En nuestro comentario de hoy vamos a seguir algunas de las reflexiones de Benedicto XVI en “La infancia de Jesús”.
El Evangelio que corresponde al ciclo C nos presenta a Jesús en el templo a los doce años.
Cuenta san Lucas que “los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua”.
Esto nos indica que la “familia de Jesús era piadosa y observaba la ley”.
En efecto, la ley de Moisés (la Torá) pedía que todo israelita se presentara en el templo tres veces al año: pascua, la fiesta de las semanas y la fiesta de las tiendas.
Para los niños la obligación comenzaba al cumplir trece años. Sin embargo, las normas pedían que se fueran acostumbrando, poco a poco a cumplir los mandamientos, lo cual explica que Jesús fuera en peregrinación a los doce años.
Pues bien. Jesús, al cumplir los doce años, va con sus padres pero no regresa con ellos sino que se queda en el templo durante tres días.
Esto no supone descuido por parte de sus padres sino más bien indica que dejaban al hijo decidir libremente el ir con los de su edad y sus amigos durante el camino. Por la noche, sin embargo, se juntaban con sus padres.
Este permanecer Jesús tres días en el templo lo relaciona Benedicto XVI con los tres días entre la cruz y la resurrección dejando ver cómo toda la vida de Jesucristo va en una misma dirección redentora.
Esto constituirá para María uno de los momentos de sufrimiento profetizados por el anciano Simeón, como la espada que traspasaría su alma.
Cuando María angustiada le pregunta a Jesús “hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados”, la respuesta de Jesús indica que lo que ha hecho es simplemente cumplir el plan de su Padre verdadero que es Dios.
Benedicto XVI nos presenta así la respuesta de Jesús: “estoy precisamente donde está mi puesto, con el Padre, en su casa”.
Dos aspectos resalta el Papa en esta respuesta. Jesús corrige la frase de María dejando de lado a san José y advirtiendo “yo estoy en el Padre”. Por tanto, mi padre no es José sino Dios mismo.
Por otra parte, Jesús habla de un deber al que se atiene el como hijo. El niño debe estar con el padre.
Él no está en el templo por rebeldía para con sus padres (como pretenden algunos) sino justamente como quien obedece, con la misma obediencia que le llevará a la cruz y a la resurrección.
De esta manera tenemos en la Sagrada Familia, María, José y Jesús, grandes modelos para nuestras familias cristianas.
El padre, José, hombre serio, aceptando siempre con humildad y fe el plan que Dios le había trazado al pedirle que fuera padre adoptivo de Jesús.
La Madre, María, desahogando así su corazón pero aceptando y meditando siempre con fe.
Por dos veces en el mismo capítulo Lucas nos dice que “María guardaba estas cosas meditándolas en su corazón”.
Y Jesús, viviendo el plan que su Padre Dios le había trazado, por una parte como Dios y Redentor, y por otra como un niño más: “bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad… y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”.
En la primera lectura de hoy la Iglesia nos habla de la familia de Ana y Elcaná que tuvieron milagrosamente un hijo, el gran profeta Samuel, y que lo presentaron al sacerdote Elí para que sirviera en el templo de Dios.
Se trata, por tanto, de una familia muy religiosa que nos sirve de modelo también en este domingo de la Sagrada Familia.
Por su parte, san Juan, en la carta primera, nos hace ver que nosotros pertenecemos también a la gran familia de los hijos de Dios. Ése es el regalo que nos ha hecho el amor del Padre para “llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!”.
Que hermosos ejemplos tenemos en el día de la Sagrada Familia para vivir la verdadera piedad: el hogar de Ana, el hogar de Nazaret y el hogar trinitario en el que la misericordia de Dios nos ha hecho penetrar como verdaderos hijos.
Así podremos aprender qué grande es el hogar cristiano y cómo debemos vivir en él, hoy más que nunca, cuando la sociedad busca de tantas formas destruir no sólo la familia cristiana sino toda familia.
El martes, octava de Navidad, primer día del año, la Iglesia celebra la solemnidad de Santa María Madre de Dios.
Que Ella fortalezca nuestros hogares para que en ellos haya siempre fidelidad, amor y la felicidad por la que siempre suspiramos.
Que Ella nos traiga también a todos, amigos lectores, un año nuevo lleno de paz, recordando el mensaje del Papa para este día: “bienaventurados los que busca la paz”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo