26 de enero de 2012

IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B


LUZ SOBRE EL MAR DE GALILEA

Continuando con la presentación de Jesucristo en estos primeros días del tiempo ordinario, la liturgia nos presenta hoy a Moisés profetizando sobre la Luz que Dios enviaría al mundo cuando llegara la plenitud de los tiempos: el Salvador.
El versículo del aleluya nos dice:
“El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande. A los que habitaban en tierra de sombras y muerte iluminó una luz”.
¿Quién era esa luz?
¡Jesucristo!
En la primera lectura Moisés promete al pueblo en nombre de Dios un gran profeta.
Recordemos que el pueblo tenía miedo a Dios y en el Sinaí gritó a Moisés:
“No quiero volver a escuchar la voz del Señor mi Dios, ni quiero ver más ese terrible incendio; no quiero morir”. Y Dios, siempre comprensivo, habló así al caudillo de Israel:
“Tienen razón. Suscitaré un profeta como tú de entre sus hermanos. Pondré mis palabras en su boca y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que él pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas”.
Esta es precisamente la explicación que nos da Pedro en Hch 3,22, anunciando al pueblo que Jesús es el Mesías.
De esta manera Dios se hace cercano en Cristo que no viene en humo y truenos y fuego, como en el Sinaí, sino en serenidad, paz y cercanía humana. Viene como un niño cualquiera, “nacido de mujer”, pero trae “las palabras de Dios” y su voluntad divina para con nosotros.
Pero “a quien no obedezca las palabras de ese gran profeta, Dios le pedirá cuentas”.
No olvidemos que Moisés de esta manera profetizó la cercanía de Dios en Cristo.
San Pablo presenta a los hombres y mujeres que se dedican a evangelizar la mejor forma de hacerlo, es decir, como célibes  y dedicados únicamente al servicio del Señor.
Los compara con los casados que tienen mucho que hacer, dedicándose a lo que es su prioridad, agradar a  su cónyuge.
Con esto, Pablo no quiere crear conciencia angustiada entre los casados, ya que el matrimonio también es un buen camino. Lo que quiere, es orientar a los enamorados de Cristo para que puedan dedicarse a EVANGELIZAR con eficacia y sin preocupaciones.
A su vez San Marcos, nuestro evangelista compañero del ciclo B, nos presenta cómo empezó a actuar Jesús cuando salió a hacer el apostolado que el Padre le confió.
Jesús viene como “Luz” para todos y como profeta que enseña de parte de Dios.
Los galileos “se quedaron asombrados de su doctrina porque no enseñaba como los escribas sino con autoridad”.
Hoy Jesús va a Cafarnaún, que se llamará “la ciudad de Jesús” porque serán muchas las veces que pase por allí e incluso que viva en esa ciudad.
La gente estaba admirada de su doctrina pero eso no fue nada, cuando un buen día entró en la sinagoga un hombre poseído por el espíritu inmundo (léase Satanás).
El individuo se enfrenta con Jesús y a grandes voces grita:
- “¡¡Sé quién eres: el santo del Dios!!”
No deja de ser admirable que sea Satanás quien reconozca que Jesús es, ni más ni menos que, “el Santo de Dios”.
Jesús increpó al diablo: “cállate y sal de Él”.
“El espíritu inmundo lo retorció y dando un grito muy fuerte salió”.
Me imagino esa vieja sinagoga que hemos podido visitar en sucesivas peregrinaciones, vibrando de emoción y al advertir que Jesús no sólo hace callar al diablo sino que lo domina y hace salir del cuerpo del poseso.
Se levantaban de puntillas, abrían los ojos, aplaudían y gritaban:
“¡Así se habla!”. “¡Es un profeta!”. “¡Habla con autoridad. Nunca oímos algo semejante!”…
Y el eco fue repitiendo cuesta abajo, hasta llegar al lago de Genesaret y de ahí, transportado en las pequeñas barcas hasta los límites de Galilea, de pueblo en pueblo: Un gran profeta llegó a Galilea.
De esta manera se cumplieron las palabras de Isaías: “el pueblo que habitaba en tinieblas vio una Luz grande…” y esta Luz nos llega también hasta nosotros.
Ante este Jesús que se nos presenta al comienzo del tiempo ordinario, el salmo responsorial nos invita a purificarnos, para entender mejor el mensaje de Dios en Cristo:
“¡Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: no endurezcáis vuestro corazón”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

20 de enero de 2012

III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B


SE ACABA LA PELÍCULA

Tercer domingo del tiempo ordinario.
Recordemos una vez más que el evangelista que nos va a acompañar durante todo este “ciclo B” es San Marcos. A él se le representa con un león porque inicia su Evangelio narrando la vida de Juan en el desierto. (A San Mateo se le representa como un hombre con alas porque empieza hablando de la humanidad de Jesús, su genealogía; a San Lucas con un toro porque empieza narrando el sacrificio de Zacarías; finalmente el águila representa a San Juan porque desde las primeras líneas se remonta al misterio trinitario).
Antes de entrar en el tema de este domingo será bueno que nos fijemos en las primeras palabras del Evangelio de Marcos.
Es algo que nos debe dar mucha confianza, por cierto:
“Comienzo del Evangelio de Jesucristo Hijo de Dios”.
Ésta es la gran afirmación de San Marcos y esto es lo que irá probando a través de su narración con milagros y enseñanzas. Y para nosotros esta verdad es la más importante de nuestra fe en el Dios revelado por Cristo.
Pasemos ahora al relato de hoy.
“Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio”.
Su mensaje lo expresa Marcos con estas palabras:
“Se ha cumplido el plazo. Está cerca el reino de Dios: conviértanse y crean en el Evangelio”.
Aunque no lo parezca, se trata de una predicación revolucionaria capaz de transformar el mundo y hacer que la humanidad llegue a ser un verdadero paraíso.
Convertirse significa dejar el mal para hacer el bien.
Dicho de otra manera es dejar al maligno para seguir a Dios y construir el reino más maravilloso en el que Dios mismo es el Rey y Padre de todos y todos los humanos somos hermanos.
¿No sería esto algo que nos haría felices a todos?
Junto a la conversión, y de una manera inseparable, siempre se pide la fe en el Evangelio porque difícilmente nos convertiríamos si no hubiera motivo que justificase nuestro cambio.
Lanzado su mensaje a la gente de su propia tierra (ya que Nazaret está en Galilea), Jesús comienza a pescar pescadores para que completen su tarea evangelizadora.
Estas fueron las palabras que utilizó Jesús para invitarlos a seguirle: “Vengan conmigo y los haré pescadores de hombres”.
Ahí “cayeron” los más conocidos e importantes: Simón, Andrés, Juan y Santiago.
Pero no pensemos que aquellos apóstoles fueron los últimos que llamó Jesús.
Hoy también sigue llamando apóstoles para su Iglesia.
El problema suele ser que, o somos sordos, o nos hacemos los sordos…
Y si de conversión se trata en este domingo, la primera lectura nos habla de Nínive, la gran capital en la que eran necesarios tres días para recorrerla de un extremo al otro.
En Nínive había mucho pecado y Dios envía al profeta Jonás con el encargo de proclamar: “Dentro de 40 días Nínive será destruida”.
La predicación del profeta surtió efecto, el pueblo se convirtió y Dios lo perdonó y no ejecutó el castigo.
Los caminos de Dios son maravillosos pero, muchas veces, estamos lejos de ellos porque no los conocemos o no queremos conocerlos.
Precisamente el salmo responsorial de hoy nos invita a pedir al Señor, con toda la humildad: “Señor, enséñame tus caminos”. Y añadimos: “acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad… El Señor enseña su camino a los humildes”.
Después de las enseñanzas del Evangelio, conocemos bien que ese Camino único es Jesucristo.
Finalmente, San Pablo, en la segunda lectura, nos da un motivo especial para la conversión advirtiendo que el momento que vivimos es apremiante y hay que aprovecharlo para cambiar de vida y asegurar la felicidad eterna.
Comparando nuestro tiempo con el final de una representación teatral, termina Pablo aconsejándonos la conversión porque: “La representación de este mundo se termina”.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo

12 de enero de 2012

II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B


COMENZAR DESDE EL PRINCIPIO

Ya sé que mi título no es muy correcto, pero a veces las redundancias nos hacen pensar.
Hoy, Prácticamente, es el primer domingo del tiempo ordinario, aunque la liturgia lo titula segundo domingo del tiempo ordinario y con razón.
La Iglesia, por medio de la liturgia, quiere conducirnos a lo largo del año para que en él aprendamos todas las cosas que se refieren a Jesús, especialmente su vida y su doctrina.
Pues bien, la primera lección que nos da la Iglesia es la actitud fundamental que debemos tener  ante nuestro Dios a lo largo de toda nuestra vida.
La clave de este domingo nos la da (como casi siempre) el salmo responsorial:
“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.
“Dios mío, lo quiero y llevo tu ley en mis entrañas…” (Sal 39).
Con este fin la primera lectura nos lleva a recordar al pequeño Samuel.
Este niño fue el regalo de Dios para sus padres Elcana y Ana, que eren estériles y ancianos.
Ellos, como agradecimiento, lo llevaron al templo para que dedicara su vida a servir al Señor.
Un buen día el pequeño dormía tranquilo. Advierte la Escritura que “no conocía Samuel al Señor pues no le había sido revelada la Palabra del Señor”.
Samuel oye que lo llaman a medianoche y por tres veces se presenta al sumo sacerdote Elí, diciendo: “Aquí estoy porque me has llamado”.
Elí le dice que no lo ha llamado y que siga durmiendo. Al final el sacerdote comprende que el Señor quiere comunicarse con el futuro profeta y le dice:
“Anda, acuéstate y si te llama alguien responde: Habla, Señor, que tu siervo escucha”.
La actitud de Samuel es exactamente la que pide la Escritura. Es la disponibilidad reflejada en la frase bíblica que repetirán los grandes santos Abraham, Moisés, Isaías, María y el mismo Jesucristo: “Aquí estoy”.
San Pablo, en la Carta a los Corintios, nos habla de cómo el cristiano tiene que vivir siempre en una actitud limpia de cuerpo y alma.
Después de decirnos que “el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor y el Señor para el cuerpo”, nos advierte “¿no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo? Él habita en vosotros porque lo habéis recibido de Dios”.
De esta manera Pablo une a la actitud de docilidad total ante Dios, la santidad del cuerpo, y termina con esta frase: “glorificad a Dios con vuestro cuerpo”.
El Evangelio de hoy es de San Juan evangelista. Él nos cuenta cómo descubrió y siguió a Jesucristo.
Recordemos:
Juan Bautista se dedicaba a la misión que le había dado el Señor: preparar los caminos al Mesías.
Algo aparece muy claro en el Evangelio y es que este gran santo tenía un grupo de discípulos bien preparado para que, cuando apareciera el Mesías, lo siguieran con fidelidad.
Por este motivo un día en que Jesús pasa cerca de Juan, el Bautista “fijándose en Jesús que pasaba dice: Este es el cordero de Dios”.
Como realmente los dos discípulos estaban preparados “oyeron sus palabras y siguieron a Jesús”.
De esta manera tan maravillosa, el humilde y santo Juan Bautista, se desprende de sus discípulos porque no los había preparado para él sino para Jesucristo.
Así nos enseña que los evangelizadores no tenemos que predicarnos a nosotros mismos sino al Señor y que nuestra gente no debe apegarse a nosotros sino a Jesús que es el único Salvador, enviado por el Padre y el único que puede ofrecerles una amistad y felicidad eternas.
Los dos primeros discípulos que abandonaron a Juan para seguir a Jesús fueron Juan evangelista y Andrés. Este fue muy pronto a buscar a su hermano Simón a quien Jesús ya desde su saludo le cambia el nombre por el de Pedro.
De esta manera empieza la cadena de los apóstoles que, habiendo dejado al Bautista, siguieron definitivamente a Jesús y, por cierto, con tanta fidelidad que lo siguieron hasta el martirio.
Volviendo a la gran lección de hoy comencemos nuestro “tiempo ordinario” adoptando una actitud de obediencia a Dios y pidiendo que tengamos la valentía de mantenerla todos los días de nuestra vida:
“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

5 de enero de 2012

EPIFANÍA DEL SEÑOR


LA MANIFESTACIÓN DE DIOS

“Veneremos este día santo honrado con tres prodigios:
Hoy la estrella condujo  a los magos al pesebre. Hoy el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná. Hoy Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán para salvarnos”.
Esta es la antífona de las segundas vísperas de la Epifanía del Señor.
La palabra “teofanía” se emplea frecuentemente en la Sagrada Escritura para hablarnos de las “manifestaciones de Dios”. Epifanía es una palabra similar ya que etimológicamente significa “manifestación de arriba” y por tanto también manifestación del Señor.
Esta fiesta llamada por la liturgia “Epifanía del Señor” incluye pues las tres manifestaciones de Dios en Cristo.
Hablemos de ellas.
La primera es la del día en que los magos de oriente, iluminados por una estrella especial, llegaron a Jerusalén buscando al Mesías recién nacido.
Sabemos que se fueron a la capital, Jerusalén, pensando que allí estaría el Mesías recién nacido.
Aquél fue el momento que Dios escogió para hacer que los grandes de Israel se enteraran del misterio que los pastores habían conocido la misma noche del nacimiento de Jesús y ahora lo proclamaban los magos de oriente.  Éstos vienen movidos por el Espíritu Santo, que quiso acercar a los gentiles hasta el Salvador del mundo, para que se supiera que Jesús venía no sólo para Israel sino también para todos los seres humanos.
El Evangelio los llama magos y no reyes y no dice cuántos eran.
La tradición, sin embargo, pone tres personajes, seguramente que por el número de dones que ofrecieron a Jesús, oro, incienso y mirra. Incluso se les llegó a dar el nombre de Melchor, Gaspar y Baltasar.
Por lo demás el Evangelio siempre es escueto y también en este relato. Lo más importante es:
“Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre y, cayendo de rodillas lo adoraron”.
La segunda epifanía que recordamos en estos días, según la antífona que meditamos, es la de las bodas de Caná.
Jesús responde a la petición de María, su Madre, convirtiendo el agua que contienen las grandes tinajas, en vino generoso y así “en Caná de Galilea, Jesús comenzó sus milagros, manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en Él”.
Esta es, pues, la segunda epifanía que va precedida de la palabra “hoy”.
La tercera se da en el río Jordán después que Juan bautizó a Jesús, no con un sacramento sino con un bautismo de penitencia y conversión.
El Evangelio del día nos lo cuenta así:
Juan proclama a la multitud “detrás de mí viene el que puede más que yo y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo he bautizado con agua pero él os bautizará con Espíritu Santo.
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán.
A penas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo:
“Tú eres mi hijo amado, mi predilecto”:
Esta tercera epifanía es una manifestación de la Trinidad Santa en el momento en que Jesús comienza su vida pública:
El Padre habla, el Hijo en el río y el Espíritu Santo bajo el signo de una paloma.
Estos son los misterios que celebramos en estos últimos días del tiempo de Navidad.
Unas fiestas movibles que este año para nosotros se han repartido así:
La fiesta de los magos, el día 8 de enero, el bautismo de Jesús al día siguiente y el relato de las bodas de Caná lo presentará la liturgia más adelante, durante el tiempo ordinario.
Lo importante en estas manifestaciones de Dios es que Dios cumple sus promesas de salvar la humanidad.
Se repite hoy porque para Dios todo es un presente, un hoy de misericordia infinita que nos trae la salvación a los hombres de todos los tiempos.
Aprovechemos estas manifestaciones de Dios para agradecerle y repetir gozosamente: Dios ha visitado a su pueblo y hemos visto su gloria.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo