DOMINGO DE RAMOS
Siguiendo enseñanzas del Papa Benedicto vamos a recordar algunos detalles del primer domingo de Ramos.
Comienza diciendo que, según san Juan, Jesús celebró tres veces la Pascua durante su vida pública.
Los otros evangelistas hablan solamente de una Pascua y de una subida que para ellos era definitiva hacia Jerusalén y hacia la cruz.
La “subida” evidentemente es doble: una hacia el calvario y la cruz que Jesús llamaba “cuando sea levantado” y la otra es geográfica porque Galilea está a doscientos metros bajo el nivel del mar y Jerusalén a setecientos sesenta metros sobre el nivel del mismo.
En esta subida la multitud se va uniendo al grupo que acompaña a Jesucristo, sobre todo después del milagro de la curación del ciego de Jericó.
Es importante también que nos fijemos en que el grupo que viene con entusiasmo acompañando al Maestro en la entrada a Jerusalén es distinto de la gente de la ciudad que gritará el viernes santo: “¡muera, crucifícalo!”.
Los gestos de que hablan los evangelistas: traer un pollino en el que nadie ha montado, extender los mantos por el suelo para que Jesús pase por encima de ellos, las palmas y ramas de olivo y los mismos gritos que da la multitud, corresponden a los momentos importantes de la proclamación de los reyes en el antiguo Testamento.
Aparece claro que Jesucristo ha querido dar unos signos especiales para demostrar que es Él el que viene de parte de Dios y que en Él se cumplen las profecías.
Oiremos también la expresión Hosanna que originariamente significa “ayúdanos”.
Con esta palabra sucedió algo similar a lo que sucedió con la palabra aleluya que significa “alabanza a Yavé”. Al repetirlas en momentos festivos tanto el aleluya como el hosanna se han convertido en una exclamación de júbilo. Así aclamamos diariamente al final del prefacio.
En cuanto a la expresión “bendito el que viene en nombre del Señor” era la bendición que los sacerdotes dirigían a los peregrinos que llegaban al templo pero más adelante se convirtió en una expresión de sentido mesiánico.
Pues bien, éste es el ambiente que encontraremos en el Evangelio que precede a la bendición de los ramos.
Jesús mandó a los apóstoles que entraran en Betfagé y encontrarían una borrica atada con su pollino. Pide que se la traigan y montándose cumple la profecía de Zacarías:
“Mira a tu rey que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino hijo de acémila”.
Así Jesús entra en la ciudad montado en un borrico prestado que inmediatamente devolverá a su dueño.
La multitud entusiasmada extiende los mantos por el camino, corta ramas de olivo y palmas y va aclamando a Jesús con las palabras que hemos explicado antes:
“¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”
Es claro que la ciudad tuvo que admirarse de este extraño recibimiento que le hacían a Jesús y preguntaban quién es éste. Y los que venían acompañando al Señor decían:
“Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea”.
Después de esta escena la liturgia de hoy nos lleva a celebrar la Santa Misa y en la primera parte, que corresponde a las lecturas, leeremos la pasión según san Mateo.
En esto podremos ver la superficialidad de la vida social.
El domingo glorifican al Señor y el viernes lo crucifican fuera de la ciudad como a un malhechor.
Será bueno que en la lectura de este día vayamos imaginando con amor las distintas escenas, como pretendiendo meternos en ellas para identificarnos más con nuestro Dios y Redentor.
Si pasamos al prefacio que siempre centra la festividad, nos daremos cuenta que la liturgia quiere que desde este domingo comencemos a compartir sus sentimientos que son los de la Pascua de Jesús, muerte y resurrección:
“El cual siendo inocente se entregó a la muerte por los pecadores y aceptó la injusticia de ser contado entre los criminales. De esta forma, al morir destruyó nuestra culpa y al resucitar, fuimos justificados”.
Isaías, por su parte, nos muestra proféticamente al siervo de Yavé aceptando el sufrimiento:
“Ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante los ultrajes ni salivazos”.
En este clima se nos invita a repetir con el salmo responsorial las palabras del salmo mesiánico 21: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
Finalmente, san Pablo presenta a los filipenses la humillación del Verbo hasta la muerte y muerte de cruz y que por ello Dios lo exaltó y le dio el nombre sobre todo nombre: Kyrios, Señor.
En este párrafo admirable Pablo nos hace un resumen de la entrega total de Cristo para salvarnos.
Que como este párrafo paulino también nosotros nos adentremos en la gran Semana glorificando a Jesucristo, el Kyrios, el Señor, porque a Él le debemos nuestra felicidad eterna.
José Ignacio Alemany Grau, obispo