26 de marzo de 2016

Reflexión homilética para el Domingo de Resurrección, ciclo C

VIO Y CREYÓ

En la vigilia pascual hemos gozado la noche más bella del año, que es a su vez la más hermosa de la historia humana.
La liturgia ha derrochado amor, belleza y luz…
Al terminar la vigilia nos quedó claro que Jesús es la luz del mundo:
“Ha resucitado”. “No busquen entre los muertos al que está vivo”.
Porque, ¡Jesús está vivo!
Ahora, en la misa del día, vamos a gozar este clima de resurrección que nos regala la Iglesia.
*        En los Hechos de los apóstoles leemos que Pedro, en casa de Cornelio, explica el mensaje kerygmático que es el pregón inicial de la predicación de siempre, pero sobre todo en los comienzos de la Iglesia.
Él, como los otros apóstoles, se presenta como testigo de la resurrección:
“Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Él había designado: a nosotros que hemos comido y bebido con Él desde su resurrección”.
*        La antífona que la liturgia repetirá a todas horas en esta semana es:
“Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo”.
Como podremos ir viendo, para la Iglesia es tan grande la fiesta de la Pascua que considera los días siguientes hasta completar la semana, como un solo día.
Cada vez que escuchemos este versículo meditemos y sintamos la alegría pascual en nuestro corazón.
Es el gozo de que Jesús, nuestro Dios y Señor ha resucitado… y nosotros con Él.
*        El salmo responsorial es el larguísimo 117, pero nos deja tres pensamientos concretos:
-          “La misericordia de Dios es eterna”, mensaje muy apropiado en este Año Santo, año de la misericordia.
-          Implícitamente canta la resurrección cuando nos dice: “no he de morir viviré para contar las hazañas del Señor”.
-          Cristo es “la piedra angular rechazada” por los dirigentes… pero Dios la puso en el corazón de su historia de salvación.
*        Pablo enamorado de Jesús, nos abre su corazón y nos pide a todos que tomemos conciencia de que somos “panes ázimos”, es decir, hombres nuevos en Cristo, gracias a la inmolación del Señor que es nuestra víctima pascual.
Celebremos así  la Pascua.
*        La secuencia:
Se trata de un himno especial que narra poéticamente la resurrección del Señor y nos invita a glorificar a “la víctima propicia de la Pascua”.
Medítalo y haz hincapié en el grito gozoso de la Magdalena:
“Resucitó de veras mi amor y mi esperanza”.
*        El aleluya:
Ya sabemos que esta palabra significa “alabar al Señor”.
Es el grito gozoso de la historia de la salvación. Lo repetiremos muchas veces:
¡Es el corazón de la Iglesia que siente una alegría incontenible porque su Señor ha resucitado!
*        El Evangelio nos hace ver el impacto que causó entre los suyos la resurrección de Jesucristo.
El corazón inquieto de María Magdalena la lleva temprano al sepulcro. Quiere embalsamar el cuerpo de Jesús, según la costumbre de los judíos.
Al ver el sepulcro abierto y vacío, lleva a Pedro y a Juan un grito de desesperación, que pronto se convertirá en gozo:
“¡Se han llevado el cuerpo del Señor y no sabemos dónde lo han puesto!”.
Pedro y Juan corren. Primero llega Juan, más joven, y por respeto espera a la puerta para que entre Pedro antes (ya reconocido como el primero entre los apóstoles).
“Pedro entró en el sepulcro, vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte”.
Luego entró Juan y “vio y creyó”.
Fue el primero en creer en la resurrección, antes de ver al Resucitado y con humildad, explica “que hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él había de resucitar de entre los muertos”.
Es el nerviosismo pascual.
Por la noche todos serán testigos de la resurrección porque vieron al Resucitado.
Amigo, tú y yo somos felices, aunque no lo hemos visto. En nosotros se cumplen estas bellas palabras de Pedro: “sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en Él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe: la salvación de vuestras almas”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo