EL ESPÍRITU SANTO VIVE EN TI
Este domingo sexto de Pascua nos acerca a Pentecostés.
Estemos atentos para ver cómo la liturgia diariamente nos está ayudando a pasar de la reflexión sobre la resurrección de Jesús, al tema de la venida del Espíritu Santo.
Ambos, el Hijo y el Espíritu, son regalo del Padre que los envía para salvarnos, o para consolarnos según la expresión de Jesús, cuando se despidió de los suyos: “Les enviaré otro consolador”.
Es claro que el primer consolador es Jesús mismo que ha acompañado a los apóstoles durante tres años. El otro, lógicamente es el Espíritu Santo.
De esta manera la Iglesia, como madre buena, en estos últimos días de Pascua, nos invita a vivir en oración esperando que el Espíritu Santo, el día de Pentecostés, santifique y prepare a cada uno de nosotros para el gran encuentro con Dios. Así nos lo dice la antífona de comunión:
“Si me amáis guardaréis mis mandamientos, dice el Señor. Yo le pediré al Padre que os dé otro consolador, que esté siempre con vosotros”.
La primera lectura nos recuerda cómo Felipe predicó a Cristo, bautizó a muchos en Samaría e hizo milagros, llenando de alegría a la ciudad.
Al saberlo, los apóstoles que estaban en Jerusalén, enviaron a Pedro y a Juan para que rezaran, imponiéndoles las manos, por los fieles y así pudieran recibir el Espíritu Santo (la confirmación).
La segunda carta es de Pedro y nos habla de cómo a Jesús lo mataron, como a cualquier otro hombre, pero como estaba lleno del Espíritu Santo, resucitó.
En el Evangelio, leemos: “Si me amáis guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad”.
Jesús aclara que el mundo con sus criterios y perversión, no puede ver ni conocer al Espíritu, pero los que son de Cristo lo conocerán muy bien y el Espíritu permanecerá en ellos.
Por otra parte, Jesús, lleno de ternura, les repetirá “no los dejaré huérfanos”, prometiendo la presencia continua tanto suya como del Padre.
Fijémonos también en estas otras palabras que son de dos versículos más adelante, para entender que quien ama de verdad a Jesús, cumple su palabra y entonces “mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él”. ¡Las tres Divinas Personas en el corazón del hombre!
Aprovechemos ahora unos momentos para conversar sobre el Espíritu Santo que quiere ser siempre nuestro Dios y amigo. Hagámoslo con ideas sueltas.
* En nuestro único Dios hay tres Personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
* El Padre es la fuente de la vida que engendra al Hijo por vía de pensamiento y el Espíritu Santo es el amor que une y hace infinitamente felices al Padre y al Hijo.
* Este Espíritu Santo es el regalo que el Padre nos da para santificarnos; es decir, para que compartamos su misma vida divina.
* A esta vida divina en nosotros, la llamamos “gracia santificante” porque nos hace santos, agradables a Dios.
* Desde el bautismo el Espíritu Santo entra en ti y se hace cercano y amigo. Piensa que Él es tu compañero de viaje hacia la eternidad.
Si sigues sus inspiraciones y le cuentas todas tus cosas, habrá entre ti y el Espíritu Santo la amistad más bella. Él será tu mejor amigo. Piensa: ¡¡mi amigo el Espíritu Santo!! ¿Puede haber mejor presentación?
* Por el sacramento de la confirmación el Espíritu Santo fortalece en ti los mismos dones que te dio en el bautismo: la fe, la esperanza y el amor y todos sus dones para que puedas vivir feliz en medio de las dificultades y llegar a la perfección a la que Dios te llama.
* Has de saber también que “donde está el Espíritu Santo está la verdadera libertad”.
Es Él quien hace libres a los hijos de Dios, aun en las peores tormentas.
* Tampoco olvides la gran enseñanza de San Pablo: “¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu habita dentro de ustedes?”.
* El Espíritu Santo es también el único que nos puede enseñar a rezar y será siempre Él quien repita en nosotros la palabra más dulce de nuestra oración a Dios: “Abba, Padre”.
* El Espíritu Santo es el que enriquece a cada persona y así embellece la Iglesia de Jesús con distintos carismas, dones y frutos que embellecen a toda la Iglesia y santifican a quienes los posee.
* Tu actitud con el Espíritu Santo debe ser de auténtica docilidad. Déjate conducir por Él con el corazón del pobre que, con las manos extendidas, pide siempre al Padre y al Hijo el fuego del Espíritu que transforme toda su vida.
* Será bueno también que adquieras la simplicidad del niño ya que Jesús nos enseñó que para poseer la vida eterna es preciso “nacer de nuevo” y que sólo los que se hagan como niños entrarán al reino de los cielos.
José Ignacio Alemany Grau, Obispo