27 de diciembre de 2013

La Sagrada Familia

Archivo: Donát János Szent család.jpg.
La Sagrada Familia, cuadro de János

“Jesús, José y María os doy el corazón y el alma mía.

Jesús, José y María, en vosotros descanse en paz el alma mía.

Jesús, José y María asistidme en mi última agonía!”.

Qué lindos recuerdos nos traen estos tres nombres tan queridos en la Iglesia y tan rezados con amor en la tradición cristiana, pensando en la Sagrada Familia.

Pues esos tres que se aman tanto y se han hecho querer tanto, son una familia… la más maravillosa que ha pasado por este mundo.

¿No te gustaría tener una familia así?

Haz todo lo posible para que sea una realidad.

Y hazlo con el apoyo y oración de tu cónyuge y de tus hijos.

La Iglesia en el domingo que cae dentro de la octava de Navidad, nos pone esta hermosa fiesta.

¿Con qué lecturas?

* Los pastorcitos “encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre” en la cueva de Belén. ¡A los tres! (Antífona inicial).

Piensa que a Jesús lo encontramos siempre en María… y en tu oración no olvides nunca a san José.

* El Eclesiástico invita a vivir en familia:

“Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre su prole”. 

Recalca más todavía el honrar al padre, diciendo:

“Aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras viva” (tu paciencia te santificará).

* El salmo nos habla de la felicidad de una familia que teme al Señor y sigue sus caminos.

* San Pablo nos da unos consejos maravillosos para vivir en familia. Te invito a leerlos y meditarlos en este día: sobrellevarse mutuamente, perdonarse y sobre todo amarse.

Sigue leyendo y encontrarás algo que pone nerviosas a algunas personas: “mujeres vivid bajo la autoridad de vuestros maridos”. Estos nerviosos no saben la felicidad que habría en el hogar en que la mujer cumpliera este consejo, mientras el hombre amara a su esposa como Cristo a la Iglesia.

* El Evangelio, según los distintos ciclos, presenta momentos importantes en la vida de familia: 

- La huida a Egipto.

- La vida de la familia donde el Niño crece en sabiduría y en gracia.

- Jesús se pierde y lo encuentran en medio de los maestros de la ley.


La solemnidad de Santa María Madre de Dios

El día 1 de enero celebramos también la octava de Navidad con el título de: Solemnidad de Santa María, Madre de Dios.

Un hermoso día para recordar la profundidad que debe tener nuestra devoción a la Virgen María dándonos cuenta de que, si muchas advocaciones y devociones pueden ser importantes, la más importante de todas siempre tiene que ser la Maternidad Divina, es decir, aquel misterio maravilloso por el cual Dios entregó a los hombres los bienes de la salvación; es decir a Jesucristo origen y fuente de nuestra vida cristiana.

En las lecturas de ese día encontraremos en primer lugar la bendición que Dios pidió a Moisés que utilizase para bendecir y que san Francisco hizo tan común:

“El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz”.

El Señor añadió algo tan bello: “Así invocarán mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré”.

San Pablo a los Gálatas les recuerda que “Dios envió a su Hijo nacido de una mujer, nacido bajo la ley”. También nos recuerda el gran regalo de Dios que es la presencia del Espíritu Santo dentro de nosotros el cual nos hace exclamar: “¡Abbá, Padre!”.

Qué bonito sentir de verdad que los cristianos somos hijos de Dios y no somos esclavos de nadie.

El Evangelio a su vez nos cuenta cómo unos pastores sencillos, al oír el anuncio de los ángeles, corrieron a Belén y “encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre”.

Y a continuación nos abre el secreto del corazón de María, la Madre Santa, que “conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”.

Y termina esta fiesta tan importante de la Divina Maternidad de María contando que “le pusieron por nombre Jesús”. Si normalmente el padre era el que daba el nombre al recién nacido, aquí recordamos cómo el ángel, le dijo a María: “tú le pondrás por nombre Jesús”; y a José: “tú le pondrás por nombre Jesús”.

Por eso san Lucas advierte: “le pusieron el nombre de Jesús”.

En este día tengamos presente que desde que el Papa Pablo VI “instituyó el 1 de enero la Jornada Mundial de la Paz que goza de creciente adhesión y que está haciendo madurar frutos de paz en el corazón de tantos hombres” que nosotros estemos siempre entre quienes trabajan por la paz recordando además las palabras de Jesús: “bienaventurados los que construyen la paz”. 

Termino esta reflexión deseándoles a todos ustedes un año, el 2014, lleno del gozo del Evangelio y construyendo un mundo siempre nuevo por el amor.
José Ignacio Alemany Grau, obispo

20 de diciembre de 2013

IV Domingo de Adviento, Ciclo A

VENDRÁ EL QUE YA ESTÁ CON NOSOTROS
Frecuentemente encontramos en nuestra fe cosas que parecen contradictorias y sin embargo son así. Por ejemplo, sabemos que Cristo vino y vendrá. Viene y vendrá de muchas maneras.

Es el ingenio y creatividad del Dios bueno que ama la novedad y nos la quiere compartir.

Así, en estos días vamos a oír muchas veces: “Ven, Señor Jesús” y también oiremos: “Emmanuel”; es decir, el “Dios-con-nosotros”. Dios viene y ya está con nosotros.

La primera lectura de hoy es del profeta Miqueas. Nos habla de la pequeña Belén “una pequeña entre las aldeas de Judá”.

El motivo es en realidad el de siempre: que Dios aparece tanto más grande cuanto más pequeña y débil es nuestra humanidad.

De Belén “saldrá el jefe de Israel… Él pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor”. 

No hay duda de que una de las cosas que más añora la humanidad es siempre la paz y la justicia auténticas.

Si nos fijamos, veremos cómo los salmos son un continuo suspiro de la humanidad pidiendo insistentemente ambas cosas al Señor.

Pues bien, este jefe de Israel cumplirá el deseo de su pueblo porque “éste será nuestra paz”, el “Príncipe de la Paz”.

De esta manera el profeta nos presenta al Mesías prometido.

El salmo responsorial nos habla de este Pastor de Israel y nos invita a repetir: 

“Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. 

Pastor de Israel escucha, tú que te sientas sobre querubines, resplandece. 

Despierta tu poder y ven a salvarnos”.

La carta a los Hebreos nos presenta a Jesucristo entrando en este mundo y hablando con su Padre. Le dice: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas” y es que en realidad todas las ofrendas que ofrecían los hombres no tenían ningún valor para desagraviar al Infinito, a Dios.

Jesús, por su parte, aclara que su Padre le ha preparado un cuerpo y está seguro de que desde la limitación humana que Él asume, podrá ofrecer al Padre un sacrificio de expiación en nombre de toda la humanidad y, una vez encarnado, adoptó la actitud de la víctima perfecta: 

“Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”.

La aceptación por parte de Cristo, de un cuerpo semejante al nuestro, se convierte en nuestra purificación y salvación: “todos quedamos santificados por la oblación del Cuerpo de Jesucristo hecha de una vez para siempre”.

Hay algo muy hermoso, en lo que quizá no hemos reparado, pero la liturgia de hoy nos lo quiere señalar expresamente.

Junto al sí de Cristo, a su aceptación para hacer la voluntad del Padre, está el sí de María que en el verso aleluyático nos dice: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu Palabra”.

¡Qué buena oportunidad para que nosotros también repitamos nuestro sí y podemos hacerlo con las palabras que Jesús nos enseñó: “Hágase tu voluntad”.

El Evangelio nos acerca al nacimiento de Jesús, recordándonos el encuentro de las dos primas, María e Isabel. María saluda a Isabel y ella siente la alegría de su hijo, que ya tiene cerca de siete meses, saltando en su vientre.

En ese momento maravilloso, Isabel glorifica a Santa María con esta doble bendición:

“Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”.

Después Isabel, recordando la falta de fe de su esposo que estaba mudo en esos momentos, le dice a su prima: “Dichosa tú que has creído porque lo que ha dicho el Señor se cumplirá”.

De esta manera la Iglesia nos está preparando para la Navidad que se acerca.

Por mi parte, les invito a todos ustedes a que, sin olvidar que la alegría externa es buena y que es un signo del gozo de Dios que llevamos dentro, nos preocupemos ante todo del gran misterio que Dios nos ha revelado.

Jesucristo, verdadero Dios como el Padre y verdadero hombre con cuerpo y alma como nosotros, ha hecho la obra más maravillosa que ninguna criatura pudo imaginar.

Dios se hace pequeño, Dios se hace criatura para que nosotros podamos tener contacto con la Divinidad y, mediante la gracia que Él nos merece, podamos confiar en una eternidad feliz, gozando de nuestro Creador.

Esto nos da a entender que la Navidad tiene que ser, ante todo, un inmenso ¡Gracias!, que suba de la tierra al cielo.

Gracias a ese maravilloso Dios que quiso hacerse pequeño, para hacernos grandes.

Por otra parte, aprovechemos estos días para purificarnos y acercarnos, por medio de Cristo, al Padre Dios que nos ama en el cariño del Espíritu Santo.

Y aprovechemos también para entender en qué consiste el verdadero amor al prójimo.
José Ignacio Alemany Grau, obispo

12 de diciembre de 2013

III Domingo de Adviento, Ciclo A

LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO
Hoy, tercer domingo de Adviento, la Iglesia hace una pausa en la preparación un tanto seria del Adviento para invitarnos a la alegría.

Es bueno que tengamos presentes las palabras que nos ofrece en su exhortación apostólica El gozo, la alegría del Evangelio, el Papa Francisco.

Recordemos:

“La Alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Cristo… con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”.

Los que tienen en la Corona de Adviento tres velas moradas, como son los ornamentos del Adviento hoy prenden la cuarta vela, que es rosada, imitando la casulla que se pone el sacerdote en las parroquias que la tienen.

Veamos ahora como la Iglesia, a través de las lecturas de hoy nos invita a este gozo.

La antífona introductoria, dice:

“Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres”.

La oración colecta nos dice que “la Navidad es fiesta de gozo y salvación” y por eso pide a Dios la gracia de “celebrar la Navidad con alegría desbordante”.

El profeta Sofonías (quizá poco conocido) nos invita a regocijarnos:

“Regocíjate hija de Sión, grita de júbilo Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén”.

Y nos da el motivo y es que en realidad no puede haber un motivo más importante para que la humanidad se sienta feliz que éste:

“El Señor ha cancelado tu condena”.

Además el profeta, personificando al Dios protector en un guerrero, le asegura su protección y todavía más, nos hace sentir que Dios está feliz:

“Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo, como en día de fiesta”.

San Pablo nos dice las palabras que abren la celebración y que hemos citado antes y nos da el motivo: “El Señor está cerca”. Por eso, no debemos estar preocupados por nada. Lo único que debemos hacer “en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias vuestras peticiones sean presentadas a Dios”.

Así alcanzaremos la paz verdadera.

Esta cercanía de Dios nos hace entender que es el Espíritu Santo quien la produce en el corazón de los suyos: 
“El Espíritu del Señor está sobre mí; me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres”.

Así nos enseña el versículo aleluyático y como hemos visto, con esta alegría podemos salir a evangelizar sobre todo a los pobres, que será el signo que Jesús dará al Bautista cuando le envíe mensajeros para ver “si es Él el que ha de venir o hemos de esperar a otro”.

El Evangelio nos recuerda los consejos con que Juan Bautista “exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio”.

Éstos eran algunos de sus consejos:

* A todos:
“El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; el que tenga comida, haga lo mismo”.

* A los publicanos:
“No exijáis más de lo establecido”.

* A unos militares:
“No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie sino contentaos con la paga”.

Ante el poder evangelizador de Juan había en el ambiente una duda:

“¿Serás tú el Mesías?”

Y Juan, el evangelizador, explicaba:

“Yo os bautizo con agua pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego…”

Terminemos nuestra reflexión de este domingo de gozo y de alegría repitiendo el estribillo del salmo responsorial que en realidad pertenece al profeta Isaías:

“¡Gritad jubilosos: qué grande es en medio de ti el Santo de Israel! ¡El Señor es mi Dios y Salvador, confiaré y no temeré!”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

6 de diciembre de 2013

II Domingo de Adviento, Ciclo A

MARÍA INMACULADA
Inmaculada Concepción significa que cuando los llamados por la Tradición, san Joaquín y santa Ana concibieron a María, en ese momento, Dios intervino para que no entrara en Ella el pecado original.

Durante muchos siglos el pueblo de Dios defendió esta verdad de fe. Incluso con oraciones, escritos y también auto-sacramentales, que son una forma de representación teatral.

En 1854 el beato Papa Pío IX declaró que la doctrina que sostiene la Inmaculada Concepción de María es dogma de fe y por tanto todos deben creerla.

Poco después, en 1858, la misma Virgen María, en una aparición milagrosa a santa Bernardita, confirmó esta verdad de fe presentándose a la pequeña con estas palabras: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.

Nos alegramos por Jesús porque María es su Madre Purísima y Dios quiso prepararla con especiales privilegios para que lo acogiera a Él en su seno virgen.

Nos alegramos y agradecemos también por nosotros mismos porque Ella es nuestra Madre y nos hace felices tener una Madre tan linda.

En este domingo deberíamos celebrar la Misa del domingo segundo de Adviento que en la liturgia es “intocable”. Pero la Santa Sede ha permitido celebrar la Inmaculada por ser una fiesta mariana muy importante y además celebramos en este día miles de primeras comuniones.

Sin embargo, por disposición del mismo decreto, la segunda lectura del día será la de Adviento como comentaremos más adelante.

Meditemos las lecturas, empezando por el prefacio que explica y justifica este privilegio de la Inmaculada Concepción:

“Porque preservaste a la Virgen María de toda mancha de pecado original, para que en la plenitud de la gracia, fuese digna Madre de tu Hijo y comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura. Purísima había de ser, Señor, la Virgen que nos diera el Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima la que, entre todos los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de santidad”.

La primera lectura nos lleva al Paraíso terrenal. Adán y Eva se esconden porque llega Dios a visitarlos, como de costumbre, y se sienten desnudos y pecadores. 

Dios le pregunta a Adán por qué se esconden. Él le echa la culpa a Eva y Eva culpa a la serpiente.

Es ésta una de las debilidades que hemos heredado de ellos: siempre nos excusamos.

El Dios de la misericordia, como es también justo, tiene que castigar y lo hace según había prometido. El castigo representa la expulsión del paraíso, la muerte, engendrar los hijos con dolor y el trabajo costoso de sacar el pan de la tierra con el sudor de la frente.

Pero como Dios es misericordioso nos ofrece el “protoevangelio”; es decir, el primer anuncio de esperanza de salvación para los hombres:

Dios dice a la serpiente: “Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya. Ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón”:

Una mujer con su descendencia (el Redentor) pisoteará el orgullo de la serpiente.

Esa mujer es María y hoy nos la presenta san Lucas como una joven maravillosa que acepta cumplir, con la humildad de una sierva, la Palabra del Señor.

Ella virginalmente concebirá y dará a luz un hijo que se llamará Jesús porque salvará al pueblo de Dios.

Esto se realizará sin intervención de varón (milagro de Dios), sólo por obra del Espíritu Santo “que vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios”.

Al sentirse elevada a lo más alto que puede llegar una criatura, María se humilla: “aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu Palabra”.

De esta manera, la que fue Inmaculada en su Concepción, permanece Purísima y Santa después de concebir al Verbo de Dios y darle un cuerpo como hace toda mujer con su hijo.

Por eso, con el versículo aleluyático, alabamos a María con las mismas palabras del ángel:

“Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú eres entre las mujeres”.

En la segunda lectura de Pablo a los Romanos (que corresponde al segundo domingo de Adviento) el Apóstol pide para nosotros “que Dios nos conceda tener entre vosotros los mismos sentimientos según Cristo Jesús”.

Estos sentimientos los podemos reducir a dos clases: alabar unánimes a Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo y acogernos unos a otros como Jesús nos acogió para gloria de Dios, tanto a los judíos como a los gentiles.

Esto significa que nos abramos al amor y alabanza de Dios “para que unánimes, a una voz, alabéis a Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”. 

Y, por otra parte “acogeos mutuamente como Cristo os acogió para gloria de Dios. Quiero decir con esto que Cristo se hizo servidor”… para acoger y unir tanto a los judíos como a los gentiles “para que todos alaben a Dios por su misericordia”.

Terminemos glorificando al Señor por las maravillas de la Inmaculada Concepción de María, repitiendo con el salmo responsorial:

“Cantad al Señor un cántico nuevo porque ha hecho maravillas”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo