26 de mayo de 2011

VI DOMINGO DE PASCUA, CICLO A

EL ESPÍRITU SANTO VIVE EN TI
Este domingo sexto de Pascua nos acerca a Pentecostés.
Estemos atentos para ver cómo la liturgia diariamente nos está ayudando a pasar de la reflexión sobre la resurrección de Jesús, al tema de la venida del Espíritu Santo.
Ambos, el Hijo y el Espíritu, son regalo del Padre que los envía para salvarnos, o para consolarnos según la expresión de Jesús, cuando se despidió de los suyos: “Les enviaré otro consolador”.
Es claro que el primer consolador es Jesús mismo que ha acompañado a los apóstoles durante tres años. El otro, lógicamente es el Espíritu Santo.
De esta manera la Iglesia, como madre buena, en estos últimos días de Pascua, nos invita a vivir en oración esperando que el Espíritu Santo, el día de Pentecostés, santifique y prepare a cada uno de nosotros para el gran encuentro con Dios. Así nos lo dice la antífona de comunión:
“Si me amáis guardaréis mis mandamientos, dice el Señor. Yo le pediré al Padre que os dé otro consolador, que esté siempre con vosotros”.
La primera lectura nos recuerda cómo Felipe predicó a Cristo, bautizó a muchos en Samaría e hizo milagros, llenando de alegría a la ciudad.
Al saberlo, los apóstoles que estaban en Jerusalén, enviaron a Pedro y a Juan para que rezaran, imponiéndoles las manos, por los fieles y así pudieran recibir el Espíritu Santo (la confirmación).
La segunda carta es de Pedro y nos habla de cómo a Jesús lo mataron, como a cualquier otro hombre, pero como estaba lleno del Espíritu Santo, resucitó.
En el Evangelio, leemos: “Si me amáis guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad”.
Jesús aclara que el mundo con sus criterios y perversión, no puede ver ni conocer al Espíritu, pero los que son de Cristo lo conocerán muy bien y el Espíritu permanecerá en ellos.
Por otra parte, Jesús, lleno de ternura, les repetirá “no los dejaré huérfanos”, prometiendo la presencia continua tanto suya como del Padre.
Fijémonos también en estas otras palabras que son de dos versículos más adelante, para entender que quien ama de verdad a Jesús, cumple su palabra y entonces “mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él”. ¡Las tres Divinas Personas en el corazón del hombre!
Aprovechemos ahora unos momentos para conversar sobre el Espíritu Santo que quiere ser siempre nuestro Dios y amigo. Hagámoslo con ideas sueltas.
* En nuestro único Dios hay tres Personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
* El Padre es la fuente de la vida que engendra al Hijo por vía de pensamiento y el Espíritu Santo es el amor que une y hace infinitamente felices al Padre y al Hijo.
* Este Espíritu Santo es el regalo que el Padre nos da para santificarnos; es decir, para que compartamos su misma vida divina.
* A esta vida divina en nosotros, la llamamos “gracia santificante” porque nos hace santos, agradables a Dios.
* Desde el bautismo el Espíritu Santo entra en ti y se hace cercano y amigo. Piensa que Él es tu compañero de viaje hacia la eternidad.
Si sigues sus inspiraciones y le cuentas todas tus cosas, habrá entre ti y el Espíritu Santo la amistad más bella. Él será tu mejor amigo. Piensa: ¡¡mi amigo el Espíritu Santo!! ¿Puede haber mejor presentación?
* Por el sacramento de la confirmación el Espíritu Santo fortalece en ti los mismos dones que te dio en el bautismo: la fe, la esperanza y el amor y todos sus dones para que puedas vivir feliz en medio de las dificultades y llegar a la perfección a la que Dios te llama.
* Has de saber también que “donde está el Espíritu Santo está la verdadera libertad”.
Es Él quien hace libres a los hijos de Dios, aun en las peores tormentas.
* Tampoco olvides la gran enseñanza de San Pablo: “¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu habita dentro de ustedes?”.
* El Espíritu Santo es también el único que nos puede enseñar a rezar y será siempre Él quien repita en nosotros la palabra más dulce de nuestra oración a Dios: “Abba, Padre”.
* El Espíritu Santo es el que enriquece a cada persona y así embellece la Iglesia de Jesús con distintos carismas, dones y frutos que embellecen a toda la Iglesia y santifican a quienes los posee.
* Tu actitud con el Espíritu Santo debe ser de auténtica docilidad. Déjate conducir por Él con el corazón del pobre que, con las manos extendidas, pide siempre al Padre y al Hijo el fuego del Espíritu que transforme toda su vida.
* Será bueno también que adquieras la simplicidad del niño ya que Jesús nos enseñó que para poseer la vida eterna es preciso “nacer de nuevo” y que sólo los que se hagan como niños entrarán al reino de los cielos.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo

20 de mayo de 2011

V DOMINGO DE PASCUA


MÍRANOS CON AMOR DE PADRE

“Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros como lo esperamos de ti”.

La oración colecta de este día tiene una petición que, bien pensado, puede parecer extraña: “Míranos con amor de Padre”.

Yo pienso que Dios no tiene otra mirada para con nosotros.

Pero, de todas maneras, la liturgia como buena madre y pedagoga nos va explicando motivaciones y efectos de cuanto hacemos y creemos.

Y así le pedimos a Dios que nos mire como Padre por dos motivos fundamentales: porque nos ha purificado, nos ha redimido y porque nos ha hecho hijos suyos.

Por consiguiente, redimidos y hechos hijos podemos dirigirnos al Padre Dios y sentir que son realidad nuestras dos grandes aspiraciones, ser libres y vivir eternamente.

Esa es la enseñanza de la oración colecta que a veces se nos pasa desapercibida porque, olvidamos, como ya hemos dicho otras veces que se llama precisamente “colecta” porque recoge los sentimientos propios del día.

Pensando así, es fácil entender por qué hacemos nuestro en el comienzo de la misa el primer versículo del salmo 97: “Cantad al Señor un cántico nuevo porque ha hecho maravillas”.

Entremos ahora en las enseñanzas de las lecturas.

El trabajo de los doce apóstoles se hizo excesivo y complicado. Tenían que dedicarse a la predicación, a la oración, a los grupos, atender a las viudas y necesidades de los primeros cristianos.

Por eso, inspirados por el Espíritu escogieron siete diáconos para dejar de lado la administración y dedicarse directamente a lo más importante: la oración y el ministerio de la Palabra.

De esta primera lectura sacamos, para nosotros, una conclusión muy clara: la importancia de la oración, que nunca debemos dejar.

Por su parte, San Pedro en su carta, nos vuelve a recordar que Jesucristo es el centro de todo y para ello toma de nuevo la comparación de una construcción.

Jesús es la piedra angular escogida y preciosa y todos los demás, unidos a Él, somos piedras pero vivas, y que formamos el templo del Espíritu Santo que llamamos el “cuerpo de Cristo”.

En este cuerpo que es la Iglesia, todos somos importantes, tan importantes que San Pedro dice de cada uno de nosotros: “Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios” y todos nosotros tenemos una función muy importante: “Proclamar las maravillas de Dios que nos hizo salir de las tinieblas” del pecado y nos hizo entrar “en su luz maravillosa”, la gracia divina.

Esto es importante para que ninguno de nosotros pueda volver a decir: no soy nada, no sirvo para nada y tantos otros disparates que no son cristianos.

¡Somos importantes! ¡Somos hijos privilegiados y amados de Dios!

¡Tú eres muy importante para Dios!

En el Evangelio encontramos otra de las definiciones que Jesús da de sí mismo. El mismo que dijo “Yo soy el buen Pastor… yo soy la Puerta”, nos dice ahora “yo soy el Camino y la Verdad y la Vida”.

Cada una de estas definiciones que Jesús da de sí mismo nos descubre su grandeza y divinidad. En realidad Jesús es el único que nos puede llevar a Dios porque Él mismo es Dios.

Él es la Verdad absoluta, la Palabra del Padre, el Verbo de Dios.

Y Él es también la Vida, el que da vida al mundo.

En el mismo Evangelio de San Juan, leemos, hablando del Verbo encarnado: “En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres”.

Dentro de las maravillas que podemos entresacar de este capítulo catorce de San Juan, nos gozamos con las palabras de Felipe, un tanto confianzudo en la última cena, cuando en diálogo amistoso le dice: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”.

La respuesta de Jesús no puede ser más bella:

“Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí”.

Es una maravillosa enseñanza para que aprendamos también lo que debe ser un cristiano, es decir, otro Cristo.

En efecto, quien ve a un cristiano tiene que ver a Cristo, como quien ve a Cristo tiene que ver al Padre.

Esto quiere decir que debemos llegar a tener los mismos criterios y sentimientos de Jesús para que quien se encuentre con nosotros descubra al Padre Dios.

14 de mayo de 2011

IV DOMINGO DE PASCUA, CICLO A


DOMINGO DEL BUEN PASTOR



¡Aleluya, aleluya, aleluya!

“Yo soy el Buen Pastor, dice el Señor, conozco mis ovejas y las mías me conocen. Aleluya”.

En el verso aleluyático de este domingo podemos encontrar el más importante motivo de reflexión y de examen de nuestra vida de fe.

Jesús dice que conoce a sus ovejas. Esto es cierto. Y además las conoce según el significado profundo que tiene esta palabra en la Biblia.

Es decir que nos conoce totalmente, tal como somos, pensamos y amamos.

Pero la segunda parte del versículo es muy distinta, y nos cuestiona. Podemos concretarlo así:

¿Yo soy de verdad oveja de Jesús, según la comparación?

¿Yo conozco bien a Jesús, mi buen Pastor?

Vayamos ahora a las otras enseñanzas de la liturgia.

A este domingo se le llama el del Buen Pastor y está claro porque las oraciones, los Hechos de los apóstoles, la carta de Pedro, el Evangelio y las antífonas lo afirman y repiten.

Jesús se contrapone con el asalariado que no entra por la puerta del aprisco sino que salta por el cerco. Jesús añade que no es sólo el portero que abre, sino que se llama a sí mismo “Yo soy la puerta”. La puerta del redil: “Os aseguro que soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos… pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta. Quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir y encontrará pastos”.

El ladrón no entra sino para robar y matar… Jesús, en cambio, afirma: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”.

Está claro. Mientras los malos pastores vienen a robar y matar, Él viene a dar vida y vida abundante a sus ovejas. La vida eterna en Dios.

Las lleva a buenos pastos. Y ellas le siguen porque conocen su voz.

Por eso las ovejas de Jesús nunca siguen al falso pastor porque no conocen la voz de los extraños.

Es entonces cuando Jesús se presenta como la puerta. Por Él entran las buenas ovejas que conocen al Buen Pastor y pueden entrar y salir y encontrarán buenos pastos y tendrán la salvación.

Y ahora podemos preguntarnos quiénes son esas ovejas.

De hecho el Buen Pastor viene para todos ciertamente. Él trae la gracia, la vida de Dios.

San Pablo nos dirá que el Señor “quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”.

Pero evidentemente que hay dos grupos de ovejas, las que entran por la puerta desde el principio de su vida y las que entran en cualquier momento porque Dios llama a cualquier edad, como nos da a entender la parábola del dueño de la viña que contrata trabajadores.

Un ejemplo de esto lo tenemos en la lectura de los Hechos, de este día que nos presenta a la gente hambrienta de Dios en Israel corriendo al cenáculo para ver qué pasó el día de Pentecostés. Pedro les dice con dureza y valentía: “al mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis Dios lo ha constituido Señor y Mesías”.

Arrepentidos y movidos por el Espíritu del Buen Pastor, preguntan a Pedro y a los otros apóstoles: “¿Qué tenemos que hacer, hermanos?”

Es Pedro quien responde lo que hoy nos dice a todos nosotros: “Convertíos… para que se os perdonen los pecados y recibáis el don del Espíritu Santo”.

(A ellos en concreto les advierte que deben bautizarse para entrar por la puerta, que es Cristo, en la Iglesia de Jesús que acaba de nacer.)

La multitud acepta y aquel día entran por Jesús. Puerta, en el rebaño, unas tres mil personas.

San Pedro, por su parte, en su primera carta, nos viene a decir lo mismo: Jesucristo padeció su pasión por nosotros… y “sus heridas nos han curado”, son las heridas del Buen Pastor.

El fruto de la sangre de Cristo es nuestra conversión: “andabais descarriados como ovejas, pero ahora habréis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas”.

Evidentemente que en este día, mejor que nunca, repetiremos en el salmo (22) responsorial: “El Señor es mi pastor, nada me falta”.

Y metidos en esta comparación poética (las ovejas de Jesús) diremos:

“En verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas… y habitaré en la casa del Señor por años sin término”.

***

En este domingo la Iglesia nos invita a rezar por las vocaciones sacerdotales.

Pidámosle al Dueño de la mies con fe y con insistencia.

5 de mayo de 2011

III DOMINGO DE PASCUA, CICLO A


EL DOMINGO DE LA ALEGRÍA PASCUAL
Recuerdo que cuando estaba en el seminario hicieron un concurso con premios para los mejores. El tema era precisamente el tercer domingo de pascua.
El primer premio se lo llevó un compañero colombiano que se apellidaba Miranda y el segundo me lo llevé yo.
Estoy seguro de que solamente concursamos los dos…
Pero lo que sí recuerdo es que mi tema fue “la alegría pascual en el tercer domingo”.
Examinando las lecturas para compartirlas con ustedes me doy cuenta de que era muy bueno el enfoque que di al tema. Meditémoslo.
La primera oración es: “Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu, y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resucitar gloriosamente”.
En la oración de las ofrendas, leemos:
“Recibe, Señor, las ofrendas de tu Iglesia, exultante de gozo, y pues en la resurrección de tu Hijo nos diste motivo de tanta alegría, concédenos participar también del gozo eterno”.
Así, pues, pienso que está más claro que nunca el tema central de este domingo.
En cuanto al motivo de tanta alegría, aparece en estas mismas oraciones y en las lecturas: ¡Estamos felices por la resurrección de Jesucristo!
En los Hechos de los apóstoles, leemos la predicación de Pedro el día de Pentecostés.
Después de echarles en cara la crucifixión de Jesús, Pedro afirma gozoso:
“Pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte”.
Según Pedro, el fruto de la resurrección es el Espíritu Santo que Jesús ha recibido del Padre, como estaba prometido, y que Él mismo a su vez lo derramó sobre los apóstoles ese día.
En cuanto a la carta primera del mismo apóstol Pedro, también aparece el gozo de la salvación que Dios nos da por medio de Cristo al rescatarnos “no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha”.
Esta resurrección de Cristo nos permite poner en Dios nuestra fe y nuestra esperanza.
En el salmo responsorial leemos ideas similares:
“Tengo siempre presente al Señor… por eso se me alegra el corazón y se gozan mis entrañas… me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha”.
No faltan los cristianos que tienen la idea de que el cristianismo es algo negativo y que los mejores son los que viven más introvertidos y hasta un tanto amargados, viendo sólo pecados y cosas negativas en el Evangelio de Jesús.
Nada más equivocado. Precisamente Benedicto XVI nos habla con frecuencia de esta alegría que en el fondo viene a ser el “gozo”, fruto del Espíritu Santo.
Pero el Evangelio se lleva la palma en este día.
La poesía, la música, la pintura, nos presentan el encuentro del Resucitado con los dos de Emaús con tanta belleza que se ha grabado en los corazones de todos. Resumamos:
Dos hombres, posiblemente Cleofás y Lucas, van tristes compartiendo la desilusión en que los ha dejado Jesús crucificado.
Un hombre que camina más a prisa se les une y los dos creen que es un caminante que quiere compañía. Conversan. El tema de conversación es el de todo el mundo: Jesús Nazareno.
Ellos manifiestan su desilusión y el peregrino, “comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas”, les explica todo lo que se refiere al Mesías en las Escrituras y cómo se ha cumplido en estos días.
Llegan al pueblo tan ilusionados por la conversación que le invitan a pasar la noche con ellos: “Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída”.
Entra para quedarse con ellos. “Sentado a la mesa tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio”.
Su tristeza se convirtió en gozo. Habían descubierto a Jesús y comentaron entre ellos:
“¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?”
El gozo fue tan grande que, a pesar de ser de noche y estar cansados del camino, “se levantaron al momento y se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once. Todos estaban felices comentando: ¡Es verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón!”.
Por su parte, los dos de Emaús, contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían conocido al partir el pan.
Una alegría que no podemos imaginar ahora pero que esperamos gozar cuando reconozcamos a Jesús el día de nuestra propia resurrección.