14 de noviembre de 2014

XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

AÑORANDO LA VENIDA DEL SEÑOR
“Estad en vela y preparados porque a la hora que menos pensáis viene el Hijo del hombre”.

Estas palabras del verso aleluyático nos presentan el tema central de este domingo:

El Señor vendrá. Hay que estar preparados.

Con el salmo responsorial descubrimos la actitud de los corazones que buscan sinceramente a Dios: 

“Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua… Toda mi vida te bendeciré… en el lecho me acuerdo de ti y velando medito en ti”.

Es hermoso buscar con ansia al Señor noche y día.

El motivo que ha experimentado el salmista es: “porque fuiste mi auxilio”.

Finalmente, con una bellísima comparación que recuerda al águila o la gallinita con sus polluelos, termina: “a la sombra de tus alas canto con júbilo”.

Suspirar por Dios, ansiar estar con Él es el anhelo más grande del corazón noble.

La Sabiduría nos da la alegría de saber que Dios se deja encontrar. Es un Dios maravilloso que responde con su presencia a los que le buscan:

“La Sabiduría es radiante e inmarcesible. La ven fácilmente los que la aman y la encuentran los que la buscan. Ella misma se da a conocer a los que la desean. Quien madruga por ella no se cansa: la encuentra sentada a la puerta…”

Sabemos que la Sabiduría viene a ser la personificación de Dios en muchos párrafos de este libro.

El Evangelio de hoy nos presenta una parábola muy conocida por todos nosotros:

Se trata de diez doncellas que esperan al novio, adornando con sus luces las bodas, según la costumbre de aquel tiempo.

Como tardaba el esposo, les entró sueño y se durmieron.

Y cuando estaban más ajenas a todo, se oyó una voz que gritaba a media noche:

“¡Que llega el esposo! ¡Salid a recibirlo!”.

Las necias que no habían traído repuesto para las lámparas de aceite pidieron a las previsoras que les dieran un poco de su aceite.

Pero hay cosas que son tan personales que no se pueden compartir y por eso contestaron:

“Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y lo compréis”.

El Evangelio divide a estas jóvenes en dos grupos: unas prudentes y otras necias.

El motivo está claro. Es la falta de previsión y de prudencia por parte de las necias.

“Mientras iban a comprarlo llegó el esposo y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta”.

El problema se presentó cuando las necias llegaron tarde gritando: 

“¡Señor, señor, ábrenos!”

Y oyeron la dolorosa respuesta: “Os lo aseguro, no las conozco”.

Con esta parábola Jesús nos dice: “Velad porque no sabéis el día ni la hora”.

Y nos enseña a ser prudentes y estar siempre preparados como ha repetido en muchas oportunidades.

De esta manera, este suspirar por su señor, tanto de las prudentes como de las necias, nos hace pensar cómo la esposa de los cantares suspira de amor por su amado:

“Grábame como sello en tu corazón, grábame como sello en tu brazo, porque el amor es fuerte como la muerte… Las aguas caudalosas no podrán apagar el amor… “¡entra amado mío!”.

Por otra parte podemos recordar también a la esposa que con el Espíritu llama a su Esposo que es Jesucristo con esta exclamación: “¡Ven!” 

Y al mismo tiempo el Apocalipsis invita a todos: 

“Quien lo oiga diga: ¡ven!”

Y ojalá podamos escuchar a Jesús que responde: 

“¡Sí, vengo pronto! Amén. ¡Ven, Señor Jesús!”

Finalmente, la carta de san Pablo afirma que debemos animarnos unos a otros con la seguridad de que al final de nuestra vida nos encontraremos con Jesús.

En primer lugar nos dice que “no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. 

Pues si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual modo Dios llevará con Él, por medio de Jesús a los que han muerto”.

Así san Pablo presenta el final de la vida cristiana con matices del pensamiento apocalíptico de su tiempo. Por eso insiste que es inminente, que viene como ladrón, que nadie sabe ni cuándo ni cómo, sonido de trompetas, etc.

Poco a poco en la Iglesia primitiva se aclararán estas ideas siguiendo la predicación de Jesús.

Y el mensaje más importante lo encontramos en las últimas palabras del párrafo de hoy:

“¡Estaremos siempre con el Señor!” 

Y por este motivo termina diciendo:

“Consolaos, pues, mutuamente, con estas palabras”.

Todos tenemos con relativa frecuencia contacto con personas que han perdido un ser querido.

En vez de hablar superficialidades en los velorios, aprovechemos para consolar a los deudos, recordándoles que un día nos encontraremos para siempre con el Señor.
José Ignacio Alemany Grau, obispo