25 de junio de 2015

Reflexión homilética para el XIII domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

¡NO TEMAS!, BASTA QUE TENGAS FE

Tres importantes mensajes de este domingo.
*    Dios no hizo la muerte
Esto enseña el libro de la Sabiduría: “Dios no hizo la muerte, no goza destruyendo los vivientes”.
El plan de Dios estaba claro.
“Creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser”.
 Es lo que llevamos dentro y de ninguna forma nos lo quitan: vivamos bien o mal, en gracia o en pecado, todos sentimos dentro un grito de eternidad.
A nadie le contenta el hecho de ser mortales.
Según la Sabiduría, el diablo (que significa el calumniador, el acusador), por envidia, porque él había perdido la felicidad en que Dios lo creó, hizo que la muerte entrara en el mundo.
El pecado nos quitó la libertad.
Ahora los humanos nos matamos unos a otros, aunque Dios nos creó para transmitir la vida y después volver a sus brazos.
El maligno nos arrebató la felicidad.
Solo la misericordia pudo hacer realidad que el amor de Dios en Cristo derrotara la muerte.
*    La colecta de San Pablo
Pablo tomó en serio la promesa que hizo a los apóstoles de colaborar con los pobres de Jerusalén haciendo una gran colecta por todos los lugares que iba evangelizando.
Es interesante cómo toca el corazón de los Corintios:
“Ya que sobresalís en todo: en la fe, en la palabra, en el conocimiento, en el empeño y en el cariño que nos tenéis, distinguíos también ahora por vuestra generosidad”.
Luego les hace recordar la generosidad de Jesucristo que teniéndolo todo, porque era Dios, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza.
Por lo demás, Pablo esgrime un argumento interesante:
No se trata de que los Corintios caigan en la pobreza por ayudar a los pobres. Se trata de nivelar: los que tienen mucho dan a los que tienen poco y después cuando los otros tengan mucho, compartirán con los Corintios que lo necesiten.
Es bueno recordar que así ha pasado muchas veces en la Iglesia. Por ejemplo:
En los peores momentos de Alemania la Iglesia de Ecuador colaboró con la Iglesia de aquel país y posteriormente durante muchos años, y aún hasta hoy, Adveniat (entidad caritativa de Alemania) ha ayudado a Ecuador y a tantas Iglesias necesitadas, sobre todo de América.
Eso mismo significa la colecta que la Iglesia, en todo el mundo, hace en estos días. La llamamos “la caridad del Papa” y es para que Francisco pueda ayudar a los demás, y en especial a nuestros hermanos perseguidos de Oriente.
*    Dos milagros fruto de la fe
El Evangelio de Marcos empalma dos milagros de Jesús en los que de una manera especial resalta la importancia de la fe.
-          La hemorroísa tiene vergüenza de decir su enfermedad y resuelve tocar el vestido de Jesús. Le pareció más fácil y lo hizo.
Jesús hace el milagro por delicadeza y luego pregunta en público quién le ha tocado. Quiere que la mujer fortalezca su fe y todos admiren el milagro fruto de esa virtud.
El final del milagro es bello.
“Hija, (hermosa palabra) tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud”.
-          El otro milagro es en favor de Jairo, un  hombre que ama mucho a su hijita. Es  importante, jefe de la sinagoga. Llega donde Jesús, se echa a sus pies y le ruega con insistencia:
- “Mi niña está en las últimas. Ven, pon las manos sobre ella para que se cure y viva”.
Jesús va con él y la gente los acompaña.
El Señor se ha detenido para curar a la hemorroísa y mientras tanto le llega a Jairo una noticia:
- “Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?”
Jesús, siempre atento a los detalles, descubre el dolor que traía la noticia y quiere, una vez más, que quede claro que hace falta la fe para conseguir los dones de Dios.
Por eso alienta al padre de familia con estas palabras:
“No temas, basta que tengas fe”.
Jesús entra en la casa con los tres testigos de los acontecimientos más importantes de su vida, Jesús, Pedro, Santiago y Juan.
Todos están en el alboroto de los lamentos y lloros y Jesús, pasando entre ellos, les dice:
- “La niña no está muerta, está dormida”.
Era como decirles de antemano que la iba a resucitar.
Terminado el milagro Jesús tiene un pequeño detalle que indica su delicadeza: les dijo que le dieran de comer a la niña.
No olvides, en la vida hay muchos detalles que pueden parecer insignificantes, pero todos los necesitamos. Nos hacen felices.

Pasado este domingo nos encontramos con la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo.
Es la fiesta de la Iglesia y del Papa. Les invito a rezar de manera especial por nuestro querido Papa Francisco, a meditar sus enseñanzas, y a colaborar también con lo que llamamos la Caridad del Papa, como ya les he indicado líneas arriba. Que todos tengamos la alegría de celebrar a nuestra querida Iglesia católica, el gran regalo de Jesús.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

19 de junio de 2015

Reflexión homilética para el XII domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

UN PEDIDO A MEDIAS

La liturgia de hoy nos lleva por el mar.
*    El salmo responsorial dice: “entraron en naves por el mar comerciando por las aguas inmensas. Contemplaron las obras de Dios, sus maravillas en el océano.
Él habló y levantó un viento tormentoso que alzaba las olas a lo alto. Subían al cielo, bajaban al abismo, el estómago revuelto por el mareo. Pero gritaron al Señor en su angustia y los arrancó de la tribulación”.
*    Este pasaje del salmo 106 nos hace entrar en el Evangelio del día.
Claro que las maravillas y la inmensidad del océano no son precisamente iguales a las del humilde lago de Genesaret. Pero de todas formas, en momentos especiales de tormenta, tiene un oleaje que ponía en peligro las pequeñas embarcaciones de aquel tiempo.
Aquel día, nos cuenta San Marcos, Jesús dijo a los apóstoles al atardecer:
-          “Vamos a la otra orilla”.
Seguro que Jesús estaba un tanto cansado de su trabajo apostólico y de la cantidad de gente que continuamente lo buscaba pidiendo milagros que se durmió en la barca.
San Marcos cuenta que “se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla”.
Hace unos años, en tiempos del sufrido Papa Benedicto, no faltaron algunas personas que corrieron como una especie de noticia, que la Iglesia de Jesús “hacía agua y que iba a naufragar”.
Lamentablemente estas personas lo decían casi con el deseo de que fuera realidad. Pero no ha sido así y una vez más se han cumplido las palabras de Jesús: “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”.
Es cierto que a lo largo de la historia, la Iglesia de Jesús ha tenido muchos problemas surgidos dentro de ella misma y también por parte de sus perseguidores. Pero Jesús no la abandonará nunca.
Volviendo a San Marcos, nos dice que Jesús estaba tranquilo “a popa, dormido sobre un almohadón”.
Entonces los discípulos lo despiertan con un grito desesperado: “¡¿Maestro, no te importa que nos hundamos?!”
No sabemos si fue con mucha o con poca fe. Quizá querían su ayuda para sacar el agua de la barca o que compartiera el mal momento con ellos, o quizá como le habían visto hacer milagros pensaron que podría hacer uno.
Entonces Jesús “se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago ¡silencio, cállate!”
El resultado fue instantáneo:
“El viento cesó y vino una gran calma”.
Jesús les dijo: “¿por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?”
Seguramente que Jesús, pensando que los suyos habían visto tantos milagros, podían tener fe en  que los libraría del peligro.
Sin embargo, la reacción fue totalmente distinta porque Marcos, el de los detalles pintorescos, dice que se decían unos a otros: “¿pero quién es éste? Hasta el viento y las aguas le obedecen”.
Con la Iglesia de Jesús sucede lo  mismo. Mientras hay personas de fe profunda que saben que Jesús siempre está en la barca de la Iglesia, hay otros que dudan de la Iglesia, de la barca y de Jesús.
Pienso que nuestra respuesta personal al recordar este milagro de la vida de Jesús debería ser un firme acto de fe en Él y en la Palabra que dio a la Iglesia, prometiendo que Él la acompañará hasta el fin del mundo.
Si tenemos fe (y la Iglesia nos invita a renovarla una vez más con el salmo responsorial) le diremos al Señor, en medio de las dificultades: “Dad gracias al Señor porque es eterna su misericordia”.
*    El libro de Job, por su parte, de una manera altamente poética, nos habla de cómo Dios es el dueño del mar, Él lo creó y le puso sus límites, como único Señor.
Cuando la liturgia nos presenta hoy este párrafo es sin duda para que recordemos que Jesús, por ser Dios, manifestó en esos momentos su dominio sobre el mar.
*    Por su parte, San Pablo,  nos habla del tiempo en que no conocía a Cristo por la fe sino según la carne, por lo cual lo persiguió en su Iglesia.
En cambio, al conocerlo por la fe, se considera criatura nueva y de la misma manera ve a todos los que se encuentran con Cristo.
Descubierto Jesús es preciso vivir para Él y no para sí mismo.
Jesús nos toma el corazón y su amor nos impulsa, “nos apremia” a evangelizar como agradecimiento porque dio la vida por nosotros para salvarnos.
Terminemos pensando que también cada uno de nosotros debemos ser una criatura nueva.
Dejemos atrás nuestros errores y pecados y entreguémonos del todo a Jesús.
“Lo antiguo ha pasado lo nuevo ha comenzado”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

11 de junio de 2015

XI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B

ECOS DEL CORAZÓN DE JESÚS

El tiempo pascual interrumpió lo que la liturgia llama tiempo ordinario.
Después de celebrar la Pascua y las últimas grandes fiestas, retomamos la serie de domingos “verdes” (ese es el color de los ornamentos). En concreto, hoy es el domingo XI.
Como de costumbre Jesús nos va a dar enseñanzas importantes sobre el Reino.
La razón es ésta:
Dios ha querido salvarnos a todos y para ello nos ha enseñado una manera de vivir, pensar y amar a la que ha llamado su Reino.
En el Reino hay un Rey que es el Padre, dueño y Señor de todo, que nos envió a su Hijo para librarnos de la esclavitud del pecado y para hacernos libres e hijos de Dios.
En el Reino no hay esclavos ni gente forzada. Somos libres o Dios nos hace libres.
Como el pecado nos había encadenado, el Verbo encarnándose nos liberó.
De esta manera el Señor nos está ofreciendo la felicidad no solamente para el tiempo sino también el regalo de ser felices con Él para siempre en el cielo.
Jesús nunca define qué es el Reino, del que habla con mucha frecuencia, pero nos va explicando sus características para que nosotros podamos llevar sus enseñanzas a la vida.
*    Hoy nos recuerda dos de esas características tomadas de la vida del campo, donde vivían los oyentes que solían acompañar a Jesús:
La Palabra de Dios es como una semilla muy pequeña, la mostaza. No solo es pequeña sino la más pequeña de todas las semillas. Pero tiene tal fuerza su pequeño germen que se desarrolla y crece hasta el punto en que los pajaritos pueden anidar entre sus ramas.
Qué bien entendemos esto cuando vemos tantas personas que oyen la Palabra de Dios. Parece que no pasó nada y… San Antonio Abad, después de oír el Evangelio en la Iglesia de su pueblo, sale del templo, se desprende de todo y se dedica a una vida de contemplación y servicio a los demás.
Como este santo conocemos a muchísimas personas, hombres y mujeres, a los que la luz del Evangelio les ayudó a cambiar totalmente de vida.
Pero, ¿cómo va cambiando los corazones la Palabra de Dios?
No se sabe cómo pero es tan fuerte que el que la sembró “duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga y después el grano” y así nos encontramos con un apóstol del Reino.
*    San Pablo nos enseña que esta vida del Reino es la gracia de Dios que es transformante. De lo mortal nos hace pasar a la eternidad feliz.
Vivimos en confianza a pesar de que caminamos sin ver a Dios: “porque sabemos que  mientras sea el cuerpo nuestro domicilio, estamos desterrados del Señor pero guiados por la fe”.
“Esta confianza - según el mismo apóstol - es tan fuerte que deseamos salir del cuerpo para vivir junto al Señor”.
*    Por su parte Ezequiel, en la primera lectura, nos ha enseñado con imágenes también tomadas del campo, cómo Dios ensalza a los humildes y pequeños y humilla a los creídos.
El profeta habla de árboles: los árboles pequeños (en su comparación) los coloca Dios en los lugares más visibles y los hace crecer.

A estas enseñanzas las he querido llamar “Ecos del Corazón de Jesús” porque es de su Corazón de donde brota tanto cariño, para enseñarnos no solo el camino sino también cómo acercarnos a Él, que es el camino, la verdad y la vida. De esta forma Jesús nos lleva al Padre.
Este viernes pasado la liturgia nos ha recordado la solemnidad del Corazón de Jesús. Él es la personificación del Reino. Por eso nos hablaba del Reino y los discípulos, iluminados por el Espíritu en Pentecostés, predicaban a Jesús.
¿Qué hizo ese Corazón Divino por nosotros?
Meditemos lo que la liturgia nos enseña en el prefacio leído hace dos días.
Jesucristo “con amor admirable se entregó por nosotros, y elevado sobre la cruz hizo que de la herida de su costado brotaran, con el agua y la sangre, los sacramentos de la Iglesia: para que así, acercándose al Corazón abierto del Salvador, todos puedan beber con gozo de las fuentes de la salvación”.
¡¡En el Corazón de Cristo bebemos la salvación!!
Hermosa comparación que nos habla del amor verdadero.
Con la oración del viernes pidamos al Padre, que ha puesto en Jesús tesoros infinitos de caridad, que nos conceda todas las gracias que necesitamos para reparar con ellas nuestras limitaciones y pecados.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

4 de junio de 2015

Reflexión dominical sobre el Corpus Christi, ciclo B

FIESTA DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO

Hay personas que van con mucha ilusión a visitar el Santísimo Sacramento, incluso pasan tiempos largos de adoración.
Otros en cambio, ni saben el porqué de esas capillas construidas con tanto cariño para la adoración de la Hostia consagrada.
¿Por qué esos tiempos de adoración?
¿Por qué esa alegría de estar con Jesús y por qué esa ignorante indiferencia?
Lamentablemente la ignorancia es el problema más grave de los católicos.
Evidentemente que no es maldad pero sí es, muchas veces, falta de interés por conocer la fe que profesamos.
Jesús cuando celebró la última cena lo hizo para ser nuestro alimento pero también nuestro compañero.
Además también para ser la víctima que toda criatura debe ofrecer a su Creador.
La fe en esta presencia real de Jesús en la Hostia Santa, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad, es lo que constituye el motivo de la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo.
*    El prefacio de hoy nos enseña que “Jesús, al instituir el sacrificio de la eterna alianza, se ofreció a sí mismo como víctima de salvación y nos mandó perpetuar esta ofrenda en conmemoración suya.
Su carne, inmolada por nosotros, es alimento que  nos fortalece; su sangre, derramada por nosotros, es bebida que nos purifica”.
Si profundizas estas palabras descubrirás el misterio eucarístico.
Vayamos ahora a las enseñanzas de los otros textos.
*    El Éxodo nos presenta a Moisés que puso por escrito las palabras que el Señor le había revelado.
Después edificó un altar en la falda del monte y doce estelas por las doce tribus de Israel.
Y después de sacrificar distintos animales “tomó la mitad de la sangre, y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después tomó el documento de la alianza y se lo leyó en alta voz al pueblo, el cual respondió: “haremos todo lo que manda el Señor y le obedeceremos”.
Tomó Moisés la sangre y roció al pueblo, diciendo: ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos”.
Como ves aquí se habla de la sangre de la alianza que es el símbolo de la sangre que Cristo nos dejará como alianza nueva.
*    El salmo responsorial (115) repite esta frase que nos recuerda también el cáliz consagrado en la Santa Misa: “Alzaré la copa de la salvación invocando el nombre del Señor”.
También nosotros, con el salmo, nos podemos preguntar: “¿cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?... Te ofreceré un sacrificio de alabanza invocando tu nombre Señor”.
*    La carta a los Hebreos nos presenta a Jesús como el Sumo sacerdote de los bienes definitivos que no tiene las limitaciones de los sacerdotes del Antiguo Testamento.
El autor de la carta nos enseña que si con la sangre de los machos cabríos y el rociar con las cenizas de una becerra, lo aceptaba Dios como una pequeña purificación, ahora la “sangre de Cristo que en virtud del Espíritu eterno se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo”.
Y saca la conclusión: por esta razón es Mediador de una alianza nueva: su muerte nos ha redimido de los pecados cometidos.
*    El verso aleluyático nos recuerda estas palabras del famoso capítulo 6 de San Juan en que Jesús se nos presenta como el pan de vida, que nos alimenta y nos regala la eternidad:
“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este vivirá para siempre”.
*    El Evangelio de hoy es el de San Marcos que en el capítulo 14 nos habla de la última cena:
“Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio diciendo:
-          “Tomad, esto es mi cuerpo.”
Como ves, aquí nos presenta el evangelista la consagración del pan, cuyo memorial celebramos cada vez que realizamos la eucaristía. Conviene saber que en realidad el texto de la consagración en la Santa Misa está tomado fundamentalmente del capítulo 11 de la primera carta de San Pablo a los Corintios.
San Marcos continúa:
“Y les dijo:
-          “Esta es mi sangre, sangre de la alianza derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba del vino nuevo en el Reino de Dios”.
De esta manera, en este día recordamos el misterio eucarístico que con tanto cariño conserva la Iglesia, renovando así la presencia de Jesús día a día en nuestros altares.
Este renovar el memorial, es decir, hacer presente de nuevo la conversión del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, lo hace la Iglesia en virtud del mandato de Jesús que nos recuerda San Pablo:
“Haced esto en memoria mía”.
Hoy es un día muy hermoso para todos los que amamos a Jesús. Recibámoslo con fe en la Santa Misa.
Procuremos acompañarlo en la procesión haciendo público nuestro compromiso y visitémoslo frecuentemente en los sagrarios donde se ha quedado como compañero nuestro.

José Ignacio Alemany Grau, obispo