27 de noviembre de 2014

I DOMINGO DEL TIEMPO DE ADVIENTO, CICLO B

EL SEÑOR VIENE SIEMPRE

El Señor viene, viene siempre.

Cada día viene el Señor.

Hay que estar siempre en vela para reconocerlo y abrirle el corazón apenas llegue y llame.

Estamos en el Primer Domingo de Adviento. La liturgia del final de año y la del comienzo del mismo inicia recodándonos la venida del Señor, tal como enseña Jesús:

Debemos estar preparados para el gran encuentro que será al final de los tiempos, la Parusía.

Mientras tanto hay que descubrirlo en los distintos acontecimientos de la vida.

Tengamos además en cuenta que hoy comenzamos el ciclo B y nuestro Evangelista compañero del año va a ser san Marcos.

En la primera lectura de Isaías manifestamos nuestra confianza en Dios a pesar de nuestros pecados:

“Sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus caminos”.

El gran profeta nos habla de la confianza que debemos tener todos con el Señor:

“Tú, Señor, eres nuestro Padre. Tu nombre de siempre es “nuestro Redentor”.

Para Isaías ya no tienen tanta importancia ni Abraham ni Jacob a quienes siempre citaban los israelitas. Para él lo que importa es la paternidad de Dios:

“Señor, tú eres nuestro Padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero, somos obra de tu mano”.

Encontramos también en esta lectura una alusión a la venida del Redentor cuando dice:

“Ojalá rasgases los cielos y bajases, derritiendo los montes con tu presencia… Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en Él”.

Confiemos en la misericordia de Dios contigo y conmigo, con todo hombre. Su misericordia es más grande que nuestros pecados. Él es nuestro Dios y Padre.

El salmo responsorial es un ruego al Señor que es nuestro Pastor, según el profeta Isaías, para que venga a nosotros y con su poder amoroso de Padre venga a salvarnos:

“Que tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tú fortaleciste”.

Finalmente el salmista nos invita a no alejarnos de Dios, pidiéndole:

“Danos vida para que invoquemos tu nombre”.

La paternidad de Dios se realiza en Jesucristo, según san Pablo, cuya carta a los Corintios leemos hoy.

Con Cristo “habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber… de hecho no carecéis de ningún don, vosotros, los que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo”.

Todavía más. 

Sabemos que Dios es fiel y nos ayudará hasta el final:

“Él nos mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de qué acusaros en el día de Jesucristo, Señor nuestro”.

El párrafo de hoy termina recordándonos la fidelidad de Dios:
“Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro. ¡Dios es fiel!”.

El Evangelio de hoy, que es de Marcos, es la continuación de las palabras de Jesús que meditamos en otro momento, respecto a su venida “sobre las nubes con gran poder y gloria”, para reunir a todos los hombres.

Respondiendo a una pregunta implícita de los suyos, aclara Jesús:

“En cuanto al día y la hora nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el hijo, sólo el Padre”.

Conviene que sepamos que Jesús, como Hijo de Dios, conoce todo lo mismo que el Padre. Pero como Hijo del hombre no está en los planes de Dios revelarnos todos los detalles. 

Después de esto surge otra pregunta: ¿Y qué tenemos que hacer?

¿Es bueno que no sepamos cuándo será la venida del Señor? 

Lo que Jesús quiere es que aprovechemos al máximo todos los talentos que nos dejó el Señor y vivamos en gozosa espera.

Bajo la imagen del portero de un edificio, nos indica cómo debemos actuar hasta que el Señor vuelva. Lo leemos hoy.

En efecto, el párrafo del Evangelio comienza y termina con la misma palabra:

“Vigilad”.

Más aún. A la mitad del párrafo encontraremos la misma palabra, advirtiendo:

“Vigilad, porque no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, a la medianoche, al canto del gallo o al amanecer”.

Lo importante es que cuando “venga inesperadamente no nos encuentre dormidos”.

Jesús que nos amó con la prueba más grande, dar la vida por nosotros, nos insiste con este importante consejo: hay que vigilar siempre y no desfallecer.

Seamos inteligentes y aprovechemos el presente, sea como sea, con los ojos abiertos a un futuro que ciertamente será mejor porque “el Señor vendrá para llevarnos con Él”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo