31 de diciembre de 2014

FIESTA DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR, CICLO B

LOS MAGOS DE ORIENTE

Hoy celebramos la Epifanía, es decir la “Manifestación de Dios”.

¿A quiénes se manifiesta Dios?

Durante la Navidad hemos ido recordando cómo Dios se manifestaba a su pueblo, comenzando precisamente por los más sencillos, los pastores.

Hoy la manifestación del Verbo encarnado la hace el cielo a unos representantes de los pueblos paganos.

Se trata de unos sabios de profundo espíritu religioso que se dedicaban al estudio de los astros que eran divinidades para muchos de ellos.

San Mateo dice que venían de Oriente.

Sabemos que la tradición habla de tres Reyes Magos e incluso les puso nombres: Melchor, Gaspar y Baltazar.

Algunos explican el número de tres reyes para indicar la presencia de los tres continentes entonces conocidos Asia, África y Europa.

Para otros indicarían las tres edades humanas, juventud, edad adulta y vejez.

Para el Papa Benedicto XVI, que nos ha dado estas referencias:

“Hay algo que es la idea decisiva: los sabios de Oriente son un inicio, representan a la humanidad cuando emprende el camino hacia Cristo, inaugurando una procesión que recorre toda la historia. No representan únicamente a las personas que han encontrado ya la vía que conduce hasta Cristo. Representan el anhelo interior del espíritu humano, la marcha de las religiones y de la razón humana al encuentro con Cristo”.

Es una bella idea que te invito profundizar.

Vayamos a los textos bíblicos de este día.

Ya sabemos cómo la Biblia presenta al Verbo encarnado como Luz:

La Luz de Dios es Cristo que ha llegado hasta nosotros. “Dios de Dios, Luz de Luz” (reza el Credo).

El profeta Isaías, anunciando esta llegada, nos dice hoy:

“Levántate, brilla, Jerusalén que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti”.

Hermosa imagen: el mundo cubierto por las tinieblas del pecado y el Señor rompiendo la oscuridad desde las alturas de Jerusalén.

Ante esa luz, el profeta ve cómo la humanidad entera se pone en movimiento para encontrar en Cristo a Dios.

A su vez san Pablo nos repite la idea que vimos en otro momento, cómo Dios descubre su secreto a todas las naciones. De esta manera los gentiles, lo mismo que el pueblo de Dios, son “coherederos, miembros del cuerpo de Cristo y partícipes de las promesas del Evangelio”.

Entre ellos, claro está, los Magos de Oriente. 

El Evangelio nos presenta en primer lugar a los Magos que movidos por una estrella especial en la que ellos descubren la estrella de Jacob, entienden que ha llegado el prometido “Rey de los judíos”.

Esa luz parece que históricamente fue una conjunción astral de los planetas Júpiter y Saturno en el signo zodiacal de Piscis que tuvo lugar en los años VII y VI a.C., considerado hoy como el verdadero periodo del nacimiento de Jesús.

Junto a estos signos externos se da, evidentemente, una luz interior, la fe, que impulsa a estos sabios a ir en busca de dicho Rey.

No deja de ser interesante que mientras los paganos se alegran y llevan presentes al recién nacido, los del pueblo de Dios, empezando por Herodes y toda la corte, se turban y sobresaltan.

Herodes por su parte investiga seriamente entre los doctores de la ley porque le interesa descubrir un posible rival.

Después, con astucia, engaña a los Magos pidiéndoles que “averigüen cuidadosamente qué hay del niño y cuando lo encuentren avísenme para ir yo también a adorarlo”.

Los Magos que primero siguieron un signo especial que vieron en su pueblo, caminaron después guiados por su inteligencia, pensando que encontrarían al futuro Rey en la capital y en el palacio.

Al salir de Jerusalén, otra vez el Señor les dio un signo muy especial para que pudieran encontrar la casa donde estaba el niño.

Los Magos “al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría”.

Llegando a la casa, que ya no era lógicamente la cueva, “vieron al Niño con María su madre”. Mateo no habla de san José posiblemente para recalcar la concepción virginal de María que ha presentado desde el comienzo de su Evangelio.

“Los Magos cayendo de rodillas le adoraron”. No es fácil humanamente hablando entender por qué estos hombres importantes caen de rodillas delante de un pequeño de un año y medio más o menos, adorarlo y ofrecerle tres regalos simbólicos, el oro que indica la realeza, el incienso la divinidad y la mirra la pasión.

Como siempre Dios sale al paso en los momentos difíciles y los Magos, avisados por los ángeles, vuelven a su tierra, felices pero por otro camino.

Con la oración colecta pedimos a Dios, que quiso revelarse a los Magos mediante una estrella, que nos dé fe para reconocerlo en los distintos momentos de la vida y sobre todo que nos dé la alegría de contemplarlo un día cara a cara en el cielo.

Y si queremos que nuestras ofrendas sean agradables a Dios hagamos como la Iglesia “que no ofrece oro, incienso y mirra sino a Jesucristo, tu Hijo, al que aquellos dones representaban y que ahora se inmola y se nos da en comida”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo