28 de abril de 2016

EL CONCILIO DE JERUSALÉN

Reflexión homilética para el VI Domingo de Pascua, ciclo C
*       Hoy los Hechos nos presentan uno de los graves problemas que surgieron en la comunidad cristiana de Antioquía:
Unos de Jerusalén llegan diciendo que si los paganos no se circuncidan según la ley de Moisés, no se podrán salvar.
El problema es grave.
Dan prioridad a la ley de Moisés en vez de acoger la nueva del Evangelio:
“Nos salvamos por el bautismo y la fe en la gracia”.
¿Cómo lo solucionaron?
Una delegación con Pablo y Bernabé a la cabeza viaja a Jerusalén.
Exponen la situación con libertad.
Se discute largamente.
Pedro llega a decir “¿cómo imponerles (a los paganos convertidos) un yugo que ni nosotros ni nuestros padres han podido soportar?... Lo mismo ellos que nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús”.
Pablo y los suyos regresan con una preciosa carta que concluye con estas bellísimas palabras que indican la fe profunda de los apóstoles en Jesús y en el Espíritu Santo recibido en Pentecostés:
“Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponer más cargas que las indispensables…”
Felices con esta solución empezaron la gran misión de Macedonia y de Acaya.
*        Salmo 66
El salmo nos lleva a la alabanza desde una visión misionera que es la que vive la Iglesia de Jesús en estos tiempos que vamos meditando.
Tiempos en que vemos los primeros frutos de la Pascua del Redentor:
“Oh Dios que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Que canten de alegría las naciones porque riges el mundo con justicia…
Que Dios nos bendiga que le teman hasta los confines del orbe”.
*        Apocalipsis
El Apocalipsis nos presenta el triunfo total de Jesús, el Cordero, y su Esposa, la Iglesia.
Es una descripción bellísima con todo un derroche deslumbrante de riquezas y piedras preciosas.
En ellos brilla la luz como algo fundamental que nos recuerda lo que dice Juan sobre el Verbo, en el prólogo de su Evangelio:
“En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla… El Verbo era la luz verdadera que alumbra a todo hombre viniendo al mundo”.
Su presencia en la ciudad de Jerusalén hace que no haga falta otra luz. Por eso “la ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero”.
*        Verso aleluyático
“El que me ama guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a Él”.
Dios habita en nosotros como la luz en la nueva Jerusalén.
Si ahora no lo vemos es porque estamos en una etapa de fe que asegura nuestra esperanza.
*        Evangelio
San Juan nos presenta muchos pensamientos que te invito a profundizar. Hazlo con fe.
Te desgrano algunos sueltos para ayudarte:
-          “El que me ama guardará mi Palabra”.
¿Cuál es el fruto inmediato?
Tendremos el amor del Padre.
-          “Y vendremos a Él”.
No olvides que se trata de la presencia de la Santísima Trinidad en el corazón de cada creyente.  No es algo pasajero: “permaneceremos”.
En ti vive la Trinidad Santa. ¡Es de fe!
-          “El que no me ama no guardará mis palabras”.
Es la postura del pecador que rechaza a Jesús y al Padre.
-          Promesa del Espíritu Santo que “enviará el Padre en mi nombre y será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho”.
Ese fue el servicio del Espíritu Santo a los apóstoles. Jesús lo pidió para ellos y para todos nosotros.
-          Finalmente ofrece la paz. Es un don que irá dando Él mismo a los suyos después de la resurrección.
Medita las últimas palabras llenas de gozo por parte de Jesús y que fueron poco entendidas por los apóstoles entonces.
La Pascua avanza, amigos, pero nos deja dones maravillosos, fruto de la pasión y triunfo de Jesús.
Goza y graba en tu corazón.
José Ignacio Alemany Grau, obispo

23 de abril de 2016

EL MANDAMIENTO DEL RESUCITADO


Reflexión homilética para el VI Domingo de Pascua, ciclo C
*        Hoy los Hechos de los apóstoles nos presentan el esfuerzo misionero de la Iglesia primitiva para evangelizar.
Los protagonistas son Pablo y Bernabé que hacen un largo recorrido.
Es bueno conocer el tema de su predicación.
Insisten sobre todo en que “perseveren en la fe” y en hacerles ver que, como prometió Jesús, “hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios”.
Es lo de siempre; nos cuesta reconocerlo, pero el camino de Jesús y de nosotros, que somos los suyos, es siempre la cruz.
¿Qué hacían Pablo y Bernabé en las iglesias que visitaban?
Nombraban presbíteros, oraban, ayunaban y los dejaban en las manos de Dios.
Otra hermosa enseñanza es que al regresar a Antioquía, comunidad de la que habían salido a la misión, “reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe”.
Compartir las maravillas que Dios hace con los misioneros es importante para ellos mismos y para los que quedaron en oración.
Tengamos en cuenta que siempre la que evangeliza es toda la comunidad.
*        Continuamos con el Apocalipsis.
Después de contar todas las luchas entre el bien y el mal, hoy la liturgia nos ofrece la novedad ya definitiva.
El mar, morada de la serpiente y símbolo del mal desapareció, lo mismo que la Babilonia llena de pecado.
El Cordero, Jesús, triunfó y la Esposa le sale al encuentro.
El párrafo nos dice:
“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva”. Se acabó el tiempo de la lucha y del dolor y llega la nueva Jerusalén. Es la “Esposa” que personifica a la Iglesia. Viene bellísima para agradar a Cristo el Esposo.
¿Qué sucederá entonces?
“Esta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos y será su Dios.
Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor porque el primer mundo ha pasado”.
Y Dios hace una alianza nueva y definitiva. Por eso “el que estaba sentado en el trono dijo: Todo lo hago nuevo”.
No olvidemos que la novedad, que tanto nos gusta a todos, es característica de la grandeza de Dios.
*        El salmo responsorial
Con el salmo 144 alabamos a la Santísima Trinidad, tanto por las maravillas de la misión de Pablo y Bernabé, como por la seguridad que nos da el Apocalipsis sobre la glorificación de la Iglesia:
“Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío mi Rey”.
Una vez más unámonos al gran pensamiento de este Año Santo de la Misericordia y pensemos en la definición que tantas veces Dios da de sí mismo en el Antiguo Testamento:
“El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas”.
*        El aleluya nos recuerda el “nuevo mandamiento” que viene a unirse a la novedad del Reino de Dios donde todas las cosas son nuevas.
Lógicamente, el amor que es el motor de los humanos, también tiene que ser nuevo. Ya no es el del Antiguo Testamento “amar al prójimo como a ti mismo” sino que trae la novedad que ha puesto Jesús: “como yo os he amado”.
Desde ahora Jesucristo es la medida del amor entre sus discípulos.
*        El Evangelio nos lleva a la última cena, pero no se trata de anunciarnos la muerte y el sufrimiento sino para que nos fijemos en la glorificación que pide el mismo Jesucristo al Padre.
En el momento que sale Judas cargando en las entrañas la noche de su pecado, el corazón de Cristo se esponja y nos habla, aunque brevemente, de dos temas:
-          La glorificación de Jesús: “ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en Él”.
Se trata de la misma glorificación que Jesús pidió al Padre en el capítulo 17, comenzando así la oración sacerdotal: “Padre, glorifica a tu Hijo”.
-          Luego añade: “hijos míos me queda poco tiempo de estar con vosotros”.
Lo que sigue lo presenta Jesús como su gran testamento y por eso lo llama “un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros”.
No olvidemos nunca que mientras no cumplamos este mandamiento, la gente no podrá reconocernos como discípulos de Jesús.
No podrán conocer a Jesús como Señor.
¿Cuándo estrenaremos de verdad y todos como comunidad este mandamiento?

José Ignacio Alemany Grau, obispo

15 de abril de 2016

EL PASTOR ES MI SEÑOR

Reflexión homilética para el IV Domingo de Pascua, ciclo C
La Iglesia celebra hoy al Buen Pastor.
Para ello se ha centrado en el capítulo 10 de San Juan y lo ha repartido entre los tres ciclos.
Al ciclo C, el nuestro, le toca la última parte y más pequeña, pero meditaremos todo el conjunto, cuando llegue el momento.
*        Oración colecta
Esta oración centra el pensamiento del día del Buen Pastor:
“Dios todopoderoso y eterno que has dado a tu Iglesia el gozo inmenso de la resurrección de Jesucristo, concédenos también la alegría eterna del Reino de tus elegidos para que así, el débil rebaño de tu Hijo tenga parte en la admirable victoria de su Pastor”.
Y la oración final nos invitará a concluir, llamando a Dios Padre, “Pastor bueno”:
Recemos:
“Pastor bueno, vela con solicitud sobre nosotros y haz que el rebaño adquirido por la sangre de tu Hijo pueda gozar eternamente de las verdes praderas de tu reino”.
*        La primera lectura es de los Hechos de los apóstoles y nos presenta el gran esfuerzo que hacen los primeros pastores para superar las mentalidades del Antiguo Testamento y abrir la puerta del Evangelio a todos los pueblos.
Los protagonistas son Pablo y Bernabé.
Van a predicar a los judíos y éstos los rechazan.
Los desprecian, los insultan y a veces los apedrean.
Los dos santos comprenden la lección y dicen las palabras que te invito a meditar porque así empezó a correr el Evangelio por el mundo hasta que llegó a tu familia y hasta ti.
Piénsalo que no es broma.
En este párrafo de los Hechos, dirigido a los judíos, está el comienzo de la evangelización por occidente:
“Teníamos que anunciaros primero a vosotros la Palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna; sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: Yo te haré luz de los gentiles para que lleves la salvación hasta el extremo de la tierra”.
Pablo y Bernabé fueron grandes pastores según el corazón de Cristo. Su decisión llenó de alegría a los gentiles.
*        Salmo responsorial
Si Dios es el Pastor (el salmo se refiere a Dios en el Antiguo Testamento) nosotros somos su rebaño, su pueblo:
“Sabed que el Señor es Dios: que Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño”.
*        El Apocalipsis nos presenta cómo es la presencia gloriosa de los santos en el cielo.
Todos están en pie (como el Cordero degollado) en señal de triunfo.
Entre ellos hoy se nos presentan los mártires.
Son multitud de todos los tiempos. También los de hoy.
Han aprovechado la sangre del Buen Pastor y “lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangra del Cordero”.
Eso de que la sangre blanquea es un simbolismo poco lógico pero muy significativo: triunfaron con Jesús para siempre.
“Ya no pasarán hambre ni sed… porque el Cordero que está delante del trono será su pastor y los conducirá a fuentes de agua viva”.
*        El verso aleluyático nos invita a repetir:
“Yo soy el Buen Pastor, conozco a mis ovejas y las mías me conocen”.
Que Jesús te conoce es claro: ¡es Dios!
Pero ¿tú conoces a Jesús? ¿Qué sabes de Él? ¿Lo sigues seguro aunque sea por “cañadas oscuras”?
*        El Evangelio, después de explicar cómo Jesús es Puerta y Pastor, después de una dolorosa disputa con los judíos, el Maestro vuelve a la comparación del Pastor.
Cada palabra de este breve párrafo es un tesoro:
-          “Mis ovejas escuchan mi voz”... ¿conoces la voz y enseñanzas de Jesús?
-          “Yo las conozco”… ¡maravilloso! Los hombres se equivocan: no me conocen, pero Jesús sí me conoce.
-          “Y me siguen”: teóricamente lo seguimos, pero en la práctica y en los detalles que manifiestan la verdad, ¿acompañamos a Jesús?
-          “Y yo les doy vida eterna”: ¿qué más pudo hacer Jesús por ti?
-          “No perecerán ni las arrebatarán de mi mano”: vive seguro porque Jesús, que es el más fuerte, está contigo.
Y aún hay más:
-          El Padre también es pastor y entre pastores nos sentimos seguros.
-          Ellos dos jamás se pelean: son uno. Sí, el Padre y el Hijo son un Dios con el Espíritu Santo.
Gracias Jesús, Buen Pastor, en este domingo te pedimos que nos des muchos pastores santos que nos guíen hacia ti.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

8 de abril de 2016

Reflexión homilética para el III Domingo de Pascua, ciclo C


ME VOY A PESCAR

Todavía estamos en el ambiente pascual.
La liturgia propone a nuestra meditación las apariciones de Jesús resucitado.
Hoy nos vamos al lago de Genesaret, el de la poesía y la luz.
Pero meditemos antes unos rasgos de lo que sucedía en los primeros tiempos de la Iglesia.
Nos dicen que los Hechos de los apóstoles son un hermoso resumen de los primeros años de la vida de la Iglesia y cómo se fue abriendo paso con persecuciones.
No en vano dijo Jesús:
“Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros...
Recordad lo que os dije: no es el siervo más que su amo… Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra”.
Estas palabras encierran la clave para entender la pregunta que repetimos hoy:
¿Por qué persiguen a la Iglesia?
*        La primera lectura nos hace ver que así pasó desde el comienzo:
El sumo sacerdote enfurecido pregunta a los apóstoles porqué hablan de Jesús, si se lo han prohibido.
Pedro tiene una respuesta valiente. Comienza diciendo:
“Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.
Los azotaron y los soltaron y “les prohibieron hablar de Jesús…
Los apóstoles salieron contentos por haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús”.
Esta será la historia de todos los mártires; también los de hoy: sufrir y quedar felices.
*        Después de este acontecimiento de los apóstoles y el martirio de tantos cristianos, repitamos también gozosamente con el salmo 29:
“Te ensalzaré, Señor, porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí”.
*        El Apocalipsis nos habla de la glorificación de Jesús.
Son millares de ángeles y hombres que cantan y alaban con esas palabras que frecuentemente repetimos en la oración de vísperas:
“Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”.
¿Y quién es el Cordero degollado a quien todos cantan?
Juan Bautista nos explicó que Jesús es el Cordero de Dios.
Ahora oímos que ha sido degollado… pero que está vivo.
Es el Verbo encarnado y martirizado por los hombres, pero glorificado por el Padre.
Todos alababan y glorificaban al Resucitado y se postraban ante Él, es decir, lo adoraban:
Cristo resucitado merece nuestra adoración porque, además de ser hombre verdadero, es Dios como el Padre y el Espíritu Santo.
*        El Evangelio de Juan es precioso.
Fíjate en cada detalle que yo no tengo tiempo de desarrollar:
-          “Voy a pescar”, dice Pedro. Y todos: “vamos también nosotros contigo”.
Sí, resucitó Jesús, pero hay que volver a la realidad y buscar el pan del día.
-          El resultado es doloroso: sin Jesús no se pesca.
-          La palabra del hasta entonces desconocido en aquella mañana, les invita a echar las redes a la derecha.
-          Resultado, ciento cincuenta y tres peces grandes.
Número simbólico que puedes investigar y verás que indica la multitud innumerable de los que en Pedro y sus sucesores pertenecerán a la Iglesia.
Sigue un delicioso desayuno con el Resucitado.
¿Te animas?
Tú puedes participar en ese banquete cada vez que recibas con fe la Eucaristía en la comunidad de los creyentes.
Después viene la triple confesión de fe de Pedro asegurando su amor a Jesús.
Con estos tres actos de amor se purifica Pedro de las tres negaciones y Jesús, lejos de quitarle el primado, se lo ratifica por tres veces diciendo: “apacienta mis ovejas… apacienta mis corderos”.
Finalmente, Jesús le predice a Pedro el martirio que sufrirá un día:
“Cuando eras joven tú mismo te ceñías e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará a donde no quieres”.
El párrafo termina con esta invitación de Jesús a Pedro:
“¡Sígueme!”

José Ignacio Alemany Grau, obispo

5 de abril de 2016

Reflexión homilética para el II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia, ciclo C

LA DIVINA MISERICORDIA
En la octava del día más hermoso de la vida de la Iglesia, la Pascua, la liturgia quiere que pensemos que todo, encarnación, muerte, resurrección y permanencia de Jesús con nosotros es fruto de la misericordia.
Esta misericordia tiene fuente en el Padre. Se nos hace humana, nuestra, en el Hijo encarnado por obra del Espíritu Santo.
Si Dios es misericordia nos toca reconocerla, adorarla y agradecerla. Un día especial para ello es este domingo.
La fiesta es instaurada por San Juan Pablo II pero ya la liturgia la traía como una verdad de fe en sus reflexiones, lecturas y oraciones de este día.
* La oración colecta
Ya en esta oración que recoge las ideas centrales del día, aparece la invocación al Dios de misericordia, le pedimos “que acreciente en nosotros los dones de tu gracia para que comprendamos mejor la inestimable riqueza del bautismo que nos ha purificado, del Espíritu que nos ha hecho renacer y de la sangre que nos ha redimido.
A este domingo se le llama también in albis porque los bautizado, el día de la Pascua, vestían sus túnicas blancas y hoy se despojaban de ellas.
Por eso encontramos distintas alusiones al sacramento del bautismo, el primer don que Dios nos ha dado en su misericordia infinita.
* Los Hechos de los apóstoles nos cuentan cómo Jesús proseguía sus milagros a través de los primeros apóstoles. Se trataba de seguir manifestando que el plan de Dios misericordioso continuaba. Por eso leemos: “la gente sacaba a los enfermos a la calle y los ponían en catres y camillas para que al pasar Pedro, su sombra por lo menos, cayera sobre alguno.
Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén llevando enfermos y poseídos de espíritus inmundos y todos se curaban”.
¿El fruto de todo esto?
Dicen los Hechos “crecía  el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor”.
* El salmo responsorial nos hará repetir:
“Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.
Es el salmo 117 que encierra tan bellos pensamientos y nos invita a recordar la misericordia continua de Dios en la historia de la salvación.
* El párrafo del Apocalipsis que hoy meditamos es precioso.
Cuanta cómo Cristo glorioso, se presenta a Juan, el apóstol.
La aparición sucede el primer día de la semana, es decir, el domingo, el día de la resurrección de Jesús.
Es la primera vez que aparece esta palabra “domingo” o “primer día de la semana” en todo el Nuevo Testamento.
Juan ve algo maravilloso. Siete candelabros de oro, símbolo de la Iglesia, y en medio aparece Jesús con las vestiduras propias del sumo sacerdote del Antiguo Testamento.
Recibe el nombre del “Hijo del hombre”, como lo había llamado Daniel en su profecía.
Su vestido blanco indica la resurrección. Participa de la eternidad de Dios simbolizada en los cabellos blancos y sus ojos son como de fuego que lo penetra todo.
Después viene la definición que Jesús da de sí mismo: “Yo soy el primero y el último. Yo soy el que vive, estaba muerto y ya ves, vivo por los siglos de los siglos y tengo las llaves de la muerte y del abismo”.
Descripción bellísima que debes meditar.
* El aleluya nos recuerda la alabanza que Jesús nos da a ti y a mí.
Tomás creyó al ver a Jesús pero nosotros somos dichosos porque creímos en el Resucitado sin haberlo visto.
Bendito tú amigo, porque has creído sin ver. Lo ha dicho el Señor:
“Porque me has visto Tomás has creído. Dichosos los que crean sin haber visto”.
* El Evangelio de Juan habla del primer día de la semana cuando Jesús entra sin avisar:
“Paz a vosotros. Como el Padre me envió yo los envío”.
Está claro que son enviados para hacer lo mismo que Jesús: transmitir la misericordia.
“Luego exhaló su aliento y dijo: recibid el Espíritu Santo para perdonar los pecados”.
Más misericordia. Más regalos.
A continuación nos cuenta San Juan que no estaba Tomás, la semana pasada, el día de la Pascua.
Llegó ocho días más tardes, es decir hoy, el día de la Divina Misericordia.
Jesús llega y habla directamente a Tomás. Él cae de rodillas y nos enseña una bella oración:
“Señor mío y Dios mío”.
Todo termina acogiendo a Tomás pero diciendo bien claro que más mérito tiene creer sin haber visto.
Esto es fe. Es fiarse de Dios.
Juan termina el párrafo de hoy diciéndonos por qué ha escrito.
Domingo de la misericordia.
Adora y agradece y aprende a ser misericordioso como el Padre.
Lo aprenderás en Jesús.
Feliz domingo para todos.

José Ignacio Alemany Grau, obispo