30 de septiembre de 2011

XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

Reflexión dominical 02.10.11

MI AMIGO TENÍA UNA VIÑA
En este domingo vamos a recrearnos recordando la imagen de la viña que aparece en la Biblia, si no muchas veces, ciertamente llena de profundos sentimientos.
La clave para entender lo que representa la imagen de la viña es ésta:
En el Antiguo Testamento el que canta es el profeta, el amigo es el Señor y la viña es Israel.
Para Jesús, en el Evangelio de Juan, el Padre es el viñador, Cristo la vid y nosotros los sarmientos.
Las otras parábolas tienen sentido diverso. Como sucede con la de hoy y la del capítulo 20 que recordamos hace poco.
Es muy famoso en el Antiguo Testamento el capítulo cinco de Isaías que comienza así:
“Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña. Mi amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la descantó y plantó buenas cepas; construyó en medio una atalaya y cavó un lagar. Y esperó que diese uvas pero dio agrazones”.
Buena meditación la que nos da Isaías (5,1-7) para que pensemos si en nuestra vida personal damos a Dios las sabrosas uvas para el buen vino o más bien esas pequeñas uvas intragables que dan dentera.
Por su parte el salmo responsorial nos explica que “la viña del Señor es la casa de Israel”. Les invito a que profundicen este salmo (79 (80), 9ss) que, con una admirable imaginación, va comparando al pueblo de Israel con una vid que Dios sacó de la esclavitud de Egipto, la plantó en la tierra prometida y fue creciendo hasta llegar al gran río, el Eufrates.
Al apartarse por el pecado Dios castigó a su viña.
Es la historia de Israel y puede ser la historia personal de cada uno de nosotros.
También Jeremías (2,21) habla de esta viña: “Yo te planté vid selecta, toda de cepas legítimas y tú te volviste espinos, convertida en cepa de borde…”
El Evangelio de Mateo, que nos habló en domingos anteriores de la viña y los trabajadores, nos presenta hoy la misma imagen de Israel.  Es una viña a la que Dios va enviando profetas  llegando a enviar a su propio hijo. Pero los trabajadores van matando a los profetas e incluso cuando el dueño envía a su propio Hijo, que es Jesucristo, lo matan también pensando que así se adueñarán de la viña. Esta parábola la dice Jesús delante de los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo. Por cierto que lo entendieron muy bien y terminará el evangelista diciendo que “aunque intentaban echarle mano, temieron a la gente que lo tenía por profeta”.
La parábola recuerda una vez más la historia de Israel. Dios envía continuamente profetas para volver su pueblo al buen camino. Como no lo consigue finalmente envía a su propio Hijo pero también lo matan quedando todo al juicio de Dios según interpretan sus mismos oyentes diciendo que el Señor “hará morir a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen sus frutos a tiempo”.
Jesús termina recordando el salmo (118,22s):
“La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”.
Cristo rechazado será siempre el “primero en todo” porque el plan de Dios de todas maneras tiene que cumplirse.
San Pablo en la carta a los filipenses nos da muy bellos consejos que completan la enseñanza del domingo pasado.
Lo que él enseña es una hermosa manera de vivir en la viña del Señor que ahora es su Iglesia: “En toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios”.
La recompensa será “la paz de Dios que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros sentimientos en Cristo Jesús”.
Finalmente aconseja el apóstol:
“Todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, ténganlo en cuenta y lo que aprendieron, recibieron, oyeron, vieron en mí, pónganlo por obra”.
Si hacemos todo esto, en nuestro corazón permanecerá siempre la paz de Dios.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo

22 de septiembre de 2011

XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A


Reflexión dominical 25.09.11

LOS SENTIMIENTOS DE CRISTO

Parece que San Pablo tuvo un amor especial a los filipenses; por lo menos en su carta tiene detalles que lo dan a entender.
Los primeros versículos del capítulo segundo son una invitación a la meditación profunda.
Vamos a entretenernos con él por la importancia que tiene en la vida de comunidad de la Iglesia de Jesucristo.
Empieza Pablo queriendo comprometer a los filipenses para que se empeñen en una obra muy importante y apela a los sentimientos más nobles de su corazón.
Aprovechemos y fijémonos en lo que nos pide también a nosotros hoy. Se trata de unos consejos tan fabulosos para la familia, la comunidad parroquial y la comunidad religiosa que si los pusiéramos en práctica viviríamos en la comunidad ideal.
En la primera parte Pablo apela a los sentimientos que tienen para con él:
“Si quieren darme algún consuelo en Cristo. Si quieren aliviarme con su amor. Si es que nos une el mismo Espíritu Santo. Si tienen entrañas de misericordia”.
Después de tales expresiones Pablo pide que le den una alegría.
¿Cuál será el gozo que pide Pablo a los suyos?
Resulta que lo que pide es el bien de ellos mismos:
“Manténganse unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir”.
Hemos de tener en cuenta que precisamente en las primeras comunidades se vivía, como cuenta San Lucas, esta intimidad de amar, sentir y pensar lo mismo entre los hermanos, como teniendo un solo corazón.
Pero quiere algo más perfecto todavía:
 “No obren por rivalidad ni por ostentación”. Ya sabemos que la competencia destruye las mejores amistades.
“Déjense guiar por la humildad”. Y no pide Pablo cualquier humildad sino la de considerar siempre que el otro es superior a uno mismo, es decir, el otro es más importante que yo.
Más todavía.
Les pide que no se preocupen sólo de lo que le interesa a cada uno personalmente sino que se preocupen por el bien de los demás.
Si hiciéramos todo esto parece que ya habríamos llegado a la perfección. Sin embargo tampoco le basta a Pablo. Él quiere más perfectos a sus filipenses… y a nosotros.
Quiere que cada uno de nosotros analice cuáles son estos sentimientos de Cristo, para poder entender cómo el que se humilla de verdad será exaltado por el Señor.
El párrafo que sigue a continuación tiene dos partes. En la primera Pablo presenta la humillación total de Cristo a la que Él se sometió libremente. Siendo Dios de verdad prescinde de su condición divina y asume la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
Así vivió, así actuó, rebajándose hasta someterse a la peor de las humillaciones de aquella sociedad y que fue muerte de cruz.
Hasta aquí la humillación y desde aquí la exaltación porque como leemos en la Biblia varias veces, “el que se humilla será exaltado”.
Pablo presente a continuación, en la segunda parte, la glorificación de Jesucristo. El Padre Dios lo pone por encima de todo y le da el nombre-sobre-todo-nombre, exigiendo al cielo, a la tierra y a los mismos infiernos, que glorifiquen a Jesucristo y que reconozcan que Él es el Kyrios, es decir, el Señor palabra que la Biblia emplea para nombrar a Dios.
Por consiguiente, “el nombre-sobre-todo-nombre” es la Palabra “Señor” que glorifica al mismo tiempo al Padre y al Espíritu Santo porque el Resucitado, que nos salvó a todos, es Dios y merece todo honor y toda gloria.
Ahora sí está clara la enseñanza de Pablo para todos nosotros: si seguimos a Cristo humillado compartiremos la gloria de Cristo resucitado.
El Evangelio nos presenta una familia. El Padre manda a sus dos hijos que vayan a la viña. Uno dice que sí y no va, el otro dice que no y sí va.  En realidad los dos se portan mal.
Les invito a examinarlo para que descubran cuál debe ser nuestra actitud cuando Dios nos mande “a trabajar en su viña”.
La primera lectura de hoy nos dice que cada uno es responsable de sus actos.
Uno que empieza bien puede terminar mal lo mismo que uno que empezó mal, si se convierte, puede terminar bien.
En el domingo de hoy debe salir de lo más profundo de nuestro corazón la gratitud para con Dios porque “su misericordia es eterna”.         

                                                           José Ignacio Alemany Grau, Obispo

15 de septiembre de 2011

XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A


Reflexión dominical 18.09.11

LA INJUSTICIA DEL DIOS JUSTO

El dueño de la viña va temprano a la plaza y contrata a unos peones que han madrugado.
“Vayan a mi viña”.
Los hombres van felices  porque tienen asegurado el jornal del día que es un denario.
Pero este señor es especial y vuelve a la plaza y llama más obreros a media mañana, a medio día y a media tarde. Y todos los obreros oyeron felices:
“Vayan a mi viña”.
Cuando el sol ya estaba para ocultarse volvió el señor a la plaza y preguntó a unos pocos obreros, que esperaban sin esperar, apoyadas las manos en la palana y un pie en la pared:
Qué, ¿no han trabajado hoy?
Nadie se acordó de nosotros.
El dueño bondadoso de la viña les repite también:
“Vayan a mi viña”.
Se fueron felices pensando: algo podremos llevar a la casa.
El sol se fue y el capataz fue llamando uno a uno, según las órdenes que había recibido del dueño, empezando por los últimos.
Estos reciben un denario, lo miran con desconfianza porque no esperaban tanto y se van corriendo a la casa con el sueldo completito.
Está claro que el dueño de la viña es generoso.
Pero cuando los últimos recibieron su denario, protestaron:
“A ésos que han trabajado una hora les das lo mismo que a nosotros que hemos soportado todo el sol”.
Para ellos el dueño era injusto.
Para nosotros está claro que se trata del Reino de los cielos y que el dueño generoso no puede ser otro que Dios que regala el premio a todos, porque a todos los ama.
¿No se te ha ocurrido pensar que los primeros pasaron el día felices con la comida asegurada?
¿No has pensado el sufrimiento de quienes veían apagarse el día y no tenían nada que llevar a sus hijitos y a su esposa?
También hoy hay católicos que desde pequeños fueron “buenos católicos” que al enterarse de que se convierten algunos en edad avanzada se molestan pensando que es injusticia que vayan con ellos al cielo (¡!). ¿No les bastó la felicidad de haber pasado con Dios toda la vida y tener asegurada la promesa del cielo?
*****
El profeta Isaías nos dice “buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras esté cerca. Que el malvado abandone su camino y el criminal sus planes; que regrese al Señor y Él tendrá piedad, a nuestro Dios que es rico en perdón”.
Sabemos que lo que pide el profeta es una conversión sincera.
La actitud de los primeros obreros de la viña puede parecer muy lógica pero no es más que egoísmo y ruindad del corazón. Por eso Isaías advierte: “mis planes no son vuestros planes, mis  caminos no son vuestros caminos...
Como el cielo es más alto que la tierra mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes que vuestros planes…”
La conversión auténtica nos tiene que hacer generosos y abiertos como el corazón del Dios al que servimos. Debemos aprender de Él.
Esto es posible porque, como enseña el salmo responsorial “el Señor está cerca de los que le invocan… el Señor es bueno con todos” y todos por igual podemos confiar en su amor y justicia, pero sobre todo en su misericordia.
“El Señor es clemente y misericordioso… El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas”. Por si acaso, ten en cuenta que Dios está muy cerca si lo invocamos con sinceridad, Él nos escucha.
Juan Pablo II escribió una hermosa carta sobre los laicos, Christifideles laici, y tomó como hilo conductor esta parábola de la viña que aclara lo que es el Reino de los cielos.
Según el Papa (y su enseñanza es importante) Dios nos llama a todos a trabajar en su viña.
De niños, al amanecer; a lo largo de toda la vida y también en la ancianidad cuando ya el sol se va a poner; y a todos ofrece el cielo como recompensa.
En el número 1 de la carta, enseña:
“La parábola evangélica despliega ante nuestra mirada la inmensidad de la viña del Señor y la multitud de personas, hombres y mujeres, que son llamadas por Él y enviadas para que tengan trabajo en ella. La viña es el mundo entero que debe ser transformado según el designio divino en vista de la venida definitiva del Reino”.
Será bueno que te preguntes ahora ¿y yo estoy en la viña trabajando para el Señor?, ¿desde cuándo? ¿Cómo lo hago?

José Ignacio Alemany Grau, Obispo

8 de septiembre de 2011

XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A


Reflexión dominical 11.09.11

PÁGAME LO QUE ME DEBES

Qué ridículo queda el siervo poderoso de que nos habla el Evangelio de hoy.
Lo llamo “poderoso” porque tenía una deuda de millones, si lo traducimos a nuestras monedas.
Jesús, como buen pedagogo, nos da una lección magistral.
El siervo poderoso, ante la amenaza del dueño al que debe tanto dinero, pide misericordia:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.
El dueño se conmovió y le perdonó todo.
Por otra parte, un siervo pobrete debe cien denarios, equivalente a cien días de trabajo, a su con-siervo, al que he llamado el siervo poderoso.
Una miseria, en realidad, si la comparamos con la deuda del otro.
El pobre hace la petición a su compañero con las mismas palabras que él utilizó y éste es un detalle magistral de Jesús para resaltar qué ridículos somos unos hombres con otros:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.
Como hemos visto el amo generoso perdonó la gran deuda, en cambio el siervo miserable encarcela al pobrete “hasta que le pague todo”.
Ya se sabe: “el amo” es Dios que perdona a todos las deudas que contraemos con nuestros pecados.
Por eso en los siervos, tantas veces creídos y miserables, estamos bien retratados nosotros.
Dios nos perdonó todo en Cristo y nos abrió los cielos pero nosotros nos peleamos y hasta nos odiamos por unas monedas.
Como conclusión Jesús pide que aprendamos a perdonarnos unos a otros porque “si no perdonamos de corazón a los demás, tampoco Dios nos perdonará”.
Es lo del padrenuestro: “perdónanos porque perdonamos”.
Dios no cuenta las veces que perdona.
Para Él no es aceptable la generosidad de Pedro que decía ¿perdonaré hasta siete veces?
Por eso Jesús, jugando con los números, le contesta: “setenta veces siete, Pedro”, es decir, siempre.
Hoy el Eclesiástico nos recuerda esta misma lección de una manera bellísima que no necesita más comentario que nuestra reflexión sincera:
“Perdona la ofensa a tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas.
¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud a Dios?... No tiene compasión de sus semejantes ¿y pide perdón de sus pecados?
Piensa en tu fin y cesa en tu enojo”.
El salmo responsorial nos presenta el corazón de Dios con palabras que frecuentemente leemos en la Biblia porque llenan de admiración a todas las generaciones:
“El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia… Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades… y te colma de gracia y de ternura.
No nos trata como merecen nuestros pecados.
Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles; como dista el oriente del ocaso así aleja de nosotros nuestros delitos”.
Ése es el perdón de Dios que siempre es bueno tener presente para agradecer y para aprender.
Si somos de Dios, como nos dice San Pablo, y si en la vida y en la muerte le pertenecemos, vivamos para Dios porque en Él está nuestra felicidad.
Para terminar recordamos el versículo aleluyático en el que está el resumen y razón de ser de la enseñanza de este domingo.
Se trata de cumplir el mandamiento nuevo de Jesús Maestro:
“Ámense unos a otros como yo los he amado”. Di la vida para conseguir el perdón del Padre para todos ustedes: ¡Perdónense!
Te aconsejo que no pase este domingo sin que medites cómo está tu corazón y cuántos rencores, antipatías aceptadas u odios tienes en él y si verdaderamente cumples el distintivo cristiano que es imitar al Padre, amando incluso a los enemigos y rezando por ellos.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo

1 de septiembre de 2011

XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

Reflexión dominical 04.09.11

NO TENGAN DEUDAS, POR FAVOR

Muchas veces hemos oído e incluso aprendido de memoria desde pequeños, que los diez mandamientos se reducen a dos: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.
Precisamente hoy el apóstol San Pablo escribe a los romanos que todos los mandamientos de la ley de Dios que se refieren al prójimo “se resumen en esta frase: amarás a tu prójimo como a ti mismo. Uno que ama a su prójimo no le hace daño, por eso amar es cumplir la ley entera”.
Según esto la obligación fundamental de cada uno de nosotros consiste en el amor. De ahí el título de esta reflexión.
San Pablo lo dice así:
“Con nadie tengan más deuda que el amor”.
Y es que si no tenemos ni una deuda con los otros, siempre nos queda una: el amor.
A veces olvidamos esta obligación grave que nos impone la ley de Dios a cada uno de nosotros.
De todas formas hay un punto que exige también la verdadera caridad y consiste en la corrección fraterna.
De esto precisamente nos hablan el profeta Ezequiel y el Evangelio de San Mateo.
El profeta enseña que el Señor nos ha puesto como “atalaya “(es decir vigías o guardianes) entre nuestros hermanos. Y nos advierte algo interesante. Si uno peca y es reo de muerte y Dios nos pide que le corrijamos y no lo hacemos, si el otro sigue pecando, él se condenará por su mala conducta pero advierte el Señor: “a ti te pediré cuenta de su sangre”.
Esto equivale a decir que, si no corriges, serás responsable del pecado de tu hermano.
Y advierte también, si tú le avisas y no te hace caso, él se perderá, pero tú te salvarás por haber cumplido con tu deber.
San Mateo es más concreto y nos explica exactamente cuál debe ser la manera, muy delicada por cierto, de corregirse entre los seguidores de Cristo:
“Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano”, como si no fuera cristiano.
Ésta es la manera de corregir procurando cuidar la fama del otro, evitando todo lo que sean chismes, calumnias, sospechas, etc. Este tipo de apreciaciones no tiene nada que ver con un seguidor de Jesús.
Qué distinto sería nuestro mundo si cumpliéramos estas normas del Evangelio.
En San Mateo encontramos hoy otras dos lecciones importantes:
Jesús da a los apóstoles el poder de perdonar con esa comparación de atar y desatar que viene a ser un término jurídico que significa declarar justo o injusto, lícito o ilícito:
“Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo…”
De esta manera Jesús respalda, con su autoridad, el juicio que hagan sus apóstoles.
La última lección es muy hermosa. Es una invitación a hacer oración y pedir juntos al Señor para conseguir más eficazmente lo que pedimos:
“Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo”. Y es que Jesús sabía muy bien cuánto nos cuesta ponernos de acuerdo, incluso cuando se trata de pedir lo que necesitamos.
No sólo esto sino que Jesús da la razón por la cual será eficaz nuestra plegaria: “donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.
Se trata de una promesa muy importante. Jesús nos advierte que la comunidad la forman los que se reúnen en su nombre.
Cuando es así Él respalda lo que pidan ellos prometiendo su intercesión ante el Padre celestial. De esta forma, Jesús cumple también aquellas otras palabras de la última cena: “Todo lo que pidan al Padre en mi nombre se lo dará”.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo