17 de marzo de 2016

Reflexión homilética para el domingo de Ramos

RAMOS EN DOS MOMENTOS: PROCESIÓN Y MISA

La liturgia recuerda la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y nos invita a cargar públicamente un ramo de olivo o una palma para comprometer nuestra fe en la pequeña procesión que precede a la misa del día y que pretende revivir la entrada de Jesús en Jerusalén.
Pero, ¿cómo fue la procesión de la primera entrada de Jesús en Jerusalén?
Al acercarse la fiesta de la Pascua Jesús no fue con sus parientes incrédulos. Llegó después con sus seguidores.
Al pasar por Jericó Jesús cura al ciego Bartimeo y él también se une al grupo.
Por el camino Jesús profetiza, en tres momentos distintos, su muerte y resurrección.
Cuando llegan a Jerusalén Jesús pide que le traigan un borrico. Quiere hacer un signo bíblico.
La multitud que lo acompaña, contagiada por el ambiente y la actitud del mismo Señor, toma ramos, palmas, tiran los mantos al suelo y proclama las palabras del salmo 117:
“¡Bendito el que viene en nombre del Señor!… ¡Hosanna!” (Palabra que etimológicamente significa “ayúdanos” pero conlleva un sentido de fiesta y alegría)
En medio de aquel ambiente festivo aparecen también los aguafiestas de siempre que piden a Jesús que haga callar a la multitud.
El Señor simplemente les responde:
“Si callaran estos, gritarían las piedras”.
Así sucede cuando llega la hora del Señor. Los hombres no lo pueden impedir.
Benedicto XVI nos advierte que no serán estos los que el viernes pidan la muerte de Jesús, como se nos dice muchas veces. Ese día gritarán los de la ciudad manipulados por los fariseos.
Tú, amigo, ¿eres capaz de apoyar a Jesús públicamente?
No tengas miedo. La fidelidad es importante.

*        Isaías nos presenta al siervo del Señor que es imagen de Jesucristo. En realidad a veces leyendo a Isaías nos parece leer más a un evangelista que a un profeta:
“Ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos”.
*        El salmo responsorial es el 21, conocido como uno de los más mesiánicos, que comienza precisamente con una de las últimas palabras de Jesús en la cruz.
Por eso todos repetiremos con atención: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
*        Pablo nos trae el bellísimo párrafo de la carta a los filipenses que muchas veces nos recuerda la liturgia, especialmente en el oficio divino.
Es el resumen de la vida de Jesús que pasa de la humillación más profunda a la glorificación que hace el Padre, quien “le concedió el nombre sobre todo nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo y toda lengua proclame Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre”.
*        La lectura de la Pasión.
Este año leemos la pasión según San Lucas que es el compañero del ciclo C.
Lógicamente no podemos comentarla pero te doy una orientación para que la utilices, si te parece conveniente.
Durante la lectura aparecen multitud de personajes. Búscalos detenidamente y hazte estas posibles preguntas:
- ¿Cuál es mi preferido?
- ¿A cuál de ellos se parece mi vida?
Por otro lado, es bueno que según vayas leyendo tanto dolor, tantos malos tratos y sufrimientos y por encima de todo, la paz, la valentía y amor con que actúa Jesús, repitas muchas veces:
- ¡Y todo esto por mí!
- ¡Así se ama!
- ¡No hay amor más grande!
Con estos sentimientos te será más fácil entrar en lo que llamamos la Semana Santa o la Semana Mayor.
Terminemos hoy meditando las palabras del prefacio del día que acoge la idea fundamental de este Domingo de Ramos.
Hablando de Jesús dice: “el cual, siendo inocente, se entregó a la muerte por los pecadores, y aceptó la injusticia de ser contado entre los criminales.
De esta forma al morir destruyó nuestra culpa y al resucitar fuimos justificados”.
Si profundizas en esta fiesta te darás cuenta una vez más de lo efímero que es este mundo:
Mientras unos aclaman, otros piden la muerte. Esto es lo humano porque el Padre Dios no abandona ni un momento a su Hijo querido y está esperando para glorificarlo.

José Ignacio Alemany Grau, obispo