28 de agosto de 2014

XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

UNA ROSA QUE ERA SANTA
Hoy vamos a compartir unos pensamientos muy breves sobre la liturgia de la fiesta de santa Rosa y unas pinceladas sobre su vida para enriquecernos espiritualmente y al final un brevísimo pensamiento sobre el Evangelio del domingo XXII del tiempo ordinario.

Eclesiástico:

Da unos buenos consejos que sin duda santa Rosa los cumplió durante toda su vida:

“Cuanto más grande seas más debes humillarte… Dios revela sus secretos a los mansos”.

San Pablo dice a los filipenses:

“Por Él lo perdí todo y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en Él”.

Ésa fue la “locura” de santa Rosa.

El Evangelio nos recuerda dos parábolas muy pequeñas sobre el Reino.

El grano de mostaza que, siendo la más pequeña de las semillas, llega a convertirse en un arbolito. Algo así pasó con santa Rosa que, habiendo sido tan humilde en su vida, ahora es como un frondoso árbol a donde acuden continuamente miles de personas para aprender de ella.

De la misma manera ha sido la influencia de la santa en el ambiente de su tiempo y a través de los siglos, no solamente en Lima sino también como Patrona del Perú, de América y Filipinas.

A continuación recordemos algo de su vida.

* Cierto día su madre, tomando en brazos a la pequeña Rosa, dijo: “mientras yo viva no la llamaremos con otro nombre que el de Rosa”.

A la Santa le dolía este nombre que ofendía su humildad, pero un día la Virgen del Rosario, su confidente, le dijo que a Jesús le gustaba el nombre de “Rosa” e incluso quería que se agregara el de “Santa María”.

A partir de ese momento ella misma se llamó “Rosa de Santa María”.

* Su amor al prójimo llevó a Santa Rosa a sacrificarse económicamente por los suyos, pero también, en medio de su pobreza, ayudaba a los más necesitados. Destinó, incluso, una de las habitaciones de su casa para albergar a pobres y enfermos a los que ella asistía personalmente.

* Su amor al sufrimiento, para acompañar los dolores de Cristo, es muy conocido. 

Dormía pocas horas, su cama era dura, la almohada primero fue de piedra y después de algodón pero entre los algodones metió palillos que la lastimaban. Afligía su cuerpo con cilicios, cadenas, púas. 

* A los doce años de edad, para imitar a Jesús coronado de espinas, se ciñó la primera corona hecha con sus propias manos. Era de lata torcida con clavos muy punzantes por la parte de dentro.

Más tarde usó una de plata con 99 púas muy punzantes, distribuidas en tres hileras de 33 cada una, en honor de los años que Cristo pasó en la tierra.

* El amor de santa Rosa hacia la Virgen en la advocación de Nuestra Señora del Rosario, es conocida por todos los devotos de la Santa. Esta imagen sigue en el convento de los dominicos de Lima y fue testigo de sus oraciones, súplicas, propósitos y lágrimas. Santa Rosa pasaba horas enteras ante la Virgen del Rosario.

* Nos dicen que Rosa vivía continuamente en la presencia de Dios mientras hacía las labores del día. Repetía constantemente esta jaculatoria: “Dios sea bendito y en mi alma esté”.

Aunque pasaba todo el día metida en Dios cuentan que dedicaba doce horas completas a la oración, teniendo un verdadero trato familiar con Jesús.

* La Eucaristía la recibía con extraordinario cariño, siempre que se le permitía, porque entonces no era tan fácil recibirla a diario.

Las fiestas eucarísticas la llenaban de gozo y ha quedado en el recuerdo cómo, ante una amenaza de que los calvinistas vinieran a Lima a destruir los templos y profanar el Santísimo, ella manifestó un deseo grande de dar la vida por Jesús.

* Es importante en la vida mística de santa Rosa el momento en que vivió el desposorio con Jesús cuando Él, desde los brazos de la imagen del Rosario, le dijo: “Rosa de mi corazón, sé mi esposa”. A lo que ella respondió: “Sí, Señor, aquí está tu esclava”.

Y conservó toda su vida en el anillo que se mandó hacer, por el lado de dentro, las palabras de Jesús.

* Finalmente, entregó su alma a Dios con grandes sufrimientos, sin quejarse nunca. Y sus últimas palabras fueron: “Jesús, Jesús”.

En cuanto al Evangelio de este domingo pensemos que muchas veces nos ha podido pasar lo que a Pedro: Él quiso aconsejar a Jesús que no permitiera, de ninguna manera, que se realizara lo que les había dicho sobre su muerte y resurrección. 

Jesús escandalizado rechazó a Pedro con aquellas duras palabras: “Retírate satanás. Tú piensas como los hombres, no piensas como Dios”.

Para que no te pase como a Pedro al dar un consejo importante, pide antes luces al Espíritu Santo y aconseja desde los criterios del Evangelio y no desde tu parecer puramente humano.
José Ignacio Alemany Grau, obispo

21 de agosto de 2014

XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

¿QUIÉN SOY YO?

La pregunta de Jesús a sus apóstoles resulta bastante extraña. Parece que le interesa realizar una especie de encuesta.

La pregunta fue:

- “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”

Seguramente que cuando ya les pasó la sorpresa por tal pregunta, pensaron que la respuesta era fácil ya que no les comprometía personalmente a ninguno y todos comenzaron a hablar:

- “Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otro que Jeremías o algún otro profeta”.

En ese momento Jesús debió sentir que ya había oído las “noticias del periódico” y quiso ir más a fondo:

- “¿Y vosotros, quién decís que soy yo?”

Ahora sí que debió ser profundo el silencio, y además, tenían muchos motivos para ello, puesto que era verdad que no sabían nada de Él.

De pronto, Pedro se siente iluminado y entre su fácil atrevimiento y la inspiración del Padre Dios, soltó una de las afirmaciones más valientes de su vida:

- “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.

Seguramente que todos se sorprendieron, pero fue Jesús quien descubrió el misterio que el Padre Dios había revelado por primera vez a un apóstol y le felicitó:

- “¡Dichoso tú Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo”.

Debió ser impresionante, si es que lo entendieron, lo que pensaron los apóstoles en aquel momento:

El Maestro dice que Dios se ha revelado a Pedro y con profundo silencio siguieron escuchando:

- “Ahora te digo yo: tú eres piedra (nosotros traducimos Pedro) y sobre esta piedra edificaré

(Jesús acaba de hacer una opción: Pedro lo representará) mi Iglesia” (así deja claro Jesús, como es natural, que no va a tener más que una sola Iglesia, aunque los hombres nos esforcemos por dividirla).

“Y el poder del infierno no la derrotará” (los enemigos de Dios no harán sucumbir jamás su Iglesia porque Jesús es Dios).

“Te daré las llaves del reino de los cielos” (las puertas de los castillos y ciudades antiguas tenían unas llaves, cuyo dueño era únicamente el rey. Ahora será Pedro quien tenga esa responsabilidad).

“Lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo” (término judicial que declara lícito o ilícito algo y que, en el caso, significa que Jesús da a Pedro el poder de perdonar o no).

Después de un momento tan profundo, que según san Lucas había sido precedido por un largo rato de oración de Jesús, concluye todo con estas palabras de Mateo:

“Les mandó a los discípulos que no dijeran a nadie que Él era el Mesías”.

Posiblemente también esto nos llama la atención en Jesús que, aunque a veces Él mismo se proclama expresamente Mesías, en otras oportunidades manda guardar total secreto a los suyos.

El apóstol san Pablo, por su parte, haciendo eco al misterio que el Padre reveló a Pedro, nos invita a meditar en la grandeza de este Dios que, aunque escondido, está en el mismo Cristo Jesús. Y refiriéndonos al mismo Señor, podemos meditar:

“¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero?”

Ciertamente que ninguno de nosotros, porque con profunda humildad debemos reconocer la grandeza de Dios y también la humillación profunda de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad en Cristo.

Hoy el salmo responsorial nos invita a proclamar la misericordia de Dios que nunca abandona la obra de sus manos, que somos nosotros, los preferidos de su creación.

Repitamos, pues, gozosamente:

“Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para ti, me postraré hacia tu santuario y daré gracias a tu nombre”.

Y con profunda humildad repetimos también con agradecimiento:

“El Señor es sublime, se fija en el humilde y de lejos conoce al soberbio. Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos”.

Por su parte Isaías nos adelanta las palabras proféticas de Jesús sobre Pedro, diciéndonos cómo el Señor escogerá a Eliacín: “Le vestiré la túnica, le ceñiré tu banda, le daré tus poderes; será padre para los habitantes de Jerusalén, para el pueblo de Judá. Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que el cierre nadie lo abrirá. Lo hincaré como un clavo en sitio firme” (Pedro roca sobre Cristo roca).

Qué alegría pensar que pertenecemos a la Iglesia que Jesús, Dios y hombre maravilloso, ha querido dejar en este mundo para que podamos salvarnos.
José Ignacio Alemany Grau, obispo

15 de agosto de 2014

XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

ASÍ DISCURREN LAS MADRES
Hoy nos cuenta san Mateo una escena simpática.

Se trata de una mujer que, al no ser israelita, no tiene derecho a que Jesús le haga ningún milagro. 

Pues bien, esta mujer cananea sorprende a Jesús, dice san Mateo, “saliendo de uno de aquellos lugares. Y comenzó a gritar”.

Advierte que gritó desde el principio para sorprenderle con sus gritos desgarradores de madre.

En efecto, empieza pidiendo compasión para ella misma y lo refuerza todo empleando grandes títulos, posiblemente los más grandes que conocía, para llamar la atención de Jesús.

¿Qué le pasa a aquella mujer que grita “ten compasión de mí, Señor, hijo de David”?

Lo que da motivo para sus gritos no le pasa a ella sino a su hija. Pero así son las madres:

“Mi hija tiene un demonio muy malo”.

El trato que le da Jesús, para probar su fe, resulta un tanto extraño.

San Agustín nos explicará que mientras Jesús le probaba su fe, al mismo tiempo iluminaba su corazón con la fe.

¡Son juegos de la gracia que la liturgia conoce muy bien y por eso con frecuencia nos repite que Dios nos da lo que luego nos va a pedir.

La escena se hace más interesante cuando dice san Mateo que la mujer seguía gritando y los apóstoles se iban poniendo nerviosos:

“Atiéndela que viene detrás gritando”.

No sé si sería muy frecuente, pero llama la atención que los apóstoles, sin ningún preámbulo ni título para con Jesús le “mandan” que la atienda.

Jesús, en voz alta, sin duda para que lo oyese, contestó a los apóstoles:

“Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”.

La mujer lejos de amilanarse, corrió para ponerse delante de Jesús, se postró ante Él y le pidió:

“¡Señor, socórreme!”

Jesús prueba más su fe y responde con palabras que desanimarían a cualquiera:

“No está bien echar a los perros el pan de los hijos”.

Sabemos que los judíos llamaban perros a los gentiles, es decir a los que no eran de los suyos.

Y ahí aparece la grandeza de esta madre dispuesta a conseguir como sea la curación de su hija:
“Tienes razón, Señor, pero los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”.

Podemos imaginarnos la actitud de los apóstoles al oír tales palabras, pero veamos cómo Jesús después de probar la fe a la cananea, le hace el gran regalo:

“Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”.

“En aquel momento quedó curada su hija”.

Cuántas lecciones para los apóstoles, y para nosotros, en este relato evangélico.

El verso aleluyático nos explica que las curaciones que Jesús hacía eran para “proclamar el Evangelio del Reino curando las dolencias del pueblo”.

Sería bueno que en este momento pensáramos qué tipo de confianza tenemos en Dios.

¿Hubieras sido capaz de aguantar el trato que Jesús dio a la mujer?

¿Cuántas veces te has quejado de que Dios no te escucha? 

¿Has pensado que lo que quiere Jesús es fortalecer tu fe en esos momentos?

Por su parte, san Pablo insiste en el tema del domingo pasado cuando estaba dispuesto a ser condenado si esto pudiera salvar a los de su raza, a los judíos.

Continuando el mismo tema Pablo nos advierte que hay todo un misterio debajo de esta situación:

Al rechazar los judíos a Jesús, los apóstoles evangelizan a los paganos con lo cual podemos decir que los de su raza “¡se la perdieron!”

Y así, los paganos que eran rebeldes a Dios, al rebelarse los judíos consiguieron la misericordia de Dios y su gracia.

Pablo saca su propia conclusión:

De la misma manera que un día los judíos rebeldes perdieron a Jesús, ahora por la misericordia que han obtenido los paganos, alcanzarán también los judíos la misericordia y se salvarán.

El parrafito termina con una idea que Pablo llevaba muy metida en su alma:

“Dios nos encerró a todos en la rebeldía para tener misericordia de todos”. Es decir:

Para poder salvarnos a todos, Dios nos consideró a todos pecadores.

El salmo responsorial es una bellísima comparación: “El Señor ilumine su rostro sobre nosotros”.

Esta imagen recuerda la sonrisa del papá o la mamá sobre el hijito en la cuna y por tanto quiere pedir una mirada de ternura paternal para cada uno de nosotros:

“El Señor tenga piedad y nos bendiga… que canten de alegría las naciones porque riges el mundo con justicia”. Y terminamos con la alabanza de todos:

“Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben”.

Para pedir finalmente que “Dios nos bendiga y que le teman hasta los confines del orbe”.

Te invito a leer a Isaías. Saca tus conclusiones recordando que Jesús es “Señor del sábado”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo

8 de agosto de 2014

XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

NO TENGÁIS MIEDO

Dicen que cuando alguien se acercó a san Juan Pablo II para agradecerle por su hermosa frase: 

“No tengáis miedo”, el Papa le contestó con sencillez:

- ¡Si eso está en el Evangelio!

Así es, en efecto, y muchas veces en la Biblia, tanto en el antiguo como en el nuevo Testamento leemos frases muy parecidas:

* A Isaías Dios le dice: “No temas porque yo estoy contigo”.

* A Daniel: “Cobra ánimo, no tengas miedo”.

* Al padre del Bautista: “No temas Zacarías porque tu ruego ha sido escuchado”.

* A la Virgen le dice Gabriel: “No temas María porque has encontrado gracia ante Dios”.

Y es que en realidad son muchos los motivos (al menos así nos parece a nosotros) que tenemos para temer: 

¿A quién tenemos miedo?

- A Dios, porque lo vemos tan grande.

- A los hombres, porque no conocemos qué llevan en su corazón.

- A nosotros mismos porque nunca sabemos cuándo llegarán los grandes acontecimientos. Tampoco conocemos nuestra capacidad de fidelidad.

Para evitar los miedos lo mejor será dejarnos en manos de Dios “como un niño en brazos de su madre” o, como dice el verso aleluyático de hoy: “espero en el Señor, espero en su Palabra”.

El Evangelio del día es un ejemplo más de este miedo.

En efecto, nos muestra a los apóstoles que, llenos de miedo en la oscuridad de la noche, se asustan por algo que es una verdadera originalidad de Jesús:

“De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron llenos de miedo, pensando que era un fantasma”.

Jesús les dijo en seguida: “Ánimo, soy yo, no tengáis miedo”.

Pedro, el impulsivo, se anima y le dice a Jesús:
“Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua. Él le dijo: ¡Ven!

Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua”.

Es entonces, al estar un tanto lejos de la barca y otro tanto lejos de Jesús, cuando se asusta y grita: “¡Señor! ¡Sálvame!”

Interesante: 

Acto de fe. Duda. Y otra vez acto de fe… Así es Pedro… y así somos nosotros que hoy tenemos aparentemente una fe como una montaña y mañana una fe como una hormiga.

Pero Jesús es bueno y nos comprende.

Y así como “Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: ¡qué poca fe, ¿por qué has dudado?”, pidamos a Jesús también que nos acoja en los momentos difíciles. Que nos ayude a mantener siempre la fe con la confianza de los apóstoles, que al final del párrafo evangélico exclamaron: “realmente eres Hijo de Dios”.

La primera lectura de hoy nos presenta a Elías en el monte de la contemplación, el Horeb, “el monte del Señor”.

Pasa la noche dentro de la cueva y al final oyó la voz de Dios:

“Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar!”

Hay varias manifestaciones violentas: el huracán, el terremoto, el fuego y sólo al final “se oyó una brisa tenue; al sentirla Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva”. Y Dios manifestó su voluntad al profeta.

Sin duda que debemos aprender que Dios siempre es original y se manifiesta cómo y cuándo menos lo esperamos.

La segunda lectura de hoy es una preciosa lección de ecumenismo que nos da el apóstol san Pablo.

Pablo era judío. Nunca olvidó a los suyos. Eran su raza, su pueblo, su religión.

Constituían la primera parte de la revelación de Dios, el antiguo Testamento.

En sus correrías misioneras Pablo buscaba siempre, en primer lugar, el encuentro con los judíos reunidos cada sábado en la sinagoga.

Eran los primeros destinatarios a quienes quería compartir su descubrimiento: 

¡El Señor Jesús!

El amor de Pablo a los suyos nos resulta realmente incomprensible:

“Siento una gran pena y un dolor incesante en mi corazón, pues por el bien de mis hermanos, los de mi raza según la carne, quisiera incluso ser un proscrito lejos de Cristo”.

Es decir que quiere ser condenado, si esto pudiera servir, para que su pueblo descubriera al Mesías prometido.

Al ver cómo el Señor se manifiesta de maneras tan diferentes, a través de la historia, pidámosle que se manifieste también en nuestra vida personal para que cumplamos siempre su voluntad.

Digamos con el salmo responsorial: 

“Señor, muéstranos tu misericordia y danos tu salvación”.





José Ignacio Alemany Grau, obispo

1 de agosto de 2014

XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

2 + 5 = 5,000 Y MÁS
Foto de: Aquí
El profeta Isaías hace una extraña invitación:

“Oíd sedientos todos acudid por agua, también los que no tenéis dinero. Venid, comprad trigo, comed sin pagar vino y leche de balde”.

Es claro que podríamos dar algunas interpretaciones pero podemos fijarnos en los regalos que nos da el Señor, sobre todo en la Eucaristía donde podemos comer ese pan de Cristo transformado en su Cuerpo y en su Sangre, por supuesto sin pagar, y tener la seguridad de que el Señor, a través de esa Eucaristía de la nueva y eterna alianza “sellará con nosotros alianza perpetua”.

Qué pena que tantos cristianos rechacen la Eucaristía y no quieran comer este pan abundante y generoso con que nos alimenta el Señor Jesús.

Tú, amigo, comulga siempre que puedas.

Te harás fuerte para glorificar a Dios y servir a los hermanos.

El salmo responsorial nos muestra también esta generosidad del Señor que debemos meditar con frecuencia “abres tú la mano y nos sacias de favores… cerca está el Señor de los que lo invocan. 

De los de lo invocan sinceramente”.

El verso aleluyático nos invita a pensar en el otro alimento espiritual que Dios nos da y es su Palabra:

“No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.

Esto viene a ser también como un complemento del milagro de Jesús que nos cuenta san Mateo.

Todos los detalles son interesantes.

Por una parte, Jesús “huye” en una barca buscando un lugar tranquilo, después de enterarse de que Herodes había matado al Bautista.

El pueblo, sin embargo, lo sigue, hambriento de su palabra.

Los discípulos al ver que atardece y que la gente tiene hambre, piden a Jesús que los despache de una vez.

Jesús, sin embargo, le responde de una manera humanamente incomprensible:

“No hace falta que se vayan, dadle vosotros de comer”.

Seguro que los dejó desorientados porque ellos no tenían ni para el grupito.

“No tenemos más que cinco panes y dos peces”.

Jesús los pide, los multiplica y con aquel poco de pan y peces hace que todos coman “hasta quedar satisfechos y recogieron todavía doce cestos llenos de sobras”.

Gran milagro. Con cinco panes y dos peces comen cinco mil hombres sin contar mujeres y niños que sin duda serían mucho más numerosos que los hombres.

Esta multiplicación del pan evidentemente es otro signo de la Eucaristía y es que Dios se ha ingeniado para unirnos a Él a través de Jesucristo, cueste lo que cueste. ¡Dios nos amó en Cristo!

Siendo consecuentes tenemos que permanecer siempre unidos a Cristo y por Él a Dios.

San Pablo en la carta a los Romanos (y después de explicarnos la presencia del Espíritu Santo en nosotros) nos invita a ser fieles y permanecer con Cristo:

“¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?”

Y nos presenta todas las posibilidades que encontramos en la vida:

“¿La aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?”

Pablo lo tenía claro y quiere compartírnoslo para que sea una realidad también en nuestra vida:

“En todo esto vencemos fácilmente por Aquél que nos ha amado”.

Es importante tener en cuenta que no es por el amor que nosotros tenemos a Dios sino por el amor que Él nos tiene por lo que encontramos nuestra seguridad.

Será bueno que hagamos nuestras también estas preciosas palabras que son la confesión de fe y del amor del gran “Apóstol de los gentiles”:

“Estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro”.

¡Qué bella lección de amor la que nos da san Pablo!

Con todo esto debemos aprender que si aprovechamos los dones del Señor, sobre todo la Palabra de Dios y la Eucaristía, podremos estar seguros de que tampoco a nosotros nada ni nadie podrán separarnos del amor que la Santísima Trinidad nos ha manifestado en Jesucristo.

José Ignacio Alemany Grau, obispo