6 de septiembre de 2013

XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

LA MÁQUINA DE TU TREN ES JESUCRISTO

Normalmente andamos con el corazón y la cabeza revueltos.

Hoy la liturgia nos pide un poco de orden.

Y se refiere precisamente a lo más importante que tenemos que hacer en este mundo que es caminar hacia la santidad, hacia Dios.

Para que un tren funcione debidamente y la gente se sienta feliz en el viaje debe tener en su lugar la máquina, los asientos, el restaurante, los baños, las distintas categorías de servicios, los portaequipajes, etc.

Jesús aludiendo un poco a este orden para caminar (Él es el camino) hacia el Padre nos advierte que tiene que haber un orden en el corazón. En él arropamos a todos aquellos a quienes llamamos los seres queridos y son los compañeros de camino por el tiempo hacia la eternidad.

Pero cuánto desorden en los corazones:

Los que se casan y siguen teniendo a los padres como a los primeros.

Luego colocan a los hijos, después el esposo y… ¡así el tren descarrila más o menos pronto!

En el corazón debe haber un orden y los padres pasan al segundo plano cuando uno se casa y luego al tercero cuando vienen los hijos, etc.

Pero todavía hay alguien más importante que todos: Jesucristo.

Él exige estar el primero.

Eres tú quien lo necesita para ser feliz: ¡fíjate!

“Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos y a sus hermanos y a sus hermanas e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío”.

Fíjate bien que Jesús lo tiene claro y si te fijas el más privilegiado eres tú mismo.

Pero por delante de ti tiene que ir Jesús.

Entonces el tren se desplaza sereno y sin tropiezos.

Lo primero, pues, que tienes que hacer es poner orden en tu corazón.

Pero Jesús quiere más.

“Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío”.

Hay que cargar la cruz detrás de Jesús.

Él primero, tú después, luego todos, según exige un corazón bien ordenado.

No te engañes. Tú tienes cruces. A veces quieres botarlas. Te rebelas. Protestas. 

Pero de todas maneras, el hecho de ser humanos lleva consigo la cruz de las limitaciones: los propios pecados, la falta de salud, las calumnias, los malos tratos, la falta de trabajo, la incomprensión…

No las rechaces. ¡Carga! ¡Y sigue poniendo tus pies en las huellas de los pies de Jesús!

En la misma línea de poner orden en la cabeza, antes de actuar, vienen las comparaciones que nos ofrece Jesús en el Evangelio.

Como verás son muy concretas:

“¿Quién de ustedes si quiere construir una torre (digamos un edificio) no se sienta primero a calcular los gastos para ver si tiene con qué terminarla? No sea que si echa los cimientos y no puede acabarla, se burlen de él diciendo: Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar”.

Y esta otra comparación:

“¿Qué rey si va a dar una batalla a otro rey no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres va a salir al paso al que le ataca con veinte mil?”

Jesús termina pidiéndonos prudencia incluso concretando la actitud definitiva que debemos tener para seguirlo.

“El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser mi discípulo”.

Quede claro que Jesucristo es el primero y cuando las cosas están en orden todo es bueno, todo es maravilloso y podemos caminar tranquilos y felices. 

Para que esto sea realidad pidamos a “Dios que haga brillar su rostro sobre nosotros y nos enseñe sus leyes”.

San Pablo, en una brevísima carta a Filemón, nos muestra por dónde va el camino del amor cristiano y pide a su amigo que perdone y reciba de nuevo a Onésimo que en un tiempo fue rebelde pero que ahora, convertido al cristianismo, es gran amigo de Pablo y éste desde la prisión le escribe:

“Si yo lo quiero tanto, cuánto más lo has de querer tú, como hombre y como cristiano”.

Y aún insiste: “si me consideras compañero tuyo recíbelo a él como a mí mismo”.

Finalmente les invito a leer con detención las palabras del libro de la Sabiduría que dice, entre otras cosas:

“¿Qué hombre conoce el designio de Dios? ¿Quién comprende lo que Dios quiere?... A penas conocemos las cosas terrenas… ¿Quién rastreará las cosas del cielo? ¿Quién conocerá tu designio si tú no le das sabiduría enviando tu santo Espíritu desde el cielo?”.

Aunque en el Antiguo Testamento no se refiera directamente a la Tercera Persona de la Trinidad, para nosotros sí. Pidamos al Espíritu Santo que nos dé su sabiduría para caminar derechos por Cristo al Padre.

Terminemos gozándonos en el salmo responsorial y repitamos gozosos: 

“Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación”.

¡Ah! Y entre la máquina y los vagones no olvides de colocar a la Virgen María cuyo nacimiento hoy celebramos.

José Ignacio Alemany Grau, obispo