22 de enero de 2014

III Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

EL PUEBLO VIO UNA LUZ GRANDE
Era de noche. “El pueblo caminaba en tinieblas”, a tientas y en sombra de muerte y de pecado.

De pronto una luz comenzó a crecer imparable.

El pueblo “ha visto una luz grande… una luz grande les brilló”.

Es Jesucristo, el Cordero del Apocalipsis que se ha hecho luz para todos.

No hace falta el sol de la naturaleza ni los focos de los hombres.

Y la luz se hizo alegría y gozo como cantó Isaías: “Acreciste la alegría, aumentaste el gozo”. Ese gozo que el Papa Francisco nos presenta en “El gozo del Evangelio”.

Y Jesús se hizo luz en Cafarnaúm, la ciudad de todos los caminos, “la Galilea de los gentiles”. Porque esa ciudad la atravesaban todos los pueblos que pasaban de oriente al Mediterráneo y por él al mundo de entonces.

Cafarnaúm se convirtió en la ciudad de Jesucristo.

El mismo Jesús es la luz de Isaías que ha hecho suya Mateo en el Evangelio de hoy.

Y, la Luz que se hace luz para todos proclama cuál es el único camino para que la humanidad, a su vez, pueda transformarse en luz:

“Conviértanse”. 

¡Es el primer paso: romper con las tinieblas, es decir, con el pecado que oscurece los caminos del bien, de la bondad y del amor. El Papa sueña con Jesús: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo”.

Y Jesús proclama el motivo importante para la conversión:

“Está cerca el Reino de los cielos”.

Es la cercanía de Jesús porque Él mismo es el Reino, Él es el Evangelio, Él es la luz del mundo.

Y Jesús que quería que la luz prendiera en el mundo entero (“He venido a pegar fuego en la tierra y cómo quiero que arda”). 

Y comienza a buscar gente en cuyo corazón arda la misma pasión y busca entre los discípulos de Juan.

Él sabía muy bien que no venía a robarle discípulos a su primo. Más bien, Juan había preparado a los suyos para pasárselos al Mesías que iba a venir.

Jesús se acerca al lago, azul y sereno, de Galilea. Metidos en el mar están echando las redes o la pequeña red redonda, que manejaban para pescar. 

Les presenta una nueva misión.

“Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron”.

Otros dos reparaban pacientemente las redes sentados en la barca.

Su padre estaba con ellos.

Jesús los llama. Y dejando las redes y a su padre Zebedeo se van con Jesús.

Y la luz se hace imparable y “recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo”.

Era la impaciencia de Jesús que quería iluminar aquel pueblo que su Padre le había confiado.

Esta presentación de Jesús como luz es la que nos hace hoy la liturgia y por eso nos invita a repetir:

“El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?

El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?...

Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida”.

Y es el mismo salmo el que nos invita a ser fieles y valientes:

“Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor”.

San Pablo sale al paso de un error que estaban cometiendo los Corintios y que frecuentemente se sigue cometiendo en la Iglesia.

Hay desunión y esa desunión y discordia es andar repitiendo: “yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo”.

Para entonces y para hoy valen estas fuertes palabras de Pablo a los Corintios:

“¿Está dividido Cristo?”. “¿Ha muerto Pablo en la cruz por vosotros?”. “¿Habéis sido bautizados en nombre de Pablo?”.

Cuántas veces nos apegamos a nuestro padrecito, a nuestra “hermana religiosa”, a un presidente del grupo, al catequista, etc. Y hasta somos capaces de ir en protesta a la parroquia o al obispado como podrían salir los sindicatos a realizar sus reclamos.

Recordemos siempre: sólo Jesús es la fuente verdadera de la luz.

Sólo Él redime. Sólo Él salva.

Caminemos a la luz de Jesucristo.
José Ignacio Alemany Grau, obispo