29 de mayo de 2014

La Ascensión del Señor, ciclo A

QUIERO EVANGELIZAR PORQUE PARTE DE MÍ YA ESTÁ EN EL CIELO

Estos son los dos puntos fundamentales que debemos tener presentes este domingo:

La ascensión de Jesús al cielo y el mandato de evangelizar.

Empezamos meditando la oración colecta del día:

“Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de gozo y darte gracias en esta liturgia de alabanza, porque la ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y donde nos ha precedido Él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros como miembros de su cuerpo”.

Y si comentamos el prefacio, uniendo los dos especiales que tiene la liturgia, encontramos estos pensamientos:

“Jesús después de su resurrección se apareció visiblemente a todos sus discípulos y, ante sus ojos, fue elevado al cielo para hacernos compartir su divinidad… Él habiendo entrado una vez para siempre en el santuario del cielo, ahora intercede por nosotros como mediador que asegura la perenne efusión del Espíritu”.

Como vemos Él “no se fue para desentenderse de este mundo, sino que ha querido precedernos como cabeza nuestra, para que nosotros, miembros de su cuerpo, vivamos con ardiente esperanza de seguirlo en su reino”.

Es san Lucas el que nos cuenta la ascensión del Señor en el libro de los Hechos de los apóstoles.

En un relato interesante nos cuenta cómo los apóstoles, hasta el final, estuvieron dudando sobre el futuro de Jesús y el Reino aquí en la tierra.

Finalmente Jesús se despide con estas palabras:

“No toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo”.

En ese momento Jesús comienza a elevarse. Lo siguen, impresionados, con su mirada, hasta que unos ángeles los mandan a cumplir el mandato de Jesús.

Y, ¿cuál fue su mandato?

Ante todo debemos tener claro lo que llevamos diciendo y que podemos resumir con estas palabras: nosotros somos parte del cuerpo místico de Cristo.

Él es nuestra cabeza, es decir, lo más importante de nosotros. 

Por todo lo que hemos dicho sabemos que Él está en el cielo. Por tanto, es una parte muy importante de nosotros mismos, la humanidad de Cristo, la que goza de la divinidad en la casa del Padre donde nos espera, como Él prometió.

¿Y qué es lo que nos toca hacer a nosotros?

Lo encontramos en el Evangelio de san Mateo en el día de hoy.

A lo mejor no lo has pensado, pero en todo el Evangelio no hay un mandato tan directo ni tan fuerte como el que Jesús dio a los suyos, poco antes de subir al cielo.

Revistiéndose de toda su autoridad, “se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra”, manda a los suyos: 

“Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado”.

Quiero recalcar que es un verdadero mandato de Jesucristo (utiliza el imperativo) y que nosotros no tenemos en cuenta normalmente al hacer nuestros examen de conciencia.

Es cierto que los diez mandamientos de la ley de Dios nos obligan, pero tenemos otros dos fuertes mandamientos del Señor: 

“Ámense unos a otros como yo los he amado” y éste: “vayan y hagan discípulos”.

Aunque Él sabía que un poco después iba a ascender al cielo, sin embargo, nos dice también para confirmarnos y fortalecernos: “sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.

Por su parte san Pablo, en su carta a los Efesios, profundiza estas ideas hablándonos de Jesucristo resucitado: “llevado a la derecha del Padre en el cielo por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación… y todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo”.

De esta manera podemos entender mejor ahora el mensaje litúrgico de este día:

Jesús, nuestra cabeza, ha resucitado y ascendió glorioso al cielo. Desde allí quiere atraernos a todos para compartir su gloria y felicidad.

Mientras tanto nos deja su mandato: evangelizar.

Y al mismo tiempo nos promete la presencia de su Espíritu que nos acompañará día a día hasta el fin de nuestra vida personal y hasta el fin de los tiempos.

Surgen algunas preguntas en nuestro corazón en estos momentos:

¿Tengo conciencia clara de que Jesús me manda a mí a evangelizar?

¿He pensado en la fuerza de este mandato que Jesús respalda con todo su poder de Dios y de hombre?

¿Pienso que Jesús glorioso es parte de mí, o que yo soy parte de Él, desde el día del bautismo?

Esta debe ser en nuestra vida personal la fuerza más grande para cumplir con la misión que Jesús nos ha confiado a todos.
José Ignacio Alemany Grau, obispo

22 de mayo de 2014

VI domingo del Tiempo Pascual, Ciclo A

SOY TESORO PORQUE LLEVO UN TESORO
“El que me ama guardará mi Palabra y mi Padre lo amará y vendremos a Él”. Aleluya.

No solemos pensar mucho esto. Pero es el Espíritu Santo lo más grande que ofrece Jesús a los suyos: cuando hay un gran tesoro se guarda en un estuche apropiado. 

Dios se hizo tesoro nuestro y nos preparó un cuerpo maravilloso y puso dentro un alma capaz “de cargar a Dios”.

Ahí sólo puede entrar nuestra voluntad que es la que acepta el tesoro y lo cuida.

Los enemigos están por todas partes haciéndole el juego al diablo.

San Pedro nos lo advierte:

“El diablo, como león rugiente, ronda en torno a nosotros buscando a quien devorar. Resistidle firmes en la fe”.

Hoy la sociedad nos presenta unos espejismos maravillosos para robarnos el gran tesoro, la presencia de Dios.

Este versículo de Juan (14,23) no entra en el párrafo del Evangelio de hoy pero nos lo recuerda el versículo aleluyático.

El Evangelio de hoy es continuación de las maravillas que Jesús trató con los suyos en la última cena y lo recordamos en estos días de Pascua.

De todas formas, hoy tenemos nuevas promesas maravillosas de Jesús:

“Si me amáis guardaréis mis mandamientos”. Y nos hará otro regalo maravilloso que es “el otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad”.

El primer Consolador es Jesús. Se va y al mismo tiempo quedará con nosotros.

Pero ahora promete el otro Paráclito.

La palabra Paráclito puede significar abogado, ayudador, consolador, incluso Jesús le dará el significado de acusador o fiscal más adelante durante la misma conversación.

La gente metida en el pecado, “el mundo, no puede recibirlo porque no lo ve ni lo conoce”, no puede verlo ni entenderlo ni aceptarlo.

Pero los amigos de Jesús, “vosotros, lo conocéis porque vive con vosotros y está con vosotros”.

¿Has pensado muchas veces que el Espíritu Santo vive contigo… está contigo?

Sí, en tu interior hay otro más íntimo y, por supuesto, más importante que tú mismo: es el Espíritu Santo, es Dios. Tú eres su estuche. ¿O no recuerdas lo que Pablo decía a los corintios: “sois templo de Dios y el espíritu Santo vive dentro de vosotros?”.

“Templo” que guarda a Dios. Es otra comparación para que entiendas lo importante que eres.

A veces no entendemos por qué se persigue a los cristianos.

Satanás sí lo sabe y por eso persigue a los cristianos portadores de diamantes más bellos que los de Sierra Leona.

Hay más promesas:

“No os dejaré huérfano. Volveré”. Es decir ¡Resucitaré!

Y ahora se acerca la frase que ya hemos comentado:

La unidad plena entre Dios, Cristo, tú y yo: “Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre y vosotros conmigo y yo con vosotros”.

Y continúa Jesús: “el que acepta mis mandamientos y los guarda ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre y yo también lo amaré y me rebelaré a él”.

Éste es el pedido de Jesús: guardar sus mandamientos, especialmente el mandamiento del amor que es su distintivo: 

“Éste es mi mandamiento “que os améis unos a otros como yo os he amado”.

¿Nos amamos?

¿Amamos a los enemigos?

¿Amamos a todos como ama Dios?

Si no es así, somos teóricos del Evangelio pero no cristianos.

Los Hechos de los Apóstoles nos siguen contando cómo iba creciendo la Iglesia en sus primeros tiempos.

Felipe va a Samaria. Hace milagros. Se arma un verdadero “lío” (como dice nuestro Papa Francisco) y tienen que venir Pedro y Juan para llenarlos del Espíritu Santo:

“Les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo”, como tú en la confirmación.

Posiblemente en aquellos samaritanos se notaba esa bendita presencia más que en los que se confirman ahora.

¿Se nota en ti el Espíritu que recibiste en la confirmación?

Un consejo: si te confirmaste, recibiste el Espíritu Santo y lo olvidaste, ahora hazte su amigo de una manera consciente.

Aprovecha su presencia real y verás cómo surgen en ti los dones y frutos del Espíritu Santo y encontrarás una alegría profunda. ¡Y la paz!

Esto te hará apóstol e irás por el mundo repitiendo a todos los cristianos y a los que quieran serlo: 

¡Dios está contigo y te ama!

Finalmente, la carta de Pedro nos recuerda una vez más en este tiempo pascual, la Resurrección de Cristo, el hombre Dios: “como era hombre, lo mataron; pero como poseía el Espíritu fue devuelto a la vida”.

Esto nos invita a pensar que si llevamos dentro este tesoro maravilloso que es Dios, resucitaremos también, seremos devueltos a la vida.

Porque llevas a Dios dentro, tú también resucitarás a una vida eterna.

Cuando la gente te diga “cuídate”, aprovecha para pensar cómo cuidas al que llevas dentro de ti.

¡Cuida tu tesoro!

José Ignacio Alemany Grau, obispo

15 de mayo de 2014

V Domingo de Pascua, Ciclo A

A DIOS LO VEMOS EN CRISTO
Dios era el eterno invisible.

Pero esto fue hasta que se encarnó el Verbo.

Desde entonces, como dijo Jesús, “quien me ve a mí ha visto al Padre”. 

No solemos pensar cuánto le debemos a Jesús.

Pero de hecho Él es lo más maravilloso que nos ha regalado el Dios infinito para demostrarnos su amor: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único”.

Por eso ahora nos preguntamos cómo un hombre puede llegar a ver a Dios y la respuesta nos la da el mismo Jesús: “Yo soy el camino…”.

”Camino”, ¿para qué?

Para encontrar la Verdad y la Vida.

Y la Verdad y la Vida es únicamente Dios: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Es bueno meditar mucho en la conversación que nos transmite Juan en su Evangelio, contándonos lo que sucedió en la Última Cena.

Hoy en concreto leeremos un bello párrafo en el que nos dice Jesús estas cosas:

Si creemos en un solo Dios no tengamos miedo y creamos también en Jesús porque Él es verdadero Dios. Y a continuación pide que si tenemos dudas, nos fijemos en las obras que Él hizo y que demuestran un poder infinito.

Dios tiene preparado en el cielo un lugar para cada uno de nosotros. Jesús en la última cena promete a los suyos que cuando Él resucite irá al cielo para prepararnos un lugar a cada uno. Después, gracias a Él, gozaremos eternamente en la casa del Padre.

También nos recuerda hoy una promesa que posiblemente nos parece muy extraña. Si creemos en Jesús haremos cosas mayores que las que Él hizo en su vida, porque va a subir al Padre.

Del Evangelio debemos concluir que toda nuestra felicidad depende de Jesucristo que es el Camino, la Verdad y la Vida.

San Pedro nos ofrece una serie de comparaciones sobre lo que es la Iglesia, ese cuerpo místico formado por los discípulos de Jesús.

Según Él, formamos “una raza elegida, una nación consagrada y un pueblo adquirido por Dios”. Todo esto se lo debemos a la sangre de Cristo. Por esta sangre el Padre nos ha tomado a cada uno de nosotros como “hijos en el Hijo” por puro amor.

Además de estos títulos Pedro presenta a la Iglesia como una construcción formada por piedras que no son materiales sino piedras vivas que forman un edificio, cuyo cimiento es la gran roca viva, Jesús.

Este Jesús que, como adelantó Simeón, será siempre signo de contradicción.

Ya el salmo 117 nos decía que hubo arquitectos humanos que rechazaron a Cristo. No querían que fuera la piedra angular; es decir, la más importante, sobre la que se apoya toda la construcción.

Pero el Padre es más fuerte que todos y colocó a Jesús como piedra angular y única de esta construcción, la Iglesia. 

Por eso quien no acepta a Cristo se pierde.

En esta temporada pascual es una gozada leer en los Hechos de los apóstoles cómo empezó a crecer la Iglesia de Jesús en los primeros tiempos. Este libro es indispensable para descubrir cómo debe vivir y actuar la Iglesia de todos los tiempos.

Hoy también los verdaderos apóstoles deben leer y meditar el esfuerzo sobrehumano que hicieron, incluyendo el martirio.

En este día se nos cuenta un problema que es normal en todos los grupos, pero al que hay que dar una solución conveniente:

Se quejaron los discípulos de lengua griega de que los de lengua hebrea no cuidaban a sus viudas. 

Entonces se reunieron los apóstoles y “evaluaron” la situación y concluyeron:

“No nos parece bien descuidar la Palabra de Dios para ocuparnos de la administración”.

Qué importante es esto y cómo el Papa Francisco lo advierte a todos, especialmente a los obispos y sacerdotes.

Como conclusión nombraron siete diáconos, es decir, siete servidores de la comunidad y explicaron a todos que en adelante los apóstoles, “nosotros, nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra”.

Actuando así, el número de los creyentes “crecía mucho e incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe”.

No nos queda más que pedir al Señor, con el salmo responsorial, “que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros como lo esperamos de ti”.

Y con la oración colecta pedir a Dios la libertad verdadera frente a tanto libertinaje y la vida eterna en medio de tanto apego a las cosas materiales que nos impiden llegar a Dios.
José Ignacio Alemany Grau, obispo

8 de mayo de 2014

IV Domingo de Pascua, Ciclo A

PRIMERO PUERTA Y DESPUÉS PASTOR
Es Benedicto XVI el que nos advierte que Jesús, al hablar del buen pastor, no comienza diciendo “yo soy el Buen Pastor” sino que nos dice con una imagen distinta “os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas”.

Es interesante que entendamos que sólo Jesucristo es el dueño del rebaño y que, por lo mismo, solamente puede haber otros pastores buenos cuando entran por Jesús.

El rebaño solamente es suyo. Por eso cuando hable con Pedro, después de la resurrección, le dirá: “Apacienta mis ovejas… mis corderos”. No le regala al rebaño sino el cuidado del mismo.

Y Jesús que ama a sus ovejas (porque da la vida por ellas) las deja únicamente a quien le sigue a Él mismo de verdad.

Este es el domingo del Buen Pastor.

Es interesante que en los tres ciclos de este cuarto domingo de Pascua se lea el mismo capítulo diez de san Juan en tres partes distintas.

Llamar pastor a Dios es algo muy frecuente en el Antiguo Testamento.

Conocemos sobre todo el salmo 22 que leeremos como responsorial y que es tan querido del pueblo de Dios:

“El Señor es mi pastor nada me puede faltar”.

En otros muchos momentos vemos también cómo el pueblo de Dios se considera rebaño de Él y también cómo los distintos profetas de una u otra forma, utilizan la imagen del pastor y las ovejas.

Es interesante esta afirmación del Papa Benedicto XVI: “Los últimos profetas de Israel vislumbran, sin poder explicar mejor la figura, al Redentor que sufre y muere, al pastor que se convierte en cordero”.

Creo que a todos nos inspira una multitud de imágenes distintas pero muy hermosas tanto la palabra pastor como la palabra cordero. Quienes conocemos los campos recordamos muchas imágenes de rebaños sesteando, descansando a la sombra de los árboles, bebiendo en los riachuelos y pastando en las praderas.

Recordamos también los apriscos, con su puerta y con el guardián que abre al pastor y las ovejas que van entrando o saliendo seguras, porque conocen el silbo de su dueño.

Todo esto nos trae Jesús a la imaginación en el Evangelio.

“El que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz y Él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz”.

Nos dice san Juan que los oyentes no entendieron a Jesús y es entonces cuando se presenta Él mismo como puerta: “Yo soy la puerta de las ovejas… quien entra por mí se salvará y podrá entrar y salir y encontrará pastos”.

Como vemos en el párrafo que nos toca en el ciclo A, Jesús no se ha definido como el Buen Pastor, palabras con las que comenzará el próximo año (el ciclo B) el Evangelio de este día del Buen Pastor. 

De todas formas Jesús nos ha presentado aquí al Pastor bueno, querido de sus ovejas porque se sienten queridas por Él. Conocen su voz y le siguen. Éste es, evidentemente, Jesucristo.

Nos ha hablado también de los malos pastores a quienes las ovejas no siguen porque no lo conocen.

Y nos ha hablado de los otros pastores que son buenos y entran por la puerta que es Cristo y tienen conciencia de que el rebaño le pertenece a Jesús y estos son todos los buenos sacerdotes y los responsables de los grupos (de las ovejas) que pertenecen al rebaño de Jesús.

Aquí surgirían una serie de preguntas:

Si soy pastor, ¿conozco a mis ovejas (los fieles) y ellas me conocen?
¿He entrado por Cristo a quien reconozco como único dueño o he entrado por mí mismo y mis intereses?

Si soy oveja, ¿conozco a Jesús y conozco también a los buenos pastores que siguen a Cristo o en estos momentos en que hay salteadores que se hacen pasar por sacerdotes de la Iglesia me dejo engañar por ellos?

¿Soy dócil a mi Pastor y como de los pastos que Él me ofrece sobre todo su palabra y su Eucaristía?

Los Hechos de los Apóstoles nos presentan a Pedro que termina su valiente discurso el día de Pentecostés diciendo:

“Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías”.

Entonces, el fruto de la predicación de Pedro y la presencia especial del Espíritu Santo hizo que la multitud “traspasado el corazón” preguntara “¿qué tenemos que hacer, hermanos?”.

Pedro los invita a la conversión y al bautismo en nombre de Jesús.

Y ellos aceptan y entran en su aprisco porque aquel día “aceptaron sus palabras, se bautizaron y se les agregaron unos tres mil”.

En cuanto a la primera carta del mismo apóstol Pedro, invita a seguir a Jesús, el Buen Pastor que sufrió tanto por salvarnos y “sus heridas nos han curado” y entrando de lleno en el tema de hoy nos dice: “andabais descarriados como ovejas pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas”.

Hoy es el Domingo del Buen Pastor en la Iglesia de Jesús. Este domingo está dedicado a pedir por los sacerdotes y por las vocaciones para que todos seamos fieles seguidores tanto de la Persona de Jesús como de su doctrina.

No olvidemos lo que decía san Alfonso: “las ovejas que andan más cerca de su Pastor reciben bocaditos de lo que él mismo come”.

Finalmente, hoy recordamos también a las mujeres valientes que han sabido dar la vida. Que Dios las cuide y que también ellas sigan los ejemplos que el Buen Pastor nos ha dado a todos.

Feliz día, madres que me leen cada semana.
José Ignacio Alemany Grau, obispo

1 de mayo de 2014

III Domingo de Pascua, Ciclo A

PEREGRINOS CON JESÚS
Recuerdo que, siendo seminarista, hice una vez un comentario sobre la liturgia de este domingo y lo hice resaltando la oración sobre las ofrendas que dice al Señor: “Recibe las ofrendas de la Iglesia exultante de gozo y pues en la resurrección de tu Hijo nos diste motivo de tanta alegría concédenos participar también del gozo eterno”.

Por cierto que el primer premio se lo llevó un compañero que se llamaba Miranda y el segundo me lo llevé yo, que éramos los únicos que habíamos concursado…

Con esa sonrisa que has esbozado al leer pero en un grado infinitamente mayor es la alegría que debe quedar en nosotros, meditando en la resurrección de Jesús durante esta Pascua.

Examinemos lo que nos dice la liturgia del tercer domingo pascual en nuestro ciclo A, con san Mateo.

Por dos veces nos habla el apóstol san Pedro:

Primero en los Hechos de los Apóstoles.

Él quiere probar a los judíos que la resurrección de Jesucristo ha sido el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento.

La muerte de Jesús y sobre todo la resurrección corresponden a las profecías.

Lo más importante de todo: “Jesucristo es el hombre que Dios acreditó realizando por medios de Él milagros, signos y prodigios que todos conocen”.

Pues bien, a este Jesús “Ustedes lo mataron por mano de los paganos, lo mataron en una cruz pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte… Pues bien, Dios resucitó a este Jesús y todos nosotros somos testigos”.

En este discurso de Pedro, como podemos ver también en las predicaciones de Pablo, nos damos cuenta cuál fue la clave para la conversión de los judíos al cristianismo.

Consistía en recordar y revivir las profecías del Antiguo Testamento y anunciar su cumplimiento en Cristo Jesús, que era el Mesías prometido.

En segundo lugar leemos la carta de Pedro. En ella nos enseña que Dios nos rescató de nuestros pecados “no con bienes efímeros, con oro o plata, sino con el precio de la sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha.

Por Cristo ustedes creen en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria”.

En el salmo responsorial, pensando que Jesús es el Maestro que nos enseña a nosotros, lo mismo que enseñó a los dos de Emaús, le decimos: 

“Señor, me enseñarás el sendero de la vida… bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente… me enseñarás el sendero de la vida”.

Esta enseñanza de Dios trae la alegría al corazón: 

“El Señor es el lote de mi heredad y mi copa… me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha”.

Ojalá que las enseñanzas de Jesús leídas en la Santa Biblia, sobre todo en el Evangelio, produzcan en nosotros el mismo gozo que en el corazón de los de Emaús: “sentíamos arder nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras por el camino”.

Y ahora vayamos al bellísimo tan conocido y meditado capítulo 24 de Lucas.

Examinémoslo desde un punto de vista concreto:

Jesús, podemos decir, celebra la Santa Misa con dos peregrinos y cumple las promesas que hizo en el Evangelio.

En primer lugar nos encontramos dos discípulos que vienen hablando de Jesús.

Es cierto que desconfían pero hablan de Él.

Jesús cumple su promesa: 

“Donde hay dos o más reunidos en mi nombre, en medio de ellos estoy yo”.

En efecto, entre los dos peregrinos va conversando y explicándoles cómo las Escrituras, empezando por Moisés hasta entonces, se habían cumplido en la vida y pasión de Jesús lo mismo que en la resurrección.

Llegan a Emaús, pueblecito que está a once kilómetros de Jerusalén. Va anocheciendo y Jesús peregrino hace ademán de seguir adelante.

Ellos, cumpliendo una de las obras de misericordia, “fui peregrino y me hospedaste”, le dicen:

“Quédate con nosotros porque anoche y mañana seguirás tu camino”.

Jesús peregrino acepta la invitación. Se sienta a la mesa y comienza la segunda parte de la Santa Misa que iba “celebrando” con ellos.

“Tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio”… recuerda que son exactamente las palabras que preceden a la consagración del pan.

Al comer el pan se les abren los ojos y lo reconocen, pero Jesús desapareció.

Podemos ver a continuación el fruto de una Eucaristía bien celebrada y como si escucharan las palabras finales de la Misa, “la Eucaristía ha terminado, vayan”, levantándose al momento se volvieron a Jerusalén sin importarles ni el cansancio, ni la oscuridad, ni los once kilómetros.

Llevaban dentro la Luz y el ansia de compartir la gran noticia.

“Lo hemos encontrado en el camino y lo hemos reconocido al partir el pan”.

Así cumplían también la otra obra de misericordia:

“Tuve hambre y me diste de comer”.

Esa es la Misa celebrada por el Resucitado. 

Una misa que produce un fruto muy eficaz.

¿Qué fruto sueles sacar tú cada vez que asistes a la Eucaristía?

José Ignacio Alemany Grau, obispo