10 de febrero de 2018

HAY QUE DEFENDER LA HUMANIDAD

HAY QUE DEFENDER LA HUMANIDAD

Este domingo la liturgia nos presenta una de las enfermedades más temidas de la antigüedad que siempre se ha tomado como un símbolo del pecado que aparta a las personas y a la comunidad de Dios.
Meditemos las lecturas del día:
  • Levítico

Muy dura era la situación del leproso en aquel tiempo.
Un hombre con lepra era considerado siempre como impuro y se le obligaba a actuar de esta manera tan dolorosa:
“El que haya sido declarado enfermo de lepra andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: ¡impuro, impuro!”
Así debía andar gritando, para que nadie se le acercara y tenía que vivir solo, fuera del campamento.
La razón de esto para nosotros incomprensible era para defender de la contaminación a la comunidad.
En parte es comprensible porque no contaban con los medios que tenemos en nuestros días. Hoy se trata la enfermedad de otra manera, aunque también ahora hay personas con la lepra (según la OMS hay en el mundo 216108  casos).
Pero es bueno que desde el principio comentemos una dolorosa realidad y es que, si la sociedad está más o menos libre de la lepra física, nos encontramos actualmente con una lepra mucho más terrible y es el pecado, tanto el individual como el social.
La humanidad huye hoy de la enfermedad y tiene pánico a la muerte por lo cual es mal visto hablar de ella.
Pero es mucho más grave la enfermedad del alma y la contaminación social del pecado, que la física.
De qué manera tan distinta enfrentan la enfermedad y la muerte, tanto ayer como hoy, los verdaderos cristianos.
Qué hermoso es recordar la actitud del Papa Benedicto XVI que ve declinar su vida y nos ha escrito hace unos días a todos, también a ti amigo lector:
“Me ha conmovido que tantos lectores de su periódico desean saber cómo estoy transcurriendo este último periodo de mi vida. Solo puedo decir al respecto que, en la lenta disminución de mis fuerzas físicas, interiormente estoy en peregrinación hacia Casa”.
Es una gran gracia para mí estar rodeado, en esta última parte de camino a veces un poco fatigoso, de un amor y una bondad tales que no habría podido imaginar.
En este sentido considero necesaria también la pregunta de sus lectores como acompañamiento. Por eso no puedo hacer otra cosa que darle las gracias y asegurarles mi oración. Cordiales saludos, Benedicto XVI” (Il Corriere della Sera)
  • Salmo responsorial (31)

Nos enseña que Dios es el único refugio que tiene el pecador:
“Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación”.
A continuación el salmista hace un hermoso acto de arrepentimiento y siente el perdón de Dios:
“Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: confesaré al Señor mi culpa, y tú perdonaste mi culpa y mi pecado”.
Qué bueno será que hagamos nosotros también un examen de nuestra vida ahora que llega la cuaresma.
  •  San Pablo

Este gran apóstol se siente tan identificado con Jesucristo que llega a decirnos:
“Sigan mi ejemplo como yo sigo el de Cristo”.
Y para ello, de una manera muy concreta, nos invita a actuar así:
“Cuando comáis o bebáis o hagáis otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios”.
Así han vivido siempre los santos, y especialmente recordamos a San Ignacio con su famoso lema pidiendo a sus hijos que actúen siempre “para mayor gloria de Dios”.
  • Verso aleluyático

Nos ayuda a reconocer a Jesucristo en el principio del año litúrgico como el gran profeta que surgió en Israel. Como este profeta era Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, nos invita a pensar que por medio de Él “Dios ha visitado a su pueblo”.
  •  Evangelio

En este ambiente duro de los enfermos de lepra nos encontramos con un leproso que en lugar de huir de Jesús y de los que lo acompaña se acerca al Maestro y de rodillas hace un precioso acto de fe:
“Si quieres puedes limpiarme”.
Tenemos que admirar también la grandeza de Jesucristo que no solo no le manda alejarse sino que “le extendió la mano y lo tocó”.
Tocar a un leproso era inconcebible en aquel tiempo.
El Papa Francisco nos repite con frecuencia que “hay que tocar carne”.
Es decir, tener cercanía con los enfermos.
La respuesta de Jesús a la oración tan simple como profunda es maravillosa:
“¡Quiero!... ¡Queda limpio!”
El enfermo se curó instantáneamente. Así cura Jesús tanto el cuerpo como el alma.
Amigo, acerquémonos también nosotros a Jesús y pidámosle que nos “limpie” personalmente a cada uno y que tenga la bondad de limpiar esta sociedad tan difícil y confundida.

José Ignacio Alemany Grau, obispo