PÍDEME LO QUE QUIERAS
¡La gran oportunidad!
Imagínate que Dios te dice un día a ti. Sí, a ti:
- ¡Pídeme lo que quieras!
(Cierra tus ojos por un momento y piensa qué le pediría yo al Señor. Haz la prueba… y seguimos conversando.)
Pues eso fue lo que sucedió a Salomón recién coronado como rey de Israel.
¿Quieres saber lo que pidió?
“…Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien pues ¿quién sería capaz de gobernar este pueblo tan numeroso?”
Cuenta la Biblia que le gustó tanto a Dios este pedido que le dijo:
“Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga, riquezas o la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti”.
Sabemos que Dios le dio a Salomón riquezas y abundancia de todo.
Aunque a veces nos parece que nadie sabe lo que necesitamos mejor que nosotros mismos, la verdad es que Dios siempre conoce lo que mejor nos conviene.
El salmo 118 nos habla del negocio más grande:
“Mi porción es el Señor; he resuelto guardar tus palabras”.
Amar la voluntad de Dios y cumplirla ése es el gran secreto:
“Cuánto amo, Señor, tu voluntad”.
Por esto mismo hoy nos enseña san Pablo:
“Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio”.
Y éste es el camino de los que siguen a Dios:
“A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que Él fuera el primogénito de muchos hermanos.
A los que predestinó los llamó; a los que llamó los justificó; a los que justificó los glorificó”.
Esto es tan simple para nosotros, pero no es tan sencillo para la mayoría de los hombres.
Se trata del secreto de Dios para los suyos.
¿Y quiénes son los preferidos de Dios?
- ¡Los sencillos!
Escucha bien la oración que Jesús, “lleno del Espíritu Santo” dijo al Padre:
“Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has revelado los secretos del Reino a la gente sencilla”.
El Evangelio de hoy sigue explicándonos en qué consiste el Reino de los cielos.
No olvides que si tú recoges los detalles de cada parábola y los vas juntando, tendrás una idea bastante exacta y muy enriquecida para cuando quieras hablar o escribir sobre el Reino.
Veamos dos parábolas muy breves y muy queridas:
El Reino es un tesoro. Está escondido.
El que lo descubre lo vuelve a esconder porque no quiere que se lo quite nadie.
Vende todo lo que tiene y con lo que le dan compra el campo que guarda el tesoro.
Pero ojo, que hay un detalle muy importante “lleno de alegría se desprendió de todo”.
La alegría es uno de los distintivos propios de quien encontró algo que lo ha hecho muy feliz. Por eso nos advierte el Papa Francisco que no es buen evangelizador el que recibe o da el Evangelio con “cara de funeral”.
Nos queda aún otra pregunta.
¿Cuánto le costó a ese hombre el Reino de los cielos?
- Respuesta válida: ¡Nada!
Lo que le cuesta al “cliente” es comprar el campo.
El Reino de Dios es ¡un regalo!
¡Anótalo bien!
La segunda parábola nos presenta el Reino de una manera muy parecida:
El Reino, que es un tesoro, es una piedra preciosa que vale más que todo lo que podamos poseer:
“El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en piedras finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra”.
Y una tercera parábola evoca una escena tantas veces vista a orillas del mar:
La red ha recogido toda clase de peces. Los pescadores “la arrastran a la orilla, se sientan y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran”.
Jesús lo explica así:
“Lo mismo sucederá al final de los tiempos, los ángeles separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido”.
Amigo lector, ¡Felices Fiestas Patrias!
Que el Señor nos regale la gracia de vivir las maravillas del Reino y haremos del Perú el país más lindo del mundo: ¡Feliz 28!
José Ignacio Alemany Grau, obispo