25 de septiembre de 2014

XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

NO QUIERO
El mensaje de hoy es que Dios nos llama para enviarnos a su viña, a su Reino.

Como se darán cuenta Mateo, el domingo pasado, nos habló de la viña. Hoy sigue el tema. Y lo mismo hará en las próximas semanas.

Con estas parábolas pretende darnos detalles sobre el Reino de los cielos y la manera de llegar a él.

Es bueno que sepamos que la viña era símbolo nacional de Israel e imagen de paz y prosperidad.

En el Antiguo Testamento se habla bastante de ella.

Es famoso el canto de Isaías que empieza así:

“Voy a cantar (es el profeta) a mi amigo (es el Señor) el canto de mi amado por su viña (es Israel).

Mi amigo tenía una viña en un fértil collado”.

Jesús, por su parte, se refiere a la viña en cinco parábolas.

Sin duda que la más querida por nosotros es la de Juan 15,1ss en la que Jesús mismo se personifica en ella (“Yo soy la vid”, la viña).

La parábola de los dos hijos que leemos hoy se refiere a las autoridades de las sinagogas de Israel que rechazaron al Bautista enviado por Dios a su pueblo:

“¿Qué os parece?

Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo:

Hijo, ve hoy a trabajar en la viña.

Él le contestó: ¡no quiero!

Pero después recapacitó y fue a la viña.

Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó:

¡Voy Señor!, pero no fue”.

Jesús pregunta a la multitud: “¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?”

En el fondo podríamos decir que ninguno, porque uno le engañó y no fue y el otro le dio una dolorosa respuesta, aunque luego fue.

Vemos cómo Jesús mismo hace la aplicación de la parábola diciéndoles: 

“Vino Juan a vosotros ensenándoos el camino de la justicia y no le creísteis”.

Pablo se da cuenta de que la comunidad en la Iglesia de Filipos, tiene problemas que, por lo demás, son los de siempre en los grupos humanos: rivalidades, rechazos, envidias, celos…

Y con un cariño impresionante los exhorta para que se superen y se corrijan, apelando a la confianza que le tienen:

“Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y con un mismo sentir”.

Y ahora viene una serie de consejos muy concretos que nosotros mismos debemos tener en cuenta en la familia, en la parroquia, en los grupos, etc:

“No obréis por rivalidad ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás”.

Finalmente da este maravilloso consejo invitándolo a tener entre ellos “los mismos sentimientos de Cristo Jesús”. 

Les invito a leer el párrafo que sigue a la lectura de hoy.

Se trata del himno más importante de todo el Nuevo Testamento sobre Jesucristo.

En él Pablo resume todas las humillaciones y sufrimientos que Cristo padeció para salvarnos.

A continuación Ezequiel nos habla de la conversión que Dios espera de cada uno de nosotros:

“Dios justifica su proceder: escuchad casa de Israel: ¿es injusto mi proceder? ¿O no es vuestro proceder el que es injusto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió.

Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá”.

Está claro que desde nuestra libertad escogemos seguir o no a Dios.

Con el salmo responsorial pedimos misericordia al Señor:

“Recuerda, Señor, que tu ternura y misericordia son eternas. No te acuerdes del pecado ni de las maldades de tu juventud. Acuérdate de mí con misericordia por tu bondad, Señor”.

Le pedimos también que nos enseñe sus caminos para llegar a Él:

“Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas; haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y salvador y todo el día te estoy esperando”.

Finalmente, el salmo aleluyático es una llamada de Jesús mismo para que confiemos y nos dejemos guiar por Él: 

“Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco y ellas me siguen”.
José Ignacio Alemany Grau, obispo