29 de enero de 2014

IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

LA LUZ PENETRA EN EL SANTUARIO
Hoy se celebra en la Iglesia el día de la Presentación de Jesús en el templo.

Según la liturgia no se trata de una fiesta de María sino de Jesús ya que se celebra el momento en que Jesucristo hombre es presentado al Padre, según pide la ley de Moisés a todo primogénito israelita.

Se trata, pues de un misterio que nunca comprenderemos, Jesús Dios y hombre a un tiempo, sometiéndose a la ley.

A esta fiesta se le llama también la fiesta de las Candelas o la Candelaria ya que es la fiesta de la luz.

Imaginamos aquella corta pero bellísima procesión cuyas andas son los brazos de María que presentan al Padre al Hijo de ambos (del Padre y de María) que, por su Divinidad es la luz del mundo.

Sabemos que ese día una criatura presenta al Creador al pequeño Jesús que al mismo tiempo que bebé es Dios verdadero del que dirá san Juan que es la luz que ilumina a todo hombre que llega a este mundo.

El prefacio, hablando al Padre Dios, se expresa así:

“Hoy tu Hijo es presentado en el templo y es proclamado por el Espíritu: gloria de Israel y luz de las naciones”.

Ese día acude al templo, para completar la procesión, el anciano Simeón cuyo canto la Iglesia nos recuerda todas las noches. Simeón se siente feliz “porque mis ojos han visto a tu Salvador… que es la luz para alumbrar a las naciones y es el gozo y la gloria de Israel”.

Este hombre de Dios proclama proféticamente los sufrimientos de María, cuyo corazón traspasará una espada de dolor, y de Jesús que será siempre signo de contradicción.

También entró al templo la profetiza Ana glorificando a Dios. En el Perú sabemos que hay en este día fiestas y procesiones. Especialmente es famosa la fiesta de la Candelaria en Puno. 

En este caso comprendemos que se celebra a María llevando en sus brazos a Jesús que es la luz.

La liturgia misma del día señala, para antes de la santa Misa la “bendición y procesión de las candelas”.

Pero ahora permítanme que comente brevemente las Bienaventuranzas que corresponden al Evangelio del cuarto domingo ordinario, ya que de otra forma pasarían desapercibidas entre las enseñanzas de san Mateo en este año (ciclo A).

No olvidemos que las Bienaventuranzas suelen definirse como los más jugosos frutos del Espíritu Santo y que precisamente en ellas está resumida toda la vida de Jesús:

DICHOSOS LOS DESGRACIADOS
Una hermosa colina. Jesús sube acompañado de la multitud.

Se adelante y se sienta en la cima, rodeado de los apóstoles. El Señor contempla el precioso lago de Genesaret (o mar de Tiberíades).

En los ojos azules de Jesús se hacen más claros el cielo y el mar.
La multitud se siente en la extensa ladera, con los oídos y el corazón abiertos al mensaje.

La voz timbrada del Maestro, llena de dulzura y vigor, resuena sobre el profundo silencio.

Los trinos de los pajaritos llevan el mensaje al alma hambrienta de sus oyentes:

“Bienaventurados… felices… dichosos”.

A la gente se les abrían los ojos y se les ensanchaba el alma:

¡No estamos tan mal! 

- Somos los pobres que dormimos sobre nuestra pobreza y no tenemos dónde reclinar la cabeza.

- Somos los que lloramos en silencio, porque a nadie le importan nuestras lágrimas.

- Somos los sufridos, olvidados por los gobernantes.

- Somos los que exigimos la justicia, pero nadie nos la hace.

- Aunque no sean misericordiosos con nosotros, procuramos tener misericordia con los demás.

- Tenemos el corazón limpio, porque bañamos nuestros ojos en el mar azul mientras pescamos.

- Somos los pacíficos, que desde nuestra limitación construimos paz.

- Somos también los explotados por las injusticias de los poderosos.

Y Jesús completó desde lo alto de la colina, sabiendo que Él realizará plenamente en su vida redentora estas últimas palabras de las bienaventuranzas:

“Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos porque vuestra recompensa será grande en el cielo”.

Y el Padre Dios escribió en el cielo de la tarde serena, con arreboles rojos “¡bienaventurados!”.

Y la gente se fue feliz pensando: 

¡Hoy hemos descubierto que sí hay quien nos ama y nos comprende!
José Ignacio Alemany Grau, obispo

22 de enero de 2014

III Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

EL PUEBLO VIO UNA LUZ GRANDE
Era de noche. “El pueblo caminaba en tinieblas”, a tientas y en sombra de muerte y de pecado.

De pronto una luz comenzó a crecer imparable.

El pueblo “ha visto una luz grande… una luz grande les brilló”.

Es Jesucristo, el Cordero del Apocalipsis que se ha hecho luz para todos.

No hace falta el sol de la naturaleza ni los focos de los hombres.

Y la luz se hizo alegría y gozo como cantó Isaías: “Acreciste la alegría, aumentaste el gozo”. Ese gozo que el Papa Francisco nos presenta en “El gozo del Evangelio”.

Y Jesús se hizo luz en Cafarnaúm, la ciudad de todos los caminos, “la Galilea de los gentiles”. Porque esa ciudad la atravesaban todos los pueblos que pasaban de oriente al Mediterráneo y por él al mundo de entonces.

Cafarnaúm se convirtió en la ciudad de Jesucristo.

El mismo Jesús es la luz de Isaías que ha hecho suya Mateo en el Evangelio de hoy.

Y, la Luz que se hace luz para todos proclama cuál es el único camino para que la humanidad, a su vez, pueda transformarse en luz:

“Conviértanse”. 

¡Es el primer paso: romper con las tinieblas, es decir, con el pecado que oscurece los caminos del bien, de la bondad y del amor. El Papa sueña con Jesús: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo”.

Y Jesús proclama el motivo importante para la conversión:

“Está cerca el Reino de los cielos”.

Es la cercanía de Jesús porque Él mismo es el Reino, Él es el Evangelio, Él es la luz del mundo.

Y Jesús que quería que la luz prendiera en el mundo entero (“He venido a pegar fuego en la tierra y cómo quiero que arda”). 

Y comienza a buscar gente en cuyo corazón arda la misma pasión y busca entre los discípulos de Juan.

Él sabía muy bien que no venía a robarle discípulos a su primo. Más bien, Juan había preparado a los suyos para pasárselos al Mesías que iba a venir.

Jesús se acerca al lago, azul y sereno, de Galilea. Metidos en el mar están echando las redes o la pequeña red redonda, que manejaban para pescar. 

Les presenta una nueva misión.

“Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron”.

Otros dos reparaban pacientemente las redes sentados en la barca.

Su padre estaba con ellos.

Jesús los llama. Y dejando las redes y a su padre Zebedeo se van con Jesús.

Y la luz se hace imparable y “recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo”.

Era la impaciencia de Jesús que quería iluminar aquel pueblo que su Padre le había confiado.

Esta presentación de Jesús como luz es la que nos hace hoy la liturgia y por eso nos invita a repetir:

“El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?

El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?...

Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida”.

Y es el mismo salmo el que nos invita a ser fieles y valientes:

“Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor”.

San Pablo sale al paso de un error que estaban cometiendo los Corintios y que frecuentemente se sigue cometiendo en la Iglesia.

Hay desunión y esa desunión y discordia es andar repitiendo: “yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo”.

Para entonces y para hoy valen estas fuertes palabras de Pablo a los Corintios:

“¿Está dividido Cristo?”. “¿Ha muerto Pablo en la cruz por vosotros?”. “¿Habéis sido bautizados en nombre de Pablo?”.

Cuántas veces nos apegamos a nuestro padrecito, a nuestra “hermana religiosa”, a un presidente del grupo, al catequista, etc. Y hasta somos capaces de ir en protesta a la parroquia o al obispado como podrían salir los sindicatos a realizar sus reclamos.

Recordemos siempre: sólo Jesús es la fuente verdadera de la luz.

Sólo Él redime. Sólo Él salva.

Caminemos a la luz de Jesucristo.
José Ignacio Alemany Grau, obispo

16 de enero de 2014

II domingo del Tiempo Ordinario, ciclo A

EL PRIMER PASO HACIA JESÚS

* “La gracia y la paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo sean con vosotros”.

Este es el saludo que nos da hoy el apóstol Pablo.

Tener un saludo apropiado, y posiblemente propio, puede ser una manera hermosa de empezar el día, el encuentro entre personas…

Y si somos cristianos sería hermoso emplear éste, tan similar al que frecuentemente nos dirige el sacerdote al empezar la Santa Misa.

En fin de cuentas, gracia y paz son dos grandes regalos de Dios a los hombres y desearlos es una bendición.

* El salmo (39) responsorial que nos brinda la liturgia hoy, es como para meditarlo profundamente, tanto por el salmo en sí como por el versículo que repetiremos:

Esperar a Dios con ansia y sentir que Él se inclina hacia nosotros, nos escucha y Él mismo nos pone “en la boca un cántico nuevo”, un himno digno de Él.

El versículo siguiente no sabríamos (si no tuviéramos delante un salmo) si es de la Carta a los Hebreos o pertenece al Antiguo Testamento. ¡Es bello!

Dios repite frecuentemente en las Escrituras que nunca le podremos ofrecer, desde nuestra pequeñez, algo digno de Él. Todo le pertenece.

Y entonces adoptamos la gran actitud bíblica de la disponibilidad que es lo más grande y lo único que poseemos, nuestra voluntad: “¡Aquí estoy!”

En estas palabras oímos el eco de las voces de Moisés, Isaías, los grandes santos y sobre todo Jesucristo.

Meditando este salmo podemos entender mejor la hermosa oración del domingo pasado:

“Danos luz para conocer tu voluntad y la fuerza necesaria para cumplirla”.

No olvides, amigo, que aquí se encierra el secreto de la perfección cristiana, imitar a Jesucristo que repetía: 

“Mi alimento es hacer la voluntad del Padre que me envió”.

De esta manera adoptamos la actitud mesiánica que Dios nos pide.

* Isaías pone en labios del Señor estas palabras:

“Tú eres mi siervo de quien estoy orgulloso”.

El mensaje del profeta tiene un doble motivo e incluso podríamos ver un tercero.

El primero es que Dios se refiere con esta palabra al pueblo de Israel, que aquí es el pequeño resto fiel al Señor.

En segundo lugar al siervo de Yavé que realiza el plan de Dios. 

Y en tercer lugar podremos entender también, en la profundidad de nuestra oración, cómo el Señor nos ama y nos exige que nos comprometamos en su plan salvador como siervos fieles. Nos dice también a nosotros:

“Te hago luz de las naciones para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”.

Podríamos decir que, poco a poco, al comienzo del tiempo ordinario la liturgia nos va presentando de distintas formas a Jesucristo.

Esto es claro porque la liturgia se propone que conozcamos, imitemos y proclamemos a Jesús, nuestro Salvador, durante todo el año.

* En el Evangelio el Bautista nos presenta a Jesús que iba hacia Él. Juan gritó a la multitud: 

“Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.

El Precursor presenta, pues, a Jesucristo como Cordero, comparación que tiene profundo sentido bíblico.

- Cordero es el siervo del Señor que Isaías presenta como “cordero llevado al matadero”.

- Corderos eran los que se ofrecían en holocausto en el Antiguo Testamento.

- Cordero es también el que se inmolaba en la Pascua (Juan 19,34) y el evangelista nos lo presenta colgado de la cruz mientras el soldado romano le abre el pecho con la lanza, como a cordero humillado y brota sangre y agua.

A continuación Juan advierte que ya había hablado muchas veces de Él, como alguien más importante que él mismo. Pero no lo conocía. 

Sin embargo había recibido una revelación de Dios que él cuenta a la multitud:

“El que me envió a bautizar con agua me dijo: “aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo”.

Feliz y contento el Bautista proclama a todos “yo lo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios”.

Quizá pensemos cómo siendo primos no se conocían. No olvidemos las distancias en aquel tiempo y cómo María y José llevaron a Jesús a Nazaret mientras Juan y su familia quedaba en Ain Karim

Pero a la hora de la verdad Juan reconoció a Jesús y se jugó todo por Él muriendo mártir de la fidelidad.
José Ignacio Alemany Grau, obispo

9 de enero de 2014

EL BAUTISMO DE JESÚS

Queridos amigos, comencemos hoy recordando lo que enseña el Catecismo de la Iglesia Católica sobre el sacramento del bautismo. Esto nos ayudará a evitar el error de muchos que confunden el bautismo de Jesús en el Jordán con el sacramento que Jesús instituyó.

“El bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el Espíritu y la puerta que abre el acceso a otros sacramentos.

Por el bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión” (1213).

También el mismo Catecismo nos habla del bautismo de Jesús.

Ante todo tengamos presente que no fue un sacramento sino que Jesús se sometió, en un acto de humildad, al bautismo de penitencia de Juan.

“Nuestro Señor se sometió voluntariamente al bautismo de Juan, destinado a los pecadores, para “cumplir toda justicia”. Este gesto de Jesús es una manifestación de su “anonadamiento”. El Espíritu que se cernía sobre las aguas de la primera creación, desciende entonces sobre Cristo como preludio de la nueva creación, y el Padre manifiesta a Jesús como su Hijo amado” (1224).

Como siempre que una fiesta lo tiene, veamos el prefacio, que nos da hoy tres pensamientos que resumen el sentido de la fiesta:

- Los prodigios del Jordán son para manifestar el misterio del nuevo bautismo.

- La voz del Padre hace ver que la Palabra ya estaba habitando entre nosotros.

- El Espíritu Santo, manifestado en forma de paloma, unge a Jesús para que los hombres reconozcan en Él al Mesías que anuncia la salvación a los pobres.

En la lectura de Isaías vemos al siervo del Señor a quien llama su elegido y su preferido “sobre el que he puesto mi Espíritu”. Y presenta las proezas que realizará y que serán las que Jesús explicará en la sinagoga de Nazaret, según Lucas (4,18).

“El Espíritu del Señor está sobre mí porque Él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres… a proclamar el año de gracia del Señor”. 

Esta es la idea tanto del texto de Isaías que leemos hoy como el de Isaías 61,1, que es el que cita san Lucas.

El salmo responsorial (28) nos invita a repetir: “El Señor bendice a su pueblo con la paz” y nos hace pensar en Jesús bautizándose y la voz del Padre sobre las aguas del Jordán:

“La voz del Señor sobre las aguas, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente. La voz del Señor es magnífica”.

El libro de Los Hechos de los apóstoles nos presenta un párrafo tomado del capítulo 10. Les invito a leerlo entero. Por mi parte les transcribo solamente el párrafo inmediatamente anterior:

Cornelio, centurión pagano que vivía en Cesarea tuvo una visión y un hombre con vestido resplandeciente le dijo: 

“Cornelio, Dios ha oído tu oración y ha recordado tus limosnas; envía a alguien a Jafa y haz venir a Simón, llamado Pedro, que se aloja en la casa de un tal Simón curtidor, a orillas del mar”. 

Enseguida envié por ti y tú has hecho bien en venir. 

Aquí nos tienes a todos delante de Dios, para escuchar lo que el Señor te haya encargado decirnos. Pedro, lleno de asombro, dijo las palabras que nos encontramos en la segunda lectura de hoy sobre el bautismo de Juan: 

“Me refiero a Jesús de Nazaret ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo”.

Finalmente, el Evangelio relata el bautismo de Cristo. El de hoy lo narra nuestro compañero del ciclo C, san Mateo:

Juan bautizó a Jesús. “Apenas se bautizó Jesús salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre Él. Y vino una voz del cielo que decía: Éste es mi Hijo, el amado, el predilecto”.

El mismo Padre añadirá a estas palabras de amor por su Hijo, el día de la transfiguración: “¡Escúchenlo!”.

En el bautismo tenemos una verdadera teofanía o epifanía (para el caso ambas son una manifestación de Dios) en la que se presenta la Santísima Trinidad: el Padre que habla, el Hijo en el río bautizándose y el Espíritu Santo que se hace presente bajo el signo de una paloma.

Está claro, amigos, Cristo es el predilecto del Padre, su Verbo, su Palabra, su Hijo. Y a Él tenemos que adorar y escuchar.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

3 de enero de 2014

Solemnidad de la Epifanía del Señor

LEVÁNTATE, QUE LLEGA TU LUZ 
La Iglesia nos habla hoy de la Epifanía del Señor. 

Epifanía es un compuesto de dos palabras griegas que significan “manifestación desde arriba”. 

Es un término parecido a teofanía que significa “manifestación de Dios”. 

La antífona de vísperas de hoy nos recuerda que la Iglesia entiende como epifanía en realidad estas tres manifestaciones: 

“Veneremos este día santo, honrado con tres prodigios: hoy, la estrella condujo a los Magos al pesebre; hoy el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná; hoy, Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán para salvarnos”. 

Se trata, pues, de las tres manifestaciones que nos muestran a Jesús, al comienzo de su vida, como Mesías de Dios. 

Hoy celebramos la que corresponde al encuentro de los Magos con Jesús en Belén, como nos cuenta san Mateo. 

Examinemos las lecturas teniendo en cuenta, para entenderlas mejor, que Jesús es “la luz del mundo”, como dijo Él mismo. 

* Isaías nos habla de la luz que viene sobre Jerusalén. El mundo que vivía en las tinieblas del pecado ha visto una gran luz, la luz definitiva que es Cristo. 

Esta luz atraerá a todos los pueblos de la tierra hacia Jerusalén (como nos explicará en la segunda lectura san Pablo): 

“Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti”. 

El profeta a continuación nos invita a contemplar este mundo de tinieblas que comienza a ver la luz que le viene desde Jerusalén: 

“Las tinieblas cubren la tierra y la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti”. 

- El salmo responsorial. 

En este salmo 71 vemos cómo se cumplen las palabras de Isaías, “caminarán los pueblos a tu luz… todos esos se han reunido, vienen a ti”. 

En efecto, dice el salmo: “Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra… que los reyes de Saba y de Arabia te ofrezcan sus dones; que se postren ante Él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan”. 

Sabemos muy bien que esta luz viene de Dios y que la profecía, evidentemente se refiere a Cristo. 

- Pablo nos enseña que el plan de Dios es que no sólo el pueblo escogido pueda adorar al único Dios “sino que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio”. 

Dios llama a todos los pueblos porque los ama y quiere la salvación de todos. 

- La fiesta de hoy se centra principalmente en el Evangelio de san Mateo, que es el único que nos cuenta el relato de los “Magos de oriente”. 

La tradición dirá que son tres, que son reyes y hasta les da los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar. 

En realidad san Mateo nos lo detalla de esta manera: 
Debían ser unos sabios que se dedicaban a vivir su religión estudiando los signos que “leían” en los astros. Advirtieron una especial y se fueron hasta Jerusalén donde los sacerdotes y escribas de Herodes les explicaron que la profecía de Balaam, decía: “Y tú, Belén, no eres la última de las ciudades pues de ti saldrá… el pastor de mi pueblo Israel”. 

Los Magos van felices hasta Belén llenos de alegría porque volvieron a ver su estrella. 

Entraron en la casa y encontraron, ¿cómo no?, al Niño con María su Madre. 

Y, movidos por la fe que les venía de Dios (la fe verdadera siempre es regalo de Dios), cayeron de rodillas, le adoraron y le ofrecieron oro, incienso y mirra. 

Suelen explicarse así los dones: el oro como a Rey, el incienso como a Dios y mirra como a Redentor que sufrirá para salvarnos. 

“Habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino”. 

Admiremos, finalmente, qué confianza tiene la Iglesia con Dios! 

En este día le dice, en la oración colecta: no te ofrezco ni oro, ni incienso ni mirra como los Magos pero te ofrezco algo mucho mejor: a Jesucristo, tu Hijo, que se ofrece en holocausto a ti, Padre, y se entrega a nosotros como comida, en la Eucaristía. 

Meditemos gozosos cómo Dios sabe manifestarse en el tiempo oportuno y cómo debemos acoger su presencia siempre con alegría. 
José Ignacio Alemany Grau, CSSR