Reflexión dominical 30.10.11
APRENDIENDO DE JESÚS MAESTRO
La lección de este domingo es muy fuerte y para todos.
Podemos decir que tiene tres partes bien definidas.
En la primera y tercera se nos presenta al mal evangelizador que se aprovecha del pueblo para su propio enriquecimiento y para trepar en la escala social.
En la del medio veremos la entrega generosa de San Pablo, modelo del verdadero apóstol.
La mejor forma de aprovechar la lección de hoy no será que dediquemos cada una de las palabras bíblicas a personas concretas (sacerdotes, evangelizadores, laicos comprometidos) sino que nos lo apliquemos a nosotros mismos y que elevemos una oración (como lo hace la liturgia de hoy) para pedir al Señor que todos aprendamos a “caminar sin tropiezos hacia los bienes que Él nos promete más allá del tiempo”.
Es decir que mientras evangelizamos nos santifiquemos.
Como nos dirá la liturgia, que sepamos vivir en la profunda humildad del corazón sencillo.
Es el salmo 130 que repetiremos después de la lectura. Un salmo corto y precioso:
“Señor, mi corazón no es ambicioso ni mis ojos altaneros. No pretendo grandezas que superan mi capacidad sino que acallo y modero mis deseos como un niño en brazos de su madre”.
La respuesta al salmo responsorial nos muestra la actitud del alma sencilla que se fía plenamente del Padre Dios.
“Guarda mi alma en la paz, junto a ti, Señor”.
Este salmo evoca la actitud del pequeñuelo en brazos de su madre para que lo imitemos confiando en el Señor, que es a un tiempo nuestro Padre y Madre amoroso.
Veamos ahora las tres escenas bíblicas.
Malaquías presenta, con palabras similares a estas, la mala vida de muchos sacerdotes: Ustedes se apartan del camino y hacen pecar contra la ley a muchas personas. Han quitado importancia a mi alianza, por eso los haré despreciables y viles ante el pueblo, porque no han guardado mis caminos y hacen acepción de personas al aplicar la ley.
El Señor reprende este modo de vivir con estas preguntas:
¿No tenemos todos un solo Padre? ¿No nos creó el mismo Dios?...
Si no obedecen y no se proponen dar gloria a mi nombre les enviaré mi maldición.
Semejante a estas ideas del profeta Malaquías, son las fuertes expresiones que emplea Jesús en el capítulo 23 de San Mateo.
Él habla de los fariseos y escribas que son los orientadores espirituales de su pueblo. No puede aceptar su forma de vivir y enseñar, porque su vida está muy lejos de sus enseñanzas.
Comienza con lo más duro que se puede decir de unas personas, aconsejando así a quienes las escuchan: hagan y cumplan lo que dicen, pero no los imiten, porque ellos son los primeros en no cumplirlo.
Jesús los describe con palabras similares a éstas:
Echan cargas insoportables a los hombros de la gente, pero ellos ni mueven un dedo para ayudar. Hacen todo para que los vea y alabe la gente.
Buscan los primeros puestos en los banquetes y en la sinagoga. Quieren que la gente les haga reverencias, etc.
Ante esas actitudes de los responsables espirituales, Jesús advierte que sólo hay un Maestro que es Cristo mismo. Sólo hay un Padre de todos, el del cielo. Y que, si quieren de verdad ser maestros en su Reino, tienen que empezar por servir a los demás y ser humildes porque “el que se enaltece será humillado y el que se humilla seré enaltecido”.
Frente a todas estas personas que desorientan al pueblo de Dios, la liturgia presenta a San Pablo que abre su corazón a los tesalonicenses para decirles que él los trató siempre con la delicadeza con que una madre cuida a sus hijos.
Que era tan grande el cariño que sentía hacia sus evangelizados que deseaba entregarles no sólo el Evangelio de Dios sino hasta su propia vida porque, en realidad, le habían robado su amor.
Incluso llega al detalle de decir que para evitar esfuerzos y fatigas a los demás, trabajaba para no ser gravoso a nadie y predicar el Evangelio con más libertad.
Así como los anteriores maestros no debieron sacar fruto de su labor, Pablo sí y da por ello gracias a Dios, viendo el fruto de la predicación, porque quienes le escuchaban “acogían la Palabra de Dios que actúa en ellos”.
Si quieres que tu vida de fe sea fecunda, sé muy humilde.
José Ignacio Alemany Grau, Obispo