8 de abril de 2016

Reflexión homilética para el III Domingo de Pascua, ciclo C


ME VOY A PESCAR

Todavía estamos en el ambiente pascual.
La liturgia propone a nuestra meditación las apariciones de Jesús resucitado.
Hoy nos vamos al lago de Genesaret, el de la poesía y la luz.
Pero meditemos antes unos rasgos de lo que sucedía en los primeros tiempos de la Iglesia.
Nos dicen que los Hechos de los apóstoles son un hermoso resumen de los primeros años de la vida de la Iglesia y cómo se fue abriendo paso con persecuciones.
No en vano dijo Jesús:
“Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros...
Recordad lo que os dije: no es el siervo más que su amo… Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra”.
Estas palabras encierran la clave para entender la pregunta que repetimos hoy:
¿Por qué persiguen a la Iglesia?
*        La primera lectura nos hace ver que así pasó desde el comienzo:
El sumo sacerdote enfurecido pregunta a los apóstoles porqué hablan de Jesús, si se lo han prohibido.
Pedro tiene una respuesta valiente. Comienza diciendo:
“Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.
Los azotaron y los soltaron y “les prohibieron hablar de Jesús…
Los apóstoles salieron contentos por haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús”.
Esta será la historia de todos los mártires; también los de hoy: sufrir y quedar felices.
*        Después de este acontecimiento de los apóstoles y el martirio de tantos cristianos, repitamos también gozosamente con el salmo 29:
“Te ensalzaré, Señor, porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí”.
*        El Apocalipsis nos habla de la glorificación de Jesús.
Son millares de ángeles y hombres que cantan y alaban con esas palabras que frecuentemente repetimos en la oración de vísperas:
“Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”.
¿Y quién es el Cordero degollado a quien todos cantan?
Juan Bautista nos explicó que Jesús es el Cordero de Dios.
Ahora oímos que ha sido degollado… pero que está vivo.
Es el Verbo encarnado y martirizado por los hombres, pero glorificado por el Padre.
Todos alababan y glorificaban al Resucitado y se postraban ante Él, es decir, lo adoraban:
Cristo resucitado merece nuestra adoración porque, además de ser hombre verdadero, es Dios como el Padre y el Espíritu Santo.
*        El Evangelio de Juan es precioso.
Fíjate en cada detalle que yo no tengo tiempo de desarrollar:
-          “Voy a pescar”, dice Pedro. Y todos: “vamos también nosotros contigo”.
Sí, resucitó Jesús, pero hay que volver a la realidad y buscar el pan del día.
-          El resultado es doloroso: sin Jesús no se pesca.
-          La palabra del hasta entonces desconocido en aquella mañana, les invita a echar las redes a la derecha.
-          Resultado, ciento cincuenta y tres peces grandes.
Número simbólico que puedes investigar y verás que indica la multitud innumerable de los que en Pedro y sus sucesores pertenecerán a la Iglesia.
Sigue un delicioso desayuno con el Resucitado.
¿Te animas?
Tú puedes participar en ese banquete cada vez que recibas con fe la Eucaristía en la comunidad de los creyentes.
Después viene la triple confesión de fe de Pedro asegurando su amor a Jesús.
Con estos tres actos de amor se purifica Pedro de las tres negaciones y Jesús, lejos de quitarle el primado, se lo ratifica por tres veces diciendo: “apacienta mis ovejas… apacienta mis corderos”.
Finalmente, Jesús le predice a Pedro el martirio que sufrirá un día:
“Cuando eras joven tú mismo te ceñías e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará a donde no quieres”.
El párrafo termina con esta invitación de Jesús a Pedro:
“¡Sígueme!”

José Ignacio Alemany Grau, obispo