EL RESUCITADO Y LA CONVERSIÓN
Duccio di Buoninsegna, La Maestà (Detalle),
Museo dell’Opera del Duomo de Siena
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Es claro que todo el plan de Dios tiene una finalidad que es la
conversión de todos los seres humanos, para que puedan llegar a la felicidad
que Dios ha prometido.
En este domingo la
Iglesia nos invita a pensar que si, verdaderamente hemos
resucitado con Cristo, debemos transformarnos, como fruto de su gran sacrificio
por nosotros.
Yo no sé si ustedes han leído muchas veces los discursos de San Pedro.
Por cierto que se llaman kerygmáticos por la valentía que tiene el apóstol, que
era tan débil antes de que viniera el Espíritu Santo.
El distintivo de estos discursos, es que Pedro habla sin rodeos.
En el párrafo, que hoy comentamos, les dice: “Dios… ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y
rechazasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo.
Rechazasteis al Santo, al Justo;
y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios
lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos”.
¡Con qué fuerza y valentía habla Pedro!
Pero también es cierto que mataron a Cristo por ignorancia, añade el
apóstol.
A pesar de todo, Dios aprovecha esta actitud tan injusta, para cumplir
la promesa de redención.
Es el mismo Pedro el que saca la conclusión de cuál debía ser la actitud
de los que así actuaron y ahora le están escuchando:
“Por tanto, arrepentíos y
convertíos para que se borren vuestros pecados”.
El salmo responsorial, a su vez, pone en nuestros labios estas palabras
de conversión:
“Escúchame cuando te invoco,
Dios, defensor mío… ten piedad de mí y escucha mi oración”.
El fruto de esta conversión es la conciencia libre y tranquila, en la
cual el salmista nos invita a vivir en la paz de Dios:
“En paz me acuesto y en seguida
me duermo, porque tú sólo, Señor, me haces vivir tranquilo”.
Por su parte, el apóstol y evangelista San Juan, nos escribe “para que no pequéis”. Esto es lo más
importante, evidentemente. Pero, continúa, “si
alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre; a Jesucristo, el Justo.
Él es víctima de propiciación por
nuestros pecados… y por los del mundo entero”.
De todas formas el mismo apóstol nos advierte que lo importante es
guardar los mandamientos del Señor.
Si los guardamos, “el amor de Dios
habrá llegado a su plenitud en nosotros”.
El verso aleluyático es una hermosa oración para evitar el pecado y
seguir a Jesús: “Señor, explícanos las
Escrituras; haz que arda nuestro corazón mientras nos hablas”.
Y es que es imposible escuchar a Dios, entenderlo, y vivir de espaldas a
Él.
En el Evangelio, por su parte, San Lucas, continuando el relato de los
de Emaús, nos lleva a los comentarios que había entre todos, con motivo de las
apariciones a Pedro, a los de Emaús, etc. De repente se presenta Jesús en medio
de ellos con su saludo pascual: “Paz a
vosotros”.
Entre miedo y sorpresa, los apóstoles, atónitos, creen ver un fantasma.
Pero Jesús les aclara su presencia e incluso come con ellos.
Finalmente, Él mismo les explica que todo lo que había sucedido en los
últimos días estaba previsto en las profecías y tenía que cumplirse.
Y les revela también el porqué de todo:
“Así estaba escrito: el Mesías
padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se
predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando
por Jerusalén”.
Está claro, pues, que la pasión y muerte de Cristo tenía una finalidad
muy concreta: poder dar el perdón de Dios a los hombres.
Quisiera terminar, resaltando un versículo del Evangelio de hoy:
“Entonces les abrió el
entendimiento para comprender las Escrituras”.
Les invito a pedir esto con mucha confianza y amor al Señor Jesús. Que
Él nos dé su Espíritu Santo y nos abra la inteligencia para poder entender y
vivir la Palabra
de Dios.