LA FECUNDIDAD DEL SILENCIO
Estamos en el cuarto domingo, el último, de adviento.
La liturgia nos prepara con cuidado para el gran acontecimiento que salvó a la humanidad:
El nacimiento de Jesús.
Hoy en concreto, quiere la Iglesia que aprendamos a valorar el silencio que acoge, espera, medita y ama. José, ante la prueba más grande de su vida, calla y espera hasta el extremo. Cuando ya todo le parece imposible, Dios habla y aquel hombre santo entra en el misterio de Dios como un gran privilegiado. María, por su parte, ve cómo Dios entra en ella, mujer virgen, y la hace fecunda. ¿Sería posible explicar a un hombre esta maravilla de Dios: virgen y madre? María calla y Dios habla. Así se abrió al mundo el templo de Nazaret, la familia que se llenó de la Trinidad.
Será muy bueno que nosotros, que no podemos vivir sin la bulla, nos pongamos en la oración del silencio.
Entonces nos enteraremos porqué “cuando todo estaba en el silencio de la medianoche el Altísimo pronunció su palabra”.
- Antífona de entrada
Es el anhelo del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento, tantas veces repetido:
“Cielos, destilad el rocío; nubes derramad al Justo: que se abra la tierra y brote el Salvador”.
- Isaías
El rey Acaz teme la derrota, por eso, cuando los arameos acamparon en Efraín “se agitó su corazón y el corazón del pueblo como se agitan los árboles del bosque con el viento”.
Isaías le promete la victoria de parte de Dios.
Ante su desconfianza, Isaías dice al rey que pida una señal.
Como este no quiere, Dios le da como señal de la victoria la promesa del Emmanuel:
“La Virgen está encinta y da a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel que significa Dios con nosotros”.
Estas palabras nos las repetirá hoy el Evangelio de San Mateo.
- Salmo 23
Es un himno de alabanza a Dios por ser creador de todo y el vencedor siempre frente a sus enemigos:
“Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes: Él la fundó sobre los mares, Él la afianzó sobre los ríos”.
A continuación el salmista nos advierte quiénes pueden subir al monte del Señor:
“El hombre de manos inocentes y puro corazón”.
- San Pablo
En esta carta se presenta a los romanos como el apóstol, llamado por Dios para llevar a todas partes el Evangelio.
A continuación presenta el evangelio que él predica como la realización de las promesas de Dios, que pone a Jesucristo muerto y resucitado con todo el poder por ser Hijo de Dios.
De esta manera Pablo justifica que, aunque no es de allí, se siente llamado a escribir a los romanos para evangelizarlos.
- Evangelio
Hoy nuestro compañero del ciclo A nos dice: “el nacimiento de Jesucristo fue de esta manera” y nos descubre los tormentos de José y de María, el amor llevado al extremo.
José no entiende. Sabe que María es santa. Sabe que está encinta y que el niño no es de él. Tres cosas imposibles de unir.
Su decisión es marcharse perdiendo la fama como si hubiera traicionado a su esposa y al Hijo que hay en ella.
María siente angustia por lo que ella lleva en su seno, que es imposible de explicar, ¿un hijo por obra del Espíritu Santo?
Nunca se ha dado cosa semejante.
El silencio se hace imposible y, cuando José se decide escapar, Dios habla y aquella medianoche brilló el sol del amor y la fidelidad en Nazaret.
José decidiría, seguiremos juntos María y yo. Ante los hombres seremos padres de Jesús y descendientes de David.
Ante Dios aría, Madre del Verbo encarnado y José el hombre virgen, santo y sacrificado que respalda la vida y la fama de Jesús y de María.
José Ignacio Alemany Grau, obispo