19 de mayo de 2017

EL AMOR VERDADERO ES LIBRE


Reflexión homilética para el VI Domingo de Pascua, ciclo A
“Con gritos de júbilo anunciadlo y proclamadlo: el Señor ha redimido a su pueblo”.
*       El diácono enseña y bautiza
Los Hechos de los apóstoles nos cuentan cómo fue expandiéndose la Iglesia en los primeros tiempos. Hoy es un ejemplo de ello: el diácono Felipe va a Samaría y predica a Cristo.
La multitud se alegra y se bautiza y son muchos los milagros que abren el camino al Evangelio.
Una vez más se constata cómo la fe trae la alegría: “la ciudad se llenó de alegría”.
Por otro lado “los apóstoles que estaban en Jerusalén”, al enterarse de la conversión de los samaritanos, enviaron a Pedro y a Juan para confirmarlos en la fe: “les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo”.
De esta manera, ya desde el principio nos encontramos con la diferencia entre el diácono que enseña y bautiza y los obispos que confirman la fe con la imposición de manos.
*       Salmo responsorial 65
Tengamos en cuenta que estamos en plena liturgia pascual. Por eso la Iglesia nos invita de distintas formas a vivir el gozo de la resurrección:
“Aclamad al Señor tierra entera; tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria…
Alegrémonos con Dios que con su poder gobierna eternamente”.
*       Dar razón de la fe
Continuamos leyendo la carta de San Pedro y hoy nos invita a “glorificar en nuestros corazones a Cristo el Señor y estar siempre prontos a dar razón de nuestra esperanza”.
A continuación él mismo nos dice que, en nuestra evangelización, debemos actuar “con mansedumbre, respeto y buena conciencia”.
Pienso que todos los católicos debemos tener conciencia de este pedido de San Pedro y aprender bien el Catecismo de la Iglesia Católica e ir escrutando continuamente las Escrituras, primero para cimentar nuestra propia fe y segundo, para evangelizar con eficacia.
Finalmente Pedro, basándose en la misma actitud de Cristo, nos dice: “mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal”.
*       Dos momentos de la última cena
En el Evangelio de hoy nos acompaña San Juan.
*. El apóstol recoge dos enseñanzas muy importantes:
1. “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”.
A veces pretendemos que algunos cumplan los mandamientos poco menos que a la fuerza.
No es esto lo que pide el Señor. Obedecer, si no hay amor, no tiene sentido.
Solo el amor puede motivarnos para cumplir la voluntad de otro. Y como no hay amor sin libertad, debemos entender que solo desde la libertad amamos y desde el amor cumplimos. Solo así merecemos.
2. La promesa del Espíritu Santo.
Jesús sabe que Él es el primer consolador, amigo y protector, enviado por el Padre.
Él nos descubrió los planes de Dios para salvarnos y pronto se va a ir. ¿Dejará solos a los suyos?
Dentro de ese clima amoroso de la última cena Jesús les dice con cariño:
“Pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad”.
Es la promesa del Espíritu Santo que se realizará después de la resurrección, el día de Pentecostés.
Esta es precisamente la diferencia que marca Jesús entre los suyos y el mundo. 
Este mundo no puede conocer al Espíritu Santo “vosotros en cambio lo conocéis porque vive con vosotros y está con vosotros”.
Jesús no se conforma con esto: les advierte: “no os dejaré huérfanos, volveré”.
Esto es lo que había repetido en otro momento, cuando dijo: “yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
Qué felices nos sentimos en la Iglesia de Jesús porque estamos seguros de la compañía diaria del Espíritu Santo y de Jesús mismo, que es Dios. Por esto tenemos la seguridad de que el Padre también camina con nosotros ya que las tres Personas son inseparables.
De ahí que nuestro párrafo de hoy termine diciendo:
“El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él”.
Preciosa invitación que nos lleva a profundizar en el misterio trinitario.
*       Vendremos a Él
Quedémonos en este domingo con esta idea del verso aleluyático que nos habla, una vez más sobre la presencia o inhabitación de la Santísima Trinidad en nuestros corazones:
“El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo