Advertencia importante:
«En el presente ciclo C se pueden utilizar las lecturas del ciclo A».
- Éxodo
El texto de hoy nos presenta claramente la debilidad de la fe
del pueblo de Israel que, ante las necesidades materiales, reclama a Dios con
desesperación, olvidando su grandeza infinita y los portentos que hizo en favor
de su pueblo. Como que la fe es opacada por la necesidad material… como nos
pasa, sin duda, a nosotros que, como el pueblo torturado por la sed, se
pregunta:
«¿Está o no
está el Señor en medio de nosotros?»
Una vez más el Señor, complaciente, hace que Moisés «lleve también en su mano el cayado con que
golpeaste el río y vete que yo estaré ante ti sobre la peña en Horeb; golpearás
la peña y saldrá de ella agua para que beba el pueblo».
Sabemos que las palabras Masá y Meribá significan prueba y riña,
respectivamente.
Al ver el prodigio, otra vez el pueblo se arrepiente y sigue, a
través del desierto, con la confianza puesta en el Señor.
A nosotros nos asegura Jesús: «Donde están dos o más reunidos en mi nombre, en medio de ellos estoy yo».
Que nunca nos falte esta fe.
- Salmo 94
Corresponde a la oración que hacemos frecuentemente en el oficio
divino en la primera oración del día. El salmo hace una referencia clara a lo
sucedido en Ex 17.
Es una invitación a escuchar la voz de Dios y a vivir la fe:
«Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón».
- San Pablo
El apóstol nos habla de la ternura y misericordia de Dios para
con nosotros. Nos enseña que la justificación que Dios nos da por la fe se la
debemos a Jesucristo.
Es por Jesús por quien obtenemos la fe que nos permite contar
con la gracia y apoyarnos en la esperanza de alcanzar la gloria.
Esta esperanza es fuerte en la caridad «porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el
Espíritu Santo que se nos ha dado».
Este don del Espíritu Santo es maravilloso y debemos saber
aprovecharlo con mucha gratitud.
Finalmente, recalca San Pablo la bondad de Dios que, por Cristo,
ha tenido a bien salvarnos a pesar de que éramos pecadores, cosa que no suele
suceder entre nosotros, entre quienes «apenas
(se) encontrará uno que muera por un justo».
En cambio, Dios, cuando éramos pecadores murió por nosotros.
- Evangelio
Entramos en el maravilloso capítulo cuatro de San Juan que es
extenso y bello como ningún otro.
Meditemos por parrafitos para sacar mejor provecho:
+ El agua viva
Jesús comienza pidiendo agua a la samaritana y es la samaritana
quien termina diciéndole a Jesús: «Señor,
dame de esa agua: así no tendré más sed ni tendré que venir aquí a sacarla».
No olvidemos que el agua que da Jesús «se convertirá dentro de (nosotros) en un surtidor que salta hasta la vida eterna». Seguramente que por
esto la samaritana olvida llevarse el cántaro.
+ «No tengo marido»
Jesús dice: «Llama a tu
marido y vuelve». La mujer le responde que no tiene marido.
Jesús añade: «Tienes razón
que no tienes marido: has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido».
La mujer, al verse descubierta, cambia de tema y habla del lugar
del culto. Jesús le advierte que en adelante el culto que quiere el Padre es «en espíritu y verdad» más que en un
templo físico.
Nosotros podríamos pensar que se trata de verdadera oración
trinitaria al Padre, en el Hijo que es la verdad, y en el Espíritu que es la
tercera Persona.
+ Llega el momento de la gran revelación
La mujer dice que cuando venga el Mesías «Él nos dirá todo». Jesús le contesta:
«Soy yo, el que habla
contigo». No es fácil adivinar la explosión que habría en el corazón de
esta inteligente mujer que se fue a llamar a sus paisanos.
+ Llegan los discípulos que, como siempre, no entienden cómo Jesús
hablaba con esa mujer. Y, cuando insisten: «Maestro,
come», Él dice: «Mi alimento es hacer
la voluntad del Padre que me envió y llevar a término su obra».
+ La samaritana, verdadero apóstol
Para atraer a sus paisanos hacia Jesús, les dice: «Me ha dicho todo lo que he hecho».
Cuando los de Sicar ven a Jesús le piden que se quede con ellos.
Jesús los acompaña dos días y después ellos decían a la mujer:
«Ya no creemos por lo que
tú dices. Nosotros mismos lo hemos visto y sabemos que Él es de verdad el
Salvador del mundo».
José Ignacio Alemany Grau, obispo