HAY QUE DEFENDER LA HUMANIDAD
Este domingo la liturgia nos presenta una
de las enfermedades más temidas de la antigüedad que siempre se ha tomado como
un símbolo del pecado que aparta a las personas y a la comunidad de Dios.
Meditemos las lecturas del día:
- Levítico
Muy dura era la situación del leproso en
aquel tiempo.
Un hombre con lepra era considerado siempre
como impuro y se le obligaba a actuar de esta manera tan dolorosa:
“El que haya sido
declarado enfermo de lepra andará harapiento y despeinado, con la barba tapada
y gritando: ¡impuro, impuro!”
Así debía andar gritando, para que nadie se
le acercara y tenía que vivir solo, fuera del campamento.
La razón de esto para nosotros incomprensible
era para defender de la contaminación a la comunidad.
En parte es comprensible porque no contaban
con los medios que tenemos en nuestros días. Hoy se trata la enfermedad de otra
manera, aunque también ahora hay personas con la lepra (según la OMS hay en el
mundo 216108 casos).
Pero es bueno que desde el principio
comentemos una dolorosa realidad y es que, si la sociedad está más o menos
libre de la lepra física, nos encontramos actualmente con una lepra mucho más
terrible y es el pecado, tanto el individual como el social.
La humanidad huye hoy de la enfermedad y
tiene pánico a la muerte por lo cual es mal visto hablar de ella.
Pero es mucho más grave la enfermedad del
alma y la contaminación social del pecado, que la física.
De qué manera tan distinta enfrentan la
enfermedad y la muerte, tanto ayer como hoy, los verdaderos cristianos.
Qué hermoso es recordar la actitud del Papa
Benedicto XVI que ve declinar su vida y nos ha escrito hace unos días a todos,
también a ti amigo lector:
“Me ha conmovido que tantos lectores de su
periódico desean saber cómo estoy transcurriendo este último periodo de mi
vida. Solo puedo decir al respecto que, en la lenta disminución de mis fuerzas
físicas, interiormente estoy en peregrinación hacia Casa”.
Es una gran gracia para mí estar rodeado,
en esta última parte de camino a veces un poco fatigoso, de un amor y una
bondad tales que no habría podido imaginar.
En este sentido considero necesaria también
la pregunta de sus lectores como acompañamiento. Por eso no puedo hacer otra
cosa que darle las gracias y asegurarles mi oración. Cordiales saludos,
Benedicto XVI” (Il Corriere della Sera)
- Salmo responsorial (31)
Nos enseña que Dios es el único refugio que
tiene el pecador:
“Tú eres mi refugio,
me rodeas de cantos de liberación”.
A continuación el salmista hace un hermoso
acto de arrepentimiento y siente el perdón de Dios:
“Había pecado, lo
reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: confesaré al Señor mi culpa, y tú
perdonaste mi culpa y mi pecado”.
Qué bueno será que hagamos nosotros también
un examen de nuestra vida ahora que llega la cuaresma.
- San Pablo
Este gran apóstol se siente tan
identificado con Jesucristo que llega a decirnos:
“Sigan mi ejemplo
como yo sigo el de Cristo”.
Y para ello, de una manera muy concreta,
nos invita a actuar así:
“Cuando comáis o
bebáis o hagáis otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios”.
Así han vivido siempre los santos, y
especialmente recordamos a San Ignacio con su famoso lema pidiendo a sus hijos
que actúen siempre “para mayor gloria de Dios”.
- Verso aleluyático
Nos ayuda a reconocer a Jesucristo en el
principio del año litúrgico como el gran profeta que surgió en Israel. Como este
profeta era Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, nos invita a pensar que
por medio de Él “Dios ha visitado a su
pueblo”.
- Evangelio
En este ambiente duro de los enfermos de
lepra nos encontramos con un leproso que en lugar de huir de Jesús y de los que
lo acompaña se acerca al Maestro y de rodillas hace un precioso acto de fe:
“Si quieres puedes
limpiarme”.
Tenemos que admirar también la grandeza de
Jesucristo que no solo no le manda alejarse sino que “le extendió la mano y lo
tocó”.
Tocar a un leproso era inconcebible en
aquel tiempo.
El Papa Francisco nos repite con frecuencia
que “hay que tocar carne”.
Es decir, tener cercanía con los enfermos.
La respuesta de Jesús a la oración tan
simple como profunda es maravillosa:
“¡Quiero!... ¡Queda
limpio!”
El enfermo se curó instantáneamente. Así
cura Jesús tanto el cuerpo como el alma.
Amigo, acerquémonos también nosotros a
Jesús y pidámosle que nos “limpie” personalmente a cada uno y que tenga la
bondad de limpiar esta sociedad tan difícil y confundida.
José Ignacio Alemany Grau, obispo