16 de enero de 2014

II domingo del Tiempo Ordinario, ciclo A

EL PRIMER PASO HACIA JESÚS

* “La gracia y la paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo sean con vosotros”.

Este es el saludo que nos da hoy el apóstol Pablo.

Tener un saludo apropiado, y posiblemente propio, puede ser una manera hermosa de empezar el día, el encuentro entre personas…

Y si somos cristianos sería hermoso emplear éste, tan similar al que frecuentemente nos dirige el sacerdote al empezar la Santa Misa.

En fin de cuentas, gracia y paz son dos grandes regalos de Dios a los hombres y desearlos es una bendición.

* El salmo (39) responsorial que nos brinda la liturgia hoy, es como para meditarlo profundamente, tanto por el salmo en sí como por el versículo que repetiremos:

Esperar a Dios con ansia y sentir que Él se inclina hacia nosotros, nos escucha y Él mismo nos pone “en la boca un cántico nuevo”, un himno digno de Él.

El versículo siguiente no sabríamos (si no tuviéramos delante un salmo) si es de la Carta a los Hebreos o pertenece al Antiguo Testamento. ¡Es bello!

Dios repite frecuentemente en las Escrituras que nunca le podremos ofrecer, desde nuestra pequeñez, algo digno de Él. Todo le pertenece.

Y entonces adoptamos la gran actitud bíblica de la disponibilidad que es lo más grande y lo único que poseemos, nuestra voluntad: “¡Aquí estoy!”

En estas palabras oímos el eco de las voces de Moisés, Isaías, los grandes santos y sobre todo Jesucristo.

Meditando este salmo podemos entender mejor la hermosa oración del domingo pasado:

“Danos luz para conocer tu voluntad y la fuerza necesaria para cumplirla”.

No olvides, amigo, que aquí se encierra el secreto de la perfección cristiana, imitar a Jesucristo que repetía: 

“Mi alimento es hacer la voluntad del Padre que me envió”.

De esta manera adoptamos la actitud mesiánica que Dios nos pide.

* Isaías pone en labios del Señor estas palabras:

“Tú eres mi siervo de quien estoy orgulloso”.

El mensaje del profeta tiene un doble motivo e incluso podríamos ver un tercero.

El primero es que Dios se refiere con esta palabra al pueblo de Israel, que aquí es el pequeño resto fiel al Señor.

En segundo lugar al siervo de Yavé que realiza el plan de Dios. 

Y en tercer lugar podremos entender también, en la profundidad de nuestra oración, cómo el Señor nos ama y nos exige que nos comprometamos en su plan salvador como siervos fieles. Nos dice también a nosotros:

“Te hago luz de las naciones para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”.

Podríamos decir que, poco a poco, al comienzo del tiempo ordinario la liturgia nos va presentando de distintas formas a Jesucristo.

Esto es claro porque la liturgia se propone que conozcamos, imitemos y proclamemos a Jesús, nuestro Salvador, durante todo el año.

* En el Evangelio el Bautista nos presenta a Jesús que iba hacia Él. Juan gritó a la multitud: 

“Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.

El Precursor presenta, pues, a Jesucristo como Cordero, comparación que tiene profundo sentido bíblico.

- Cordero es el siervo del Señor que Isaías presenta como “cordero llevado al matadero”.

- Corderos eran los que se ofrecían en holocausto en el Antiguo Testamento.

- Cordero es también el que se inmolaba en la Pascua (Juan 19,34) y el evangelista nos lo presenta colgado de la cruz mientras el soldado romano le abre el pecho con la lanza, como a cordero humillado y brota sangre y agua.

A continuación Juan advierte que ya había hablado muchas veces de Él, como alguien más importante que él mismo. Pero no lo conocía. 

Sin embargo había recibido una revelación de Dios que él cuenta a la multitud:

“El que me envió a bautizar con agua me dijo: “aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo”.

Feliz y contento el Bautista proclama a todos “yo lo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios”.

Quizá pensemos cómo siendo primos no se conocían. No olvidemos las distancias en aquel tiempo y cómo María y José llevaron a Jesús a Nazaret mientras Juan y su familia quedaba en Ain Karim

Pero a la hora de la verdad Juan reconoció a Jesús y se jugó todo por Él muriendo mártir de la fidelidad.
José Ignacio Alemany Grau, obispo