de sus criados una tarea.
Al portero le encargó de una manera muy especial que vigilara.
Jesús, que es el que nos ha puesto esta sencilla parábola, saca la conclusión de esta manera:
“Vigilen porque no saben cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y los encuentre dormidos”.
Para ellos, y también para nosotros, al comenzar el adviento, ésta es la gran recomendación que nos hace Jesucristo:
“Vigilen porque no saben cuándo vendrá el Señor”.
La vigilancia está a la orden del día hoy más que nunca: en cuarteles, fábricas y en una gran parte de las esquinas de las calles encontramos un vigilante.
¡Y pobre del vigilante que se duerma! En muchos sitios se juega la cabeza.
Al pedirnos esta actitud, Jesucristo quiere darnos a entender que una de las virtudes importantes que debemos practicar, si queremos salvarnos, es vigilar.
Recordemos lo que Él ha dicho en otro momento:
“A la hora que menos piensen vendrá el Hijo del hombre… como un ladrón en la noche… cuando todos duermen”.
En este domingo entramos en el adviento.
Tiempo de vigilia y esperanza durante el cual, como nos recuerda el Catecismo Católico, la liturgia quiere que revivamos la actitud de los santos del Antiguo Testamento.
Ellos esperaban al Mesías y esto era lo que los mantenía en la seguridad de que Dios cumpliría su promesa de enviar al Redentor.
A esto hace alusión el profeta Isaías en la primera lectura, hablando a Dios con estas palabras:
“Tú, Señor, eres nuestro Padre, tu nombre de siempre es “nuestro Redentor”. Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te tema?
Vuélvete por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad.
¡Ojalá rasgases el cielo y bajases derritiendo los montes con tu presencia!”.
Lleno de confianza termina el párrafo de la primera lectura de hoy:
“Señor, tú eres nuestro Padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos obra de tus manos”.
Es evidente que, en medio de las luchas de todo tipo, tanto internas como externas, los santos del Antiguo Testamento vivían en la espera vigilante del Señor y en una oración continua que repetiremos muchas veces en la liturgia de adviento. Es una cita del mismo Isaías adaptada por la Iglesia:
“Cielos, dejen caer su rocío, que las nubes lluevan al Justo y la tierra germina al Salvador”.
Esta ansia de Dios aparece también en el salmo responsorial que nos sirve para repetirlo con la misma confianza que el salmista:
“Pastor de Israel, escucha, tú que te sientas sobre querubines resplandece. Despierta tu poder y ven a salvarnos”.
En la humildad, y dentro de una comparación tan repetida en la Biblia, el salmista pide a Dios: “mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó y que tú hiciste vigorosa”.
Qué bien nos viene esta virtud de la vigilancia a nosotros que por la fuerza de la pereza tendemos más bien a abandonar el esfuerzo y dejar que las cosas las vaya destruyendo el tiempo que pasa.
Frente a esta actitud que brota espontáneamente, San Pablo nos invita a mantenernos en la fidelidad haciéndonos ver que “no carecemos de ningún don, nosotros que aguardamos la manifestación de nuestro Señor Jesucristo”. Sigue el santo apóstol invitándonos a confiar y a permanecer vigilantes ya que “Él nos mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan que acusarnos en el día de Jesucristo nuestro Señor”.
Lógicamente el más fiel de todos es el mismo Jesucristo a quien el Apocalipsis llama el “Testigo fiel”.
San Pablo termina el párrafo de la carta a los Corintios, proponiéndonos el gran ejemplo de fidelidad para que confiemos siempre:
“Dios los llamó a participar en la vida de su Hijo Jesucristo, Señor nuestro.
¡Y Él es fiel”.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo

18 de noviembre de 2011

XXXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Reflexión dominical 20.11.11

JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

En la primera lectura de este día el profeta Ezequiel nos presenta a Dios como el Buen Pastor que se preocupa por sus ovejas. Tiene cariño especial por las ovejas perdidas o descarriadas.
El salmo responsorial, lógicamente es el 22 que conocemos muy bien, “El Señor es mi pastor, nada me falta”.
San Pablo, a su vez, en la segunda lectura advierte que el Resucitado, Cristo, “tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrados de sus pies”.
El Evangelio de San Mateo presenta el juicio final y dice: “Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre y todos los ángeles con Él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante Él todas las naciones”.
Comenzará el juicio separando a buenos (ovejas) y malos (cabras) y, añade: “Entonces dirá el rey a los de su derecha…”.
El Rey juzgará el mundo que el Padre ha puesto en sus manos.
A través de los textos de este domingo concluimos que realmente Jesucristo es rey.
Pero aprovechemos ahora para preguntarnos dónde está el Reino y qué es ese Reino en el que reina Cristo, por voluntad del Padre y por los méritos de su muerte y resurrección.
En cuanto a la primera pregunta, Jesús mismo nos advierte que no se trata de un reino de fuerza y poder terreno, sino que se trata de un reino que vive en el interior de los corazones: “El reino de los cielos está dentro de ustedes”.
Y ahora recordemos algunas ideas importantes sobre este Reino que es el Reino del Abbá, el Padre Dios y es también el Reino de su Hijo, Jesucristo.
Este Reino que Dios preparó a través del Antiguo Testamento se hace realidad con la venida de Cristo que nos advierte que sólo debemos preocuparnos por buscar el Reino y su justicia “porque todo lo demás es una simple añadidura”.
Pablo VI enseñó que “solamente el reino es absoluto, todo lo demás es relativo”, por más que muchas veces entre nosotros suceda al revés que nos apegamos tanto a las añadiduras que ni nos preocupa el Reino.
En el Nuevo Testamento Jesús habla mucho del Reino. En efecto, 122 veces aparece en él esta palabra. 99 de ellas en los sinópticos.
A lo largo de toda su vida Jesucristo habla expresamente del Reino como de la gran meta que todos debemos proponernos. Precisamente de las 99 veces que los sinópticos citan el Reino, 90 las ponen directamente en los labios de Jesús.
El Reino del Padre es claramente la obsesión del Hijo.
Es evidente que el Reino es el regalo de Dios para conseguir que la humanidad llegue hasta Él, pero como todo lo importante y bueno, tiene sus exigencias fuertes que podríamos concretar, de manera especial, en la vigilancia y la fidelidad, dos virtudes que repite mucho Jesús.
Más aún, sabemos que Jesucristo comenzó su evangelización, como nos dice Marcos (1,14-15) repitiendo a todos: “El Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio”.
La predicación y promesas de Cristo se realizaron en la resurrección cuando Él venció la muerte.
Esto explica que a partir de ese momento ya no se predique el Reino sino expresamente de Jesucristo.
El centro de la evangelización, por tanto, a partir de ese momento, es Jesús.
Por eso Juan Pablo II nos dirá que “el Reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa sujeto a libre elaboración sino que es, ante todo, una Persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible”.
Sabemos, por lo demás, que Jesucristo le entregó a la Iglesia, en la persona de Pedro, las llaves de este Reino. Pero hay que tener en cuenta que si bien el Reino es inseparable de la Iglesia los límites del Reino son más amplios que la Iglesia misma.
Esto quiere decir que el Reino está en la Iglesia pero además puede haber personas que no han entrado en la Iglesia ni la han conocido pero sí pertenecen al Reino porque llevan una vida de sinceridad y amor, fruto de la gracia del Espíritu Santo, que está más allá de toda limitación.
Será bueno que nosotros tengamos presente, para terminar, nuestra obligación de trabajar para que el Reino de Dios llegue a todos los hombres y Cristo sea el Rey del universo, según el título de la fiesta litúrgica de este día.
¡Venga a nosotros tu Reino!
José Ignacio Alemany Grau, obispo

10 de noviembre de 2011

XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A


Reflexión dominical 13.11.11

SE ACABA EL AÑO LITÚRGICO

Las tres lecturas de hoy nos invitan a una seria reflexión como preparación al fin del año.
En primer lugar encontramos el tema de la mujer en la Biblia:
A la lectura de hoy que es de los Proverbios, añado otras tres citas bíblicas para que nuestras lectoras puedan escoger el modelo que les parezca mejor para su vida y para que los hombres, al escoger esposa, puedan hacer lo mismo.
* “Por cuanto son altivas las hijas de Sión, y andan con el cuello estirado y guiñando los ojos y andan a pasitos menudos y con sus pies hacen tintinear las pulseras… aquel día quitará el Señor el adorno de las ajorcas, los solecillos y las lunetas; las perlas, las lentejuelas y los cascabeles; los peinados y las cadenillas de los pies, los brazaletes, los pomos de olor y los amuletos, los anillos y aretes de nariz, los vestidos preciosos, los mantos, los chales, los bolsos, los espejos, las ropas finas, los turbantes y las mantillas…” (Is 3,16-23).
* “Que las mujeres, vestidas decorosamente, se adornen con pudor y modestia. No con trenzas o con oro o con perlas o vestidos costosos sino con buenas obras, como conviene a mujeres que hacen profesión de piedad” (1Tm 2,9ss).
* “Que vuestro adorno no esté en el exterior, en el peinado, joyas y modas, sino en lo oculto del corazón, en la incorruptibilidad de un alma dulce y serena: esto es precioso ante Dios. Así se adornaban en otro tiempo las santas mujeres que esperaban en Dios…” (1P 3,3s).
* Finalmente, la lectura de hoy que es de los Proverbios (31,10ss):
“Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará? Vale mucho más que las perlas. Su marido se fía de ella y no le faltan riquezas. Le trae ganancias y no pérdidas todos los días de su vida. Adquiere lana y lino, los trabaja con la destreza de sus manos. Extiende la mano hacia el huso y sostiene con la palma la rueca. Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre. Engañosa es la gracia, fugaz la hermosura, la que teme al Señor merece alabanza”.

El salmo responsorial (127) nos presenta el matrimonio que irá feliz al juicio de Dios:
“Dichoso el hombre que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso y te irá bien…tu mujer como parra fecunda en medio de la casa y los hijos como renuevos de olivo alrededor de tu mesa”.

San Pablo nos habla hoy del fin de los tiempos: “Sabéis perfectamente que el día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Cuando estén diciendo “paz y seguridad”, entonces, de improviso les sobrevendrá la ruina, como los dolores de parto a la que está encinta y no podrán escapar”.
Para San Pablo los cristianos debemos vivir siempre en la luz y como hijos del día. Por tanto, nunca habrá esa noche de pecado en nosotros. De todas formas nos advierte: “que no durmamos como los demás sino que estemos vigilantes y despejados”, para cuando venga el Señor.
Estas ideas evidentemente las toma San Pablo del Evangelio que sin duda le contaron los primeros cristianos.  De ellos bebió las enseñanzas de Cristo, a parte de las revelaciones personales que recibió como apóstol elegido.

El Evangelio, a su vez, nos cuenta la parábola de los talentos.
Un señor, antes de viajar, reparte el dinero entre sus empleados, “a cada uno según su capacidad”.
Cuando regresan los dos primeros han doblado la cantidad recibida: Uno trae diez talentos y otro cuatro. A los dos los felicita por igual: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu Señor”.
La misma felicitación, el mismo premio y pasan con el mismo derecho al banquete celestial.
El tercer empleado, en cambio, quiso justificar su holgazanería diciendo: “Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”.
El señor castiga severamente su falta de responsabilidad.
La aplicación es clara e importante. Estamos a fin de año. Dios nos ha dado a todos unos talentos para que los desarrollemos a lo largo de nuestra vida. ¿Cómo vamos correspondiendo y cómo va nuestro “negocio” con el Señor?
A los hombres los engañamos y hacemos todas las trampas que podemos. ¡Con Dios esto no es factible!
Terminemos con el consejo del verso aleluyático: “Permanezcan en mí y yo en ustedes. El que permanece en mí da fruto abundante”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo