24 de diciembre de 2015

Reflexión homilética para la Natividad del Señor y para la Fiesta de la Sagrada Familia

LA MISERICORDIA TIENE UNA CUNA

La liturgia del 25 de diciembre tiene una riqueza enorme.
En primer lugar hay cuatro esquemas para celebrar la Eucaristía.
El primer esquema que encontramos es el de la vigilia, en la que se nos dice “hoy vais a saber que el Señor vendrá y nos salvará y mañana contemplaréis su gloria”.
Por eso, llena de confianza, la Iglesia pide a Dios que, así como acogemos gozosos la venida del Verbo a la cuna de Belén, podamos recibirlo también llenos de confianza cuando venga como juez al final de los tiempos.
El segundo esquema es el de medianoche.
En esos momentos se nos recuerda el pasaje tan querido en la Iglesia de Jesús, según el cual, María y José iban de posada en posada hasta que le llegó a María el momento de dar a luz “y dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre porque no tenía sitio en la posada”.
El anuncio de los ángeles a los pastores sigue resonando de siglo en siglo: “gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”.
Si la misericordia de Dios ahora tiene un rostro que es el de Jesús, será bueno que le pidamos confiadamente que nos envié al menos unas migajas de paz para este mundo tan hambriento que ya no quiere comer.
Al amanecer tenemos también la Santa Misa que con la aurora nos invita a meditar con María lo que José y ella habían vivido, lo que los pastores les habían contado y cómo “María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”.
Finalmente, la Eucaristía del día, nos presenta el misterio más profundo que debemos meditar en esta Navidad:
“En el principio existía ya la Palabra y la Palabra era Dios. Por medio de ella se hizo todo. En la Palabra había vida y la vida era luz…”
¡Tanta grandeza termina en una pesebrera!:
“Y el Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros”.
Descubrir en una cuna a Dios “a quien nadie ha visto”, éste es el misterio más grande que jamás comprenderemos, pero que siempre debemos adorar y agradecer.
Esto es lo que el Papa nos invita a meditar de una manera especial en el año de la misericordia, al recordarnos que “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre”.

LA SAGRADA FAMILIA, JESÚS, MARÍA Y JOSÉ

“Los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre”.
Ese es el misterio de la Sagrada Familia “que Dios ha propuesto como maravilloso ejemplo a los hijos de su pueblo para que imitando sus virtudes domésticas y su unión en el amor” podamos llegar un día a vivir en la familia de la Santísima Trinidad.
El Eclesiástico nos recuerda la autoridad paterna y nos dice: “el que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros… el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor lo escucha”.
Consejos importantes en este momento histórico en que se hace tan difícil encontrar familias en las que reine el amor y el respeto.
El salmo responsorial es el 127 y nos muestra las bendiciones de un hogar en el que se vive el temor de Dios: “dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos… tu mujer como parra fecunda en medio de la casa; tus hijos como renuevo de olivo...
Esta es la bendición del hombre que teme al Señor”.
San Pablo da a los colosenses unos consejos bellísimos que te ayudarán a ti y a toda tu familia para ser un hogar feliz. Te invito a meditarlos, y si los pones en práctica encontrarás la bendición de Dios.
El Evangelio de hoy nos recuerda cómo los padres de Jesús vivieron un momento de verdadera angustia cuando se les perdió Jesús en el templo.
Es un momento muy duro que puede suceder a cualquier familia. Pero evidentemente que en el caso, se trata de unos padres maravilloso y un hijo que tiene todas las perfecciones imaginables.
Cuando lo encuentran angustiados, la Madre con espontaneidad, le pregunta:
“¿Hijo, por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.”
Jesús, con toda tranquilidad y sin ningún remordimiento, les contesta:
“¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?”
José y María tienen únicamente la respuesta de la fe y la humildad más profunda: ¡el silencio!
De María sabemos expresamente que “conservaba todo esto en su corazón”.
Meditemos, amigos, por dónde quiere Dios que vaya la familia humana si quiere ser feliz.
En la familia de Nazaret encontramos la grandeza de la Trinidad Santa que es, a un tiempo, Trinidad (comunidad) y unidad.

José Ignacio Alemany Grau, obispo