24 de octubre de 2013

XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

A QUIÉNES ESCUCHA DIOS
Pues Dios escucha a todos. Es un Padre que siempre tiene los oídos atentos a nuestras súplicas.

De todas maneras, es cierto que hay casos y casos. Por ejemplo, a todos nos molesta oír cosas como éstas:

- Yo voy a misa siempre. 

- Yo hago donaciones y aparecen en los periódicos porque soy bien conocido y reconocido por todos.

- Yo soy la primera en colaborar cuando pide algo el obispo porque yo soy bien católica como ha sido siempre mi familia.

Cuando hoy leamos la parábola del día fíjate bien cómo le caerá a Dios esa manera de pensar y sabrás cómo califica Él a estos fariseos de siempre. Con la presentación que hace Jesús todo queda aclarado:

El fariseo oraba así: oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.

Jesucristo nos da a entender cómo el fariseo se fue cargando todos los pecados que había traído antes de rezar, más el pecado de orgullo cometido ante Dios.

No olvides que una de las características de la oración es la humildad.

Jesús nos presenta así la oración humilde del publicano: lo único que hacía era golpearse el pecho diciendo:

“Oh Dios, ten compasión de mí, pecador. 

Os digo que éste bajó a su casa justificado”.

La lección del día la saca Jesús mismo. Lo que necesitamos es vivirla:

“El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.

Pues esto es lo que quiere enseñarnos hoy la liturgia. La preferencia de Dios por los sencillos y humildes.

En realidad la justicia de Dios es para todos. Pero tiene preferencia por los pobres, huérfanos, viudas, oprimidos, los más humillados. Lee y medita estas frases de la primera lectura de hoy que pertenecen al libro del Eclesiástico:

“El Señor escucha las súplicas del oprimido; no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja; sus penas consiguen su favor y su grito alcanza las nubes; los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansan”.

Me imagino que al leer lo del “grito de las viudas” te habrás acordado del Evangelio del domingo anterior cuando Jesús, con el ejemplo del juez inicuo, nos advierte que Dios está atento para “hacer justicia a sus elegidos que le gritan día y noche”.

(Así se abrazan el Antiguo y el Nuevo Testamento).

Pablo nos habla también hoy de que el Señor fue su protector cuando “todos me abandonaron y nadie me asistió”…

(¡Pobre Pablo, tan entregado al Evangelio y tantas veces marginado, olvidado…! Tengamos esto en cuenta cuando catequizamos a otros y sentimos quizá la marginación, quizá el desprecio y la incomprensión)

Y continúa el apóstol: cuando lo abandonaron todos “el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar el mensaje de modo que lo oyeron todos los gentiles”.

Más aún, aludiendo a un texto bíblico completa:

“Él me libró de la boca del león”.

Y aún nos deja una lección de esperanza: 

“El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo”.

Si el Antiguo Testamento nos habla hoy de los abandonados por los hombres y en el Nuevo Testamento Pablo nos ofrece la propia experiencia de sentirse marginado, Jesús viene a salvarnos a nosotros también entre indecibles tormentos e incomprensiones. Pero “Dios estaba con Él”, con Jesús, como nos dice el verso aleluyático.

Terminemos haciendo nuestra la oración del salmo responsorial: “si el afligido invoca al Señor Él lo escucha”.

Hagamos nuestra la oración del salmista, admirando la misericordia de Dios:

“Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca. Mi alma se gloría en el Señor.

El Señor se enfrenta con los malhechores… cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias.

El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

17 de octubre de 2013

XXIX Domingo del Tiempo ordinario, Ciclo C

LA ORACIÓN Y LA PALABRA
En este domingo podemos fijarnos en dos puntos distintos, pero en el fondo, conectados entre sí.

El primero se trata de la oración.

La lectura del Éxodo es clásica a la hora de hablar de la oración de intercesión. La victoria de Israel sobre Amalec no depende tanto del jefe militar de aquellos momentos, es decir de Josué, que peleaba en el campo de batalla, sino más bien de la intercesión que hacía Moisés en la cima del monte. Era una oración acompañada de penitencia. 

Así se lo dijo Moisés a Josué antes de que saliera a pelear: “mañana yo estaré en pie en la cima del monte, con el bastón maravilloso de Dios en la mano”.

El Éxodo presenta así la batalla: 

“Mientras Moisés tenía en alto las manos, vencía Israel; mientras las tenía bajadas vencía Amalec, y, como le pesaban los brazos, sus compañeros tomaron una piedra y se la pusieron debajo para que se sentase; mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así resistieron sus brazos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a Amalec y a su pueblo a filo de espada”.

Sabemos que la historia de Moisés con Israel fue una historia de intercesión sacrificada. Fue el caudillo fiel a Dios y a su pueblo y Dios lo escuchaba con predilección.

El salmo responsorial podría haber sido escrito después de esta victoria que nos cuenta el Éxodo porque realmente fue entonces cuando Israel pudo repetir: “el auxilio me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra”.

Sabemos, sin embargo, que este salmo recoge la historia de Israel siempre.

Su geografía nos lo permite entender mejor.

Cuando la ciudad era atacada tenían que esperar a sus amigos, a sus aliados. Cuando los veían pasar por los montes lejanos bajando la llanura para subir a Jerusalén, comenzaba a crecer en ellos la esperanza de libertad y victoria.

De todas formas sabían muy bien que eran el pueblo de Dios y que el auxilio les venía directamente del autor del cielo y la tierra. Sabían, como nosotros debemos saberlo también para nuestra vida personal y comunitaria, que el Señor “no permitirá que resbale tu pie, tu guardián no duerme. No duerme ni reposa el guardián de Israel”.

Como el pueblo escogido, medita siempre que “el Señor te guarda siempre, está a tu derecha; de día el sol no te hará daño ni la luna de noche… Él guarda tu alma”.

La misma idea de la oración que Dios escucha, nos la presenta Lucas en el Evangelio. Él presenta la parábola diciendo que Jesús la contó para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse: 

“Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres”.

(¡Qué pena que esta raza no haya desaparecido todavía!).

“En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: Hazme justicia frente a mi adversario”.

La descripción tanto del juez como de la vieja resulta muy simpática:

“Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia no vaya a acabar pegándome en la cara”.

Después de estas pinceladas es Jesucristo mismo quien saca la conclusión:

Si el juez inicuo hace lo que le pide la viuda, “¿Dios no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?... os digo que les hará justicia sin tardar”.

La segunda idea, que es de san Pablo a Timoteo, nos enseña que la Palabra de Dios que se nos ha explicado, y que quizá nosotros como Timoteo la hemos recibido desde pequeños, debe ser “una fuente de sabiduría que por la fe en Cristo Jesús conduce a la salvación”.

Para san Pablo la Palabra de Dios nos debe servir en todas las situaciones de nuestra vida de suerte que “estemos perfectamente equipados para toda obra buena”.

Por eso nos advierte que “toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, reprender, corregir, educar en la virtud”.

Precisamente por la importancia que tiene la Palabra y porque de ella depende la salvación de la humanidad, san Pablo tiene este bellísimo párrafo en el que invita a Timoteo a ser un predicador incansable:

“Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro por su venida en majestad: proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta con toda paciencia y deseo de instruir”.

Así que, amigos, tengamos en cuenta estas palabras de la carta a los Hebreos que leemos en el verso aleluyático: “La Palabra de Dios es viva y eficaz; ella juzga los deseos e intenciones del corazón”. 

Recordemos siempre las dos lecciones de este domingo: 

Oremos sin desanimarnos y escuchemos y compartamos la Palabra de Dios.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

10 de octubre de 2013

XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

DE LA LEPRA A DIOS
Naamán casi se la pierde

Naamán, gran caudillo del rey de Siria era leproso.

En una oportunidad trajeron una joven israelita prisionera que quedó al servicio de la mujer de Naamán.

La muchacha le aconsejó que fuera al profeta de Israel que podía curarlo.

Naamán, con permiso de su rey, viaja con muchas riquezas y al final se encuentra con Eliseo.

El profeta ni sale a saludarlo. Simplemente le manda bañarse siete veces en el río Jordán.

El orgulloso caudillo se iba furioso gritando que los ríos de Damasco eran mejores que todas las aguas de Israel.

Y despreciando al profeta, pensó regresar a su tierra.

Sus criados le hicieron entrar en razón con estas palabras:

“Padre mío, si el profeta te hubiera mandado algo difícil, ¿no lo habrías hecho?

¡Cuánto más si te ha dicho lávate y quedarás limpio!”.

Naamán se bañó siete veces en el Jordán y su carne quedó nueva como la de un niño.

Regresó, agradeció y ofreció dones valiosos que Eliseo no aceptó. Entonces el militar hizo una promesa:

Se llevó como muestra de gratitud eterna a su país, dos mulas cargadas con tierra de Israel, para extenderla y ofrecer sobre ella el culto y adoración al Dios verdadero porque “en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses fuera del Señor”.

La verdad es que su orgullo casi le hace perder la sanación maravillosa que le consiguió su humillación.

También nuestro orgullo nos priva de tantas posibilidades en la vida espiritual e incluso en la vida social porque a Dios y a los hombres nos molestan los creídos.

Ser agradecidos

San Pablo en el versículo aleluyático nos pide que seamos agradecidos: 

“Dad gracias en toda ocasión: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros”.

Por aquí va el tema de este domingo. La gratitud para con Dios.

El salmo responsorial también nos invita, con estas palabras y motivos a agradecer: “el Señor revela a las naciones su salvación… Cantad, gritad, vitoread, tocad… porque el Señor ha hecho maravillas y los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios”. 

Por eso Pablo, en su párrafo bellísimo a Timoteo nos pide que hagamos “memoria de Jesucristo” porque solamente en Él está la salvación.

Se trata de recordar con gratitud todos los dones que nos ha dado Dios por Jesucristo.

Entre otras cosas enseña que “es doctrina segura: si morimos con Él viviremos con Él. Si perseveramos reinaremos con Él”. Aunque también nos advierte valientemente que “si lo negamos, también Él nos negará. Pero si somos infieles Él permanece fiel porque no puede negarse a sí mismo”.

Esto es lo que hizo Pablo que sacrificó su vida por Jesús para conseguir para sí mismo y para otros la salvación.

El Evangelio a su vez nos presenta a diez leprosos pidiendo la sanación, desde lejos, porque les estaba prohibido acercarse a los sanos.

Jesús les mandó: “Id a presentaros a los sacerdotes”.

“En el camino se sanaron los diez. Pero solamente uno, al ver que estaba curado, volvió alabando a Dios, a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Este era samaritano”.

Jesús muestra pena ya que solamente uno ha agradecido. Incluso se trataba de un extranjero. Por eso preguntó:

“¿No han quedado limpios los diez?; ¿los otros nueve, dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?”

Cuántas veces en nuestra vida pedimos mucho y agradecemos poco no sólo a los hombres sino también a Dios.

Sin embargo deberíamos vivir en perenne acción de gracias al Señor que nos regala toda clase de bienes materiales y espirituales continuamente.

Esto lo podemos hacer, sobre todo, con el don más maravilloso que nos dejó el mismo Jesús para que pudiéramos agradecer: la Eucaristía, que significa precisamente “acción de gracias”.

San Alfonso en su libro de las Visitas al Santísimo Sacramento advierte que “el ingrato se hace indigno de recibir nuevos beneficios”.

Tú y yo, amigo, seamos fieles y agradecidos a Jesucristo a quien debemos todo.

Para animarnos más miremos a nuestro Señor de los Milagros que desde la cruz, sobre todo en este mes de octubre, nos recuerda cuánto nos amó y cuánto desea que le amemos nosotros también.

Este amor debemos manifestarlo tanto a Él directamente, como al prójimo en quien Jesucristo se ha ocultado.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

3 de octubre de 2013

XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

EL JUSTO VIVE DE LA FE
Hoy nos encontramos con el profeta Habacuc. 

En realidad su nombre parece que se refiere a una planta que es la Albahaca. 

Es poco lo que sabemos de este profeta y, como podremos ver por el texto que se cita en las lecturas de hoy, no es tan fácil de entender.

Pero, de todas formas, está claro que el grito de hoy es muy frecuente, tanto en la Biblia como en nuestra vida: “¿Hasta cuándo, Señor?”. Y lo completa así: “¿Hasta cuándo pediré auxilio sin que me oigas?”.

Y luego brota otro grito: “¡Violencia!”, eso que surge en los corazones oprimidos.

De todas maneras la respuesta que dará el Señor en el capítulo siguiente aclara el plan de Dios sobre la humanidad.

“El injusto será rechazado porque tiene el alma hinchada”. En cambio, “el justo vivirá por su fe”.

Esta frase será muy importante para la Biblia y la encontraremos de manera especial en Pablo (Rm 1,17; Ga 3,11).

También en Hebreos (10,28) donde el autor de la carta completa: “Mi justo vivirá de la fe pero si se arredra le retiraré mi favor”. 

Y añade una invitación para todos nosotros que debemos hacer realidad en nuestra vida: “Nosotros no somos gente que se arredra para la perdición sino hombres de fe para salvar el alma”.

Como vemos por aquí anda el tema de hoy “la fe del justo” que todos nosotros debemos vivir en fidelidad a nuestro bautismo.

Precisamente San Pablo advierte a Timoteo en la carta de hoy “reaviva el don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde sino un espíritu de energía, amor y buen juicio”.

Y todavía completa: “no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor Jesucristo”.

Y aún recalca a su querido discípulo que tenga presentes las enseñanzas de Pablo para pedirle “vive con fe y amor en Cristo Jesús… y guarda este precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros”.

A todos posiblemente se nos ocurre en este momento pedir fe a Dios y es esto lo que según el Evangelio de hoy pidieron a Jesús sus apóstoles: “Auméntanos la fe”.

La verdad es que necesitamos mucha, siempre, pero además hay situaciones difíciles en que nos confunden, o nosotros mismos nos confundimos, arrastrados por las distintas situaciones de la vida.

La respuesta de Jesús parece un poco al margen de todo pero, en realidad, es muy interesante.

Dice así: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza diríais a esa morera ‘arráncate de raíz y plántate en el mar ’”.

Siempre me ha llamado la atención que hable de la fe como un granito de mostaza porque es muy pequeño. Sin embargo, creo que es más fácil entender que una palmera pueda salir de un coco grande, que una hortaliza grande salga de la semilla de mostaza que es más pequeña que la cabeza del alfiler (entre paréntesis, les diría que yo admiro a mi canario que es capaz de sacar el alimento que hay dentro de la cascarilla del pequeño grano de mostaza).

Jesús completa el Evangelio con otra idea interesante que nos pide humildad para obedecer el plan de Dios: 

Tenemos que servir y, cuando hayamos cumplido, no hay nada que reclamar. Sólo decir humildemente: 

“Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”.

Y es que en el servicio realizado con fe, está nuestra recompensa y salvación.

Hoy el salmo responsorial nos pide conversión a la fe, y aceptar al Dios verdadero en nuestra vida. Así nos pide Él mismo a través de las palabras que repetiremos varias veces:

“Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: no endurezcáis vuestro corazón”.

La fe es algo tan importante que todos necesitamos. Ésta es precisamente la invitación que nos hace en su carta “La Luz de la Fe” nuestro Papa Francisco. En ella aprenderemos tantas maravillas que aclaran cómo debe caminar el justo que vive de la fe. He aquí dos lucecitas:

“La luz de la fe es la de un rosto en el que se ve al Padre”.

Por la fe, por tanto, descubrimos al Padre como nos dijo Jesús: “el que me ve a mí ve al Padre”.

Nuestra vida no debe quedarse en teorías sino que debe llegar al fondo de nuestro ser. Esta actitud nos la pide también el Papa Francisco:

“La fe no sólo mira a Jesús sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos”.

Es decir que se trata de que nosotros participemos en el modo de ver que tiene Jesucristo. 

Vivamos, amigos, de la fe, es decir, que la fe sea el alimento y centro de nuestra vida. Para eso debemos ver a Dios en Cristo y tener en nuestra vida los sentimientos, criterios y acciones de Jesús.

José Ignacio Alemany Grau, obispo