25 de julio de 2013

XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

EL PODER DE LA INTERCESIÓN

La primera lectura, la del Génesis, es muy sabrosa. Empieza poniendo en labios de Dios una serie de antropomorfismos muy simpáticos en los que Dios ensalza a Abraham como su gran amigo.

Dada la grandeza de este Abraham, el Señor se siente obligado a descubrirle sus planes sobre Sodoma y Gomorra.

A continuación Dios dice que va a bajar para ver si es verdad lo que le han contado de esas ciudades para castigarlas.

Es entonces cuando Abraham comienza a dar “consejitos” a Dios.

Esto, sin duda, supone simplicidad y confianza al mismo tiempo y comienza su oración de intercesión que sin duda todos conocemos.

Después de decirle a Dios que no puede condenar a justos y pecadores, se imagina que hay cincuenta justos y comienza a pedir… y a hacer rebajitas; en el fondo quiere ver si puede salvar a su sobrino Lot.

Dios que evidentemente se las sabe todas, le va contestando que salvaría a los pecadores para que no murieran cincuenta, cuarenta y cinco… justos entre ellos.

Al final Abraham se da cuenta de que ha ido demasiado lejos al pedir que por diez justos salve las ciudades y queda en ridículo porque la misericordia de Dios siempre va más lejos, hasta el punto de salvar al único justo que había y que era precisamente Lot.

Éste es un ejemplo de oración de intercesión que quizá nosotros olvidamos a la hora de hacer oración y que sin embargo es tan importante: pedir por los demás.

En una oración que hizo el Papa Francisco, llamada “Oración de los dedos”, después de haber pedido por los otros cuatro, que representan distintos grupos, dice que al llegar al meñique ya se puede pedir por uno mismo…

Es lo que hacemos nosotros normalmente… pero al revés.

Abraham, por tanto, es uno de los grandes intercesores del Antiguo Testamento, junto con Moisés, David, Ester...

El evangelio nos presenta la oración más perfecta que incluye todas las peticiones que debemos hacer, el padrenuestro.

Al rezar en plural estamos intercediendo al mismo tiempo por todos los demás.

Aunque es más breve que el padrenuestro de Mateo, de todas formas Lucas nos presenta este gran modelo de oración. 

Jesús lo hizo, precisamente, a petición de sus apóstoles que le dijeron: “Señor, enséñanos a orar como Juan enseñó a sus discípulos”.

No contento con esta enseñanza, Jesús pide que seamos insistentes en la oración. Para eso nos cuenta una pequeña parábola.

Alguien que recibe un amigo, no tiene pan para darle y, aunque es de noche se va a otro amigo y le insiste y aunque el otro se lo niega “si insiste llamando, yo os digo que si no se levanta y se lo da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite”.

A continuación Jesús nos da unos consejos importantes respecto a este mismo tema: 

“Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca haya y al que llama se le abre”.

Finalmente, hace una comparación interesante. “¿Qué padre entre vosotros cuando su hijo le pide pan le dará una piedra o si le pide un huevo le dará un escorpión?”

Y aclara: “Si vosotros que sois malos (¡qué bien nos conoce Jesús!), sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más vuestro padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden”.

No olvides tampoco que lo más importante que debemos pedir en la oración es el Espíritu Santo.

San Pablo nos enseña los dos grandes motivos que respaldan nuestra petición:

El primero nos lo da en la carta a los Colosenses: Jesús con su muerte en la cruz “borró el protocolo que nos condenaba con sus cláusulas y era contrario a nosotros; lo quitó de en medio clavándolo en la cruz”.

Desde entonces podemos pedir a Dios lo que queramos.

¡Qué poco pensamos en tantas maravillas como le debemos a Jesús!

El segundo motivo lo presenta el verso aleluyático con estas palabras de la carta a los Romanos:

“Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar ¡Abba, Padre!”.

¿Qué nos podrá negar el Padre Dios si vamos a Él apoyados en su Hijo y en el Espíritu Santo?

Por todos estos motivos nos acercamos a Dios con el salmo responsorial confiando en la bondad del Dios bueno: “Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste… acreciste el valor en mi alma.

Daré gracia a tu nombre”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

18 de julio de 2013

XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

SEÑOR, NO PASES SIN DETENERTE

Un buen día iba por lo más alto de la cordillera ayabaquina. En “la junta” éramos unas quince personas.

Por cierto que pensé para mis adentros que, siendo tantos, no podríamos almorzar porque el camino era largo y no estaba previsto el fiambre (dicho sea de paso que, como la providencia es así, aquel día almorzamos tres veces).

Bien. Íbamos, como se suele, por esos caminos estrechos de uno en uno, hablando de vez en cuando y callando la mayor parte del tiempo

Por cierto que a mí me encantaba cantar a todo pulmón por esos campos de Dios llenos de belleza, silencio, trinos de los pájaros y del canto del agua despeñándose por las quebradas.

De pronto salió un hombre, “un colorado”, que dicen por allá. Se puso delante de mí e insistió en que me detuviera y entrase en la casa para tomar “un cafecito”.

Aunque le hablé de prisas para llegar a tiempo al caserío donde debía predicar, insistió, bajé, entramos en la casa, nos dio de comer carne muy tierna, maíz, leche… todo en abundancia.

Salimos más que satisfechos y felices.

De inmediato pensé en Abraham.

Aquel hombre era para mí el Abraham de la lectura de hoy que me repetía: “no pases sin detenerte”.

Fue una hermosa página de nuestra sierra peruana en la que se vive la Biblia con toda sencillez.

Hablemos del Génesis:

Los tres hombres que se detuvieron en la choza de Abraham, bajo la encina de Mambré, recordaban a los Santos Padres la visita de la Trinidad al viejo patriarca.

En realidad ésta no es precisamente la presentación del misterio trinitario en el Antiguo Testamento pero visto a la distancia, podemos sentir que hay una referencia a la Santísima Trinidad.

El Señor vino con la gran noticia al anciano matrimonio: “Cuando vuelva a ti dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo”.

Era la felicidad y el cumplimiento de las promesas de Dios cuando Abraham rayaba los cien años de edad y veinticinco de repetidas promesas.

El salmo responsorial pregunta:

“Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?”.

La contestación es:

“El que procede honradamente… no hace mal al prójimo ni difama al vecino… el que no presta dinero a usura…”

En el caso de la liturgia de este domingo, los personajes que se encuentran con Dios son Abraham, en el Antiguo Testamento, y Marta, María y Lázaro con Jesús que llega a su casa.

Aquí es Dios el que se hospeda en las tiendas de hombres buenos, lo cual es mucho más admirable que lo leído en el salmo.

Abraham se desvive por el Señor preparándole los mejores manjares que tiene.

Lo mismo hace Marta preparando el almuerzo para Jesús y los discípulos.

Sin embargo, Jesús explica a la familia que hay algo mejor para agradar al Dios que nos visita:

Por eso, cuando Marta pide a Jesús que le ayude su hermana, Jesús le responde:

“¡Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas! Sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor y no se la quitarán”.

¿Y qué es lo que contempla María y lo que debe contemplar todo el que se pone a orar en su encuentro con Dios?

Evidentemente que se trata de las maravillas divinas. San Pablo hoy lo concreta así:

“El misterio que Dios ha tenido escondido desde siglos y generaciones y que ahora ha revelado a sus santos.

A éstos ha querido Dios dar a conocer la gloria y riqueza que este misterio encierra para los gentiles: es decir, que Cristo es para vosotros la esperanza de la gloria”.

Contemplar a Jesucristo, eso es lo importante.

Terminemos recordando la advertencia que nos hace el verso aleluyático porque todos tenemos el problema de ser fieles, de perseverar.

Nos cansamos. Prometemos de nuevo. Volvemos a empezar. 

Meditemos, pues este versículo de san Lucas: “Dichosos los que con un corazón noble y generoso guardan la Palabra de Dios y dan fruto perseverando”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

11 de julio de 2013

XV Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C

JESÚS, EL BUEN SAMARITANO

El evangelio de hoy nos cuenta más o menos esto:

Jesús bajó del cielo a la tierra. Venía feliz a demostrar el amor infinito que Dios nos tiene.

Pero cuando llegó, los hombres lo agarraron, lo molieron a palos, lo coronaron de espinas y lo dejaron agonizando entre el cielo y la tierra.

La gente pasaba junto a Él. 

Unos se burlaban.

Otros se reían de Él.

Unas mujeres lloraban desesperadamente.

Murió aquel hombre y Dios, con su mano omnipotente, lo devolvió a la vida para alegría y triunfo de Él mismo y salvación de todos.

Fácilmente entenderás que Dios nos ha dado un precepto y quien mejor lo ha cumplido es Jesucristo:

“Amarás al prójimo como a ti mismo”.

Claro que Jesús superó el antiguo mandamiento dando la vida por el prójimo. Por eso nos pudo decir “no hay amor más grande que dar la vida… ámense como yo los he amado”.

Creo que ahora entenderás mejor la sencilla parábola con la que Jesús explica al maestro de la ley que el prójimo es el que está más cerca de ti; no importa que lo conozcas o no, que sea de tu raza o de otra:

“Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de los bandidos que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon dejándolo medio muerto”.

Por allí pasaron un sacerdote, un levita, gente que iba de camino hasta que llegó un samaritano, tuvo lástima, lo curó, lo llevó a la posada, pagó y todavía añadió al posadero: 
“Cuida de él y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta”.

Me imagino que ahora te das cuenta también de otra cosa. Que Jesús fue el molido a palos y fue también el samaritano “que tuvo lástima… se le acercó, le vendó las heridas”, etc.

Nos curó con sus heridas, con su sangre nos lavó de nuestros pecados y se ofreció al Padre para salvarnos a cada uno y a todos.

Luego subió al cielo para enseñarnos el camino y para prepararnos un lugar, porque dijo:

“En la casa de mi Padre hay sitio para todos”.

Más aún, para que no nos perdamos en el camino, nos dejó dos denarios con los que podremos llegar a la tierra prometida: son la Eucaristía y su Palabra, la Sagrada Escritura, que nos conduce a Dios.

¿Y quién es este Jesús maravilloso que para nosotros es el único salvador que sacrificó su vida humana para salvarnos y respaldó su entrega con la divinidad ya que este hombre es Dios al mismo tiempo?

San Pablo, hoy, lo exalta con estas palabras:

“Cristo Jesús es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de Él fueron creadas todas las cosas… Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia… es el primero en todo”.

Este es Jesús, el de la máxima caridad para con todos nosotros. Y todos debemos aprender de Él.

Él, como nadie, cumplió el mandamiento del amor del Antiguo testamento y lo llevó a su plenitud, enseñándonos a guardar todos los preceptos y mandatos, pero como dijo Jesús mismo, guardarlos por amor:

“El que me ama guardará mis mandamientos”.

El salmo responsorial nos hace ver que cada uno somos como “un pobre malherido”, siempre necesitado de misericordia y nos invita a pedir: “Dios mío, tu salvación me levante”.

Por otra parte, el mismo salmo nos anima: 
“Miradlo, los humildes, y alegraos, buscad al Señor y revivirá vuestro corazón. Que el Señor escucha a sus pobres y no desprecia a sus cautivos”.

Finalmente, vemos que de muchas maneras en este día, se nos repite que guardemos con amor la Palabra de Dios, “palabras que son espíritu y vida” y que debemos llevarlas siempre “en tu corazón y en tu boca”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

4 de julio de 2013

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XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

ALEGRÉMONOS CON EL SEÑOR

Sabemos que la alegría cristiana brota de la gozosa relación con los hombres y sobre todo con nuestro Dios. 

Brota del Espíritu Santo y se convierte en uno de los frutos del mismo Espíritu.

Benedicto XVI, y últimamente Francisco, nos han hablado mucho de la alegría que brota de vivir y conocer y dar a conocer el Evangelio:

“No podemos guardar para nosotros la alegría de la fe: debemos transmitirla”.

Hoy la liturgia nos recuerda varias veces esta alegría.

* Isaías: “Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis, alegraos de su alegría…” 

Esta alegría brota de la paz y de los consuelos y ternura de Dios. Muchas veces lo olvidamos:

“Como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo… al verlo se alegrará vuestro corazón… la mano de Dios se manifestará a sus siervos”.

* El salmo responsorial nos invita “a aclamar al Señor y cantar himnos a su gloria… y alegrarnos con Dios”.

Todo esto llena de gozo al salmista que nos pide “fieles del Señor, venid a escuchar, os contaré lo que ha hecho conmigo”.

Para él el gozo viene también de que Dios escuchó sus súplicas.

* San Pablo nos enseña que “su gloria es la cruz de nuestro Señor Jesucristo” y que incluso lleva en su cuerpo “las marcas de Jesús”, que según algunos serían las llagas de Cristo.

En esta cruz de Jesús está la felicidad de Pablo.

* El Evangelio nos advierte dónde encontrar la verdadera alegría, pero antes meditemos algunos detalles:

- Elección y envío:

Jesús llama a setenta y dos, número simbólico que indica todas las naciones, lo que indica que todos estamos llamados a evangelizar. 

Los envía de dos en dos, ya que según la Escritura: “el testimonio de dos es válido”.

- Jesús sabe que el mundo que debe recibir la noticia del Evangelio es rebelde y con una malicia insospechada. Lo compara con la fiereza del lobo frente a la oveja indefensa… pero los envió, y nos envía también hoy a nosotros: el Evangelio de la salvación debe llegar a todos.

- Antes había pocos evangelizadores. Hoy también. Las vocaciones no las fabricamos los hombres con nuestra propaganda. Sólo las da Dios. Nuestro deber es “rogar al dueño de la mies que mande obreros a su mies”.

Y es que el dueño es quien escoge obreros para su chacra y Dios no ha renunciado a ello.

Nosotros no somos dueños ni de la mies ni de los segadores. Debemos ser gente dispuesta que, a imitación de los setenta y dos, trabajan con amor en la mies.

- Jesús da buenos consejos a los apóstoles para que lleven su mensaje.

¿Cuál es el mensaje que llevan los discípulos de ayer y de hoy? El reino de Dios:

“El reino de Dios está cerca de vosotros”. Y Jesús quiere que no sólo esté cerca sino que entre dentro, como decía a los suyos: “el reino está dentro de vosotros”.

- Los consejos están llenos de sabiduría.

Léelos con paz. Aquí algunos:

Ante todo dice “¡pónganse en camino!”. Ésta es la primera disposición.

El envío es: como “corderos entre lobos”. 

El envío es: pobres “sin talega, ni alforja, ni sandalias…”

En envío es: presurosos. “No os detengáis a saludar a nadie por el camino” para que no olvidemos el servicio que nos puso en movimiento. Esto, además, hace alusión a la costumbre oriental de detenerse siempre que se saluda a una persona y por lo mismo el saludo se hacía interminable.

El envío es: para dejar un mensaje: “Está cerca de vosotros el reino de Dios”.

El envío es: para lleva la paz de Jesús.

- El regreso de los setenta y dos está lleno de alegría: “volvieron muy contentos” por la tarea realizada. Pero Jesús les advierte:

“No estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo”.

La conclusión, para ayer y para hoy, es “pónganse en camino”. Es lo que Jesús nos pide a todos.

Es preciso que se conozca que el reino de Dios Padre es para todos los hombres. Sólo así encontrarán la felicidad, la verdadera alegría.

Si nos cuesta, recordemos que la recompensa será abundante.

José Ignacio Alemany Grau, obispo