15 de mayo de 2014

V Domingo de Pascua, Ciclo A

A DIOS LO VEMOS EN CRISTO
Dios era el eterno invisible.

Pero esto fue hasta que se encarnó el Verbo.

Desde entonces, como dijo Jesús, “quien me ve a mí ha visto al Padre”. 

No solemos pensar cuánto le debemos a Jesús.

Pero de hecho Él es lo más maravilloso que nos ha regalado el Dios infinito para demostrarnos su amor: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único”.

Por eso ahora nos preguntamos cómo un hombre puede llegar a ver a Dios y la respuesta nos la da el mismo Jesús: “Yo soy el camino…”.

”Camino”, ¿para qué?

Para encontrar la Verdad y la Vida.

Y la Verdad y la Vida es únicamente Dios: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Es bueno meditar mucho en la conversación que nos transmite Juan en su Evangelio, contándonos lo que sucedió en la Última Cena.

Hoy en concreto leeremos un bello párrafo en el que nos dice Jesús estas cosas:

Si creemos en un solo Dios no tengamos miedo y creamos también en Jesús porque Él es verdadero Dios. Y a continuación pide que si tenemos dudas, nos fijemos en las obras que Él hizo y que demuestran un poder infinito.

Dios tiene preparado en el cielo un lugar para cada uno de nosotros. Jesús en la última cena promete a los suyos que cuando Él resucite irá al cielo para prepararnos un lugar a cada uno. Después, gracias a Él, gozaremos eternamente en la casa del Padre.

También nos recuerda hoy una promesa que posiblemente nos parece muy extraña. Si creemos en Jesús haremos cosas mayores que las que Él hizo en su vida, porque va a subir al Padre.

Del Evangelio debemos concluir que toda nuestra felicidad depende de Jesucristo que es el Camino, la Verdad y la Vida.

San Pedro nos ofrece una serie de comparaciones sobre lo que es la Iglesia, ese cuerpo místico formado por los discípulos de Jesús.

Según Él, formamos “una raza elegida, una nación consagrada y un pueblo adquirido por Dios”. Todo esto se lo debemos a la sangre de Cristo. Por esta sangre el Padre nos ha tomado a cada uno de nosotros como “hijos en el Hijo” por puro amor.

Además de estos títulos Pedro presenta a la Iglesia como una construcción formada por piedras que no son materiales sino piedras vivas que forman un edificio, cuyo cimiento es la gran roca viva, Jesús.

Este Jesús que, como adelantó Simeón, será siempre signo de contradicción.

Ya el salmo 117 nos decía que hubo arquitectos humanos que rechazaron a Cristo. No querían que fuera la piedra angular; es decir, la más importante, sobre la que se apoya toda la construcción.

Pero el Padre es más fuerte que todos y colocó a Jesús como piedra angular y única de esta construcción, la Iglesia. 

Por eso quien no acepta a Cristo se pierde.

En esta temporada pascual es una gozada leer en los Hechos de los apóstoles cómo empezó a crecer la Iglesia de Jesús en los primeros tiempos. Este libro es indispensable para descubrir cómo debe vivir y actuar la Iglesia de todos los tiempos.

Hoy también los verdaderos apóstoles deben leer y meditar el esfuerzo sobrehumano que hicieron, incluyendo el martirio.

En este día se nos cuenta un problema que es normal en todos los grupos, pero al que hay que dar una solución conveniente:

Se quejaron los discípulos de lengua griega de que los de lengua hebrea no cuidaban a sus viudas. 

Entonces se reunieron los apóstoles y “evaluaron” la situación y concluyeron:

“No nos parece bien descuidar la Palabra de Dios para ocuparnos de la administración”.

Qué importante es esto y cómo el Papa Francisco lo advierte a todos, especialmente a los obispos y sacerdotes.

Como conclusión nombraron siete diáconos, es decir, siete servidores de la comunidad y explicaron a todos que en adelante los apóstoles, “nosotros, nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra”.

Actuando así, el número de los creyentes “crecía mucho e incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe”.

No nos queda más que pedir al Señor, con el salmo responsorial, “que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros como lo esperamos de ti”.

Y con la oración colecta pedir a Dios la libertad verdadera frente a tanto libertinaje y la vida eterna en medio de tanto apego a las cosas materiales que nos impiden llegar a Dios.
José Ignacio Alemany Grau, obispo