1 de agosto de 2013

XVIII domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

TODOS IGUALES: ¡UNOS POBRETES!

La Sabiduría del Eclesiástico nos llevaría a meditar largamente si lo tomáramos en serio.

Suelen ser enseñanzas tomadas de la vida común y por tanto del sentido común, que es tan poco frecuente en nuestro tiempo.

Después de vivir muchos años de experiencias él sacó esta conclusión: “Todo es vanidad de vanidades”.

Pone detalles como éste que es impresionante:

“Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto y tiene que dejarle su porción (su herencia) a uno que no ha trabajado”.

Así va haciendo distintas apreciaciones y sacando siempre la misma conclusión:

“Vanidad de vanidades y caza de viento”.

Ya entendemos lo que significa esta expresión lo mismo que las expresiones “vanidad”, “caza de viento” y “grave dolencia”.

Esta palabra originariamente significa algo hueco, vacío, vapor inconsistente, sin fuerza ni duración.

Bueno, pues, ahí tenemos una apreciación sabia que meditar frente a las cosas caducas de este mundo aunque carece del sentido más profundo que nos enseña la fe en el Nuevo Testamento.

También el Evangelio nos presenta una simpática parábola que nos habla más o menos de lo mismo:

“Un hombre tuvo una gran cosecha y comenzó a pensar:

“Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha.

Entonces me diré a mí mismo: hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida. 

Pero Dios le dijo: necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?”.

La cosa está bien clara y es el mismo Jesús quien saca la conclusión interesante que debiera hacer pensar a todos los que se esfuerzan por conseguir cada día más dinero y acumular más edificios, más tierra, etc:

“Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios”.

Cuántos ricos en realidad son muy pobres y cuántos pobretes serán los “ricachones” en la eternidad.

Pues bien que mal, ahí está la respuesta, y muy clara por cierto. 

De todas maneras hoy san Pablo nos da unos consejos muy prácticos. Escuchémosle con atención en la segunda lectura:

“Hermanos, ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, no los de la tierra”.

Claro que san Pablo toma en serio nuestra conversión y supone que por el bautismo hemos cambiado de vida y estamos conscientes y comprometidos con el Evangelio.

Meditemos también qué hermosamente define nuestra vida san Pablo: “nuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. (Medita esta frase).

De todas formas el Apóstol añade unas líneas de conducta para que aspiremos eficazmente a la posesión de los bienes de arriba:

“Dar muerte a todo lo terreno: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia que es una idolatría”.

Es bueno que anotemos esta definición de la avaricia: ¡una idolatría!, porque la avaricia es una verdadera adoración de los bienes de este mundo.

Y sigue san Pablo: “no sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del nuevo que se va renovando como imagen del Creador…”.

Esta es la definición del “hombre viejo” del que hablamos tantas veces, es decir, el hombre que vive en el pecado y del “hombre nuevo” que es el que vive según Cristo.

Después de todo esto podemos entender la bienaventuranza que nos recuerda el verso aleluyático: 
“Dichosos los pobres en el espíritu porque de ellos es el reino de Dios”.

Este domingo nos invita, por consiguiente, a ponernos en las manos del Señor porque sólo Él es nuestro Salvador y a repetir con el salmo responsorial: 

“Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación”. En Él está nuestro tesoro.

José Ignacio Alemany Grau, obispo