26 de febrero de 2016

Reflexión homilética para el III domingo de Cuaresma, ciclo C

FRENTE A LA MISERICORDIA, CONVERSIÓN

Examinando la historia de la Iglesia en los últimos años (posiblemente siempre fue así) nos damos cuenta que cada poco tiempo surge una forma concreta de animar la fe del pueblo de Dios.
Últimamente el Papa Francisco nos anima a descubrir la misericordia del Señor que nos protege y cuida.
Hoy en la liturgia nos vamos a encontrar con esta misericordia. Que nos ayude a comprender más a Dios y amarlo más.

*       Primera lectura
Moisés lleva sus ovejas más allá del desierto adonde solía ir. Se acerca al Sinaí. Ve una zarza que arde y no se consume. Observa. Se acerca. Dios le habla y él responde:
¡Aquí estoy!
Es la frase más “cristiana”. Es de Abraham, de Isaías, de María, de Jesús.
Esta actitud es una eterna pregunta para nosotros:
¿Dónde estoy?
(Te invito a meditarlo.)
Dice Dios a Moisés:
“He visto la aflicción de mi pueblo”.
Fácilmente se nos ocurre decirle a Dios que llama la atención el que se acuerde de sus promesas cuatrocientos años después…
Amigo, tú y yo no entendemos el tiempo porque no conocemos la eternidad. Dios, que sabe de eternidad, conoce los tiempos para cada uno y para cada pueblo.
Moisés entiende que Dios lo envía como mensajero, no como caudillo, pero le nace una pregunta lógica: “si ellos me preguntan cómo se llama, ¿qué les respondo?”.
Esto es lo mismo que preguntar, en el lenguaje bíblico, de quién se trata y qué autoridad tiene.
El Señor le dice: “Yo soy el que soy”; esto dirás a los israelitas: “Yo soy me envía a vosotros”.
Dios es el que es.
Es por sí mismo.
Nadie lo ha hecho ni debe nada a nadie.
Pero el Dios bueno se pone un “apellido” que lo hará familiar a los hebreos:
“Yahvé, Dios de vuestros padres, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob me envía a vosotros”.
Recordemos que dado el gran respeto que tienen los judíos a esa palabra nunca la pronuncian.
También nosotros, los católicos, por respeto, traducimos la palabra por “Señor”.

*       Salmo responsorial
El salmo responsorial (102) nos define, una vez más, el distintivo de Dios para abrir nuestro corazón a la confianza en su misericordia y así glorificar y bendecir a Dios por sus beneficios, por su perdón:
“El Señor es compasivo y misericordioso.
Bendice alma mía al Señor y todo mi ser a su santo nombre…
Él perdona todas tus culpas… y te colma de gracia y de ternura.
Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles”.

*       Segunda lectura
Pablo nos expone todas las maravillas que Dios hizo con su pueblo.
Sin embargo, lo perdieron todo y no pudieron entrar en la tierra prometida porque “…la mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto”.
Los motivos fueron:
* Codiciaban el mal.
* Protestaron contra Dios y contra Moisés.
* No agradaron a Dios con su conducta.
Pablo nos advierte que debemos estar alerta para no caer como ellos, y termina con una severa advertencia para que no nos creamos seguros:
“El que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga”.

*       Evangelio
En el Evangelio Jesús nos invita a la conversión con estas palabras:
“Si nos os convertís, todos pereceréis de la misma manera”.
Nos presenta el ejemplo de la higuera, árbol bíblico como  la viña, que ya conocemos:
“Un hombre tenía una higuera plantada en su viña y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró”.
Quería sombra y sabrosos higos. Pasó el tiempo y nada.
Entonces mandó cortarla, para poner otra, pero el viñador le contestó:
“Señor, déjala todavía este año; yo cabaré alrededor y le pondré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas”.
El Señor acepta.
Espera que tú y yo demos fruto pronto.
¿Vamos camino de darlo?

José Ignacio Alemany Grau, obispo

20 de febrero de 2016

Reflexión homilética para el II domingo de Cuaresma, ciclo C

¿YA ESTÁS PREPARANDO TU TRANSFIGURACIÓN?

Hoy celebramos la transfiguración del Señor. Por estar en ambiente penitencial, a la liturgia le sabe poco este día y por eso el 6 de agosto celebra, cada año con una fiesta, la transfiguración.
Entonces repetiremos en un himno:
“Transfigúrame, Señor, transfigúrame”… “Transfigúranos, Señor, transfigúranos”.
La transfiguración es un don de Dios, pero hay que colaborar con Él.
Tratándose de algo tan importante me he permitido preguntarte desde el título:
¿Ya estás preparando tu transfiguración?
Examinemos el relato de Lucas en el Evangelio de este domingo y lo haremos siguiendo algunas enseñanzas del Papa Benedicto en su libro “Jesús de Nazaret”.

v  ¿A dónde va Jesús?
A un monte.
Las montañas, por su altura, nos invitan a pensar en la cercanía de Dios, no solo físicamente sino también en nuestro interior.
En el Antiguo Testamento se nos habla del Horeb, el Sinaí y el Moria, como lugares de revelación.
En el Nuevo Testamento “conocemos diversos montes de la vida de Jesús… el monte de la tentación, el monte de su gran predicación, el monte de la oración, el monte de la transfiguración, el monte de la agonía, el monte de la cruz y por último el monte de la ascensión”.
Hoy lógicamente estamos en el monte de la Transfiguración.
v  ¿A qué va Jesús acompañado de sus tres predilectos, Pedro, Santiago y Juan?
Lucas, que es el evangelista que más nos habla de oración, nos dice:
“Subió a lo alto de la montaña para orar. Y, mientras oraba”, se realizó el misterio.
v  ¿Qué sucede en el Tabor?
Algo muy extraordinario:
Metido en oración Jesús deja traslucir  a través de su cuerpo humano algo de la belleza de su divinidad.
Los evangelistas tienen palabras muy pobres para describir la transfiguración.
-          Lucas dice:
“El aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos”.
-          Marcos dirá “sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador como no puede dejarlos ningún batanero del mundo”.
-          Mateo, a su vez, dirá: “su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz”.
Los tres predilectos “se caían de sueño” porque no tenían la sensibilidad y profundidad para entender lo que pasaba… Como tampoco entendieron la agonía del huerto y mientras Jesús luchaba, ellos dormían.
v  Lo visitan Moisés (representante de la ley, el más importante del Antiguo Testamento) y Elías que representa a los profetas.
Ambos habían profetizado sobre el Mesías.
v  La conversación de estos personajes con Jesús trató de la salida de Jesús de este mundo. “Éxodo” o salida que se consumará en Jerusalén.
v  Pedro, cuando puede, dice: “Maestro, qué bien se está aquí, haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
(Marcos advierte que Pedro no sabía lo que decía).
Entonces “llegó una nube que los cubrió”.
La nube significa la presencia de Dios en el Antiguo Testamento y también se hace presente en la encarnación del Verbo en el seno de María y el día de la ascensión.
Con la nube llega una voz de lo alto. Es el Padre que vuelve a presentar a Jesús como lo había hecho en el bautismo: “éste es mi Hijo, el escogido”.
Inmediatamente después un mandato. ¡El gran mandato de Dios Padre para todos nosotros!
“¡Escúchenlo!”
v  La transfiguración muestra que en el paso de vida a muerte y de muerte a resurrección, Jesús está respaldado por los representantes de la historia de la salvación: el Padre, la ley, los profetas y el mismo cuerpo de Jesús glorificado.
v  La visión de Cristo como luz y vestido de luz nos recuerda estos textos:
- “Dios de Dios, Luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero…” (Credo).
- “En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres y la luz brilla…” (Jn 1,4).
- “Ustedes son la luz del mundo”, como nos pidió el mismo Jesús (Mt 5,14).

*       La primera lectura presenta a Dios como “una antorcha ardiendo” entre las víctimas, aceptando el sacrificio de Abraham y haciendo con Él una alianza.
*       El salmo responsorial (26):
“El Señor es mi luz y mi salvación”.
Su luz nos defiende como el día que nos permite caminar sin temor.
Porque Dios es luz hay fiesta de esperanza: “espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida”.
*        Pablo nos advierte que será Jesús mismo quien “transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso”.
Un hermoso domingo para meditar en la misericordia de Dios que, a pesar de nuestras limitaciones y pecados, nos ofrece la purificación y transfiguración que un día nos permitirá gozar de Él para siempre.
Colaboremos con Dios en esta transfiguración.
José Ignacio Alemany Grau, obispo

11 de febrero de 2016

Reflexión homilética para el I domingo de Cuaresma, ciclo C

CON LA BOCA EN EL CORAZÓN

El prefacio de este primer domingo de cuaresma nos enseña:
Cristo, “al abstenerse durante cuarenta días de tomar alimento, inauguró la práctica de nuestra penitencia cuaresmal, y al rechazar las tentaciones del enemigo nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado; de este modo, celebrando con sinceridad el misterio de esta Pascua, podremos pasar un día a la Pascua que no se acaba”.
Esta última frase podría servirnos de inspiración también en este domingo.
La idea central está tomada del Evangelio del día que relata las tentaciones de Jesús.
El misterio de la Pascua es lo que celebraremos dentro de cuarenta días: la muerte y resurrección de Cristo que en esos días  pasó de vida a muerte y de la muerte a la vida definitiva por la resurrección.
En la oración pedimos a Dios que pasemos de esta Pascua a la del final de los tiempos cuando todos resucitaremos felices gracias al sacrificio de Cristo.
*        La primera lectura nos habla de las primicias que todo israelita ofrecía al Señor, llevándole al sacerdote lo primero que recogía de cada cosecha.
Llevaba la ofrenda al Señor y se postraba ante Él en adoración.
Mientras ponía en manos del sacerdote la ofrenda, repetía una oración que recordaba la liberación de Egipto por el poder de Dios. Escúchala con atención en la primera lectura.
También en la Iglesia se daban “diezmos y primicias a la Iglesia de Dios”.
Hoy la Iglesia ha dejado la donación a la discreción y generosidad de los fieles, según se observa en la nueva redacción del quinto mandamiento de la Santa Iglesia, que sin duda conoces:
“Ayudar a la Iglesia en sus necesidades”.
¿Lo haces así?
*        El salmo responsorial (90) nos anima:
“El Señor está conmigo en la tribulación”.
En sus versículos encontramos alusiones claras a las tentaciones que el diablo pone a Jesús en el desierto.
Mientras lo recitas, recuerda cómo Dios los ha protegido a ti y a los tuyos en tantas situaciones difíciles de la vida.
*        La segunda lectura es de San Pablo a los romanos, pero antes medita esta frase del Eclesiástico:
“Los necios tienen el corazón en la boca; los sabios tienen la boca en el corazón”.
¿Dónde está tu corazón?
Pablo hoy comienza citando Deuteronomio 30,41:
“La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón”.
La cita tiene relación con el diálogo entre Jesús y el tentador.
Ambos demuestran conocer bien las Escrituras.
El diablo para cumplir su oficio destructor y Jesús para enseñar a vencer cuando nos quieran apartar de Dios empleando incluso la Biblia.
Pablo enseña que lo fundamental de nuestra profesión de fe es que:
“si tus labios profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás”.
¡Qué hermosa promesa!
*        En el Evangelio lo primero que nos puede extrañar es que el Espíritu Santo, que acaba de ungir a Jesús,  “lo lleva al desierto, mientras era tentado por el diablo”.
(Mateo escribe que “fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo”).
Esta escena deja bien claro:
- El diablo existe y tienta.
-La tentación nunca es pecado.
- El pecado es caer en la tentación.
Por eso Jesús en el padrenuestro no nos enseña a pedir que nos quite las tentaciones, sino que no nos deje caer en ellas.
Vencer la tentación nos enriquece.
Las tentaciones que el diablo pone a Jesús buscan que prescinda de Dios y hasta lleno de estúpido  orgullo, se proclama más importante que Dios.
Esta es la tentación que el demonio ha puesto a los hombres de hoy y así ha conseguido que rechacen a Dios e incluso que den culto al diablo ya que sabemos que se están construyendo templos a satanás en nuestro días… ¡qué hondo hemos caído!
¡Quitar a Dios, fuente de la felicidad y el amor, y adorar a satanás, fuente de odio y de muerte!
Las tres tentaciones (las mismas en Mateo que en Lucas, aunque en orden distinto) se reducen a lo mismo. Apartar a la humanidad de Dios:
Primera tentación: el pan es más importante que Dios.
Nos dice el Papa Benedicto que Occidente creyó que para ayudar al tercer mundo podía transformar las piedras en pan, pero han dado piedras en vez de pan.
Segunda tentación: pretende convertir a Dios en nuestro siervo. Que haga nuestro capricho.
Tirarnos por gusto y que nos coja para no nos golpeemos.
Tercera tentación: con todo descaro el diablo invita a elegir entre Dios y Él. Quiere que lo adoren.
Frente a las tentaciones del diablo Jesús responde con textos bíblicos.
Desde el Edén hasta hoy, pasando por las tentaciones de Jesús en el desierto, “la gran pregunta que nos acompañará a lo largo de todo este libro (Jesús de Nazaret): ¿qué ha traído Jesús realmente si no ha traído la paz al mundo, el bienestar para todos, un mundo mejor? ¿Qué ha traído? La respuesta es muy sencilla: A Dios. Ha traído a Dios… Ahora conocemos su rostro”  

José Ignacio Alemany Grau, obispo

4 de febrero de 2016

Reflexión homilética para el V domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C

EL EMBRUJO DE UN LAGO

¿Quién no ha cantado con Garabáin, celoso sacerdote:
“Junto al mar Jesús enseñaba, sus palabras pájaros de luz, de su boca alegres volaban entre lirios bajo el cielo azul…”?
¿Qué tiene el lago de Genesaret?
Yo no sé, pero siempre que hemos peregrinado a Tierra Santa, al llegar al lago, la gente se carga de sentimiento y las lágrimas han sido frecuentes:
Creo que cada vez sueñan completando lo que ven con lo que conocen del Evangelio:
El lago sereno, con pequeñas ondulaciones que no llegan a ser olas, la poca arena fina, la hierba verde y los árboles…
*        Sin más oímos a Jesús que dice a Pedro:
Quiero hablar desde tu barca para que me oigan mejor.
La gente calla. Jesús se sienta y su voz serena y timbrada comienza a hablar del Reino.
Todos oyen una invitación a convertirse para entrar en el Reino.
Serenidad, paz, amor y trinos de pájaros.
Pedro es el más feliz porque Jesús está en su barca, pero se espanta cuando el Maestro le dice esas palabras que san Juan Pablo II repitió tantas veces invitándonos a la misión:
“¡Duc in altum!”: “¡Rema mar adentro!”
Pedro le advierte:
Señor, de esto yo sé más que tú: “Maestro nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes”.
Salen a pescar y traen multitud de peces que llenan dos barcas.
Pedro se asusta y humildemente dice a Jesús:
“Apártate de  mí, Señor, que soy un pecador”.
Fíjate que la primera vez Pedro le llama Maestro y la segunda le da el título de Señor, que se refiere a Dios.
Y Jesús a todos los que vamos al lago de Genesaret nos repite:
“No teman, desde ahora serán pescadores de hombres”.
Y todos volvemos al ómnibus, impresionados, por el embrujo del lago de Generaset.
*        En esta primera etapa de su vida pública que nos cuenta San Lucas, Jesús va descubriendo los apóstoles y discípulos que van a seguir su obra evangelizadora.
Paralelamente a esta búsqueda de Jesús la liturgia nos presentó la semana anterior la vocación de Jeremías y hoy la vocación de Isaías:
El profeta tiene una visión impresionante que le asusta.
Pero a nosotros nos recuerdan las palabras que rezamos después del prefacio:
“¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria!... y temblaban los umbrales de la puerta al clamor de su voz y el templo estaba lleno de humo”.
Isaías, asustado, comenzó a gritar:
“¡Ay de mí, estoy perdido! ¡Yo, hombre de labios impuros!”
Como respuesta a este acto de humildad un ser celestial toca sus labios con un carbón encendido y le dice:
“Esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado”.
El profeta, purificado y fortalecido, se pone a disposición de Dios que busca a quien enviar y le dice:
“Aquí estoy, mándame”.
Esta es la disposición y respuesta de la criatura, llamada por Dios para continuar su obra. Lo veremos también hoy en el Evangelio.
*        Salmo 137: es un himno de acción de gracias por la ayuda divina.
Mientras lo rezas, recuerda cuántos regalos te ha hecho Dios desde que eras pequeño:
Enumera. Goza. Agradece. Repite:
“Te doy gracias, Señor, de todo corazón porque escuchaste las palabras de mi boca”.
Termina diciendo confiado:
“El Señor completará sus favores conmigo”.
*        Dos veces habla Pablo de la “Tradición” de manera expresa y muy especial. La primera es refiriéndose a la Eucaristía. Busca en la Biblia y medita 1Co 11,23ss:
“Porque yo he recibido una Tradición…”
Hoy, en la misma carta, leemos  (15,1-11):
“Lo primero que yo os transmití tal como lo había recibido fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras”.
Esto es importante porque aclara que la revelación divina nos viene por la Biblia y la Tradición.
Más aún. Primero (como en este caso) fue la Tradición, los hechos transmitidos de palabra, y luego se recogieron las verdades y hechos y se escribieron en la Biblia.
En estos dos casos tan importantes, Eucaristía y Resurrección, Pablo los recibe de palabra y al escribirlo en sus cartas, quedan para nosotros en la Biblia.
Terminemos esta reflexión agradeciendo al Vaticano II que nos enseña:
“La Tradición y la Escritura están estrechamente unidas y compenetradas; manan de la misma fuente, se unen en el mismo caudal y corren hacia el mismo fin”: el conocimiento de Dios.

José Ignacio Alemany Grau, obispo