17 de junio de 2017

SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

 XI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO , CICLO A

La fiesta de hoy nos recuerda a todos, el olor a incienso, las flores, el palio que llevan hombres serios, y el sacerdote reverente con los ojos clavados en la hostia que lleva metida en la custodia, que parece un sol con sus rayos de oro.
Es la gran fiesta del Cuerpo y de la Sangre de Cristo.
La Iglesia en estos días que siguen a la Pascua, nos va entresacando los misterios más bellos que hemos vivido durante ella. Quiere que los adoremos y agradezcamos. Algunos de ellos son: la Santa Trinidad que nos ha dado todo, Cristo sumo y eterno Sacerdote, el Sagrado Corazón de Jesús y el Cuerpo y Sangre de Cristo que celebramos hoy:
Bajo las especies de pan y vino, granos molidos y uvas exprimidas, está Jesús después de la consagración. Así de simple:
Está Jesús con su Cuerpo glorioso, su Alma bendita y su Divinidad de Hijo de Dios:
¡Es nuestra fe!
*       El prefacio
Nos recuerda cómo el Señor, “al instituir el sacrifico de la eterna alianza, se ofreció a sí mismo como víctima de salvación”.
En el Antiguo Testamento hubo una alianza de Dios con Moisés. Se selló con sangre de animales y hubo una ley, el Decálogo, que todos conocemos.
Esta fue la primera alianza.
Ahora hay un sacerdote nuevo, una ley nueva (“mi mandamiento”)  y una víctima nueva que ya no es sangre de animales sino la Sangre santísima de Jesús, ofrecida en la cruz de una vez para siempre.
Con su sangre comienza una alianza nueva entre Dios y los hombres.
Es la alianza profetizada varias veces en el Antiguo Testamento. Una “alianza nueva y eterna”.
Para que se perpetuara, Jesús Sumo y Eterno Sacerdote pidió que los apóstoles y sus sucesores ofrecieran la misma víctima muchas veces:
“Hagan esto en memoria mía”.
Con ese sacrifico la Carne de Cristo se convierte en verdadera comida y su Sangre es la bebida que nos santifica. Su Cuerpo y su Sangre son la prenda segura de nuestra salvación.
Nos salvamos si comemos la Eucaristía:
“El que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día”.
*       La primera lectura
Hace alusión al maná que Dios regaló a los Padres en el desierto.
Y si bien algunos a veces se sintieron “hastiados por aquel pan sin cuerpo”, la Tradición nos enseña que el maná sabía a cada uno según aquello que deseaba comer.
Cuando hacemos la bendición del Santísimo Sacramento recordamos el don del maná al decir:
“Les diste pan del cielo que contiene en sí todo deleite”.
*       San Pablo
El apóstol recuerda a los Corintios que en la Santa Misa “el cáliz de bendición que bendecimos es la comunión con la Sangre de Cristo y el pan que partimos es comunión con el Cuerpo de Cristo”.
Según Pablo el fruto de la comunión que compartimos los cristianos tiene que ser la unidad y así, “aunque somos muchos formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan”.
*       Evangelio
El Evangelio nos lleva una vez más a la sinagoga de Cafarnaúm.
Allí Jesús hace la gran promesa que escandaliza a los fariseos y que, medio a ciegas, aceptan  los apóstoles.
Los primeros dicen “dura es esta doctrina”.
Y los segundos, con Pedro, dicen: “Tú tienes palabras de vida eterna”.
Meditemos nosotros la valiente promesa de Jesús (valiente porque le costó la vida):
“Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su Sangre, no tendréis vida en vosotros”.
Muchos cristianos no comulgan y la Iglesia ha tenido que ponernos una obligación: comulgar al menos una vez al año “por Pascua florida”.
¿Cómo es posible esto?
¿Hemos perdido la fe en el gran regalo de Jesús, la Eucaristía?
Amigos, comulguemos siempre que podamos y sigamos también las santas tradiciones de la Iglesia, como son: las procesiones del Santísimo Sacramento, la visita y adoración a Jesús Eucaristía.
Jesús en la Eucaristía es la luz que ilumina nuestro camino hacia el corazón de Dios.

+ José Ignacio Alemany Grau, obispo