7 de noviembre de 2013

XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

CREO EN LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS 

El pasado 30 de octubre, en Irán, fueron azotados con 80 latigazos, propinados con gran violencia, por los cargos de consumo de alcohol, dos de los cuatro sentenciados. El tercero recibió los azotes el 2 de noviembre y el cuarto estaba en lista de espera. El motivo fue simplemente, el consumo del alcohol contenido en el vino eucarístico de una liturgia cristiana. 

Les transmito esta noticia por dos motivos. 

El primero, para que conozcamos cuánto sufren en el mundo muchos hombres y mujeres por el hecho de ser cristianos. 

Y segundo, rogarles que sigan leyendo: 

“En aquellos días arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la ley. 

Uno por uno se van entregando a los verdugos mientras valientemente se enfrentan al tirano: 

“¿qué pretendes sacar de nosotros? 

¡Estamos dispuestos a morir antes de quebrantar la ley de nuestros padres!" dijo el primero. 

“El segundo, estando para morir dijo: tú malvado nos arrancas la vida presente pero cuando hayamos muerto por su ley, el Rey del universo nos resucitará para una vida eterna…” 

Después “se divertían con el tercero”, asombrando con su valor a todos. 

“Torturaron después al cuarto que murió diciendo: vale la pena morir a mano de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida”. 

Podríamos pensar también que el día 6 de noviembre, por primera vez hemos celebrado los Padres Redentoristas a seis mártires sacrificados por odio a la Iglesia. Pertenecían a la comunidad de la ciudad española de Cuenca. Formaron parte de los 522 beatificados por la Iglesia el 13 de octubre. 

He puesto tres botones de muestra pero ciertamente podrían ser millones. Es la historia de los seguidores de Cristo en todos los tiempos. 

Fácilmente puede decirse: ¿dónde está ese Dios bueno que permite que sea torturada tanta gente buena y sencilla sin haber hecho daño a nadie? 

Hoy la liturgia tiene sabor a resurrección y en la resurrección está la respuesta. 

Examinemos: 

* En la primera lectura ya hemos visto la fe de una gran familia, los Macabeos, la madre y siete hijos que se entregan a la muerte del todo por su fe. 

* El salmo responsorial nos habla de un “despertar” que no es el de cada amanecer, sino el gozoso encuentro con el rostro resplandeciente de Dios. 

Es cerrar los ojos a la tierra para abrirlos ante nuestro Creador. 

Por eso repetiremos “al despertar me saciaré de gozo en tu semblante”. Gocemos leyendo: 

“Guárdanos como a las niñas de tus ojos. A la sombra de tus alas escóndenos. Yo con mi apelación vengo a tu presencia y al despertar me saciaré de tu semblante”. 

* Pablo nos asegura la fortaleza si nos apoyamos solamente en el Señor: 

“El Señor, que es fiel, os dará fuerza y os librará del maligno”. 

De esta manera, con sufrimientos o sin ellos, “seguiréis adelante cumpliendo todo lo que os hemos enseñado”. 

* El aleluya es un grito de resurrección, en el que la liturgia nos presenta a Jesús como quien se levanta de entre los muertos, pero no Él solo, sino Él como la primicia de todos los redimidos con su sangre: “Jesucristo es el primogénito de entre los muertos. A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos”. 

* En el Evangelio, a una pregunta capciosa de los saduceos, que niegan la resurrección, Jesús contesta con profundidad afirmando rotundamente la resurrección: 

“En esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios porque participan en la resurrección”. 

Jesús confirma de nuevo la resurrección y termina diciendo: “no es Dios de muertos sino de vivos porque para Él todos están vivos”. 

Será bueno que, como fin de nuestra reflexión de hoy, nos preguntemos con san Pablo y respondamos también con Él en la carta a los Corintios: 

“¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán? Insensato, lo que tú siembras no recibe vida si (antes) no muere. Y al sembrar, no siembras el cuerpo que llegará a ser, sino un simple grano de trigo, por ejemplo o de cualquier otra planta… 

Lo mismo es la resurrección de los muertos. Se siembra un cuerpo corruptible, resucita incorruptible; se siembra un cuerpo sin gloria, resucita glorioso; se siembra un cuerpo débil, resucita lleno de fortaleza; se siembra un cuerpo animal, resucita espiritual…” 

Como es un hermoso tema, les invito a que profundicen el capítulo quince de la segunda carta a los Corintios. 

Terminemos la liturgia de hoy repitiendo las palabras de nuestro Credo: 

“Creo en la resurrección de los muertos y en la vida eterna”. 

José Ignacio Alemany Grau, obispo