25 de agosto de 2011

XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A


Reflexión dominical 28.08.11

SEÑOR, YA ME ABURRÍ

Imaginemos al bueno de Jeremías, joven impetuoso, que se ha definido y se ha jugado la vida por Dios.
Dios se le metió en el alma y lo sedujo con amor irresistible.
Y el joven profeta responde con todo el ímpetu de su juventud dejándose seducir.
Parece que hubo como una pelea en su alma y triunfó el Señor.
A partir de ese momento Jeremías comienza a predicar y, como se trata de una situación difícil en la que Dios pide la conversión del pueblo, Jeremías no tiene más remedio que advertir a todos la destrucción y la violencia que pueden acabar con Israel, si no escucha la Palabra de Dios, una Palabra que precisamente habla por sus labios.
Y sucedió lo que sucedería hoy a cualquiera de los hombres impulsados por Dios que quisiera anunciar la verdad a nuestra sociedad que ha optado por desterrar a Dios y vivir del pecado.
Como entonces, todo el mundo se reiría del profeta y se burlarían de él.
Jeremías, destrozado en el corazón y aburrido de su propia predicación, se grita a sí mismo: “Ya no me acordaré más de Dios. Ya no quiero hablar más en su nombre”.
Pero el compromiso de Jeremías es tan fuerte que siente arder en sus entrañas el fuego irresistible que produce la Palabra de Dios.
Quería callar pero no podía y se vio perseguido, golpeado, despreciado… todos los males cayeron sobre él. Pero fue fiel a Dios.
Esta imagen de Jeremías es la que nos presenta la primera lectura de este domingo.
¡Qué fuerte es la Palabra de Dios para quien se abre de verdad al Señor!
Esta conversión que el profeta pidió valientemente, la pide San Pablo en la segunda lectura a los romanos. Pablo habla de una manera muy distinta pero en el fondo está pidiendo exactamente lo mismo, la conversión:
“Os exhorto por la misericordia de Dios a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios”.
Pide el apóstol que los cristianos no se ajusten a los criterios del mundo perverso, sino que se esfuercen por renovar sus pensamientos y sentimientos y así podrán descubrir qué es lo que Dios quiere, “lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto”.
El Evangelio, a su vez, nos da una lección muy fuerte y que por cierto exige una conversión que nos lleve a cambiar nuestros criterios y sentimientos para entrar en sintonía con los de Dios.
Después que Pedro ha escuchado de labios de Jesús tan grandes alabanzas que lo ha puesto como responsable de “mi Iglesia”, oye con todos los apóstoles las palabras proféticas que, hablando de sí mismo, ha dicho el Señor: le esperan toda clase de sufrimientos hasta “ser ejecutado y resucitar al tercer día”.
Pedro no lo puede soportar; se lleva a parte a Jesús y le dice: “¡no lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte”.
Jesús se vuelve rápidamente hacia Pedro y le dice así:
“Quítate de mi vista Satanás que me haces tropezar; tú piensas como los hombres no como Dios”.
Todo esto es desconcertante. A su primer vicario lo ha llamado Satanás y le ha dicho que ese Pedro que acaba de recibir la revelación del Padre Dios, ahora habla a lo humano y no es capaz de tener los criterios de Dios.
Y no sólo es esto sino que Jesucristo marca a continuación, el camino que debe seguir todo discípulo: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga… ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?”.
Son muchas las conclusiones que podríamos sacar de esta reflexión. Pero creo que todos sabemos que dentro de cada corazón hay un hambre de Dios que el salmo responsorial nos invita a manifestar de esta manera: “Mi alma está sedienta de ti, Dios mío”.
Y esto lo repetiremos mientras escuchamos el bellísimo salmo 62: “Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua…”

José Ignacio Alemany Grau, Obispo

18 de agosto de 2011

XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A


Reflexión dominical 21.08.11
PEDRO LO DESCUBRIÓ Y HOY ESTÁ AQUÍ

Este domingo nos lleva a una escena familiar entre Jesús y los suyos.
Pero es bueno que, desde el comienzo, sepamos qué hizo Jesús antes de la reunión.
El secretito no lo cuenta Mateo, nuestro compañero de camino en el ciclo A, sino que es Lucas, el del ciclo C.
Este comienza así el mismo relato:
“Una vez que Jesús estaba orando solo…”.
Ése es el gran secreto. Por algo Lucas es el evangelista que nos habla más de la oración y del Espíritu Santo.
Esta pequeña frase nos recuerda que Jesucristo, mientras vivió en este mundo, cuando tenía que hacer algo muy especial, pasaba antes un tiempo orando (horas o noches o cuarenta días y cuarenta noches…).
Regresemos a Mateo. La escena de amistad sucedió en la región de Cesarea de Filipo.
Jesús quiso hacer como una encuesta entre los suyos. Y como toda encuesta, cuando es superficial, todos la contestan. Pero cuando compromete al que responde evita contestar.
Así fue, en efecto.
A la pregunta de Jesús: “¿quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”, debió armarse un alboroto y todos tenían algo que decir:
Para unos Jesús era Juan Bautista había resucitado o era Elías, el que tenía que volver según las Escrituras, o bien que Jeremías, o cualquier profeta de otro tiempo.
Pero cuando Jesús los compromete con esta pregunta: “¿Y quién decís vosotros que soy yo?”, todos se callan y solamente Pedro contesta:
“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Se trata de una confesión de la divinidad de Jesucristo clara y completa. Todos ellos debieron quedar boquiabiertos ante algo que ellos no eran capaces de pensar ni de decir.
Sin embargo, Jesucristo advierte a todos que esta respuesta inesperada de Simón no venía de la pequeñez de su discípulo sino de una revelación directa del Padre Dios.
Por eso le felicita con estas palabras: “Dichoso eres tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso sino mi Padre que está en el cielo”.
La actitud de Jesús en aquel momento debió ser impresionante al añadir:
“Y ahora te digo: tú eres roca y sobre esta roca edificaré mi Iglesia”.
Esto de la roca puede parecer demasiado fuerte a algunos, pero no lo es en realidad porque, si buscamos en la Biblia, nos encontramos con que la roca es el Señor:
“El Señor es mi fuerza, mi roca y salvación”.
Jesús en aquel momento se refiere a la construcción que Él mismo va a empezar sobre su propia Persona y a la que llama “mi Iglesia”. Jesús aclara que desde ahora llamaremos “Pedro” (una manera eufónica en vez de decir “piedro”) al que será el cimiento visible de su Iglesia en este mundo y que el infierno atacará continuamente, pero no la derrotará.
Este primado de Pedro incluye además dos servicios importantes. Jesús compara su Iglesia con un reino de murallas y puertas y le dice a Pedro: te daré las llaves de ese Reino.
Por otra parte da al discípulo también el poder judicial que permite declarar lícito o ilícito lo que hagan los reos, es decir el poder de perdonar, que Pedro tendrá en nombre de Cristo.
Yo no sé lo que pensaron en ese momento los apóstoles o el mismo Pedro. De todas formas Jesús termina dándoles un “consejito”: “No digan a nadie que yo soy el Mesías”.
Aquello que entonces se hizo difícil, descubrir a Jesús y proclamarlo, hoy se hace posible y fácil porque nos encontramos con Cristo a diario. Pero en estos días concretos, es Jesús mismo el que se manifiesta de manera exuberante.
Estamos en plena Jornada Mundial de la Juventud Madrid 2011 y todos los que están allí o siguen los medios de comunicación comprenden fácilmente que Jesús se está paseando entre plazas, calles, templos, estadios, salones de cine… Por todas partes anda Dios.
Basta oír los testimonios de aquellos muchachos felices, con alegría desbordante (¡sin necesidad de estimulantes artificiales!):
- Yo estoy aquí porque tenemos que anunciar que Cristo está vivo.
- Yo vengo por Jesucristo.
- Vengo porque Jesucristo está aquí entre nosotros. Es lo mejor que podemos tener.
Frases como éstas se oyen continuamente, pero el testimonio auténtico es, una vez más, el de la alegría desbordante, incomprensible para los que no creen.
Entre esa multitud es fácil entender que hay dos frases importantes que descubren el secreto:
* ¡Busca a Dios! ¡Busca el amor!
Esta es la actitud sincera para poder encontrarse con Jesús.
San Agustín buscaba por todas partes y al final tuvo que confesar que el Dios que buscaba lo llevaba dentro de sí mismo.
La otra frase es:
* ¡Déjate buscar y déjate amar por Dios!
A veces creemos buscar con sinceridad al Buen Pastor pero no pensamos que lo más importante  es que el Pastor es quien nos busca siempre y que tenemos que dejarnos buscar por Él.
Esta es la doble actitud importante que tienen los jóvenes de nuestro tiempo.
Buscan con sinceridad, se dejan buscar por Dios y lo encuentran por todas partes y su alegría es indescriptible.
Si alguno no lo cree, que se vaya a Madrid y busque con sinceridad dónde está hoy Jesús.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo

11 de agosto de 2011

XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

EL CORAZÓN UNIVERSAL DE LA REDENCIÓN

“Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben”.
En este día la Iglesia nos muestra el corazón de Dios en el que cabe la humanidad entera, porque a todos los llama el Señor y a todos los ha redimido.
En la primera lectura el Trito-Isaías (es decir el tercer personaje que ha escrito el libro de Isaías), lleno de optimismo por el regreso de Israel a su patria, amplía el horizonte de su pueblo dándole a conocer que Dios acoge junto con ellos a todos los extranjeros que se les han unido y están dispuestos a honrar el nombre del Señor.
A todos éstos, que guardan el sábado y perseveran en la alianza, el Señor les ofrece la alegría, acepta sus sacrificios y les abre su templo que se convierta así en la casa de oración a la que están llamados todos los pueblos.
Por su parte, San Pablo en la carta a los romanos, les explica que, aunque los gentiles han sido también llamados por Dios, no deben pensar por eso que el pueblo de Israel ha sido definitivamente marginado por Dios, porque cuando Dios llama, llama para siempre.
Pablo está seguro de que los judíos, rebeldes a la evangelización de Jesucristo como Mesías y Señor, un día alcanzarán misericordia.
Hay un versículo muy especial que nos llena de esperanza a todos y es el que enseña que Dios metió a todos “en la rebeldía para tener misericordia de todos”.
La imagen en realidad es pintoresca: Es algo así como si dijera que nos ha metido a todos en el mismo pecado (y por cierto todos somos pecadores) para tener misericordia de todos.
A pesar del rechazo, triunfará la misericordia.
De esta manera nos mantiene en la humildad y ningún pueblo tendrá derecho a creerse único, privilegiado y sólo él elegido por Dios, como de hecho lo fue Israel en el Antiguo Testamento.
El Evangelio, por su parte, a pesar de la primera impresión que se puede percibir, es de apertura y alabanza para los gentiles; es decir, para los no-judíos.
Recordemos la escena:
Una mujer cananea sale a gritar a Jesús: “Ten compasión de mí, Señor, hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo”.
Interesante cómo es el corazón de las madres porque la cananea pide la compasión para ella aunque la que sufre los embates del demonio es su hija.
Jesús camina sin hacerle caso hasta el punto de que se molestan los discípulos y le dicen a Jesús “atiéndela que viene detrás gritando”.
Jesús, para probar la fe de aquella mujer, y al mismo tiempo también definir su propia misión, les advierte, una vez más, a los apóstoles: “sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”.
Sus palabras eran como para quitar la esperanza a cualquiera. Pero la mujer, muy inteligentemente, se postra ante Jesús y le dice: “Señor, socórreme”.
Las palabras de Jesucristo en respuesta a la cananea son demasiado fuertes. Incluyen además el término despectivo que utilizaban los israelitas para llamar a los que no eran de su pueblo. Le dice, en efecto:
“No está bien echar a los perros el pan de los hijos”.
A este propósito alguno de los Santos Padres nos advierte que el mismo Dios que probaba la fe de aquella mujer al mismo tiempo la iba fortaleciendo. Por eso, a pesar del rechazo, llena de humildad y con toda la confianza de que es capaz, exclama: “Tienes razón; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”.
La admiración de Jesús por aquella extranjera es grande y aprovecha para alabarla ante los judíos que lo acompañan: “Mujer, qué grande es tu fe. Que se cumpla lo que deseas”.
De esta manera esta siro-fenicia, adelantando uno de los milagros de Jesús antes de su muerte y resurrección, nos deja ver la universalidad de la salvación que trae Jesucristo.
Ahora será bueno que nos preguntemos de qué tamaño es nuestro corazón y si se parece o no al Corazón universal del Redentor:
¿Caben en nuestro corazón todos los hombres sin excepción o más bien tenemos un corazón chiquito en el que únicamente caben los míos, los que yo quiero y los que me quieren a mí?

José Ignacio Alemany Grau, Obispo

4 de agosto de 2011

XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

¿TIENES FE? ¡SÍ O NO!

Este domingo nos lleva a muy distintas formas de hacer oración.
- La fe de Elías que se lo juega todo por Dios.
- La intimidad de Cristo que busca la soledad para compartir con el Padre.
- La inquietud apostólica de Pablo.
- Y, yo diría, que la actitud de Pedro que nos golpea a nosotros cuando vemos su fe que parece que sí, parece que no… y triunfa.
Desde ahora los invito a tener presente el versículo del salmo responsorial, poniendo toda nuestra confianza en Dios:
“Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación”.
Veamos por partes:

* Elías, el profeta valiente y contemplativo, huye del rey inicuo y débil Ajab y sobre todo de su esposa, la perversa Jesabel.
Va camino del Horeb que no es otro que el Sinaí, el monte de la contemplación y del encuentro con Dios.
A la voz de Dios que pregunta, responde Elías que el celo de Dios lo devora como un fuego al ver que su pueblo ha vuelto las espaldas a su Dios.
Frente a las grandes manifestaciones de Dios (huracán, terremotos y fuego) aquí Dios se presenta en la brisa suave. Entonces Elías sale de la cueva y se dispone a escuchar.
Es la originalidad de Dios que siempre nos sorprende. Las contemplativas nos enseñan a oír su mensaje en cualquier momento o circunstancia.
* Pablo, el inquieto, llevó siempre en el alma al pueblo judío. Cuando llega a una ciudad busca primero a los de su raza. Pero lo rechazan y esto les duele en el alma, “siento una gran pena y un dolor incesante en mi corazón”. El amor de Pablo es tan fuerte que para salvar a los suyos aceptaría incluso su propia condenación.
Nosotros, como nos enseñan los últimos Papas, debemos amar y orar por el pueblo judío que nos ha transmitido toda la revelación del Antiguo Testamento y por lo mismo son nuestros “hermanos en la fe”.
* En el Evangelio hay dos momentos, el primero es cuando Jesús “después de despedir a la gente sube al monte a solas para orar”.
Tenemos ya diversas formas de oración: Elías orando y esperando a Dios que viene al monte donde él está orando.
Pablo ora y se ofrece por “mis hermanos, los de mi raza según la carne”.
Jesús busca también en la soledad del cerro, la paz que le da la oración, el encuentro con su Padre… misterio incomprensible para nosotros pues Jesús es Dios como el Padre. Pero, al ser hombre como nosotros, ora y nos enseña a orar.
* Veamos ahora la oración caprichosa de Pedro el impulsivo.
Jesús sabe que sus amigos pelean con el mar huracanado.
(Algo así como nos sucede a nosotros en algunos momentos).
Después del susto inicial y de los gritos de los apóstoles, se oye la voz de Jesús:
“¡Ánimo! ¡Soy yo! No tengan miedo”.
Ahí es donde Pedro hace su extraña oración:
“Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti, andando sobre el agua”.
¿Qué querría Pedro con esta petición?
Jesús, complaciente, le dice:
- ¡Ven!
Y Pedro, ¡allá va! Feliz. Pero sólo con la fuerza del viento, teme, se tambalea y empieza a hundirse.
Entonces hace la verdadera oración del humilde:
- ¡Señor, sálvame!
Jesús lo toma de la mano y le reprende, metiéndolo en la barca:
- “¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?”
La última oración de todo el grupo es de adoración y admiración:
“¡Realmente eres Hijo de Dios!”
Creo que es bueno preguntarnos hoy:
¿Tengo fe? Posiblemente nos pasa como a Pedro… ¡sí y no!
Pidamos la fe de los apóstoles para proclamar conscientemente que Jesús es el Hijo de Dios.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo