9 de enero de 2014

EL BAUTISMO DE JESÚS

Queridos amigos, comencemos hoy recordando lo que enseña el Catecismo de la Iglesia Católica sobre el sacramento del bautismo. Esto nos ayudará a evitar el error de muchos que confunden el bautismo de Jesús en el Jordán con el sacramento que Jesús instituyó.

“El bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el Espíritu y la puerta que abre el acceso a otros sacramentos.

Por el bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión” (1213).

También el mismo Catecismo nos habla del bautismo de Jesús.

Ante todo tengamos presente que no fue un sacramento sino que Jesús se sometió, en un acto de humildad, al bautismo de penitencia de Juan.

“Nuestro Señor se sometió voluntariamente al bautismo de Juan, destinado a los pecadores, para “cumplir toda justicia”. Este gesto de Jesús es una manifestación de su “anonadamiento”. El Espíritu que se cernía sobre las aguas de la primera creación, desciende entonces sobre Cristo como preludio de la nueva creación, y el Padre manifiesta a Jesús como su Hijo amado” (1224).

Como siempre que una fiesta lo tiene, veamos el prefacio, que nos da hoy tres pensamientos que resumen el sentido de la fiesta:

- Los prodigios del Jordán son para manifestar el misterio del nuevo bautismo.

- La voz del Padre hace ver que la Palabra ya estaba habitando entre nosotros.

- El Espíritu Santo, manifestado en forma de paloma, unge a Jesús para que los hombres reconozcan en Él al Mesías que anuncia la salvación a los pobres.

En la lectura de Isaías vemos al siervo del Señor a quien llama su elegido y su preferido “sobre el que he puesto mi Espíritu”. Y presenta las proezas que realizará y que serán las que Jesús explicará en la sinagoga de Nazaret, según Lucas (4,18).

“El Espíritu del Señor está sobre mí porque Él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres… a proclamar el año de gracia del Señor”. 

Esta es la idea tanto del texto de Isaías que leemos hoy como el de Isaías 61,1, que es el que cita san Lucas.

El salmo responsorial (28) nos invita a repetir: “El Señor bendice a su pueblo con la paz” y nos hace pensar en Jesús bautizándose y la voz del Padre sobre las aguas del Jordán:

“La voz del Señor sobre las aguas, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente. La voz del Señor es magnífica”.

El libro de Los Hechos de los apóstoles nos presenta un párrafo tomado del capítulo 10. Les invito a leerlo entero. Por mi parte les transcribo solamente el párrafo inmediatamente anterior:

Cornelio, centurión pagano que vivía en Cesarea tuvo una visión y un hombre con vestido resplandeciente le dijo: 

“Cornelio, Dios ha oído tu oración y ha recordado tus limosnas; envía a alguien a Jafa y haz venir a Simón, llamado Pedro, que se aloja en la casa de un tal Simón curtidor, a orillas del mar”. 

Enseguida envié por ti y tú has hecho bien en venir. 

Aquí nos tienes a todos delante de Dios, para escuchar lo que el Señor te haya encargado decirnos. Pedro, lleno de asombro, dijo las palabras que nos encontramos en la segunda lectura de hoy sobre el bautismo de Juan: 

“Me refiero a Jesús de Nazaret ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo”.

Finalmente, el Evangelio relata el bautismo de Cristo. El de hoy lo narra nuestro compañero del ciclo C, san Mateo:

Juan bautizó a Jesús. “Apenas se bautizó Jesús salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre Él. Y vino una voz del cielo que decía: Éste es mi Hijo, el amado, el predilecto”.

El mismo Padre añadirá a estas palabras de amor por su Hijo, el día de la transfiguración: “¡Escúchenlo!”.

En el bautismo tenemos una verdadera teofanía o epifanía (para el caso ambas son una manifestación de Dios) en la que se presenta la Santísima Trinidad: el Padre que habla, el Hijo en el río bautizándose y el Espíritu Santo que se hace presente bajo el signo de una paloma.

Está claro, amigos, Cristo es el predilecto del Padre, su Verbo, su Palabra, su Hijo. Y a Él tenemos que adorar y escuchar.

José Ignacio Alemany Grau, obispo