Reflexión dominical 21.08.11
PEDRO LO DESCUBRIÓ Y HOY ESTÁ AQUÍ
Este domingo nos lleva a una escena familiar entre Jesús y los suyos.
Pero es bueno que, desde el comienzo, sepamos qué hizo Jesús antes de la reunión.
El secretito no lo cuenta Mateo, nuestro compañero de camino en el ciclo A, sino que es Lucas, el del ciclo C.
Este comienza así el mismo relato:
“Una vez que Jesús estaba orando solo…”.
Ése es el gran secreto. Por algo Lucas es el evangelista que nos habla más de la oración y del Espíritu Santo.
Esta pequeña frase nos recuerda que Jesucristo, mientras vivió en este mundo, cuando tenía que hacer algo muy especial, pasaba antes un tiempo orando (horas o noches o cuarenta días y cuarenta noches…).
Regresemos a Mateo. La escena de amistad sucedió en la región de Cesarea de Filipo.
Jesús quiso hacer como una encuesta entre los suyos. Y como toda encuesta, cuando es superficial, todos la contestan. Pero cuando compromete al que responde evita contestar.
Así fue, en efecto.
A la pregunta de Jesús: “¿quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”, debió armarse un alboroto y todos tenían algo que decir:
Para unos Jesús era Juan Bautista había resucitado o era Elías, el que tenía que volver según las Escrituras, o bien que Jeremías, o cualquier profeta de otro tiempo.
Pero cuando Jesús los compromete con esta pregunta: “¿Y quién decís vosotros que soy yo?”, todos se callan y solamente Pedro contesta:
“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Se trata de una confesión de la divinidad de Jesucristo clara y completa. Todos ellos debieron quedar boquiabiertos ante algo que ellos no eran capaces de pensar ni de decir.
Sin embargo, Jesucristo advierte a todos que esta respuesta inesperada de Simón no venía de la pequeñez de su discípulo sino de una revelación directa del Padre Dios.
Por eso le felicita con estas palabras: “Dichoso eres tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso sino mi Padre que está en el cielo”.
La actitud de Jesús en aquel momento debió ser impresionante al añadir:
“Y ahora te digo: tú eres roca y sobre esta roca edificaré mi Iglesia”.
Esto de la roca puede parecer demasiado fuerte a algunos, pero no lo es en realidad porque, si buscamos en la Biblia, nos encontramos con que la roca es el Señor:
“El Señor es mi fuerza, mi roca y salvación”.
Jesús en aquel momento se refiere a la construcción que Él mismo va a empezar sobre su propia Persona y a la que llama “mi Iglesia”. Jesús aclara que desde ahora llamaremos “Pedro” (una manera eufónica en vez de decir “piedro”) al que será el cimiento visible de su Iglesia en este mundo y que el infierno atacará continuamente, pero no la derrotará.
Este primado de Pedro incluye además dos servicios importantes. Jesús compara su Iglesia con un reino de murallas y puertas y le dice a Pedro: te daré las llaves de ese Reino.
Por otra parte da al discípulo también el poder judicial que permite declarar lícito o ilícito lo que hagan los reos, es decir el poder de perdonar, que Pedro tendrá en nombre de Cristo.
Yo no sé lo que pensaron en ese momento los apóstoles o el mismo Pedro. De todas formas Jesús termina dándoles un “consejito”: “No digan a nadie que yo soy el Mesías”.
Aquello que entonces se hizo difícil, descubrir a Jesús y proclamarlo, hoy se hace posible y fácil porque nos encontramos con Cristo a diario. Pero en estos días concretos, es Jesús mismo el que se manifiesta de manera exuberante.
Estamos en plena Jornada Mundial de la Juventud Madrid 2011 y todos los que están allí o siguen los medios de comunicación comprenden fácilmente que Jesús se está paseando entre plazas, calles, templos, estadios, salones de cine… Por todas partes anda Dios.
Basta oír los testimonios de aquellos muchachos felices, con alegría desbordante (¡sin necesidad de estimulantes artificiales!):
- Yo estoy aquí porque tenemos que anunciar que Cristo está vivo.
- Yo vengo por Jesucristo.
- Vengo porque Jesucristo está aquí entre nosotros. Es lo mejor que podemos tener.
Frases como éstas se oyen continuamente, pero el testimonio auténtico es, una vez más, el de la alegría desbordante, incomprensible para los que no creen.
Entre esa multitud es fácil entender que hay dos frases importantes que descubren el secreto:
* ¡Busca a Dios! ¡Busca el amor!
Esta es la actitud sincera para poder encontrarse con Jesús.
San Agustín buscaba por todas partes y al final tuvo que confesar que el Dios que buscaba lo llevaba dentro de sí mismo.
La otra frase es:
* ¡Déjate buscar y déjate amar por Dios!
A veces creemos buscar con sinceridad al Buen Pastor pero no pensamos que lo más importante es que el Pastor es quien nos busca siempre y que tenemos que dejarnos buscar por Él.
Esta es la doble actitud importante que tienen los jóvenes de nuestro tiempo.
Buscan con sinceridad, se dejan buscar por Dios y lo encuentran por todas partes y su alegría es indescriptible.
Si alguno no lo cree, que se vaya a Madrid y busque con sinceridad dónde está hoy Jesús.
José Ignacio Alemany Grau, Obispo