22 de agosto de 2015

Reflexión homilética para el XXI domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B

TRATÁNDOSE DE FIDELIDAD, SOLO TÚ

Hoy nos recuerda la liturgia uno de los momentos difíciles de Jesús en el que Él se juega todo por el amor que nos tiene al ofrecernos su cuerpo y su sangre.
Es un domingo para meditar mucho.
Pero que esta meditación no sea tanto hacia afuera sino hacia dentro porque muchas veces actuamos como los policías de tráfico y todo lo que oímos lo aplicamos a otras personas: esto para fulanita, esto para otro…
*       Meditemos esta pregunta impresionante que Jesús nos hace hoy:
¿También tú quieres irte?
Para muchos, hoy como entonces, la doctrina de Jesús es dura.
Se han hecho su propia doctrina y quieren además que todos los sigan.
Tienen dinero; tienen poder; cuentan con los medios de comunicación…
Han robado la libertad a todo el que no piensa y hace como ellos disponen.
Los mandamientos no valen para ellos.
La palabra de Dios que no les halague, es un peligro.
Por todas partes se repite lo que sucedió después de la multiplicación de los panes.
La gente feliz al comer en abundancia. Hasta se pusieron de acuerdo para nombrar rey a Jesús.
Luego entraron en la sinagoga.
Jesús lleno de emoción, les ofrece su regalo más hermoso e impresionante.
Como Dios que es, ha discurrido meterse en nosotros e introducirnos en el misterio divino.
Para ello ofrece su cuerpo y su sangre de suerte que “el que me come vivirá por mí”.
Todo es maravilloso.
Sin embargo, de pronto, los descontentos de siempre comienzan a correr la voz:
“¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”
Y luego, peor:
“Dura es esta doctrina, ¿quién puede hacerle caso?”
Desde entonces muchos se fueron.
Jesús se acerca a los suyos que debían estar un tanto avergonzados en un rincón de la sinagoga y quiere sondear su actitud. Él necesita la aceptación libre. Está ofreciendo lo mejor. Si por ventura no lo aceptan, ¿qué hará Jesús?
Pedro en nombre de todos salva la situación:
Lo que Jesús diga es ley: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios”.
¿Cuál es tu respuesta hoy?
Son muchos los que se llaman católicos y no comulgan.
Son muchos los que siguen a Jesús con tal de no comprometerse en nada.
Pero es preciso recordar que quien no se compromete y acoge a Jesús, comiéndolo en la Eucaristía no tiene vida eterna.
Recordemos antes de continuar que Jesús nos pide que invoquemos al Padre “porque nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede”.
*       Si Jesús pide fidelidad, la primera lectura nos presenta a aquel hombre santo del Antiguo Testamento que se llamó Josué.
Al final de su vida reúne a todas las tribus de Israel en la gran asamblea de Siquén y les pide un compromiso con Dios, retándolos para que sean fieles. Y por su parte él los anima con su propio compromiso, diciéndoles:
-          “Yo y mi casa serviremos al Señor”.
*       Hoy, por última vez, repetiremos en el salmo responsorial las palabras:
“Gustad y ved qué bueno es el Señor”.
Porque precisamente este es el quinto y último domingo en que meditamos el capítulo seis de San Juan sobre la Eucaristía.
*       Finalmente, también hablando de fidelidad, San Pablo invita a la fidelidad matrimonial.
Así, hablando a los maridos, dice:
“Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia.
Él se entregó a sí mismo por ella para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres como cuerpos suyos que son”.
Después de recordar las palabra bíblicas de compromiso: “por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”, añade, fortaleciendo el vínculo matrimonial:
“Es este un gran sacramento y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo